Iván Osvaldo Ortega

Argentina mejora en números, pero empeora en la mesa

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El Gobierno nacional, celebra porcentajes mientras la calle mastica realidad, salarios que no alcanzan y energía, que se raciona; y una pobreza que baja en gráfica, pero, no en el plato donde todavía se come con calculadora y se vive con la luz justa

Argentina, acaba de anunciar una caída en la pobreza, medida por estadísticas oficiales, que muestran entusiasmo en los despachos porteños y números que descienden, como si la crisis, le hubiera aflojado el cuello al país.

La administración nacional, exhibe el dato como bandera de victoria técnica, y lo instala en titulares que fluyen con disciplina fiscal y tono celebratorio.

Sin embargo, la realidad doméstica dibuja una escena menos brillante que la planilla de Excel

En la cocina argentina el menú popular se simplifica ante cada aumento, el asado cede el lugar a la olla de lentejas, el pollo se reparte en porciones más pequeñas, la fruta se compra cuando se puede y nunca cuando se quiere.

La pobreza baja según los informes, pero no baja en el supermercado ni en la factura de luz, ni en el costo de una garrafa, que muchas familias comparten para estirar el calor.

Se enciende un solo ambiente, se ilumina lo necesario se cocina para dos días, porque el gas vale tanto como el pan.

El Gobierno sostiene que la tendencia es positiva, la macro acompaña y el déficit ordenado, permite proyectar una recuperación estable.

La vereda responde con otra música una música gastada, pero honesta, la música del bolsillo que se defiende con uñas huertas y compras vecinales de harina y verdura.

Argentina deja el lujo en la puerta, para sostener lo elemental, comer, dormir, calentar

España conoce ese olor a recorte y supervivencia, esa sensación de estadísticas exitosas, frente a vidas que no lo son tanto, por eso la fotografía argentina resuena en Madrid, como advertencia y espejo.

La mejora existe, sí, pero existe en un país, que todavía come ajustado y camina ajustado; respira ajustado.

El desafío no es que la pobreza baje en el PowerPoint, sino que baje en la mesa, en la heladera, en la factura que se paga a fin de mes; ahí donde la política deja de ser discurso y pasa a ser vida.

Argentina mejora en números, pero empeora en la mesa y en esa contradicción; late el destino futuro, de un país que sabe sobrevivir, pero aún espera vivir mejor.

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Cuando desaparecer al árbitro reordena el partido

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En toda economía —y la yerbatera no es excepción— siempre conviven grandes empresarios y rezagados. La diferencia está en quién arbitra ese encuentro desigual. El Instituto Nacional de la Yerba Mate nació para eso: para que el productor chico no quedara librado a la buena voluntad del más grande, y para que el precio de su trabajo no dependiera sólo de la fuerza del mercado.

Hoy, con ese árbitro desmantelado, la realidad se vuelve más desnuda. Dos paquetes de yerba pueden costar lo mismo a un lado y al otro de la frontera, pero la pregunta nunca fue el precio en góndola: fue quién queda protegido cuando la cancha se inclina. Sin el instituto, la balanza vuelve a caer donde siempre cae, sobre los hombros del que menos tiene.

A algunos les gusta describir este proceso con metáforas de descuartizamientos históricos. No hace falta ir tan lejos. Basta con mirar la región: cuando el Estado se retira, los grandes consolidan, los rezagados resisten, y el silencio que sigue suele beneficiar justo a quienes nunca necesitaron protección. La yerba, finalmente, vuelve a contar la misma historia de siempre.

[24/11, 12:16 a.m.] Ivan Ortega: Nota del autor:

Cuando alguien dice que, el INYM fue “Túpac Amarizado”, está usando una metáfora fuerte: que lo destruyeron, con saña, como un castigo político, igual que el intento de descuartizar a Túpac Amaru II. La idea es que, al INYM lo hicieron desaparecer de raíz, para disciplinar a los pequeños productores y dejar claro quién manda. Por eso aparece esa imagen del “indio que partieron en cuatro”: es una forma de decir, que al instituto lo estiraron desde todos los frentes: económicos y políticos, hasta desbaratarlo.

