ASESINATOS, DESTIERROS, CÁRCELES Y DIFAMACIONES – METODOLOGÍAS USUALES DE LIBERALES Y OTROS APÁTRIDAS
La artera práctica de la difamación, puede tener efectos muy destructivos, llegando a afectar seriamente el buen nombre de las personas e instituciones agredidas por esos procedimientos de tan baja estofa, reñidos contra todo principio moral. Forma parte esencial en las operaciones de guerras psicológicas.
Es algo tan antiguo como la humanidad, pero sin duda hubo “perfeccionamientos” en los que diversas técnicas sociológicas y psicológicas evolucionaron, llegando a cooptar por completo a cerebros “dóciles” o factibles de ser fácilmente influenciables. Con las redes sociales electrónicas, se potenció el efecto nocivamente destructivo de esas acciones.
Nuestra historia nacional, de apenas poco más de dos siglos, analizada con la necesaria fundamentación y objetividad, muestra diversas y muy recurrentes acciones de difamación, las que produjeron resultados muy negativos.
Ya en los albores de la Patria, San Martin sufrió las consecuencias de la maledicencia de los unitarios rivadavianos, los que buscaron degradarlo con injurias y falsedades, por no haberse prestado a ser utilizado en operaciones militares represivas, contra caudillos federales que se alzaron contra las prepotencias de los personeros del poder portuario, al cual poco o nada le importaba la propia Patria que pugnaba por consolidarse.
Parecería que ese ejemplo del Padre de la Patria, no es conocido ni menos aun practicado, por los integrantes de fuerzas de seguridad federales, que demuestran particular ferocidad y malsano goce, al apalear y gasear a jubilados y otros sectores reclamantes, ante las políticas de empobrecimiento practicadas por neoliberales y libertarios.
Las persecuciones perpetradas por las maledicencias de los rivadavianos no cesaron, y seguramente debieron utilizarse como justificativos para negarle todo apoyo en su gesta libertadora, desde su preparación en Cuyo, hasta que falto de recursos y de tropas adicionales, habiendo triunfado en Perú, sumó sus efectivos a las tropas de Bolívar, para completar las tareas de derrotar a las fuerzas realistas.
Pero las denigraciones seguramente no cesaron, pues al regreso de su gran campaña libertadora, debió optar por el exilio, ante las amenazas a su propia vida, de sus declarados enemigos unitarios.
Esos mismos odios de los rivadavianos, fueron los que impidieron que vuelva a pisar suelo patrio, cuando había regresado, posiblemente a pedido del patriota Dorrego, quien para el momento de su arribo al puerto de Buenos Aires, ya había sido asesinado por el “espada sin cabeza” Juan Galo Lavalle, quien fue presionado para perpetrar esa vileza, por los personeros del poder unitario.
Parecería que hubo ¿y hay? varios o muchos continuadores del ejemplo -nada admirable- que dejó el voluble accionar de Lavalle, susceptible a sugerencias o presiones de la antipatria. El más reciente, con poco más de medio siglo de vigencia, es el de los milicos de mentes proceseras, fácilmente usados por
intereses antinacionales de orígenes internos y externos.
Aparentemente, en su prolongado exilio en Francia, San Martín recibió retribuciones merecidamente ganadas, provenientes del agradecimiento del Perú, donde hasta hoy es respetado y reverenciado; mientras que el poder porteño le había negado todo reconocimiento. Sería este un tema muy interesante, para ser profundizado, accediendo a fuentes documentales, de muy posibles difíciles accesos.
Similares efectos a las difamaciones, producen los ocultamientos de hechos y actitudes positivas, referidos a personajes históricos o actuales, que los personeros del establishment antinacional, buscan que sean denigrados, señalados como supuestos personajes nefastos, para tapar sus reales acciones.
Tal el caso de los claros apoyos que San Martín hizo llegar a Juan Manuel de Rosas, incluso felicitándolo por sus claras acciones en defensa de la soberanía nacional. El Libertador se puso a disposición, para sumar su espada y su sapiencia militar, para enfrentar a las potencias colonialistas (Reino Unido y Francia), que nos agredían. Hay valiosos intercambios epistolares que lo prueban, tal como lo demostraron historiadores revisionistas de probada honestidad intelectual y claro patriotismo, como José María Rosa. También donó a Rosas el sable con el cual afrontó su campaña libertadora, hecho ocultado por el poder unitario – liberal, claramente antinacional.
En el extenso período en el cual Juan Manuel de Rosas fue el claro referente de los Intereses Nacionales, no solo debió enfrentar las presiones y prepotencias de las dos primeras potencias mundiales de esa época, sino también las constantes y muy fuertes oposiciones de los unitarios, embebidos estos de la estrecha y apátrida visión de los rivadavianos, adherentes totales al liberalismo doctrinario, y por ende desinteresados en el desarrollo e industrialización propios.
