Por Victoria Menghini. En 2017, el ingeniero Sergio Moya enfrentaba una tarea titánica: revisar más de 13.000 horas de grabaciones en la selva del Parque Nacional Iguazú para detectar disparos de cazadores furtivos. Con apenas un puñado de segundos útiles enterrados en un océano de sonidos naturales, parecía una misión imposible. Hasta que la inteligencia artificial (IA) entró en escena.
Gracias a un software especializado, Moya pudo analizar todo ese material en apenas dos meses y medio. El resultado fue un mapa detallado sobre la presión de caza ilegal que pesa sobre el yaguareté, uno de los grandes felinos en mayor riesgo de extinción del país. Se estima que en Argentina sobreviven menos de 250 ejemplares adultos.
Esa experiencia fue pionera. Hoy, la IA se ha transformado en una herramienta esencial para la conservación de la biodiversidad. Cámaras trampa, drones, sensores acústicos, satélites y plataformas de machine learning permiten monitorear ecosistemas en tiempo real, detectar especies y tomar decisiones estratégicas ante la amenaza constante del cambio climático y la acción humana.
Tecnología al servicio del tiempo crítico
“Lo que antes tomaba meses, ahora se resuelve en minutos”, afirma Javier Pereira, investigador del Conicet y director del Proyecto Pantano, que estudia el ciervo de los pantanos en el Delta del Paraná. Con IA, se pueden mejorar tanto la velocidad como la calidad del análisis ecológico.
Quimey Gómez, becaria doctoral del Conicet e integrante del Proyecto Yaguareté, refuerza esa visión: “La conservación exige tiempos de respuesta que muchas veces son críticos. La IA nos permite estar a la altura de esa urgencia, aunque la experiencia humana sigue siendo irremplazable”.
El panorama es inquietante. El Informe Planeta Vivo 2024, de WWF Internacional, advierte que las poblaciones de vida silvestre cayeron un 73% en promedio entre 1970 y 2020. En los ecosistemas de agua dulce, la caída fue del 85%.
En la Argentina, además del yaguareté, figuran como especies amenazadas el venado de las pampas, el delfín franciscana, el tiburón escalandrún y varias especies de anfibios y reptiles.
IA en acción: casos concretos
Rainforest Connection, una ONG de Estados Unidos, desarrolló el dispositivo RFCx Guardian, que graba sonidos en selvas tropicales y los transmite por satélite a una plataforma de IA capaz de detectar disparos, motosierras o el ingreso de vehículos. En África, satélites de alta resolución y algoritmos de Maxar Technologies permiten contar elefantes y seguir sus movimientos desde el espacio.
En Argentina, el Proyecto Pantano generó más de 55.000 fotos con drones en tres años. “El algoritmo aprendió a distinguir a los ciervos de otras especies como vacas o carpinchos. Incluso detectó ejemplares ocultos entre la vegetación, invisibles para el ojo humano”, explica Pereira.
En Iberá, Corrientes, el Proyecto Yaguareté ya usa IA para monitorear cambios en poblaciones de carpinchos, principal presa del gran felino. Y en la selva misionera, Moya desarrolló con la Universidad Nacional de Misiones un dispositivo entrenado con IA para detectar disparos. Hoy está listo para ser testeado en condiciones reales.
El Observatorio de Biodiversidad del Bosque Atlántico (Obba) también aplica inteligencia artificial: con la plataforma BirdNet, basada en redes neuronales, logró identificar más de 200 especies de aves, 30 de mamíferos y 15 de anfibios a partir de miles de registros acústicos y visuales.
Por su parte, la empresa Nideport despliega sensores, radares y satélites conectados a sistemas de IA para restaurar ecosistemas en la selva paranaense. En su último monitoreo, se confirmó la presencia de una yaguareté hembra con cría y el canto de un ave ausente de los registros desde hace más de 80 años.
Greenpeace advierte que la IA no está exenta de impactos ambientales. Su producción y uso intensivo —especialmente en grandes industrias— requiere enormes cantidades de energía. Solo la fabricación de chips aumentó su consumo eléctrico un 350% a nivel mundial, según datos de Greenpeace East Asia.
No obstante, para especialistas como Kini Roesler, de Aves Argentinas, el uso en conservación es mínimo comparado con otros fines menos trascendentes: “Crear una imagen para una broma cuesta mucho más que aplicar IA para salvar especies en riesgo”.
Un futuro con decisiones por tomar
El potencial es enorme. Pero también lo es el desafío de usarlo con responsabilidad. “Espero que no perdamos de vista el objetivo real. Que el árbol no nos tape el bosque”, advierte Pereira.
Moya, en tanto, lanza una reflexión inquietante: “Me preocupa que cuando esa inteligencia superior nos diga que debemos conservar la naturaleza, proteger la selva y detener la destrucción de los ecosistemas, simplemente no la escuchemos. Como ya está pasando”.