Es récord Guinness y combate el hambre con comida para astronautas
El díario porteño La Nación realizó una entrevista al emprendedor misionero Matias Sebely donde destacan su proyecto “Comida por un dólar”.
Matías Sebely tiene el récord Guinness de ser el director de hospital más joven del mundo. Tiene 32 años y desde los 23 dirige el hospital público Samic, en el pueblo Leandro Alem. Es el cuarto entre los más grandes en la provincia de Misiones. A la dirección llegó tras quedar a cargo de administrar unas donaciones para terminar un edificio del hospital que había estado abandonado durante 20 años.
Su profesión, sin embargo, no es doctor ni licenciado en administración. Hace dos meses se recibió de abogado. Su tesis final fue sobre el derecho de los inmigrantes al acceso a la salud pública.
Sin abandonar la dirección del hospital, hace un tiempo está a cargo del proyecto Comida por un dólar, que fundó con Víctor Scholles. “Víctor es un agricultor de Alem que viene un día a fines de 2015 y me dice que no podía ser que sus chanchos se alimenten mejor que la gente. También me planteó que tenía un montón de producción, pero le faltaba mercado y entonces se le pudrían las cosas”, recuerda Sebely.
Con esos dos problemas como disparadores, se juntaron para tratar de idear algún tipo de comida regional que utilice los productos de los colones locales y, a la vez, sea alimento saludable para los sectores vulnerables. “Queríamos que el proyecto se llame Alimentos para el mundo. Con eso en mente pensamos en hacer comida congelada o deshidratada para vender. Pero cuando nos interiorizamos nos dijeron que era caro y difícil de conservar. Nosotros queríamos hacer algo que dure y que, sin necesitar del frío, pueda mantener las vitaminas y los nutrientes”, dice.
Al equipo se les sumó una ingeniera en alimentos, un ingeniero químico y una nutricionista. Entre todos tuvieron la idea de aplicar la liofilización, que es muy utilizada en la NASA para alimentar a los astronautas que viajan al espacio, ya que se trata de comida sin bacterias y, por lo tanto, no genera descomposturas.
Es un proceso en el cual un plato de locro, por ejemplo, es congelado a un temperatura de aproximadamente 30ºC bajo cero. Luego se introduce en una cámara de vacío, se eleva la temperatura y se realiza la separación del agua de la comida por sublimación.
“Queda un polvo después, pero mantiene el mismo gusto y todos los nutrientes. Si se le agrega agua, se forma un guiso y se puede comer tranquilamente”, explica Sebely. Cada porción tiene un vencimiento de hasta 20 años y cada sobre cuesta un dólar. Desde octubre pasado, ya vendieron más de 20.000 paquetes. Entre los platos con los que trabajan están, además del locro, un guiso de arvejas, porotos con arroz y mandioca y cerdo.
Los sobres de Comida por un dólar tienen un plazo de vencimiento de 20 años
“Establecer el valor de los paquetes surgió cuando fuimos a un seminario de innovación en Nueva York sobre proyectos que trabajan con metas de las Naciones Unidas. Cuando lo expusimos, uno de los profesores nos preguntó cuánto salía el plato. En ese entonces era 15 pesos, el valor de un dólar”, cuenta.
La devaluación de la moneda desde ese momento les hizo también retrasar los planes de inversión. “Nosotros teníamos que poner US$80.000 para comprar en Estados Unidos las máquinas necesarias para comenzar el proyecto a escala. A comienzo de 2018, el dólar valía $17, pero cuando se disparó a $41 tuvimos que poner una diferencia de casi $2 millones que tuvimos salir a buscar entre préstamos de amigos, familiares y créditos del banco”, recuerda. Ahora encontraron un productor local que fabrica las máquinas que necesitan para la próxima expansión de la empresa.
“Hoy hacemos cuatro comidas con la idea de que esto sirva para combatir el hambre en el mundo. Se lo presentamos a las comunidades aborígenes y a los bomberos locales y quedaron encantadísimos con la solución, ya que es fácil de preparar porque solo requiere agua. Nuestros clientes son las ONG, los supermercados y tenemos un montón de pedidos de otros países para utilizar en situaciones de catástrofes naturales”, concluye.
Fuente Sofía Diamante – La Nación