Además de apoyar las agresiones armadas de británicos y franceses, los unitarios hicieron fuerte uso de las técnicas de difamación, siendo posiblemente los más conocidos, los libros de “relatos al cuento” escritos por Sarmiento (Facundo) y Rivera Indarte (Tablas de Sangre). El primero redactado en Chile, en el autoexilio voluntario del supuesto “padre del aula”; y el otro escrito en Uruguay, también en el autoexilio del referenciado “intelectual”, de no muy abundantes ni destacadas obras literarias.
Los supuestos muchos hechos de violencia, expuestos en ambos libros, no abundan en mayores precisiones, por lo que las fundadas opiniones de historiadores revisionistas, los consideran elementos propagandísticos en formatos librescos.
Por supuesto, los historiadores de la corriente mitrista (también llamada academicismo), dan total supuesta credibilidad, a ambos libros de contenidos propagandísticos distorsionadores.
La Academia Nacional de la Historia, ente ad hoc creado por y para los fines del basamento cultural liberal, impuesto por el establishment, es el mismo que oculta lo que no cuadra con sus “pensamientos históricamente correctos”, y exalta o incluso fabula los argumentos históricos funcionales a esos poderes político – económicos alineados al “pensamiento correcto”, muy benévolo respecto a los intereses y simpatías de las potencias imperiales de turno.
Por algo, en las escuelas primarias y secundarias, con cierta sutileza, se fijaba el concepto de la “dictadura del siglo XIX” (Rosas), y la “dictadura del siglo XX” (Perón), ocultándose que los supuestos “custodios de la libertad” que los derrocaron, fusilaron, torturaron, encarcelaron y persiguieron, a todos los que no se subordinaran a sus dictatoriales designios.
Por supuesto, se omitieron y taparon las referencias históricas a los genocidios perpetrados por Urquiza luego de la batalla de Caseros (como los asesinatos de Chilavert y el masivo del Regimiento Aquino, entre muchos otros cargados de vengatividad); los de Mitre en su presidencia y la de Sarmiento; así como ni se mencionaba el aberrante bombardeo de Plaza de Mayo, cobardía salvaje de los supuestos “custodios de la patria”, que utilizaron las armas de la Patria para masacrar al propio pueblo.
En todos esos casos, así como en otros períodos de gobiernos, la maledicencia activa (inventando o exagerando hechos negativos de enemigos políticos del establishment), como maledicencia pasiva (ocultando aspectos positivos de quienes los sectores antinacionales buscan descalificar), ha sido y es una intensa actividad, que asume diferentes vías de acciones, para conseguir sus impresentables objetivos reales.
Un caso notable para analizar, es la muy fuerte campaña de pretendido desprestigio, que ciertas progresías muy activas y a veces violentas, pero muy poco ilustradas sobre bases documentales históricas sólidas, emprendieron contra la memoria y el accionar del dos veces presidente, Julio Argentino Roca.
Esas progresías “compraron” con mucho fervor la versión, de fuerte corte ultra indigenista, difundida por el activista germano – argentino Osvaldo Bayer, en particular lo referente a la pretendida “nación” mapuche (¿puede existir una nación dentro de otra???).
Esas progresías, en los hechos enroladas en lo antinacional, evidencian desconocer que la ONG Mapuche Nation les dicta el “libreto” a los activistas locales del ultraindigenismo, que en varios casos -en Argentina y en Chile-, incluso perpetraron hechos de violencia, sembrando ese curioso “racismo inverso”, de odio visceral a toda población de tipo caucásico.
Tampoco esas progresías, no parecen razonar que, curiosamente, coinciden con sectores de la oligarquía y “adherentes vocacionales” a las mismas, en sus prédicas y acciones muchas veces violentas, del “antiroquismo a ultranza”.
Pero para entender las “tramas finas” de algunas posturas y acciones, se debe conocer la Historia Argentina.
Los sectores intelectuales (o pretendidamente de serlo) afines a la oligarquía, y por ende al liberalismo, son por regla general, cerrados adherentes al mitrismo, a cuyos ejes doctrinarios siguen, desde la Academia Nacional de la Historia. Y el odio de esos sectores a Roca, seguramente se vincula con las varias derrotas, en lo político y en lo militar, que Julio Argentino propinó a “Don Bartolo”, impidiéndole de hecho que acceda a su segunda presidencia, la cual pudo ser más nefasta que la primera y única.
Por eso, ocultan muchos logros notables de Roca, quien, entre sus múltiples acciones, terminó con el accionar nefasto de los malones, y afirmo la soberanía argentina en la Patagonia, en el Gran Chaco y en Misiones, además de crear el Correo Argentino, modernizar a las Fuerzas Armadas (permitiendo el acceso a las mismas a sectores excluidos de la oligarquía), y con su Ministro de Instrucción Pública, fue el real gran alfabetizador de la población.
Por algo, el notable historiador Jorge Abelardo Ramos, afirmó enfáticamente “sin un Roca no hubiera existido un Perón” (en la Historia Argentina).
