“Amar dando la vida nos plenifica”

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Para realizar nuestro examen de conciencia cuaresmal, nos será útil considerar algunos  elementos que nos ayudarán a revisar nuestra vida tanto en lo personal como en ámbitos  sociales y eclesiales. El Papa Francisco en la exhortación «Evangelii gaudium» llama nuestra  atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales.  Siguiendo sus propuestas, los invito a tomar algunos de estos aspectos tratando de rezarlos y  aplicarlos a nosotros mismos para que, reconociendo nuestras luces y sombras, podamos  vivir mejor nuestra Pascua. 

Revisemos el desafío que tenemos de una espiritualidad misionera: «Hoy se puede advertir en  muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada  por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como  un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo  tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto  alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la  pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque  oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son  tres males que se alimentan entre sí». (EG 78) 

En nuestro examen de conciencia será clave discernir cuáles son las motivaciones que  tenemos y si entendemos nuestra vida como vocación, como un llamado de Dios. Considerar  nuestra vocación lleva a darnos cuenta que todos tenemos una misión. Es doloroso ver que  mucha gente que tiene roles sociales, políticos, comunicacionales y otros, muchas veces solo  buscan espacios de poder y tener. Esto también se da en la vida eclesial dónde va ganando  espacio el desinterés causado por un fuerte individualismo. Nuestra vida cristiana va  muchas veces perdiendo vigor y hasta los momentos comunitarios de celebración van  perdiendo la fuerza de impulsarnos a amar al otro como mi hermano y, por el contrario, se  transforman solo en cumplimiento de ritos que van vaciándola. Merece una mención especial  lo que señala el Papa Francisco sobre que esto también puede pasar en los consagrados y  sacerdotes cuando buscan espacios de privacidad y disfrute que llevan a vivir las tareas  propias del ministerio sacerdotal o de su vida consagrada «como un mero apéndice de la  vida, como si no fueran parte de nuestra identidad». (cfr EG 78) 

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En definitiva, debemos discernir si no vamos dejándonos ganar por una acentuación del  individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor en nuestra vida cristiana.  

Revisemos si no nos va ganando una acedia egoísta: «Cuando más necesitamos un dinamismo  misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les  invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les  pueda quitar su tiempo libre. […] Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan  con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan  imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora  fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la  misión y nos vuelve plenos y fecundos». (cfr. EG 81)  

La acedia que expresa un estado espiritual de apatía y tedio nos lleva a perder el sentido de  la vida: «Así se gesta la mayor amenaza, que es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la  Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va  desgastando y degenerando en mezquindad». (EG 83)  

Así es como la indiferencia y el individualismo nos van dejando vacíos. La acedia nos  encamina al precipicio de vivir sin motivaciones y a una profunda insatisfacción y tristeza. El  Papa Francisco nos dice con énfasis que no nos dejemos robar la alegría evangelizadora.  Amar dando la vida es aquello que nos plenifica porque es lo más propiamente humano.  

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! 

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Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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