Palabras, un desafío al discurso
El Presidente Mauricio Macri reclamó precisión:
“Cada vez tenemos que ser más precisos. Porque bastardeamos algo fundamental que es la palabra…”. Vamos entonces con el análisis de la precisión de las palabras, porque ahí radican interesantes desafíos para el Gobierno nacional.
Por ahora… discurso Está en danza la idea de un “país normal”. Pero ¿quién pudiera definir la normalidad? Es polisémica, cada quien la entiende como quiere. Eso no es un mito de gobierno. Este habla de un rumbo, de políticas públicas consolidadas que, identificables, son apropiadas por la ciudadanía y se perciben y adquieren forma de relato. El país normal no es fácilmente identificable. Todavía las posiciones políticas de la mayoría de argentinos son más explicables desde sus posturas ideológicas que desde el análisis concienzudo de las políticas públicas actuales. Casi como una prórroga del último resultado del balotaje, aunque con una novedad: la mayoría de la oposición no defiende con el mismo énfasis el pasado, tanto como la mayoría del votante oficialista no defiende con total convicción el presente.
En cambio sí hay discurso. Son vigas de una construcción que empieza a armarse sin que estén los planos aprobados, pero van formando una estructura más o menos sólida. Y ese edificio en construcción se va llenando de materiales que dan pistas de lo que se viene. Mucho del set lingüístico de Cambiemos transita sobre un sendero discursivo de expectativas de optimización personal, enumerando negativos a los que hay que vencer. “Somos distintos”, “se puede”, “decir la verdad”, “pesada herencia”, “no es tiempo de ideologías”, “escuchar a la gente”, “pobreza cero”, “trabajar por la unidad de los argentinos”. Mensajes esperanzadores, de superación individual, motivantes, pero sin precisión.
No sólo de eufemismos se vive. Un eufemismo es un tridente: suaviza ideas, silencia un término y oculta un concepto. Muchos tienen un uso incómodo: “reacomodamiento de precios”, “sinceramiento de tarifas”, “reducción de costos”, “amnistía fiscal”.
Otros son más elaborados y expanden su significado político: “normalización” (para argumentar el rumbo económico), “coordinación” (para que el equipo no tenga fisuras).
Los eufemismos son expresiones decorosas frente a decisiones políticas que pudieran presentarse cuestionables, así es que relativizan consecuencias no deseadas. Pero no tienen futuro. Son precisos (y prácticos) en su objetivo corto. Son medios, nunca fines.
Exaltación de la celebración futura. Aparecen pujas en la agenda. Mientras algunos se enfocan en la recesión económica (la oposición), el oficialismo se aferra a cuanto dato pudiese representar una noticia positiva. Pero el presidente, como primer comunicador, posa su eje discursivo en el futuro. Ha cambiado la “revolución de la alegría” por “una verdadera revolución del trabajo” (así lo anunció tras el Plan de Explotación del yacimiento Vaca Muerta). Reafirma discursivamente lo mismo que durante el primer semestre del 2016: “Esta apertura traerá un enorme proceso de inversión en el país, como no se veía en décadas”, al finalizar la Cumbre de Seguridad Nuclear.
Y más. No habrá obra pública, habrá “explosión” de obra pública.
El potente “decir la verdad” suele verse menoscabado cada vez más por una secuencia amesetada que ya lleva buen rato (y que pareciera servirle al oficialismo): un presente de gestión discreto en noticias positivas, una agenda generosa en noticias judiciales del pasado y un discurso ampuloso en resultados futuros. Esa trayectoria es vistosa. Espectacular a veces. Pero no es precisa.
Lo privado modela a lo público. ¿Lo modela?
4 dogmas pretéritos sostienen que lo privado es mejor que lo público. Adrian Wooldridge nos lo recuerda en la sección “Schumpeter” en The Economist. Que en los negocios hay más competitividad, justo lo que se necesita en un mundo hiper competitivo. Y nos hace ver que las concentraciones oligopólicas son predominantes. Que en lo privado hay más emprendedurismo, aunque lo cierto es que desde los ´70, el ratio de creación de empresas va en baja y actualmente más empresas mueren que las que nacen. Que en los negocios se va más rápido. Cuando muchas empresas desperdician meses o años para chequear decisiones o lanzamientos que empalidecerían a los tiempos gubernamentales. Y un cuarto punto es que la globalización es inevitable e irreversible. Sí, en un mundo donde la mayoría de los cambios políticos de impacto internacional viran hacia el nacionalismo y proteccionismo.
A ello agreguemos un detalle: la Comisión de Gobernanza Pública de la OCDE advirtió que el objetivo fundamental de la función pública es el gobierno, no la gestión. Y aclara que hay que prestar especial atención a valores fundamentales como la justicia, la equidad y la cohesión social. Y no deja de señalar que las consideraciones administrativas son también importantes pero secundarias. Vale decir, las preconcepciones del sector privado no aplican literalmente al sector público.
Por todo ello, no se trata pues del mejor equipo. Se trata de cómo piensa el equipo frente a lo público. Y no siempre es preciso ese pensamiento en un gobierno de tipo “managerialista” que, como afirma Alejandro Estévez”, lleva a la política a una “correcta” administración de las cosas, concibiendo al conflicto político como artificial, sustituible por un gerenciamiento técnico.
Las palabras de un gobernante son una mirada del mundo a través de un determinado constructo lingüístico que modelan una idea de país. “El estilo es el hombre” acuñó el naturalista Buffon. Un hombre y su equipo están modelando un nuevo país que empieza a aflorar, todavía impreciso desde sus palabras, si es que estas representan el futuro nacional.