Un reino de Justicia y de Paz

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo [24 de noviembre de 2024]

Con la celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, culminamos el año litúrgico. Desde el próximo domingo empezaremos a prepararnos para celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús y lo haremos durante varias semanas en el llamado tiempo de Adviento.

Esta celebración de Cristo Rey puede confundir a varios, asociando esta denominación con el poder y la fastuosidad de los reyes contemporáneos. Aunque en realidad hay que señalar que hoy ya no quedan muchos reyes y no tienen tanto poder, tampoco en la época de Jesús entendieron demasiado qué tipo de reinado tenía Jesús y cómo era su Reino. Pilato en el Evangelio de este domingo (Jn 18,33b-37), expresa lo confundido que estaba sobre la realeza que tenía el Señor. «Pilato le dijo ¿Entonces tú eres Rey? Jesús respondió: tú lo dices. Yo soy Rey» (Jn 18,37). De todas maneras, el Señor explica a Pilato, algo que seguramente por su ceguera espiritual y su alejamiento de Dios no podía comprender: «Mi realeza no es de este mundo». (Jn 18,35)

Es cierto que en general la ceguera e incomprensión sobre el reinado de Jesús, es también una incomprensión sobre la misión de la Iglesia. La imposibilidad de captar por dónde pasa el verdadero Reino, está ligada al alejamiento de Dios. Para percibirlo es necesaria una cierta mirada de fe. Es clave recordar que como Iglesia y como cristianos debemos seguir apostando en la cotidianidad, no al éxito, ni a triunfalismos pastorales, sino a la fidelidad, al seguimiento de Cristo, el Señor, que siempre implica el tomar la cruz de cada día, considerando que el discipulado debe ser siempre pascual. El Apóstol Pablo en la carta a los Filipenses nos señala el camino que la Iglesia debe guardar mirando a Jesucristo, el Señor: «Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz». (Flp 2,5-8)

Para cumplir nuestra misión evangelizadora siempre deberemos ubicarnos en la pequeñez y en la humildad, desde donde podemos servir en la construcción del Reino de justicia y de paz: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos». (Mt 5,3)

Si bien este código de la pequeñez es parte de la fe del discipulado cristiano, e implica a todos los bautizados, es necesario especialmente que aquellos que tenemos distintas responsabilidades públicas y sociales tengamos una captación de esta dimensión esencial de la vida cristiana, por las consecuencias que esto debe tener en la sociedad, traducidas en actitudes que hacen al servicio y al bien común.

Hace pocos días hemos celebrado en el Santuario de Loreto una verdadera fiesta diocesana, nuestra peregrinación, en donde como pueblo de Dios, miles, hemos visitado a nuestra Madre y hemos celebrado a nuestros mártires. Quiero agradecer a tantos que trabajaron para que se haya dado un momento que tanto bien nos hace en el camino de evangelización de nuestra Diócesis.

Estamos celebrando el domingo de Cristo Rey. El texto del Evangelio de este domingo pone al descubierto que Pilato carecía de fe para comprender qué le decía el Señor: «Pilato le dijo: ¿Entonces Tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». Nosotros también necesitamos desde la fe y la pequeñez captar y comprometernos con este Reino que nos hace discípulos y testigos de Jesucristo, promotores de algunos valores como la vida, la familia, la justicia, la verdad, que nos permiten tener un horizonte de esperanza.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

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El Santuario de Loreto

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Como venimos realizando cada año, este domingo tenemos una nueva peregrinación diocesana a nuestro  Santuario de Loreto. Allí celebramos la memoria de tantos hombres y mujeres que evangelizaron en estas  tierras, como los mártires Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez, Juan del Castillo, y el Padre  Antonio Ruiz de Montoya, que junto a miles de indígenas vivieron una experiencia inédita en las Reducciones  Jesuíticas. 

En Loreto alimentamos nuestro ánimo en la memoria, pero también en los sufrimientos, en el martirio y en  la vitalidad de estos testigos del pasado. Ellos nos fortalecen en la esperanza, para sobrellevar las dificultades,  las persecuciones y las luchas de nuestro tiempo. 

En esta reflexión quiero subrayar la importancia que tiene la peregrinación a nuestro Santuario diocesano de  Loreto en la que participan muchas personas, sobre todo jóvenes, que se movilizan caminando, en autos,  colectivos, bicicletas e incluso por el río, desde las distintas parroquias, escuelas y comunidades de nuestras  zonas pastorales saliendo conjuntamente desde Leandro N. Alem, Jardín América y Posadas. La Misa central  concelebrada con todos los Sacerdotes y Diáconos de la Diócesis, junto con nuestros consagrados,  seminaristas y todo el Pueblo de Dios. 

