Bolsonaro, ArgenSuecia, el gobierno de los Fernández y las vacunas que no llegan

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En las discusiones sobre la marcha (la no-marcha, mejor decir) de la campaña de vacunación, se suele hacer hincapié en la cantidad de dosis importadas o aplicadas. Se esconde, bastante bien, el porcentaje que tal cantidad representa sobre el total de la población. Se esconde mejor todavía, la magnitud del esfuerzo restante. Parece que nadie quiere levantar la vista del piso y mirar al horizonte, temiendo el vértigo que produce la sospecha de un abismo cercano: para lograr la inmunidad total hacen falta 90.000.000 de pinchazos. Unos 70.000.000, la de “rebaño”. Y hay que hacerlo, para que sea eficiente, en cinco o seis meses, a un ritmo de vacunación de entre 12 y 14 millones de dosis por mes. O lo que es lo mismo, un promedio por encima de 400 mil personas por día (incluyendo fines de semana y feriados) para “el rebaño”; medio millón, para la totalidad. Con ese ritmo, el problema estaría solucionado hacia setiembre-octubre. Basta con pensar en lo sucedido en este año de encierro, para darse cuenta de que la verdadera estrategia del gobierno no es la vacunación, sino más bien, en una mezcla de sueco y portugués a la Bolsonaro, un macabro “morirán los que tengan que morir” (siempre que no sean de la Cámpora…).

No se puede entender de otra manera que, mientras se acerca el invierno, circula la variante de Manaos, se acaban las vacunas y no se inoculó ni siquiera a toda la población que vive en geriátricos, se festeje la presencialidad educativa, cuyos efectos ya estamos viendo. La falacia más peligrosa que hemos escuchado repetidas veces estos días consiste en la subestimación del efecto “pandémico” de esta presencialidad, en particular, la mentira de que los alumnos no se contagian y no contagian. Según las estadísticas oficiales, en un 2020 en el que los alumnos no pisaron las aulas, los contagiados de entre 0 y 19 años sumaban 150.000 niños y adolescentes, un 9 % del total. Esto cuestiona el cálculo que supone que sólo el 0,17% de los 700.000 participantes de la presencialidad se contagiaron luego de un mes de clases. Se confunde la totalidad de los miembros del sistema con los que realmente están asistiendo (muy pocos y por una fracción del tiempo real). Tampoco es cierto que las clases comenzaron hace un mes: el retorno se implementó, en el papel, en un proceso escalonado del 17 de febrero al 8 de marzo. Esta “vuelta al cole” no es la “presencialidad” normal: en general, los alumnos solo tienen clase dos o tres días por semana, con horarios recortados y jornada simple, sin contar que una masa importante está “dispensada”, por los riesgos que sus familiares ancianos o con co-morbilidades corren en el caso de contagiarse. 

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Esta presencialidad muy limitada (y por lo tanto, muy poco eficiente en términos pedagógicos), no ha dejado, sin embargo, de impactar en las cifras. Un informe de la publicación El correo docente, compara la incidencia de casos de Covid en chicos de 3 a 13 años de la primera semana de clases presenciales, con la de semanas previas, a partir de cifras del Ministerio de Salud. El resultado es contundente: en CABA la cantidad de casos creció un 59%, un 56,9 en Córdoba, 182% en Tucumán, 135% en Mendoza, 125 en Salta y 257 en Corrientes. Otras provincias tienen guarismos menores o no hay datos suficientes todavía. Está claro que el inicio de clases presenciales es una medida demagógica que no mejora la calidad de la educación impartida durante el 2020 y que está motivada por las encuestas. Razonablemente, las familias se resienten por la falta de ese contenedor social que es la escuela y, con justa causa, reclaman su restablecimiento. Pero en ausencia de una vacunación masiva, la presencialidad es imposible. Con más razón, una presencialidad “trucha”, que aumenta el peligro que representa la pandemia, sin aportar demasiado a la educación de los niños.

Así las cosas, lo único que puede salvar al país de un nuevo cierre o de un horizonte “Manaos”, es una vacunación masiva. Se puede hacer: millones de vacunas se aplican todos los años solo para la gripe común. De hecho, la red de 10.000 farmacias de la Confederación Farmacéutica Argentina ha declarado poder vacunar a 5 millones de personas por mes, casi la mitad del ritmo vacunatorio necesario del que hablábamos al comienzo. El problema es sencillo: no hay vacunas. Y no hay vacunas porque este gobierno es un gobierno de inútiles. Inútiles para conseguir las vacunas, para conseguir el dinero necesario para pagarlas y para trazar las alianzas adecuadas para traerlas. Pero, sobre todo, inútiles para medir el alcance del problema que nos aqueja. Solo a alguien que no ha sido capaz de percibir esto último, se le puede ocurrir que basta con algunos spots, unas pocas vacunas y anuncios espectaculares que nunca se cumplen, mientras pasa el tiempo y la biología resuelve a su manera, cruel y despiadada, un problema que ya se ha llevado más de 50.000 vidas.

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