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Una joven de Aristóbulo del Valle obtuvo el primer premio del Concurso Literario de Sadem Joven

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Las Comisión de la Juventud de la Sociedad Argentina de Escritores filial Misiones, Sadem, otorgó el primer premio en el Concurso de Anécdotas sobre Quiroga, a la joven narradora de Aristóbulo del Valle, Ana Paula Maier, de 18 años.
 
La ceremonia de entrega se realizó en el Club de Río el pasado 23 de febrero, en el marco del Encuentro de Escritores en Homenaje a Quiroga, evento que comenzó en la Casa de Quiroga del Teyú Cuaré por la mañana.
 
En la entrega del galardón, participaron las chicas integrantes y fundadoras de la Comisión de la Juventud: Sofía Martínez, Lara Cáceres y Valentina Mourelos, junto al escritor uruguayo Guillermo Lopetegui, investigador de la vida y obra de Quiroga.
 
La joven Maier se encuentra actualmente estudiando Traducción e Interpretación de Inglés en Posadas, y contó que desde pequeña escribe relatos, “desde muy chica me gustaba hacerlo”, manifestó.
 
El Certamen convocado por Sadem Joven proponía a los participantes contar sobre cómo conocieron a Horacio Quiroga. El jurado estuvo compuesto por Guillermo Lopetegui, escritor uruguayo investigador de Quiroga, Evelin Rucker, profesora universitaria de Letras y Anibal Silvero, escritor y actual presidente de la Sadem.
 
Los otros premiados del Concurso:
 
2° Premio- Darío de Jesús Ojeda (33) Corrientes Capital.
 
3° Premio- Angela Dorr (25) – El Soberbio, Misiones.
1° Mención Especial: Fernando Castillo (24), Posadas, Misiones.
2° Mención Especial: Yamila Ailín Drewes (21) San Ignacio, Misiones.
 
 
El relato ganador:
 
Somos Quiroga
 
Sentada sola al fondo del aula, como solía hacerlo todos los recreos mientras la mayoría de los niños de mi edad correteaba entre los árboles, mis pequeños dedos recorrían la tapa de un libro con hojas arrugadas. Entre ilustraciones simples, pero muy bellas y coloridas, se leía en una tipografía gruesa color naranja: Cuentos de la Selva, por Horacio Quiroga.
La maestra me lo había dado solo a mí. “Sé que te gusta leer, y además más adelante lo vamos a trabajar con tus demás compañeros”, me había dicho. Años más tarde interpreté este gesto como un amoroso intento de que la niña marginada de siete años no se sintiera tan sola.
En ese recreo comencé mi lectura; sin muchas expectativas, pero feliz de tener un libro en mis manos. A medida que avanzaba a través de los cuentos, me sentí desconcertada, pero un desconcierto… positivo, más parecido al asombro. ¿Corales, yacarés, tortugas, monte? Yo conocía todo eso. Era lo que corría por mi sangre. En una sociedad de globalización e imperialismo, donde todos los relatos que caían en mis manos eran desarrollados en ciudades lejanas de edificios altos y otras junglas de asfalto que yo desconocía, me gustó a mis siete años, leer un libro que me haga sentir en casa. Una Misiones que no era un mundo de fantasía ni una metrópoli ajetreada; si no más bella, más misteriosa y cautivante.
Pasaron los años y descubrí más de Horacio. Otros cuentos de amores apasionados, de muertes inesperadas. ¿Qué más acertado que escribir cuentos de amor, locura y muerte, si en esos tres elementos se resume de manera pura nuestra existencia humana? 
Más tarde, me tocó descubrirlo a Horacio como persona. Su complicado antecedente familiar, las enfermedades, los conflictos, cómo encontraba la paz perdiéndose en el monte. Y me vi reflejada en él nuevamente, ya en mi juventud. Visité su pueblo, de casualidad me enamoré allí, y caminamos de la mano por las calles que supongo que Quiroga habría caminado con su mujer. También pensé en terminar mi sufrimiento de manera trágica como el terminó el suyo, pero fui fuerte, ya que él no pudo. Visité su casa y por un segundo también la sentí mi hogar.
En Quiroga y su legado, me encontré, y asenté mi identidad manchada con tierra colorada. Personalmente, nuestras vidas tuvieron demasiadas similitudes como para que fuera casualidad descubrirlo, siento una conexión sobrenatural, como si llevara en mí partes de él. Pero también creo que si de verdad las vidas pasadas existen… pues, todos los misioneros fuimos un poco Quiroga.

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