Peregrinos de Esperanza

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la fiesta de la Sagrada Familia [29 de diciembre de 2024]

El pasado 24 de diciembre, el Papa Francisco ha abierto la Puerta Santa en la Basílica Vaticana inaugurando así un nuevo año jubilar según una muy antigua tradición en la Iglesia. Y durante su mensaje navideño nos explicó que la puerta Santa «representa a Jesús, Puerta de salvación abierta a todos. Jesús es la Puerta; es la Puerta que el Padre misericordioso ha abierto en medio del mundo, en medio de la historia, para que todos podamos volver a Él. Todos somos como ovejas perdidas y tenemos necesidad de un Pastor y de una Puerta para regresar a la casa del Padre. Jesús es el Pastor, Jesús es la Puerta. Hermanas y hermanos, no tengan miedo. La Puerta está abierta, la puerta está abierta de par en par. No es necesario tocar a la puerta. Está abierta. Vengan, dejémonos reconciliar con Dios, y
entonces nos reconciliaremos con nosotros mismos y podremos reconciliarnos entre nosotros, incluso con nuestros enemigos. La misericordia de Dios lo puede todo, desata todo nudo, abate todo muro que divide, la misericordia de Dios disipa el odio y el espíritu de venganza. Vengan, Jesús es la Puerta de la paz.»

Y en este domingo en que celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, damos apertura solemne del Año jubilar en nuestra diócesis. Con una procesión desde la Parroquia Espíritu Santo hacia la Catedral donde celebraremos la Eucaristía, queremos ponernos en camino como peregrinos de esperanza y atravesar por la Puerta Santa que es el mismo Cristo. Durante todo el Año Santo, se han establecido como templos jubilares el de la Catedral San José, de la ciudad de Posadas; el de la Sede de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de la ciudad de Posadas; el de la Parroquia San Pedro y San Pablo, de la ciudad de Apóstoles; el de la Parroquia Cristo Redentor, de la ciudad de Jardín América; y el Santuario Ntra. Sra. de Loreto, de la localidad de Loreto. En estos lugares los fieles pueden conseguir la indulgencia jubilar, cada vez que peregrinen hasta ellos, ya sea individualmente o en grupos, y participen de la celebración de la Eucaristía u otras acciones litúrgicas o se dediquen durante un tiempo conveniente a la escucha de la Palabra de Dios, la adoración eucarística o la oración. Conforme a lo establecido en las Normas emitidas por la Penitenciaria Apostólica, la misma indulgencia jubilar, con las mismas condiciones, se concede además a todas las personas que por motivos graves estén imposibilitadas de participar en las celebraciones o peregrinaciones; entre otras, las personas ancianas, enfermas, con discapacidad o privadas de libertad, así como quienes brindan atención en hospitales y otros lugares de servicio continuo a los enfermos.

«Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Como afirma el Concilio Vaticano II, “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas”. Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza» (Spes non confundit 7).

Este domingo nos invita a que pidamos a Dios por el nuevo año santo que iniciamos. Seguro que en nuestro corazón tenemos dolores y alegrías, cosas que queremos pedir y también agradecer a Dios. Como Obispo y Pastor quiero pedir a Dios por todos nosotros, para que empecemos un año donde podamos crecer en justicia, en solidaridad y paz y donde podamos renovarnos en la esperanza que no defrauda.

Les envío un saludo cercano y les deseo ¡feliz Año Nuevo!

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La Navidad de Jesús

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el cuarto Domingo de Adviento [22 de diciembre de 2024]

Estamos próximos a celebrar la Nochebuena. El gozo del nacimiento de Jesús, el Dios con nosotros. En este domingo vamos terminando el tiempo del adviento, la espera y la expectativa de los contemporáneos de Jesús por la llegada del Mesías. El texto del Evangelio (Lc 1,39-45), nos propone «la Visitación» en la que Isabel se llena de gozo por la visita de María embarazada: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!»

Sabemos que vamos transitando caminos exigentes. En nuestra vida cotidiana nos encontramos con muchas circunstancias complejas, inquietudes, que no nos dejan discernir aquello que es importante. La Navidad, el nacimiento de Jesús en el pesebre, del Dios hecho hombre, nos permite comprender el lenguaje de Dios y ubicarnos en aquello que es central para responder mejor a tantas urgencias que nos agobian.

En reflexiones anteriores subrayamos la necesidad de evaluarnos, o bien de realizar un examen de conciencia, hecho con humildad desde la verdad de nuestras vidas, también desde el respeto a la verdad en los otros, y como base para construir sólidamente en nuestra sociedad. Este examen de conciencia en el adviento tiene como efecto principal la posibilidad de volver a Dios, y ponerlo a Jesucristo en el centro de nuestras vidas. De alguna manera nos puede ayudar a que no seamos cristianos que vivimos con un pesebre sin el Niño Jesús.