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Una nueva Argentina: defendiendo lo indefendible, la clase media que come pan y eructa pollo

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Cuando ser profundo, no es lo mismo que venirse abajo.

A propósito del advenimiento, en nuestro país, de una derecha chapucera: marejada por inexpertos, advenedizos, oportunistas y violentos, con los nervios patológicamente crispados. Sin mucha, o muy poca cultura lingüística y nula actividad social caritativa.

Caben pues, estas palabras y algunas aclaraciones terminológicas, del castellano

Como decía mi padre, el licenciado y periodista, Osvaldo “Neneco” Ortega:
Pobre, es el trabajador que cava pozos, (hace un trabajo duro, que nadie quiere hacer y aprovechándose de eso, es explotado y gana muy poco) y también, es muy muy pobre, el que, teniendo muchos caudales, solo tiene eso; dinero.
Por lo demás, humilde: es el humano, que no tiene soberbia.
De escasos recursos: son los ciudadanos, que trabajando o no, pero con sus ingresos (formales o informales), no llegan a cubrir sus necesidades de vida dignamente, (los rezagados del sistema capitalista, por ejemplo, que son necesarios, porque alguien debe juntar la basura; decía Neneco: ningún pudiente, sueña con que su hijo crezca y elija eso como trabajo).
indigentes: son personas que carecen de los medios necesarios para vivir, es decir, que necesitan ayuda, porque no tienen los recursos económicos suficientes, como para proveerse, alimentos y refugio.
Mendigo o mendicante: es el terrícola, que vive de la limosna. Necesitado: es el semejante, que de forma apremiante, esta desvalido de lo más nimio, para subsistir.
Menesteroso: es un hombre (mujer o varón) que es insolvente o no poseedor, de lo necesario para sobrevivir.
Pordiosero: es el prójimo que pide limosna, un sinónimo de mendigo. El término se deriva de la expresión “por Dios”, que era usada, por quienes imploraban en el Santo nombre de Nuestro Señor.

Y lo más interesante:

Miserable:
Desgraciado, infeliz, desdichado: (cuando se refiere a una persona).
Tacaño, avaro, mezquino, cicatero: (cuando se refiere a la pichuleria o pichuleo).
Despreciable, abyecto, canalla: (cuando se refiere a algo ruin).
Pobre de valores, indigente emocional, menesteroso de afecto o amor: (cuando se refiere a la pobreza moral y emocional). También significa:
Insignificante, nimio, irrisorio: (cuando se refiere a algo de poco valor, valía o precio monetario)

Epílogo ejemplificador:

Para el papa Francisco, el amor a los pobres y necesitados no era ni es, una bandera política, sino el corazón mismo del Evangelio. Su insistencia en la justicia social y la solidaridad nace de las palabras de Jesús: “Tuve hambre y me diste de comer” (Mateo 25). Desde los profetas hasta las bienaventuranzas, la Biblia recuerda que Dios se revela en el rostro de quien sufre, y que la fe auténtica se expresa en obras de misericordia. Cuidar del necesitado, liberar al oprimido y compartir con el hambriento no son gestos ideológicos, sino la forma más concreta de vivir el mandamiento del amor. En definitiva, servir a los pobres —como repite Francisco— no es ser de izquierda: es ser cristiano.

Habiendo aclarado todo esto. Y habitando en un mundo tan desparejo, injusto y cruel; puedo decir que un materialista, egoísta e insensible social, es un tan solo un pedazo (cacho) de carne con ojos. Y estoy seguro que su triste humanidad, vale menos que “su caniche acicalado”, que morfa mejor que un jubilado, que no llega a fin de Mes.

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Entre la tierra y el dólar: Misiones en busca de representatividad

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Las ultimas elecciones legislativas nacionales, dejaron en Misiones, una fotografía que sorprendió, incluso a los más atentos observadores: La Libertad Avanza, el partido del presidente Javier Milei, se impuso con 37 % de los votos y obtuvo dos, de las tres bancas nacionales en juego.