En la casa de Nuestra Madre de Loreto realizamos este momento único en el año donde como Pueblo de Dios  en nuestra Diócesis de Posadas, llevamos nuestro agradecimiento a Dios por su presencia de tantas maneras  en la tarea evangelizadora que Él nos encomendó. 

También llevamos nuestros dolores, peticiones, inquietudes y sufrimientos. Todo lo ponemos a los pies de  Nuestra Madre de Loreto y bajo la intercesión de nuestros mártires de las misiones. En ellos vemos ejemplos  de entrega en su tiempo que nos permiten decir en el hoy de nuestra historia que nosotros, como ellos, queremos también ser testigos, discípulos y misioneros en esta porción de la Iglesia en nuestra provincia de  Misiones. 

Aquí en la casa de nuestra madre de Loreto hoy estamos celebrando como Iglesia la «Jornada Mundial de los  pobres». El Papa Francisco instituyó esta jornada después de un gran encuentro realizado con pobres en  Roma en el contexto del jubileo de la Misericordia. Allí el Papa nos animó a no dejar que la indiferencia o la  omisión nos hagan olvidarnos de aquellos que están en el corazón del Evangelio. 

Nuestro tiempo, caracterizado por el pragmatismo y por una proclividad a priorizar lo mercantil, va  generando cada vez más pobreza y, por lo tanto, más pobres en el mundo. Lo percibimos también en nuestra  Patria y en nuestra provincia. Son miles las familias que sólo sobreviven, son miles los jóvenes, niños y  ancianos que sobreviven en la marginalidad. No vemos que este planteo sea tratado seriamente. Sólo se dan  cifras que no motivan a ningún funcionario de la política, del mundo empresarial o sindical a sentarse a tratar  como un problema de Estado el flagelo de la pobreza. Desde los organismos internacionales que responden  a los países ricos del mundo proponen caminos de eliminación de los pobres antes que caminos de equidad  e inclusión. Peor aún, ven a los pobres como un peligro frente a la escasez de materia prima de cara al futuro.  De ahí las inversiones de apoyo para la reducción poblacional por cualquier vía, inclusive con los programas  de eliminación de los niños por nacer. El lema de la jornada de este año es «La oración de los pobres se eleva  a Dios» (cf. Eclo 21,5). Rezamos e imploramos junto con ellos.  

Junto a nuestra Madre de Loreto en su Santuario le pedimos por nuestra Iglesia diocesana, por la tarea  evangelizadora y por cada una de nuestras intenciones, y clamamos a Dios por los más pobres, porque el  Señor escucha nuestro clamor. 

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! 

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Peregrinos de la Esperanza

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 32o durante el año [10 de noviembre de 2024]

Falta una semana para la peregrinación al Santuario de Loreto. Como realizamos desde hace varios años, el tercer domingo de noviembre, o sea el próximo domingo 17, celebraremos el día de los Santos Mártires de las Misiones, con la peregrinación, la Misa central a las 9 horas y las distintas actividades que se han organizado en Loreto. Por esta razón hemos suspendido todas las Misas del domingo por la mañana significando el acontecimiento que celebramos. Muchos peregrinos irán a pie saliendo de distintos lugares prefijados de la provincia. En Posadas saldrán desde la Parroquia de Fátima el sábado por la tarde, así como desde Alem, y desde Jardín América. También irán en peregrinación centenares de ciclistas y en otras movilidades. Desde Loreto profundizaremos nuestra memoria y lo vivido en la evangelización de la Iglesia en nuestra región de Misiones. La memoria nos permite ganar en identidad y en consistencia para encarar los desafíos pastorales de nuestra época. También Loreto es una expresión de comunión, como familia reunidos junto a los Santos, quienes fueron testigos de la fe, y junto a María de Loreto, la Madre que convoca en su casa.

En esta celebración recordamos la epopeya, muchas veces olvidada, que vivieron estos pueblos. En Loreto se concentra la historia, la grandeza y los sufrimientos de un pueblo que vivió el crecimiento y también la muerte y esclavitud provocada por los bandeirantes portugueses, obligándolos a huir de la región del Guayrá, y a vivir la proeza de bajar por el Paraná de la mano del tan querido P. Antonio Ruiz de Montoya, con miles de indígenas con quienes realizaron la refundación de dichas reducciones en las actuales Loreto y San Ignacio.

