Biden y el belicismo del Estado profundo: la vuelta a la doctrina del gran garrote

Escribe Carlos Andrés Ortiz

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Ríos de tinta corrieron, por parte de periodistas muy superficiales, en diversos medios, sobre todo los concentrados, referente a la reciente elección presidencial de EEUU, y salvo alguna que otra opinión objetiva y bien fundamentada, casi todos en tropel, tomaron partido a favor de Biden, denostando a Trump.

Poca o nula objetividad, y casi nadie puso en claro que los intereses y el accionar neocolonialista de EEUU, en lo esencial no se modificaría con uno u otro.

Pero hubo algunas significativas diferencias, en lo referente a la agresividad fáctica en las acciones exteriores de uno y otro candidato presidencial.

Más allá de constantes acciones ampulosas y frases grandilocuentes de Trump, y sin desconocer actos de imperialismo al estilo decimonónico, no debe desconocerse que no inició ninguna nueva guerra y que incluso estaba implementando un plan de disminución de las tropas de ocupación de EEUU desplegadas en el mundo.

Trump tensó mucho la cuerda de amenazas de agresiones militares directas, en los casos de Corea Del Norte, Irán, Venezuela, e incluso el Mar de China, pero no pasó de “mostrar músculos” sin encender la chispa letal de la guerra, o tampoco incurrió masivamente en los “bombardeos preventivos” u otros intervencionismos bélicos.

Claro que apeló a otras metodologías neocolonialistas, como las claras injerencias en el golpe de Estado oligárquico – militar de Bolivia; en el formato de operetas judiciales – mediáticas, con condimentos de “servicios” de mentalidades cooptadas por intereses antinacionales, practicados según conveniencias oligárquico – colonialistas (en Brasil, Ecuador, Argentina, y latentes en toda Íbero América); e incluso utilizó escandalosamente al FMI para apoyar al gobierno neoliberal de tinte perpetrador de negociados alevosos explícitos del macrismo.

Pero parecería que el Estado profundo que es muy proclive a la violencia bélica como metodología de “convencimiento” utilizada contra países “indóciles”, con Trump no dominaba todos los resortes del poder; mientras que Biden sería un componente visible del “deep state” (el Estado profundo, que en Gran Bretaña es llamado El Poder Detrás del Trono), por lo que con el nuevo presidente, el complejo industrial – militar y los sectores duros, los halcones belicistas, se diría que se manejan en perfecta sintonía con el ejecutivo.

Claro que el propio estilo del accionar de Trump, con su proceder confrontativo, con aristas algo toscas, y algo o mucho de real o impostada arrogancia, lo hacían y hacen un blanco fácil para recibir críticas masivas, que mostrando sus múltiples flancos complicados, facilitaron las tareas de comentaristas superficiales u operadores semi encubiertos, alineados con lo “políticamente correcto”.

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A la vez, un economista muy bien fundamentado, como Paul Krugman, no ahorró críticas al accionar del poder de los Republicanos, que con Trump en lo referente a la seguridad social y la salud pública parecerían operar en línea con los sectores recalcitrantes del neoconservadurismo; el mismo que concentró brutalmente la riqueza de la potencia más rica del mundo, en muy pocas manos, mientras creció la miseria y la exclusión a niveles escandalosos en la propia población de EEUU.

Como se puede ir desbrozando con mucho esfuerzo, la realidad de EEUU no es sintetizable en un par de carillas. Pero en lo geopolítico, Trump habría evidenciado un claro giro “hacia adentro”, buscando revertir indicadores económicos de bajo crecimiento, mientras a la vez no seguía al pie de la letra pautas muy agresivas en su política exterior.

Se podría decir que sin ser “amigable”, Trump no siguió el sendero belicista de Reagan y sus continuadores, incluyendo al muy belicoso “premio Nobel de la paz” (vaya ironía) Barack Obama.

Claro está que Biden no es una carmelita descalza, ni mucho menos.
De modales más cuidados, menos ampulosos, y de opiniones con apariencia mesurada, hizo fácil los comentarios que fueron presentándolo como el candidato “elegible” e incluso deseable, para el contexto geopolítico mundial.

Solo algunos pocos analistas debidamente profundos y basados en el historial de Biden y de las conexiones que parecían definir con bastante nitidez su real perfil, advirtieron anticipadamente acerca de la mucha sintonía del historial del hoy presidente, con los sectores más agresivos y belicosos, del “deep state” (Estado profundo) que es el gran poder real, que maneja el accionar estratégico del mega Estado anglosajón, que es sin duda la principal potencia militar del orbe.

Biden parece ser poco menos (o tal vez más) que un alter ego de Hillary Clinton, la frustrada candidata presidencial que se perfilaba como una potencial mandataria muy proclive a la violencia institucionalizada, como herramienta de disuasión o de “convencimiento” para sostener e incluso expandir el área de influencia de EEUU en el globo. Es de recordar que se divulgaron fotos de ella, muy compenetrada en las acciones directas y violentas en territorio extranjero, las cuales habrían significado un operativo de cacería contra Bin Laden, también sindicado como supuesto cerebro de atentados terroristas…aunque algunas opiniones sugirieron que “el terrorista” pudo actuar bajo otras órdenes en un operativo de falsa bandera.

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De ningún modo se está justificando ni menos alabando, acciones de barbarie, como las demoliciones de las Torres Gemelas.

Pero no por eso, se puede aceptar que “el gran país del norte” tome a terceros países como campo de acción propia, para operativos militares que son claras demostraciones del accionar neocolonialista del siglo XXI.
Por otra parte, tanto Hilary Clinton, como Joe Biden, serían partidarios de “tensar la cuerda” incluso por sobre toda prudencia, en las relaciones de poder contra Rusia y China, que son las potencias principales del Bloque Continentalista, el cual es el contrapeso que evita el mayor expansionismo del Bloque Atlantista, este último liderado por la dupla anglosajona (EEUU y Gran Bretaña), con el concurso cercano de Francia, seguidos por el resto de la Unión Europea y algunos otros países afines.

El bombardeo perpetrado en Siria, muestra la metodología descarnada de neocolonialismo explícito, con el que Biden intenta “marcar la cancha”. Nada les importa violentar la soberanía de otro país, ni los brutales derramamientos de sangre y muerte que deja como consecuencia.

En la misma línea, las amenazas contra Irán parecen ir en aumento, a la vez que se inmiscuye abiertamente en las fronteras de Rusia, en el marco de las complejas relaciones del gigante bicontinental con su vecino paneslavo que es Ucrania, inmiscuyéndose en las complejidades históricas territoriales de la estratégica península de Crimea.

Peligroso juego de forzar las relaciones, por parte de los halcones de EEUU, en una metodología que parecería ser una de las cartas extremas, de muy riesgosa aplicación ante el riesgo latente de un conflicto nuclear de dimensiones dantescas, con el que buscarían revertir la ya concreta pérdida de liderazgo económico mundial a manos de China; y los frenos al poder imperial belicista, que en los años ’90 y comienzos de este siglo parecía consecuencia irreversible e inmodificable del entonces Mundo Unipolar, pero que el accionar geopolítico y militar de Rusia impuso hasta ahora claros límites en diversos escenarios conflictivos a escala mundial, con apoyos explícitos a diversos países que no aceptaron intromisiones a sus soberanías.

Los argentinos no podemos olvidar que Biden sostuvo y seguramente sigue manteniendo una agresiva postura pro británica, en el irresuelto conflicto de Malvinas, Georgias y Sandwich Del Sur.

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