Los 50 años del Movimiento Agrario Misionero: muchos muy pobres, unos pocos muy ricos

Escribe Pablo Fernández Long

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Por Pablo Fernández Long, Misiones Tiene Historia. – A fines de 1960, en Misiones, las familias de pequeños agricultores se encontraban en una situación de pobreza y desprotección difícil de imaginar hoy.

Los colonos, junto a los peones rurales, eran los grandes perdedores en un negocio que enriquecía de forma obscena a un puñado de terratenientes, industriales y comerciantes. Las causas de esta situación de explotación despiadada eran muchas e irán quedando en evidencia a lo largo de esta nota y de las que le seguirán. Pero podemos señalar algunas.

En primer lugar, el minifundio, el modelo de colonización, que en Misiones había convertido a los agricultores en esclavos en su propia tierra. Esas pequeñas chacras de 25 o 30 hectáreas, escasas desde un comienzo, se habían vuelto completamente insuficientes, por la subdivisión a través de las sucesivas generaciones, y por la degradación del suelo, una vez agotados los nutrientes dejados por el monte, destruido, y empobrecido por el cultivo intensivo. 

A esto se sumaba el accionar abusivo y la ambición desenfrenada de los empresarios del sector que pagaban miserias por un producto que, después de un proceso de industrialización no muy tecnológico ni de gran inversión, vendían a precios descontrolados, gracias a su posición oligopólica en el mercado.

Y hay que mencionar también la responsabilidad del Estado y de los distintos gobiernos oligárquicos que habían dejado en bandeja este negocio a esos sectores de la industria y el comercio de la yerba, el té, el tabaco y el tung.

La palabra certera de Rodolfo Walsh nos cuenta cómo era esa realidad, en una nota publicada por la Revista Panorama, en diciembre de 1966, tras una larga recorrida por Misiones y otras provincias del Noroeste argentino. Aquí un pequeño fragmento:

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“Emilio Korach renguea todavía. Era colono y este año debió pasar a peón. El primer día de trabajo en la planta metalúrgica del Zaimán, se quebró una pierna.

    ¿Y cómo va? –le digo.

El hombre mira su yerbal.

    Estoy aplastado –responde pausadamente. Nací aquí en San Ignacio, tengo cuarenta y siete años, y usted me ve así. Nunca pude llegar a nada, porque simplemente he sido un agricultor honesto y sigo las leyes que dictan los gobiernos. –Su mirada clara se ahonda al resumir la experiencia de su vida –. El agricultor misionero, con el asunto yerba mate, no tiene ninguna chance.

A todo lo ancho de Misiones, quince mil colonos repiten lo mismo en todos los tonos, con vestigios de todos los idiomas.   

El polaco Saleski ha venido a Santo Pipó con su tractor. No quiere comentar la situación.     

    Misiones va a venir capuera –profetiza enigmáticamente.

Parecería que no se puede descender más. Pero se puede. Por debajo del agobio de los pequeños colonos se extiende, casi insondable, el hambre y la desesperanza de veinticinco mil peones rurales”.[1]

Juan Carlos Berent, fundador del MAM, tenía en ese entonces 16 años, y recuerda así ese tiempo:

“Nací en Colonia Alberdi el 10 de febrero de 1950. 

  Mi papá, Enrique Berent había llegado a estas tierras desde Bonpland, en 1936, abriendo las primeras picadas, con la ilusión de trabajar la tierra y progresar. Pero abrir las picadas y hacer producir la tierra resultó más fácil que enfrentar la explotación, que apenas dejaba a los colonos una miseria para sobrevivir y sólo enriquecía a industriales, comerciantes y exportadores sin escrúpulos.

   Mi mamá, Regina Scher, todos los días ordeñaba sus vacas y cuando yo me levantaba iba con mi jarrito donde ella estaba ordeñando, mamá soplaba la espuma de su “caneca” donde estaba ordeñando y llenaba mi jarrito; con eso me iba a desayunar una trincha de pan, que preparaba mi hermana Elsa, con miel de caña o con grasa de chancho con azúcar arriba, y por supuesto el jarro de leche, tibia todavía.

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   Mi papá trabajaba en la chacra, con el tabaco y con la yerba, y en aquellos años ya nos dábamos cuenta que la cosa no iba… Veíamos las injusticias que sufrían nuestros padres, y nosotros mismos como jóvenes.

    Pero un día dijimos ¡BASTA!”.[2]

Parafraseando a Carlos Puebla podemos concluir diciendo:

“Aquí pensaban seguir

Ganando el ciento por ciento

Y seguir de modo cruel

Contra el pueblo conspirando

Para seguirlo explotando

Y en eso apareció el MAM

Y se acabó la diversión

Llegó el MAM y mandó a parar”.

Por Pablo Fernández Long

[1]El violento oficio de escribir. Rodolfo Walsh. Obra periodística (1953 – 1977),       Ediciones de la Flor, 2010.

[2]Desde Misiones, memorias montoneras. Pablo Fernández Long, Juan Carlos Berent y Miguel Fernández Long, EDUNAM, 2019.

Epígrafe de la imagen: La Familia Peczak en su chacra de Los Helechos, circa 1955. Pedro, arriba en el centro, con sus padres, hermanas y hermanos. Años de sacrificios y trabajo durísimo los convencieron de que, si querían justicia y dignidad, debían luchar por ella.

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