La Navidad es una oportunidad que tenemos como cristianos y como discípulos, de volver a tenerlo a Jesucristo, el Señor, como Aquel a quien queremos seguir. Aparecida nos señala: «En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias» (DA 139).

Es cierto que muchos celebran la Navidad y se olvidan del nacimiento de Jesús vaciándola en su contenido central. Pero aun así debemos señalar que nuestra gente tiene una gran religiosidad, y la mayoría es cristiana. La Navidad es un tiempo oportuno para colocar a Jesucristo, el Señor en el centro de nuestras vidas y madurar la fe. En las capillas se multiplican los pesebres y las Misas navideñas. La fe necesita ser compartida, y requiere nuestro compromiso y búsqueda de comunión con otros hermanos que están en el mismo camino. El pesebre nos ayuda a convertirnos. Nos permite comprender aquello que necesitamos para ser amigos de Dios. Ante el pesebre descubrimos que para ingresar al camino que nos conduce a Dios debemos hacernos pequeños, y que la humildad es generadora de esperanza, en una sociedad excesivamente cargada de soberbia. Orando ante el pesebre comprendemos más profundamente la bienaventuranza: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos». (Mt 5,3)

Una de las dificultades para recuperar la centralidad de Jesucristo, es el creciente subjetivismo e individualismo de la fe. Cuando nos pasa esto es porque fuimos acomodando la fe a nuestro parecer, afectos y criterios. Es una tendencia muy fuerte el adecuar la Palabra de Dios a lo que nos parece, porque su propuesta es exigente, pero siempre es el camino que nos lleva a la verdadera felicidad.

Al finalizar esta reflexión, próxima a la Navidad, no quiero dejar de tener especialmente presente a aquellos que padecen alguna forma de sufrimiento, a los que están presos, a los que padecen alguna enfermedad, o a aquellos que en la Nochebuena estarán en alguna sala de hospital, a los que están solos, a los que tienen poco para comer. El Señor los considera sus privilegiados y a ellos especialmente los invita a su mesa. Nosotros como cristianos también los queremos tener presentes en nuestro corazón y nuestra oración.

¡Feliz Navidad y hasta el próximo domingo!

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Anunciar a Jesucristo

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el tercer Domingo de Adviento [15 de diciembre de 2024]

Los textos bíblicos de este tercer domingo de adviento (Lc 3, 2b-3.10-18) nos llaman a animarnos y a no perder la esperanza. La figura de San Juan Bautista, desde su austeridad profética, nos exhorta a convertirnos. El que es el profeta de la verdad, no dudó en denunciar a Herodes y en dar la vida por lo que creía. Solo podemos volver a Dios cuando con humildad somos capaces de revisarnos y evaluar cómo estamos viviendo y nos encaminamos a realizar un examen de conciencia que nos introduce en el camino de reconciliación.

El adviento, ubicado en el fin del año, es un tiempo apropiado para realizar un examen de conciencia. Si bien tiene una dimensión personal, el mismo no puede ser un acto individualista. Necesariamente tenemos que revisar cómo vivimos nuestros compromisos comunitarios y, si el llamado a la santidad, lo asumimos desde nuestra responsabilidad ciudadana construyendo una sociedad mejor.

En el documento «Navega mar adentro» de la Conferencia Episcopal Argentina, se subraya que: «El primer servicio de la Iglesia a los hombres es anunciar la verdad sobre Jesucristo… (La nueva evangelización), nos exige responder con todos los esfuerzos que sean necesarios para lograr la inculturación del Evangelio, que propone una verdad sobre el hombre, la cual implica un estilo de vida ciudadano comprometido en la construcción del bien común» (95). En el número siguiente se señalan algunos aspectos que son indispensables para todo examen de conciencia y confesión bien hechos: «Una conversión es incompleta si falta la conciencia de las exigencias de la vida cotidiana y no se pone el esfuerzo de llevarlas a cabo. Esto implica una formación permanente de los cristianos, en virtud de su propia vocación, para que puedan adherir a este estilo de vida y emprender intensamente sus compromisos en el mundo, desarrollando las actitudes propias de ciudadanos responsables» (96).

