Ahogado en un vaso retornable

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Harto estoy y harto estará usted de las malas noticias. Pareciera ser nuestro cotidiano un interminable sinfín de tormentos; Psicológicos, físicos y sociales que no terminan sino por corromper nuestra fe en la humanidad. Lo expresa quien les habla porque pertenece a la generación a la que no se le dio más consuelo que el que se encuentra en tiktok; chistes, motivación y humanidad, todos buscamos eso en la pantallita. Es tan profunda la dependencia emocional para con esta alegría “fastfood” que afrontar su abstinencia se asemeja al mismísimo fin absoluto.

Me vi absorto por la cómoda cama de algoritmos, la diversión a un click y el desahogo en un tweet. Me vine a enterar que, en realidad, mi existencia se veía reducida a una suma de datos, cuyo único propósito era entrenar una “Inteligencia Artificial” la cual, dicen, sabe más que yo. Dije entonces “¡¡¡Jaque mate!!! Fin del juego”.

Mi experiencia de vida reafirma, creo, mi más profunda certeza: Después de la muerte solo hay más vida. Tuve la suerte de crecer en un entorno natural, rodeado de gallinas y chanchos, y tuve más suerte aún de conocer el valor de aquello que poseo. Hoy soy quien en este portal escribe y quien enseña robótica en un pueblito, pero, ante todo, sigo siendo un campesino. Luego de abandonar el establecimiento educativo al que asistía decidí que el rumbo que decidiese tomar debería tomar por raíces la chacra. Sobre esta certeza decidí levantar cimientos materiales sobre la tierra que me vio crecer, tarea en la que aun hoy me avoco a tiempo completo. Estas decisiones me representaron un salto de fe ante aquello que parecía un abismo sin fondo, solo para, después de lanzarme, darme cuenta que el abismo estaba pintado en el suelo.

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En mi humilde pero acogedora morada no hay internet, sino tan solo una cama, un foco y un cachorrito que alimentar. La hipersimplificación vital que me representó haberme “independizado” trasformó no solo mi percepción del entorno, sino también la matriz misma de mi sentido existencial. Fui feliz… y me enorgullecí de aquella proeza. 

Pero sigo siendo uno más, uno del montón que, también por ser humano, siente empatía. Y vi a mis congéneres luchando por mantenerse en pie, tal y como yo supe estarlo, y me golpeó verlos privados de experimentar lo que donde vivo abunda; paz. Puede que estas líneas suenen egoístas, no faltará quien así lo señale, pero ello no intercederá en el mensaje que aquí intento comunicar.

Vi desde mi ventana a millones, a los que no se les privó solo de poseer algún día su propia vivienda, sino también de propósito. Los vi estudiar, trabajar, luchar e inmolarse sin saber decirme por qué. 

Siempre lucho por encontrar una explicación para estos fenómenos, y me desvelo en esa tarea. El día de hoy, un par de ojos rojos se rinden ante este monitor, solo para expresar mi perseverancia. Tengo mucha no, demasiada teoría y cosas que contar, pero creo que es más importante trascribir el motor que me mueve a escribir estos párrafos. 

Argumento la gravedad de la situación generacional con el siguiente ejemplo: Si voy hoy y le pregunto a mi amigo Mauricio; “Mauricio, ¿Qué estas haciendo para evitar el colapso social y ambiental que acabará determinando el futuro de tus nietos?” Mauricio me dirá “disculpá Camilo, estoy llegando tarde a trabajar”. Entonces yo le pregunto a los lectores: ¿Cuántos Mauricios conocen?

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¿Ven lo complejo del problema? 

Me ocupa trasmitir esperanza, pero, sobre todo, desde la certeza de su mera existencia. No vas a salvar al planeta comprando paneles solares, no lo harás reciclando, no lo harás comiendo solo vegetales, no lo harás levantándote todos los días un poco más temprano, no lo harás haciendo ejercicios, no lo harás meditando, pero, ante todo, no lo harás resignando aquello que te hace feliz. 

Mientras sigas haciendo tu rutina de abdominales, mientras sigas juntando tapitas reciclables, mientras publicas memes sobre cuidar el medioambiente, mientras, el capitalismo se encargará de acabar con todo…

Lo único que realmente representa un cambio mínimamente trascendente es que seas consciente de la decadencia que hoy mal llamamos normalidad. Y en consecuencia te construyas a ti mismo como un modelo de sociedad resiliente.

No es fácil enfrentarse al modelo económico más poderoso de toda la historia de la humanidad, pero doy fe que el muro se cae sin sus ladrillos.

Sin más que acotar, ya que el tamaño del artículo me lo impide, espero no sea este intento de desahogarme un aporte más a la confusión colectiva.

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