Abadía, quince años de divina devoción por la cerveza artesanal

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Las crisis son oportunidades. Mucho tiempo antes de que a un ministro se le ocurriera recomendar la cerveza artesanal como sustituto del empleo, lo vivió en carne propia. 2001 fue un año marcado a fuego en la Argentina, con cinco presidentes en una semana y uno en fuga en helicóptero. También por el desempleo. Enrique Lovera se quedó sin trabajo, pero nunca bajó los brazos. Sin nada más que la curiosidad, descubrió que en la cerveza artesanal había una oportunidad y un enorme mercado por explorar. Eran tiempos del boca a boca y las redes sociales no existían.

Enrique usaba las computadoras del Consejo Federal de Inversiones para buscar información sobre el proceso de la cerveza. Así fue encontrando datos y grupos que lo terminaron de convencer. 

En una planta de reciclaje consiguió tanques de una embotelladora -que todavía forman parte de la fábrica- y de a poco, la idea de la cerveza fue fermentando. Después sumó equipos y asesoramiento inicial para experimentar y pensar en la comercialización. Los primeros litros salieron “tomables” y de a poco, con el boca a boca, amigos, o fiestas de cumpleaños, la marca comenzó a hacerse conocer. 

El próximo paso fue vender una camioneta que había comprado con la indemnización de la empresa en la que trabajaba para comenzar a producir los primeros 500 litros por mes de lo que hoy es una marca registrada. “Desde el primer momento me gustó la idea de hacer la propia birra. Sabía que tenía potencial. Era más joven. Hoy por hoy no sé si invertiría en lo mismo. El negocio comenzó a rendir hace tres o cuatro años”, explica. En 2005 se abrió Abadía como bar de cerveza artesanal

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Con su mirada emprendedora se anticipó a los tiempos y un mercado que no estaba preparado. Pero no equivocó el camino. La paciencia milenaria para la elaboración de la bebida espirituosa, dio sus frutos. 

Hoy Abadía cumple 15 años como cervecería artesanal misionera, aunque lleva 19 años en la producción.

La cerveza es una excusa para la juntada con los amigos, cientos que supo cosechar en estos años en un local sobre la avenida Uruguay que desde la vereda no permite adivinar sus secretos. 

Pero una vez que se cruza el portal, los misterios de la cerveza artesanal llegan acompañados por bocados de buena carne ahumada o pizzas suculentas de elaboración propia. 

En el lugar se distribuyen varias mesas que permiten la intimidad de pequeños grupos, una vieja barra en la que se puede saborear una pinta. Al fondo un pequeño patio con conexión a su fábrica sirve para disfrutar de una buena cerveza al aire libre.

Enrique cuenta con orgullo los detalles de su emprendimiento familiar, que atiende junto a Claudia, su esposa, su padre y su hermano. El negocio empezó de abajo, hoy es rentable y permite dar paso hacia adelante. Para el verano -si las condiciones sanitarias lo permiten-, Enrique espera abrir un patio cervecero sobre la avenida Mitre, donde hoy está uno de los salones de la fábrica, que ya alcanzó una producción de 5000 mil litros mensuales, con cinco estilos diferentes de cerveza, más algunas ediciones limitadas.

Cada cerveza tiene su personalidad, esa personalidad está marcada por el lúpulo, la malta, la levadura o el agua. La búsqueda constante de nuevos sabores y aromas nos permite ser creativos y buscar variantes. La cerveza no es solo mezclar cuatro ingredientes. Es tiempo, dedicación, es jugar con los componentes, con la temperatura, hay un trabajo de por medio, ir jugando con la materia prima, la fermentación. Eso hace que una birra sea distinta a otra. El mercado tiene mucho para dar, hay una gran variedad de opciones”, asegura Enrique.

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Por eso el tap room es el próximo paso, un paseo de cerveza, donde el cliente pueda conocer parte de los secretos guardados en Abadía. 

Los tap room forman parte del boom cervecero y sirven para fidelizar clientes, algo que en Abadía ya es marca registrada. 

Enrique nació en Puerto Piray pero vivió en varias ciudades del país. El mundo cervecero lo conoció en Buenos Aires, pero también en las ferias de Brasil, donde hizo amigos y aprendió con maestros de estirpe alemana que le transmitieron su conocimiento. 

La pandemia cambió el escenario, pero la cerveza se toma igual. Los días fuertes de Abadía son de miércoles a domingo. “Para mi no hay complicaciones. No digo que no tengamos nuestros baches, pero ya sabemos como manejarlos, la humildad, la austeridad hacen que podamos seguir trabajando y generando nuevas cosas. El boca a boca me sirvió. La gente conoce el trabajo que venimos haciendo y siempre nos acompañó, incluso en la cuarentena”, agradece.”Compra tu pinta a futuro” fue el eslogan cuando comenzó la pandemia. No le fallaron los amigos.

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