En nuestro Santuario también tenemos especialmente presente al P. Antonio Ruiz de Montoya, tan querido por sus hijos y hermanos indígenas quienes dieron fiel cumplimiento a su pedido de que sus restos, descansen en Loreto: «No permitan que mis huesos queden entre españoles, aunque muera entre ellos; procuren que vayan donde están los indios mis queridos hijos, que allí donde trabajaron y se molieron han de descansar».

Para cumplir este deseo, un grupo de guaraníes viajó de Loreto hasta Lima para buscar sus restos, los cuales descansan en nuestro Santuario.

Nuestra celebración coincidirá con la VIII Jornada Mundial de los pobres, instituida por el Papa Francisco, que este año lleva por lema: «La oración del pobre sube hasta Dios» (cf. Sir 21,5). En su mensaje para esta jornada, el Papa nos dice que: «La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre! Reflexionemos sobre esta Palabra y “leámosla” en los rostros y en las historias de los pobres que encontramos en nuestras jornadas, de modo que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento».

Y solo los pobres y sencillos pueden expresar la sed profunda de Dios que se hace patente en algunas manifestaciones de la piedad popular. La peregrinación, la visita a los santuarios, son una expresión clara de fe de nuestra gente. El Documento de Aparecida señala que en la profunda religiosidad popular aparece el alma de los pueblos latinoamericanos, y constituye el precioso tesoro de la Iglesia Católica en América Latina que hay que promover y proteger. «Esta manera de expresar la fe está presente de diversas formas en todos los sectores sociales, en una multitud que merece nuestro respeto y cariño» (cfr. DA 258). «Entre las expresiones de esta espiritualidad […] destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el Santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un encuentro de amor.

La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual» (DA 259).

El próximo 17 de noviembre nos encontraremos en Loreto, celebrando la Memoria de los Mártires de las Misiones, junto a nuestra Madre de Loreto, en su Casa.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

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La universal vocación a la Santidad

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Estos días hemos celebrado un acontecimiento importante para la Iglesia, la «Solemnidad de todos los santos» y, al día siguiente, la «Conmemoración de todos los fieles difuntos». En estas dos celebraciones la Iglesia tiene presente a aquellos que han partido a la Casa del Padre. En el caso de los santos, son aquellos varones y mujeres que, como nosotros, experimentaron el llamado a la santidad y buscaron responder cumpliendo la voluntad de Dios en sus vidas. Varones y mujeres con nuestras mismas fragilidades y búsquedas, que la Iglesia, con la potestad de «las llaves» los ha declarado santos. Ellos son miles, a algunos los conocemos. A ellos les imploramos que, en la Casa del Padre, donde están, intercedan ante Él por nosotros y por nuestras peticiones. Al día siguiente hemos rezado por todos los difuntos. Miles de personas han rezado en los cementerios y en las Iglesias, por sus seres queridos.

En esta reflexión dominical queremos subrayar la necesidad de recordar que todos estamos llamados a la santidad. Por ahí, equivocadamente podemos creer que la santidad es un llamado privilegiado para algunos. O bien, erróneamente pensamos que los santos fueron varones o mujeres que se caracterizaron solo por realizar grandes milagros y ser personajes cuyas vidas fueron siempre extraordinarias. En realidad, la santidad es un llamado para todos que debe ser asumido en la vida diaria, en cada opción, en la cotidianidad.

Es cierto que, aunque sabemos de la universal vocación a la santidad en la Iglesia, los contextos de nuestro tiempo hacen que las palabras «santidad» o «virtud», entre otras, tengan poca presencia en nuestra vida y en los nuevos espacios tecnológicos del mundo globalizado. Sin embargo, la virtud y la búsqueda de la santidad, que procuran tantas personas, aun con dificultades, hace que descubramos signos de esperanza.

Tenemos que dar gracias a Dios porque en estos años hemos experimentado la gracia de contar con nuevos beatos y santos argentinos que se constituyen en modelos y ejemplo para animar la acción evangelizadora de la Iglesia. Ninguno de ellos la pasó fácil. De diversas maneras vivieron y asumieron la Pascua del Señor.

Entre ellos, quiero resaltar la reciente canonización de Santa María Antonia de San José, más conocida por todos como «Mama Antula». Ella, una mujer laica nacida en Santiago del Estero que vivió a fondo la vocación bautismal de anunciar a Jesucristo, viajando por distintas ciudades, promoviendo y organizando los ejercicios espirituales con miles de asistentes y marchas evangelizadoras. También quiero agradecer a Dios la beatificación del cardenal Eduardo Pironio, un pastor con una profundidad espiritual destacada y un gran compromiso con la evangelización. Tanto bien nos hacen estos varones y mujeres para ayudarnos a asumir un compromiso cristiano valiente, pascual, que ame hasta dar la vida en nuestros días. Como otros tiempos, el nuestro también tiene cruces. Pero en ellos, en los santos, nos animamos a ser testigos pascuales de la esperanza.

