Turquía, al calor de las masas

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Miles y miles de turcos se movilizan hace más de una semana en su país, al menos en 55 de 81 distritos. Todos ellos con una misiva de descontento generalizado con el gobierno de Erdogan tras el arresto de Imamoglu, el alcalde de Estambul. Si bien hay acusaciones cruzadas de vínculos con el terrorismo hacia el opositor y de falta de libertad de expresión hacia el oficialista, lo cierto es que hay una idea más profunda acerca de la transformación que Erdogan necesita para generar su último gran cometido al frente de Turquía. 

Detención, “terrorismo” y a las calles 

Ekrem Imamoglu es el alcalde de Estambul, la ciudad más fuerte en términos históricos del país, el mismo fue arrestado arbitrariamente por las fuerzas de Erdogan el 19 de marzo, acusado de casos de corrupción y de lazos con el terrorismo. 

Cierto es que hace tiempo que el PKK o el brazo armado socialista kurdo es una piedra en el zapato para Erdogan, conocido es que son sus enemigos públicos Nº1, y que ha llevado una imperante gesta de confrontación, desde lo diplomático y cultural hasta lo coercitivo en términos de fuerza. Sin embargo, en el caso de Imamoglu, la cosa es más política que de terorrismo. 

El máximo opositor a Erdogan fue detenido por causas políticas. La popularidad de Imamoglu se disparó en los últimos años y además concentra el deseo de las zonas metropolitanas más fuertes de Turquía de afianzar la socialdemocracia y maximizar los esfuerzos por occidentalizarse. Además de ello, es un líder que responde con cierto humor en rueda de prensa, casi como tomándose a la ligera lo que sucedía (hasta su detención), con una manera descontracturada de vivir la política, algo que dista mucho del mandato férreo y autoritario de Erdogan. Sumado a ello, el presidente de Turquía está hace 22 años en el poder con su tercer mandato y, salvo una modificación o reforma constitucional, no podrá volver a ser presidente tras el 2028.

Otro suceso que demuestra que la detención de Imamoglu es política, da cuenta que había sido electo dentro de su partido como el único que lo encabezaría en las próximas elecciones presidenciales en Turquía. Allí, Erdogan vio materializado su mayor miedo de confrontación electoral. 

Su detención, lejos de sofocar todo intentó de rebelión institucional, generó una rebelión real en las calles, autoconvocados que saltaron como cuando le echan gasolina al fuego. En la redada donde atraparon a Imamoglu, fueron alrededor de 100 personas más las que cayeron en manos del régimen de Erdogan, entre ellos, políticos, empresarios y periodistas. En cuanto a las protestas que se extienden desde el 19 de marzo cual polvorín en la ex Constantinopla, ya son más de 1000 detenidos de distinta índole, dejando imágenes durísimas como la brava represión policial sin hastío hasta un singular hombre disfrazado de “Pikachu”, quien rápidamente se hizo viral y, sin querer queriendo, se convirtió en un símbolo que representa la lucha en las calles de Turquía. 

La táctica de Erdogan fue equivocada, y el “sultán del siglo XXI” pocas veces se equivoca. La arbitrariedad resulta difícil de digerir en una sociedad de la híper comunicación, en donde las voces viajan a la velocidad del click y replican fuertemente un relato en la propia comunidad local, nacional e internacional. Sumado esto a cierto descontento generalizado con un régimen turco que ya tiene más de 20 años en el poder. Sin embargo, hay algo más intrínseco que se hace ver entrelíneas y parece ser la propia explicación de estas decisiones de Erdogan. 

La islamización de Turquía 

La última gran jugada maestra que busca Recep Tayyip Erdogan es la de consolidar al Islam como religión oficial del Estado y que pase a ser un modelo teocrático. No quedan dudas de que la detención de Imamoglu está intrínsecamente relacionada a ello. 

El alcalde de Estambul en estado de detención es un fiel representante de la socialdemocracia y el modelo de occidentalización de Turquía y para Erdogan, su crecimiento de popularidad, es una amenaza directa a su último gran paso como presidente: islamizar a Turquía. 

Dicho país tiene mayoría musulmana, es algo innegable, sin embargo, su orden institucional indica que es un Estado laico. Esto es algo que se consolidó tras la fragmentación del viejo Imperio Otomano y con una serie de tratados que dieron un ordenamiento estatal y territorial, cuando la figura de Ataturk irrumpió para jactarse de consolidar los cimientos republicanos que marcaron el futuro turco. 

Erdogan busca cambiar eso. Desde su ascenso al poder demostró antipatía hacia la división de poderes y el occidentalismo en las formas políticos (más allá de qué forma parte de la OTAN). La transformación de Turquía en un Estado islámico responde a dos necesidades. Por un lado, la religiosa. Lisa y llanamente se consolidaría una expresión religiosa de las mayorías, pero el verdadero punto es el político. Erdogan sabe que con una teocracia o un Estado de carácter islámico, sumado a la posible aplicación de la ley de la sharia, su poder sería absoluto.  

Una de las tantas medidas que se pueden ver en estos modelos teocráticos del islam es la casi total supresión del modelo republicano, transformándose en una tiranía manejada por la casta política y la religiosa. Ejerciendo juzgados y aparatos de enjuiciamiento basados en la interpretación de la ley de la sharia, que no sería otra cosa que el personalismo autoritario puro disfrazado de religión. 

El mandato de Erdogan termina en 2028 y sabe que si intenta una reforma, el rechazo del pueblo turco será categórico, es por eso que apunta todos sus cañones hacia un giro brutal hacia la islamización que pueda cambiar las reglas del juego y lo consoliden en el poder casi de manera perpetua.

Tener ese hipotético poder le llevaría a poder dejar impune sus acometimientos, represiones, detenciones y persecuciones, por lo que sería beneficioso para su futuro político. Asimismo, sería la excusa perfecta para ejecutar un ataque sistemático y sin tener que poner ninguna excusa sobre los kurdos, esta nación que convive en el sur de Turquía y que, Erdogan ve en ellos, a sus rivales en la cohesión del pueblo turco. 

Es por esto que la detención del alcalde de Estambul es política pero no sólo por arrebatarle un cargo, sino porque Imamoglu representa a la república y es justamente el ente conceptual que Erdogan busca desaparecer para consolidar el paso final de Turquía a un Estado teocrático y su último cometido de ser, sin ningún tipo de tapujo, el nuevo sultán del mundo. 

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