Sabemos que nuestro tiempo padece una profunda crisis de valores, que en gran parte se da por no construir sobre la verdad, como denuncia este domingo San Juan Bautista. Convivimos con un fuerte relativismo cultural, donde el bien y el mal tienen igual valoración. Algunos sectores del poder pretenden imponer un llamado «cambio cultural» construido sobre este relativismo, donde algunos valores como la vida, la familia, la justicia y la pureza son ridiculizados. Las faltas de magnanimidad y de bien común en el horizonte de muchos de nuestros dirigentes sociales nos fueron sumergiendo en una sociedad pobre, humana y socialmente.

Aunque no hemos revertido este contexto difícil, podemos decir que en este tiempo de adviento seguimos, y con más entusiasmo, manteniendo la esperanza. Percibimos que, en nuestra sociedad, nuestro pueblo sencillo no ha perdido la sensatez o el sentido común, y mantiene un deseo profundo, de construir una sociedad que tenga presente algunos valores fundamentales. Creemos y tenemos esperanza en que el futuro no está solo en manos de unos pocos, sino que depende de nuestro compromiso ciudadano y nuestra participación responsable.

En este tiempo de adviento queremos volver a Dios. San Juan Bautista señala con humildad que él no era el Mesías que tenía que venir: «Viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias». En esta Navidad esperamos a Jesús, quien es el Señor de la Historia por su nacimiento. «Siendo la plenitud de la vida ha sido enviado a poner “su carpa” en medio de nuestras vidas pequeñas para hacerlas grandes y luminosas… El tiempo humano del nacimiento, del crecimiento, del trabajo humilde, de la vida familiar, ha sido visitado por la eternidad» (J.S.H. 9). Nuestra esperanza alimentada en esta Navidad por el nacimiento de Jesús nos compromete a realizar un buen examen de conciencia y a trabajar activamente en ser constructores de una sociedad mejor.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

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La pureza de Vida

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María [08 de diciembre de 2024]

En nuestra Patria, por una autorización de la Santa Sede, desde hace algunos años, cuando coincide un domingo de Adviento con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, se permite celebrar a nuestra Madre en esta fecha, el 8 de diciembre, que es tan significativa para los cristianos en nuestra tierra.

Agradecemos también a Dios el don de la vocación presbiteral que nos ha permitido celebrar el pasado viernes en Jardín América la ordenación de dos nuevos sacerdotes para nuestra Iglesia diocesana.

En relación a la celebración de la Inmaculada Concepción, habitualmente he tratado de reflexionar sobre el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros jóvenes. Debemos reconocer que el contexto no los ayuda demasiado. Desde las propuestas consumistas que bombardean en las programaciones de los medios de comunicación, hasta problemas que no sólo no terminan de resolverse, sino, por el contrario, se multiplican gravemente como el problema de la droga y alcohol.

Sabemos que hay algunas iniciativas tanto públicas como privadas, y también por parte de las iglesias, para la prevención de adicciones y la contención de los jóvenes que padecen el flagelo del consumo problemático Y cada tanto leemos que se encuentran algunos cargamentos de droga. Pero somos conscientes que este «mundo» de la droga sigue creciendo. También tenemos conciencia de que, si esto crece «infernalmente», es porque hay complicidades. Nos preocupa que cuando tocamos especialmente este tema que mata humanamente a muchos de nuestros jóvenes, quedan muchos silencios. El Papa Francisco en una de sus catequesis de este año nos decía: «ante la trágica situación de toxicodependencia de millones de personas en todo el mundo, ante el escándalo de la producción y el tráfico ilícitos de estas drogas, no podemos ser indiferentes. El Señor Jesús se ha detenido, se ha acercado, ha curado las llagas. Siguiendo el estilo de su proximidad, también nosotros estamos llamados a actuar, a detenernos ante las situaciones de fragilidad y dolor, a saber escuchar el grito de la soledad y la angustia, a inclinarnos para levantar y traer de vuelta a una vida nueva a quienes caen en la esclavitud de la droga». (Papa Francisco,
Catequesis 26.06.2024)

La droga no es el único mal que padecen nuestros jóvenes, hay muchos otros males como el alcoholismo, la promoción de una sexualidad promiscua, incluso en planteos educativos… todo esto fruto de una visión del hombre (varón y mujer) materialista y sin ninguna dimensión de lo trascendente. Sabemos que el ambiente influye en gran medida en la voluntad y la libertad de aquellos que en la adolescencia empiezan a realizar sus primeras opciones fundamentales.