También el próximo domingo 17 de noviembre, como todos los terceros domingos de noviembre, celebraremos una nueva peregrinación a Loreto, en donde tendremos especialmente presente la memoria de la evangelización realizada por muchos hace varios siglos, especialmente a nuestros santos Mártires de las Misiones que, con su vida y su sangre entregada en la misión por anunciar a Jesucristo, nos permiten asumir los desafíos presentes. La Iglesia en Misiones, con la fuerza y el gozo de vivir inserta en el corazón de las antiguas Misiones jesuíticas, es heredera del espíritu que animó a los misioneros a evangelizar los pueblos indígenas, y que se testimonia en las reducciones dispersas en su territorio. En estas tierras han plantado el Evangelio hombres y mujeres que vivieron la santidad, entre ellos san Roque González, san Juan del Castillo y san Alfonso Rodríguez, los Mártires de las Misiones. Ese día suspenderemos todas las misas del domingo por la mañana para ir caminando, en bicicletas, autos y colectivos, y reunirnos y celebrar juntos a las 9 hs. la misa central en el Santuario de Loreto.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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Maestro, que yo pueda ver

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El Evangelio de este domingo (Mc. 10,46-52) nos sitúa ante la humildad, una virtud indispensable para todo hombre y toda sociedad que se proponga madurar en el dialogo y crecer en la armonía de consensos y disensos, frente a tantas formas de autoritarismo e intolerancia. Los cristianos sabemos que necesitamos de la ayuda de Dios y de nuestros hermanos. El Evangelio nos presenta al hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego sentado junto al camino. Al verlo a Jesús imploró «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». El Señor lo hizo llamar y le preguntó «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió «Maestro, que yo pueda ver».

Solo desde la virtud de la humildad podemos «ver» más profundamente la realidad. Nuestra propia realidad y la de los demás. La humildad nos libera de posturas y trajes artificiales que siempre nos esclavizan con imágenes falsas que tenemos que alimentar. Nos libera también de fantasmas que inventamos y no nos permiten ver el corazón de los demás. Muchas veces teñimos nuestra mirada sobre los demás de fantasías y prejuicios, y esto solo nos lleva al odio, a las divisiones y, muchas veces a la violencia. Podemos implorar como el ciego del Evangelio que todos, como sociedad, nos sintamos necesitados de Dios y le pidamos ver.

El Papa Francisco ha convocado a toda la Iglesia a recuperar el carácter sinodal que le es propio. Durante estos años, en distintos momentos se ha avanzado en un itinerario de comunión cuya segunda sesión esta concluyendo este domingo. También nosotros como diócesis hemos participado de las consultas y acompañamos el proceso en cada fase. El Papa nos invita a interrogarnos sobre un tema decisivo para la vida y la misión de la Iglesia: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Este itinerario, es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro caminar juntos, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero.

Como Iglesia diocesana hemos vivido momentos de gracia, después de haber recibido el don de «Aparecida» y de nuestro primer Sínodo diocesano que fue concretándose en diversas asambleas diocesanas a lo largo de estos años. Con alegría podemos señalar que aun con las dificultades que siempre encontramos en nuestros corazones, ha ido penetrando con hondura y humildad en nuestros sacerdotes, consagrados y laicos el pedido que realiza «Aparecida»: «Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que no favorezcan la transmisión de la fe» (DA 365)

Este planteo que con humildad y esperanza realizamos, nos impulsa a revisar nuestras estructuras y formas de organización para poder cumplir mejor con nuestra misión. Esto, que es válido para el ámbito eclesial, lo es también para toda otra estructura que pretende servir en diversas formas de organización social, cultural o política. Esta revisión nos ayudará a detectar, que, además de aquellas estructuras que van resultando ineficaces por los cambios que se producen en el contexto, hay otras que, en lugar de servir al bien común, van tornándose en estructuras que solo sirven a algunos, o bien, son generadoras de formas de corrupción. Debemos pedir a Dios la audacia de tomar la iniciativa para revisar con grandeza y magnanimidad todo esto que no sirve más.

En el texto del Evangelio de este domingo, el ciego al borde del camino, con humildad le implora a Jesús: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!» y le pide aquello que necesita: «Maestro que yo pueda ver». Nosotros también necesitamos pedir a Jesús con humildad: «¡que podamos ver!».

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Maestro, que yo pueda ver Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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