El dos veces presidente Hipólito Yrigoyen fue muy atacado por los difamadores al servicio del establishment ultra liberal en lo económico y ultra conservador en lo político, al punto tal que, al ser llevado preso por los golpistas en 1930, su modesta casa fue invadida por la turba enardecida, y sus paredes destruidas, buscando inexistentes lingotes de oro, que la maledicencia afirmaba que los atesoraba mal habidos. Notable paralelismo con las destrucciones perpetradas en su casa, en Santa Cruz, soportadas por Cristina Fernández, así como las absurdas excavaciones en suelo patagónico, con las cuales pretendían buscar “el PBI que -supuestamente- se robó”. Acusación esa última que demuestra no tener ni idea acerca de la enorme magnitud de un PBI.
Esta exmandataria, también fue acusada, sin prueba alguna, de poseer cuentas en algunos “paraísos fiscales” adonde muchos fugadores llevan fondos mal o dudosamente habidos. Pero cuando los datos de fugas de divisas involucran a vinculados al establishment antinacional, los grandes medios de difusión ponen sordina y no difunden, o lo hacen muy poco.
Volviendo al golpe de Estado de 1930, las maledicencias con las que atacaban a los dos Generales Ingenieros que condujeron y engrandecieron a YPF – Mosconi y Baldrich -, fueron potenciadas con persecuciones judiciales, encarcelando injustamente a Baldrich.
En la década del peronismo inicial (1945-1955), las acciones de difamación y de inculcar desprecio visceral, contra Perón, y en particular contra Eva, fueron prácticamente constantes, y en el caso de Evita, tuvieron fuertes componentes clasistas, enfatizando -como algo supuestamente vergonzante- el origen humilde de la muy activa esposa del presidente.
La burda mala fe de los ataques llegó a las peores bajezas, al escribirse en las paredes de Buenos Aires “viva al cáncer”, en alusión al cáncer terminal que truncó la vida de Eva Duarte, tan amada por los humildes como odiada por oligarcas y sectores retrógrados de los uniformados.
Con el golpe de Estado de 1955, con ciega hipocresía, se declamaba “defender la libertad y la democracia”, mientras se encarcelaba y torturaba, y se proscribía al sector político mayoritario, incluso penándose con cárcel por el solo hecho de mencionar a Perón, a su sector político y otros dirigentes o sectores vinculados.
Fueron los que insólitamente bombardearon al propio pueblo, con total saña, “para defender la democracia” o conceptos similares. Eran los uniformados, que gritaban “viva la patria”, mientras bombardeaban los depósitos de combustibles en Mar Del Plata, y amenazaban con destruir la refinería de La Plata, por entonces la mayor del continente.
Todo eso y otras aberraciones, eran defendidas por “comentaristas espontáneos, que en las esquinas céntricas de las ciudades, atacaban con habilidad de “comunicadores especializados” al gobierno depuesto, mientras que justificaban y alababan a la tiranía de los golpistas “gorilas”, sector que todo indica, fue génesis del muy negativo “partido militar”, cargado de liberalismo apátrida, hoy redefinido como “milicos proceseros”.
Similares mensajes monocordes, con abundantes difamaciones contra los depuestos, y con loas a los supuestos “demócratas” excluyentes del pueblo común, eran repetidos en los años ’50 y ’60, en las radios de onda corta y en los “grandes diarios nacionales” editados en la Capital, impidiendo toda opinión contraria. ¡Feroz censura, en nombre de la abstracta libertad!
Las metodologías básicas no habrían cambiado mucho, en las seis o siete décadas posteriores a aquellos hechos, pero las sutilezas de la desinformación activa seguramente tuvieron marcadas evoluciones, instalando severas confusiones conceptuales y desinformaciones en grados severos, en amplios sectores de la población, en particular entre los uniformados.
Seguramente, analizando esos últimos conceptos, se pueda entender como pudo llegar al poder formal, quien con claro desprecio al grueso de nuestro pueblo, pudo afirmar, entre otras aberraciones y en medio de groseras expresiones, que las personas podrán elegir entre los sueldos que se le ofrezcan, o morirse de hambre voluntariamente. ¡Como se nota que nunca padeció desempleo y miseria, ni la frustración de no poder llevar el pan a sus hijos, el verborrágico presidente, ni sus cómplices! Claro que el libertario que lo dijo, no tuvo hijos, como para entender las angustias de los empujados a la miseria y al desempleo crónicos, al ser impedidos de solventar lo esencial para sus familias.
Claramente, el tema no se agota. Es para analizar in extenso, como se pudieron instalar tan severas confusiones, entre los jóvenes, los gerontes que avalaron con sus votos las miserias a las que los condenan las leoninas medidas económicas, y muchos otros sectores muy confusos o cómplices del desguace general, que parecen medrar en el conformismo cómplice, instalado por diversos
operadores que actúan sobre la opinión pública, mientras que la cruda realidad los empuja a la miseria y la exclusión.
El tema, por supuesto, no se agota.