Tras el apagón: la comunidad tiene la fuerza necesaria para crear una humanidad distinta
El pasado lunes 28 de abril el mundo fue testigo del inédito apagón ocurrido en España, cuya noticia se viralizó rápidamente.
Pero el apagón no se limitó únicamente a ese país. Fue un evento de gran magnitud que afectó a toda la península ibérica, incluyendo España, Portugal y Andorra, así como, en menor medida, a zonas del sur de Francia. En total, más de 50 millones de personas se vieron afectadas por este corte de energía, considerado el mayor en la historia reciente de la región.
En un primer momento, era difícil no pensar que el colapso simultáneo de la red eléctrica europea fuese producto de un ciberataque, tal vez ejecutado mediante un PEM (Pulso Electromagnético). Un pulso electromagnético es un mecanismo capaz de sabotear componentes electrónicos a distancia y en un radio determinado. (Curiosamente, dos días después de este evento se estrenó la serie argentina “El Eternauta”, donde las consecuencias de un PEM son graficadas de forma atrapante y realista). Sin embargo, esta teoría se descartó rápidamente cuando los afectados notaron que sus teléfonos móviles seguían encendiendo, lo cual no habría ocurrido si el apagón se hubiera debido a un PEM. Entonces, surge la pregunta: ¿Qué fue lo que pasó? ¿Se trató de un atentado? ¿Una falla técnica? ¿Volverá a repetirse?
Lo que ocasionó el colapso fue que España posee un alto porcentaje de fuentes de energía renovable, como paneles fotovoltaicos y turbinas eólicas. Estas fuentes no son constantes: cuando hay sol o viento, se acoplan a la red y aportan lo que producen; pero si el día está nublado o el viento se detiene, deben desconectarse. Esta conexión debe ser precisa, ya que la red eléctrica debe mantener una oscilación estable de 50 Hz. El 28 de abril, las fuentes renovables estaban casi todas al tope de su producción, lo que llevó al límite los sistemas de prevención de fallas de cada planta energética. En ese contexto, bastó con que una central produjera apenas más de lo previsto para generar un colapso en cascada que afectó a casi medio continente europeo en menos de cinco segundos.
Este colapso nos permite pensarlo con una analogía: si las renovables deben seguir el ritmo de la red, podemos imaginar a las solares, eólicas e hidráulicas como músicos en una orquesta. La armonía de la melodía es la estabilidad de la red. Lo que ocurrió en España fue como si la orquesta estuviera tocando al máximo volumen —porque se les paga más cuanto más producen— y bastara con que un violinista tocara una nota fuera de lugar para que toda la composición colapsara. Pero hay un personaje clave que aún no nombramos: ¿quién dirige esta orquesta? Siguiendo la analogía, el director sería representado por las fuentes de energía no renovable. Las centrales nucleares o de gas natural, conocidas como generadores síncronos, son más estables y constantes, y esa regularidad es la que sostiene la frecuencia de la red. Las fuentes intermitentes, como las renovables, deben adaptarse a ese pulso. De no hacerlo, la red entera se desploma. Esto revela una vez más la fragilidad del relato de las energías “limpias”, que en realidad siguen siendo profundamente dependientes del sistema fósil.
Obviamente, el debate rara vez se enfoca en nuestra adicción desmedida de energía. En su lugar, se discute qué “mix energético” es más adecuado: más o menos fotovoltaicas, más o menos nucleares, más o menos importaciones, etc. Lo que se viralizó del caso español no fue el aspecto técnico, sino el fenómeno social. En las calles, durante el apagón, no estalló el caos: no hubo saqueos, guerras ni disturbios. Lo que se vivió fue otra cosa. Vecinos socializando, compartiendo recursos, quienes tenían paneles solares ofrecían cargar celulares y las radios a pila musicalizaban bailes y risas en veredas de toda la península.
Claro que la ausencia de transporte público, heladeras y comunicaciones habría generado un caos difícil de manejar si el corte se prolongaba más de 12 horas, lo que también nos habla de nuestra escasa preparación para un posible colapso del sistema. Si bien a muchos les encantaría imaginar un mundo sin celulares, abrir los ojos ante un colapso petroenergético es tan aterrador como mirar a la muerte cara a cara.
En redes sociales circularon videos de personas latinoamericanas burlándose de los europeos por su reacción neurótica a algunas horas sin luz, dando por hecho que en América Latina los cortes pueden durar días o incluso semanas. Si bien esto tiene algo de cierto, entender las implicancias de un colapso energético total va más allá de la duración de un apagón. Está arraigado en nuestra cultura, nuestras comodidades, nuestros proyectos de vida y nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza.
En síntesis, reconocer la existencia de un inminente decaimiento en los índices de extracción y producción de recursos implica asumir que, lo que tendremos que enfrentar será algo para lo cual ni Europa ni Latinoamérica están realmente preparadas. Sin embargo, lo ocurrido en España fue la muestra de que hay más allá del colapso. La respuesta natural y no inducida de las personas ante la ausencia de la energía, en este caso eléctrica, habla de una esperanza ante lo que se vende en Hollywood con lo que se supone que implica el colapso de la civilización como la conocemos hoy. Al igual que con la DANA que ocurrió en Valencia, también España, podemos notar un patrón: la comunidad tiene la fuerza necesaria para crear una humanidad distinta.