Detrás, quedaron personajes emergentes, nombres, sectores y partidos políticos, que durante décadas parecían inamovibles del escenario provincial: Ramón Puerta, Cacho Bárbaro, Cristina Brítez, Ramón Amarilla y un radicalismo, que nisiquiera logró reconstituirse.

El caso del extenista y actual profesional del ámbito financiero, Diego Hartfield. resume esa mutación. Electo diputado provincial en junio, volvió a competir el domingo pasado, esta vez para obtener una banca en el Congreso Nacional, y ganó. Un recorrido veloz —aunque perfectamente legal— que describe la nueva política argentina: sin tiempos de maduración, sin estructuras partidarias, sin mediaciones.

El voto del miedo

El contexto económico, fue determinante. Con una inflación solapada, pero persistente, reservas frágiles y una moneda debilitada, el voto argentino se movió más por temor que por esperanza.

En nuestra provincia, el disparador no vino de Buenos Aires, sino de Washington: el presidente estadounidense Donald Trump declaró que “si Milei pierde, Estados Unidos no será generoso con la Argentina”.

En medio de la negociación de un paquete financiero con promesas de hasta 40.000 millones de dólares, esas palabras no pasaron inadvertidas.

En un país. donde cada valor y cada precio, se calculan en dólares, el comentario tuvo el efecto de una advertencia: la estabilidad dependía del resultado electoral.

Y muchos votantes —en Misiones y en el resto del país— actuaron en consecuencia. Pareciera que no eligieron tanto a quien los representara, sino a quien, creyeron, podría evitar el colapso.

El miedo económico reemplazó a la ideología y la identidad. La moneda extranjera, se volvió brújula política.

El derrumbe de las estructuras tradicionales

El derrumbe de las estructuras tradicionales

Ramón Puerta (Activar): 1,49 % —9 007 votos.
Cristina Brítez (Fuerza Patria): 9,4 %.
Cacho Bárbaro (PAyS): 8,1 %.
Ramón Amarilla (Por la Vida y los Valores): del 19 % obtenido en junio, cayó a 1,26 %.
El radicalismo, disperso, quedó sin representación.

El mapa político misionero, se reconfiguró de manera inédita. Las fuerzas históricas —el peronismo, el agrarismo, el radicalismo— fueron desplazadas, por un movimiento nuevo que no se construyó desde la militancia, sino desde la ansiedad social. El miedo a la crisis, resultó más eficaz, que cualquier programa político.

Hartfield y la nueva representación

Hartfield, no pertenece a la política tradicional. Su perfil de deportista de alto rendimiento y luego analista financiero, encarna una figura distinta: la del ciudadano técnico, más cercano al lenguaje de la eficiencia que al de la ideología.

Su triunfo, no es personal: representa una tendencia cultural.

En una sociedad fracturada, prospera quien ofrece cercanía —aunque sea mínima—al dolar., frente al vértigo económico.

En esa lógica, el electorado no busca tanto afinidad como resguardo.

En un país donde el dólar ordena la vida cotidiana, la credibilidad se mide en términos cambiarios.

El poder de la palabra y la dependencia estructural

La experiencia misionera muestra, con nitidez, el alcance político, de una economía subordinada a otra moneda.
Cuando Trump condicionó la continuidad del apoyo financiero estadounidense, al triunfo del oficialismo argentino, introdujo en la campaña un elemento de extorsión global: la idea de que la estabilidad del país, depende del aval de una potencia colonialista.
Esa declaración, no fue una anécdota: fue un acto de poder.
Y la reacción local lo confirma. Muchos ciudadanos, votaron desde el temor; interpretando que una derrota, del partido del gobierno nacional, podía cerrar la canilla del apoyp de los EstadosUnidos.
Misiones, una provincia productiva, de cultura laboriosa y arraigo, reflejó ese dilema mejor que ninguna otra: la tensión entre el trabajo propio y la dependencia externa, entre el esfuerzo local y el crédito ajeno.

Epílogo: soberanía o tutela

La Libertad Avanza, fundada por los hermanos Javier y Karina Milei, no proviene de la militancia popular ni de la historia partidaria argentina.

Él, economista y presidente, consolidó su liderazgo con un discurso rupturista.