En este contexto tendremos que acentuar con más fuerza el valor de la pureza como clave para la vida de nuestros jóvenes y para todas las edades. Incluso cuando planteamos la educación integral de la sexualidad en nuestras escuelas, tendremos que esforzarnos por introducir un poco más el valor de la ecología humana, el respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana, la corporeidad, la biología y la sexualidad. Hablar de la pureza de vida, como una opción fundamental parece ir a contrapelo del consumismo que, con tal de ganar plata, no tiene escrúpulos en destrozar a los niños y jóvenes y la misma dignidad humana. Debemos subrayar que los mismos padres y educadores, como primeros responsables de nuestros jóvenes, necesitan ahondar sobre el valor de la pureza. La pureza es un valor que va más allá de lo sexual. ¡Qué maravilloso y testimonial es ver la pureza de una anciana, que ha vivido tantas cosas, que ha luchado tanto, que es madre, abuela y su rostro refleja en medio de sus arrugas, la pureza de vida!

La esperanza cristiana, porque tiene a Dios como su meta y absoluto, nos compromete a trabajar activamente con nuestra historia. Los jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que invirtamos en ellos será un signo de esperanza.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

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Ven señor Jesús

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el primer Domingo de Adviento [01 de diciembre de 2024]

El año va llegando a su fin. Finalizan las clases, se acercan las vacaciones y las fiestas. Sentimos el cansancio de un año intenso. En este contexto la liturgia del adviento, que nos prepara para celebrar la Navidad, nos invita a animarnos en la esperanza.

El Evangelio de este domingo (Lc 21,25-28; 34-36), nos dice que estemos atentos y prevenidos en la esperanza: «Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes» (Lc 21,34). Este texto y la liturgia del adviento, también nos recuerdan la esperanza de los cristianos en la segunda venida del Señor. Es el reclamo esperanzador del Apocalipsis, hecho en medio de dificultades y signos de muerte y que la liturgia retoma en las celebraciones en el adviento: «Ven Señor Jesús».

Las celebraciones que nos preparan para la Navidad subrayan el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza escatológica, la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta proyección que nos hace reclamar «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esta sería una espera alienante mientras que la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo. El tema de la esperanza es clave en la espiritualidad del adviento y en la preparación del nacimiento de Jesús en la Navidad. Es importante que entendamos que la esperanza cristiana tiene un profundo contenido teológico. Es necesario aclararlo porque a la palabra esperanza podemos darle solo un significado temporal y reducirla a expectativas inmediatas que, aunque puedan ser válidas, no son suficientes para captar la esperanza cristiana. Si bien la misma nos compromete en el presente, no puede desligarse del futuro.

Un excelente texto de la Conferencia Episcopal Argentina en el que el Cardenal Estanislao Karlic tuvo especial participación, desarrolla el tema de la esperanza. Se trata de «Jesucristo, Señor de la Historia», allí se señala: «El camino de la vida es muy diferente de acuerdo al final que uno presiente o imagine. ¿Es acaso lo mismo si al final del camino no hay nada ni nadie, o si en la meta de la existencia hay una Presencia y un abrazo?

Peregrinar la vida, engendrar y educar hijos, construir historia, apostar al amor y forjar futuro no tiene los mismos motivos si el vacío lo ha devorado todo o si al final nos espera Alguien. La situación cultural actual, crecientemente plural, nos invita a redescubrir la originalidad del mensaje judeo-cristiano sobre la historia: un camino personal y comunitario con origen, sentido y plenitud final en Dios» (15).

Es cierto que se multiplica una gran variedad de propuestas sobre el futuro de la humanidad y lo que vendrá: «Para algunos, el mundo está cerca de su final catastrófico, la destrucción estaría a las puertas y hasta tendría fecha precisa. Extrañas predicciones, antiguas y nuevas, asegurarían que el final está cerca. Para otros, el universo está en su infancia, recién ha concluido su primera etapa de vida, ha comenzado una nueva era. Hay quienes piensan que simplemente no hay futuro, el porvenir posee tan poco significado como lo tiene el presente y lo tuvo el pasado. Otros viven como si todo se redujera al instante, al hoy y aquí, para alcanzar el mayor bienestar posible… el futuro sería una ilusión que distrae del presente e impide vivirlo a fondo. La falsa idea de la reencarnación, la afirmación de que tenemos varias vidas sucesivas, lamentablemente gana hoy adeptos, incluso entre los cristianos» (15)

En este contexto la liturgia del adviento nos prepara para celebrar el nacimiento de Jesús. Hace que cada año presente la posibilidad de que convirtamos nuestro corazón a la sencillez del pesebre. La lectura del libro del Apocalipsis nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús». Esta esperanza nos hace comprometernos con el presente, sin absolutizar cosas, ni crearnos expectativas o mesianismos falsos que siempre terminan frustrándonos. Solo Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros, es nuestro absoluto, y desde Él tenemos una comprensión más profunda de la esperanza. ¡Ojalá que en la Navidad podamos volver al Señor que nace en el pesebre!

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

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