Glenn Greenwald: Jair Bolsonaro quiere silenciar la libertad de expresión en Brasil

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Por Glenn Greenwald. El autor es periodista y editor cofundador de The Intercept. New York Times. El 7 de noviembre, Augusto Nunes, un crítico de extrema derecha y simpatizante de Bolsonaro me atacó físicamente en un estudio de televisión y radio en São Paulo mientras estábamos al aire.

Este es el ejemplo más reciente y quizá el más vívido de cómo el movimiento de Jair Bolsonaro está asediando, amenazando y sometiendo a violencia a los periodistas y las organizaciones noticiosas en Brasil por el solo hecho de hacer nuestro trabajo.

El episodio ilustra el riesgo que corren la libertad de prensa y el orden democrático en Brasil —no solo con palabras sino también con violencia— a causa de este movimiento autoritario que ahora ostenta el poder en el quinto país más poblado del mundo.

En el pasado, Nunes —quien fue editor jefe de Veja, el semanario más importante del país— era un periodista destacado de los medios convencionales. Siete semanas antes de que me atacara, respondió en su programa de radio a una serie de revelaciones periodísticas que había publicado en The Intercept, en las que saqué a la luz casos de corrupción en los niveles más altos del gobierno de Bolsonaro.

Sin motivo aparente, solicitó que un juez del tribunal familiar investigara si mi marido, David Miranda —quien es diputado del Partido Socialismo y Libertad—, y yo estábamos cuidando bien de nuestros dos hijos adoptados. Argumentó que un juez debía investigarlo, dado que ambos trabajábamos.

Pero ese ataque a nuestra familia no fue fortuito. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, ha usado desde siempre su animadversión por la comunidad LGBT como un arma central de su arsenal político y me ha atacado en varias ocasiones por ser homosexual. Él y sus aliados han atacado a otros periodistas y activistas opositores.

Durante los últimos seis meses la cobertura de The Intercept al gobierno de Bolsonaro, el líder de derecha no solo ha amenazado en repetidas ocasiones y de manera pública con encarcelarme, sino que además nos ha acusado a mi marido y a mí de tener un matrimonio falso y haber adoptado niños brasileños, según él, para evitar de manera fraudulenta mi deportación. Con ese desagradable historial de ataques del presidente mismo, la agresión de Nunes en represalia por el trabajo periodístico que he estado haciendo tiene absoluto sentido.

En el programa en el que aparecí con Nunes, le dije al aire que el suyo había sido un acto de cobardía, porque nunca pediría una investigación como esa de los millones de parejas heterosexuales en las que ambos padres trabajan, incluyendo a sus propios jefes y colegas. Fue entonces que me atacó físicamente, y el video se hizo viral de inmediato en las redes sociales dentro y fuera de Brasil. Salí ileso, pero la reacción en Brasil a ese incidente dice mucho sobre el alto riesgo que corren la libertad de prensa y la democracia en esta nación.

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Aunque periodistas de los medios establecidos y funcionarios políticos de todo el espectro ideológico denunciaron el ataque de Nunes, las principales figuras del movimiento de Bolsonaro, incluidos los dos hijos del presidente que están en la política y su “gurú”, Olavo de Carvalho, lo aclamaron de manera explícita. Una opinión ampliamente compartida fue que la violencia en mi contra debería ser mayor la próxima vez, no una cachetada sino un puñetazo o algo peor.

El movimiento de Bolsonaro, al igual que muchas facciones autoritarias, prefiere la intimidación y la violencia en lugar del discurso cívico, en general en contra de sus adversarios, pero en particular en perjuicio de los periodistas a los que considera obstáculos. Como era de esperarse, el ambiente para los periodistas desde la elección presidencial de 2018 se ha vuelto mucho más peligroso que antes.

Otros periodistas han sufrido ataques similares. Patrícia Campos Mello, una periodista del diario más importante del país, publicó un reportaje durante la campaña electoral de 2018 sobre propaganda a través de mensajes de WhatsApp financiada de manera ilegal —y no declarada— por partidarios ricos de Bolsonaro. Por ello, fue objeto de amenazas creíbles de violencia durante meses y blanco de una red de noticias falsas altamente organizada y bien financiada que diseminó mentiras terribles sobre su persona.

En julio, una de las periodistas más famosas e influyentes de la nación, Miriam Leitão, de Globo, fue obligada a cancelar una aparición pública tras recibir un aluvión de amenazas después de que el presidente le lanzó algunos ataques.

Ese mismo mes, me invitaron a hablar sobre nuestras revelaciones periodísticas en un famoso evento literario en el poblado de Paraty, que usualmente convoca a escritores y periodistas de todo el mundo. Los organizadores del evento estaban tan preocupados por la cantidad de amenazas de violencia en mi contra que me pidieron que llegara en un pequeño bote en lugar de por tierra.

Tan pronto como llegamos, los partidarios de Bolsonaro arrojaron fuegos pirotécnicos directamente hacia donde nos encontrábamos. Durante mi discurso, continuaron lanzando fuegos artificiales en nuestra dirección, uno de los cuales cayó en medio de la multitud de 3000 personas y prendió fuego a una bandera. Tanto seguidores de Bolsonaro como miembros de su partido en el congreso celebraron esa agresión.

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Luego de que el mes pasado Globo publicó una investigación que revela los vínculos de la familia Bolsonaro con el asesinato de la concejala Marielle Franco en 2018, el presidente cumplió su amenaza de retirarle los fondos públicos al periódico. Desde hace mucho tiempo ha amenazado con hacerle lo mismo al diario Folha, e incluso prometió en el último discurso que pronunció antes de ser electo presidente que con él iniciaría una era de Brasil “sin Folha de São Paulo”.

Cuando en julio fui llamado a testificar ante el congreso sobre el reportaje de The Intercept, muchos miembros del partido de Bolsonaro exigieron que fuera arrestado antes de que saliera del edificio. Desde que comenzamos a publicar nuestro explosivo archivo sobre su gobierno, ni mi marido ni yo hemos salido de casa sin un equipo de guardaespaldas armados y un vehículo blindado.

Antes de su victoria en 2018, el presidente Bolsonaro pasó casi tres décadas como diputado en los márgenes de la vida política brasileña a consecuencia de su apoyo abierto a la brutal dictadura militar que gobernó el país hasta 1985.

Hace poco, el diputado Eduardo Bolsonaro, su hijo, y De Carvalho amenazaron de manera explícita con regresar a los decretos de la era de la dictadura en caso de que el desorden público requiriera represión, una situación que claramente están impacientes por provocar para poder llevar a cabo su verdadera meta, a menudo dicha con claridad: el restablecimiento de la tiranía.

Es por ello que quieren intimidación y violencia en lugar de política y periodismo. Lo necesitan como pretexto para desatar la represión que anhelan.

Por fortuna, la constitución de Brasil garantiza derechos de libertad de expresión que son aún más sólidos y específicos que los consagrados por la Primera Enmienda de la constitución estadounidense. En tanto que haya prensa libre, podremos no solo revelar la corrupción y los delitos cometidos por los actores más poderosos del país, sino además garantizar que la historia no se reescriba, que los horrores de las dos décadas del régimen militar de Brasil ni se encubran ni se olviden.

Precisamente por eso el movimiento de Bolsonaro nos tiene en la mira: saben que la transparencia y la libertad de expresión son los principales obstáculos para hacer que Brasil retroceda a sus días más oscuros. Cuanto más muestran su verdadero rostro, mayor es la resistencia que encuentran. El trabajo de los periodistas, el propósito de la libertad de prensa, es garantizar que esa verdad siga siendo clara.




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