Ella, figura organizativa de perfil reservado y pasado heterogéneo, es hoy el núcleo operativo del oficialismo.

Juntos crearon una fuerza que, más que ideológica, es sintomática: refleja el tránsito de la representación política, al marketing emocional.

Pero el trasfondo, excede a los nombres.

El verdadero debate, el que se libra en silencio, es entre la soberanía y dependencia, entre autonomía nacional o el colonialismo económico.

Porque cuando un país vota, pensando en cómo reaccionará la Reserva Federal, cuando la palabra de un presidente extranjero condiciona la voluntad de sus ciudadanos, la democracia deja de ser un acto de autodeterminación y pasa a ser un reflejo de subordinación.

Y, sin embargo, ese reflejo parece tranquilizar.

El efecto “colonia norteamericana” no solo no asusta: seduce.

En una sociedad acostumbrada a la fragilidad, y a la tutela, se confunde con seguridad.

Misiones fue espejo y advertencia.

El miedo, convertido en voto, reveló cuánto puede una palabra dicha a miles de kilómetros. y cuánto cuesta, todavía, la independencia económica.

Entre la tierra y el dólar, la Argentina vuelve a preguntarse qué entiende por “libertad”.

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Los números también se manosean

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En el periodismo hay errores, y hay decisiones. Lo primero se corrige; lo segundo se sostiene con vehemencia, incluso cuando ciertos titulares, y no los datos de la realidad, son los que tiemblan. Por eso, cuando ciertos medios “especializados en economía “, comienzan a deslizar cifras con solemnidad -como quien baja del monte Sinaí, con porcentajes estadísticos en lugar de mandamientos-, conviene hacer una pausa. A veces, detrás de tanto énfasis estadístico, lo que hay no es información, sino impostura.

Se ha vuelto costumbre, en algunos sectores, recurrir a la aritmética emocional: tomar un dato aislado, extraído de un mes cualquiera, descontextualizarlo y enarbolarlo como prueba indiscutible del colapso. El procedimiento es simple y eficaz: se ignora la tendencia, se omite la fuente completa, se elude la serie histórica, se toma a una consultora como “botón de muestra ” y se elige el momento exacto en que la cifra desmejora. Luego, se publica. Con foto, con bajada y, por supuesto, con tono apocalíptico.

Es curioso cómo algunos análisis económicos parecen construirse al revés: no a partir de los datos, sino en función del titular que se quiere redactar. Así, una variación mensual del 2 % se convierte en signo inequívoco de derrumbe, aunque las cifras trimestrales o interanuales indiquen otra cosa. La estadística deja entonces de ser una herramienta para comprender la realidad, y pasa a ser un insumo decorativo al servicio de un relato ya escrito.

¿De qué hablamos cuando hablamos de “caída del consumo”? ¿Estamos comparando mayo con abril? ¿O con mayo del año pasado? ¿Estamos hablando de ventas nominales o a precios constantes? ¿El ajuste por inflación se hace con el IPC nacional o el regional? ¿Cuántos datos se dejaron fuera del encuadre para que el encuadre resulte más dramático?

Lo interesante no es que estas preguntas no tengan respuesta. Es que, últimamente, ni siquiera se formulan. Porque lo importante no es comprender, sino. golpear mediáticamente No es explicar, sino sugerir y sugestionar. No es esclarecer, sino insinuar que algo huele mal, sin necesidad de decirlo.

Por supuesto, toda economía tiene claroscuros. Y toda gestión, tropiezos. Pero convertir la interpretación selectiva en costumbre es otra cosa. Es hacer del periodismo una forma disimulada de militancia editorial, donde lo que incomoda no es la verdad, sino su persistencia.

A veces, leer ciertas notas económicas es como presenciar una cirugía con guantes de boxeo. No hay precisión, no hay matiz, no hay pudor técnico. Sólo golpes. Contra el contexto, contra la lógica comparativa, contra la memoria reciente. Y, por supuesto, contra los ciudadanos, que merecen algo mejor que una infografía emocional.

Porque, si algo queda claro, es que los números también se manosean. Y, cuando se hace con alevosía, ya no hablamos de un error. Hablamos de un método.

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