La brecha de género de la COVID-19

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La pandemia de COVID-19 amenaza con revertir las mejoras registradas en las oportunidades económicas de las mujeres y en ampliar las brechas de género que aún persisten, pese a 30 años de progresos.

Un diseño adecuado de las políticas para impulsar la recuperación puede mitigar los efectos negativos de la crisis sobre las mujeres y evitar nuevos retrocesos en la igualdad de género. Lo que es bueno para las mujeres es, a la larga, bueno para abordar la desigualdad de ingresos, el crecimiento económico y la resiliencia.

¿Por qué ha tenido la COVID-19 efectos desproporcionados sobre las mujeres y su situación económica? Son varias las razones.

En primer lugar, las mujeres tienden a trabajar más que los hombres en los sectores sociales, como son las industrias de servicios, comercio minorista, turismo y hospitalidad, que requieren interacciones personales. Estos sectores son los más afectados por las medidas de mitigación y distanciamiento social. En Estados Unidos, el desempleo entre las mujeres fue dos puntos porcentuales superior al de los hombres entre abril y junio de 2020. Debido a la naturaleza de sus empleos, el teletrabajo no es una opción para muchas mujeres. En Estados Unidos, aproximadamente el 54% de las mujeres que trabajan en sectores sociales no pueden hacerlo a distancia. En Brasil, es el 67%. En países de bajo ingreso, como mucho solo aproximadamente el 12% de la población puede trabajar a distancia.

En segundo lugar, las mujeres tienden a trabajar en el sector informal más que los hombres en los países de bajo ingreso. El empleo informal —que suele remunerarse en efectivo sin ninguna supervisión oficial— deja a las mujeres con un salario menor, sin protección de la legislación laboral y sin prestaciones como pensiones o un seguro médico. Los medios de vida de los trabajadores informales se han visto muy afectados por la crisis de la COVID-19. En Colombia, la pobreza entre las mujeres ha aumentado un 3,3% debido a la paralización de las actividades económicas. La Organización de las Naciones Unidas estima que la pandemia aumentará en 15,9 millones el número de personas que vive en condiciones de pobreza en América Latina y el Caribe, hasta situarlo en 214 millones de personas, muchas de ellas mujeres y niñas.

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En tercer lugar, las mujeres tienden a realizar más labores domésticas no remuneradas que los hombres, unas 2,7 horas al día más para ser exactos. Ellas soportan la carga de las responsabilidades del cuidado familiar derivadas de las medidas de paralización, como los cierres de escuelas y las precauciones para los padres mayores y vulnerables. Tras el levantamiento de las medidas de paralización, la vuelta al trabajo de las mujeres está siendo más lenta. En Canadá, el informe sobre empleo de mayo muestra que el empleo de las mujeres aumentó en 1,1%, en comparación con el 2,4% de los hombres, debido a que persisten cuestiones relacionadas con el cuidado de los hijos. Además, en las familias con al menos un hijo menor de 6 años, es aproximadamente tres veces más probable que el padre vuelva al trabajo a que lo haga la madre.

En cuarto lugar, las pandemias suponen para las mujeres un mayor riesgo de pérdida de capital humano. En muchos países en desarrollo, las chicas jóvenes se ven forzadas a abandonar la escuela y trabajar para complementar el ingreso del hogar. De acuerdo con el informe del Fondo Malala, el porcentaje de niñas que no asisten a la escuela prácticamente se ha triplicado en Liberia tras la crisis de ébola y, en Guinea, las niñas tienen una probabilidad un 25% menor que los niños de volver a matricularse. En India, desde que entró en vigor el confinamiento de la COVID-19, en los principales sitios web de matrimonios las nuevas inscripciones han registrado aumentos del 30% , debido a que las familias quieren concertar matrimonios que aseguren el futuro de sus hijas. Sin educación, estas niñas sufren una pérdida permanente de capital humano, lo que interrumpe el crecimiento de la productividad y perpetúa el ciclo de pobreza entre las mujeres.

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Es fundamental que las autoridades económicas adopten medidas que limiten los efectos prolongados de la pandemia en las mujeres. Algunas de esas medidas podrían consistir en ampliar el apoyo a los ingresos de la población vulnerable, preservar los vínculos laborales, ofrecer incentivos para compaginar el trabajo con las responsabilidades del cuidado familiar, mejorar el acceso a la atención sanitaria y la planificación familiar y ampliar el apoyo a las pequeñas empresas y trabajadores independientes. También es una prioritario eliminar los obstáculos legales que impiden el empoderamiento económico de las mujeres. Algunos países no han tardado en adoptar algunas de estas políticas.

  • Austria, Italia, Portugal y Eslovenia han introducido el derecho legal a la licencia (parcialmente) remunerada para padres con niños menores de cierta edad, y Francia ha ampliado las licencias por enfermedad para padres afectados por los cierres de escuelas que no dispongan de formas alternativas de trabajo o de cuidado de los niños.
  • Las mujeres líderes latinoamericanas han creado la «Coalición para el empoderamiento económico de las mujeres», como parte de un esfuerzo más amplio a nivel de todo el gobierno para aumentar la participación de la mujer en la recuperación económica tras la pandemia.
  • En Togo, el 65% de los participantes en un nuevo programa de transferencias monetarias móviles son mujeres. El programa permite que los trabajadores informales reciban donaciones equivalentes al 30% del salario mínimo.

A más largo plazo, pueden formularse políticas que aborden la desigualdad de género mediante el establecimiento de condiciones e incentivos para que las mujeres trabajen. Tal como ya se analizó en un blog reciente, son especialmente eficaces las políticas fiscales con perspectiva de género, como la inversión en educación e infraestructura, los subsidios para el cuidado de los hijos y los permisos de parentales. Estas políticas no solo son cruciales para eliminar factores que impiden el empoderamiento económico de las mujeres, sino que también son necesarias para fomentar una recuperación inclusiva tras la COVID-19.

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