El Evangelio de la fraternidad y la justicia

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En este tiempo cuaresmal es bueno que vayamos captando que el discipulado cristiano no puede reducirse exclusivamente a la relación personal con Dios, sino que, están presentes también nuestros hermanos. La experiencia misma de oración, la creciente experiencia maravillosa de adoración eucarística, no serían auténticamente cristianas si no se acompañan de un estilo de vida que involucre criterios y opciones coherentes con la fe que profesamos, si no nos llevan a asumir la misión de transformar las realidades temporales a la luz del Evangelio.
«Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de (santa) Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra». (EG 183)
Todos los bautizados tenemos que evaluarnos en cómo vivimos nuestro compromiso cristiano. De modo particular, los laicos -que constituyen la gran mayoría del Pueblo de Dios- tendrán que examinarse respecto de la dimensión social de su fe y sobre la responsabilidad evangelizadora y humanística vivida especialmente en sus propios ambientes, tanto familiares como laborales. Allí
es donde se generan los valores que forman una cultura más justa, honesta y solidaria.
Sorprende que, en nuestra Patria, donde gran parte de la población se denomina cristiana, haya tantos y tan graves escándalos de corrupción. Este lamentable fenómeno está presente en la dirigencia social, en el mundo de la política, en las empresas y sindicatos, en los medios de comunicación social, en el poder judicial, en la educación y hasta en las mismas estructuras eclesiales. Sorprende que el Evangelio del que tanto hablamos sea olvidado tan rápidamente cuando se tiene un cargo o un lugar de privilegio. En lugar de aprovechar las oportunidades para servir mejor al pueblo fácilmente dejan ganar su corazón por la soberbia, el poder mal ejercido y la
avaricia.
Al evaluar esto debemos preguntarnos por qué nos pasa esto de una extendida corrupción que se transforma en un flagelo para nuestra sociedad. Sin lugar a dudas que nos ocurre aquello que ya los Padres de la Iglesia denunciaban. Hacia el siglo V San Juan Crisóstomo, llamado «boca de oro» o el «abogado de los pobres», hablaba frecuentemente sobre la riqueza y la pobreza: «todos somos administradores de los bienes de Dios, nadie puede decir que esto es mío; la riqueza tiene que ser compartida para que sea bendecida por Dios»
Es iluminador recordar a san Ambrosio, obispo de Milán (s. IV) denunciando la avaricia y la corrupción de su tiempo y que tiene tanta actualidad: «la tierra es de todos, no solo de los ricos.
Pero son muchos más los que no gozan de ella que los que la disfrutan. Lo que das al necesitado, te aprovecha bien a ti (porque) es el propietario el que debe ser dueño de la propiedad y no la propiedad señora del propietario. Los misterios de la fe no requieren oro» (S. Ambrosio, Libro de Nabot el Yizreelita). También san Basilio dice al respecto: «El que roba la ropa de otro se llama ladrón.
Merece otro nombre el que no viste al desnudo si lo puede hacer? El pan que te sobra  pertenece al hambriento. La ropa que guardas en tu ropero pertenece al desnudo. Los zapatos que se pudren en tu casa son del descalzo. El dinero que tienes enterrado pertenece al necesitado». (S. Basilio, Homilía 6, 6-7. Sobre el texto de Lc 12,18) Lamentablemente seguimos viviendo la inequidad que hace concentrar las riquezas en algunos pocos, y grandes mayorías que sobreviven y están excluidos incluso de los bienes básicos como la alimentación, la salud o la educación. No podemos vivir cristianamente este tiempo cuaresmal sin cuestionarnos el compromiso que tenemos con nuestros hermanos más pobres y excluidos.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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La dimensión social y los pobres en el camino discipular

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Carta Pastoral de Cuaresma 2018 del Mons. Juan Rubén Martinez, Obispo de la diócesis de Posadas
Queridos hermanos y hermanas: Al iniciar el tiempo cuaresmal en preparación a la Pascua encontramos una nueva oportunidad para convertirnos al Amor de Dios. En efecto, este tiempo litúrgico de la Cuaresma nos permite, como al «hijo pródigo», revisar nuestro compromiso y seguimiento de Cristo el Señor en quien creemos. Y así volver a Dios, a la casa del Padre, para estar con Él y recibir
su abrazo amoroso y misericordioso.
El tiempo que iniciamos es de conversión y penitencia, pero también es un tiempo de esperanza y de gracia, es una oportunidad de renovar nuestro encuentro con la Persona de Jesucristo, de retomar el camino de discípulos y de saber que todos tenemos una misión, que nuestra vida está cargada de sentido.
En esta carta cuaresmal quiero plantear la necesidad de revisar nuestro camino discipular para vivir el misterio de la Pascua y hacer un buen examen de conciencia. Esto implica evaluar nuestro estilo de vida, no sólo en aspectos individuales, sino también en la dimensión social, inherente al discipulado de aquel que es miembro del Pueblo de Dios.
Lamentablemente, por la ausencia de la dimensión social de la fe, muchas veces caemos en una profunda ruptura entre la fe y la vida. Así, nuestros criterios y opciones no ayudan a mejorar la sociedad y la cultura y, en cambio, generan injusticia y violencia contra la dignidad humana propiciando ambientes cargados de desesperanza.
1. EL EVANGELIO DE LA FRATERNIDAD Y LA JUSTICIA Algunas veces un estilo piadoso en búsqueda de una perfección más ligada a aspectos individualistas o al mero cumplimiento de una «letra» sin la vida de la caridad, lleva a erróneas búsquedas de la santidad que no consideran a los otros como hermanos. Una búsqueda así entendida, piensa la misma razón de ser de la Iglesia -que es la evangelización- sin una dimensión comunitaria y social desfigurando el sentido mismo de la misión que Jesús nos ha dejado.
Es bueno que recemos y reflexionemos en esta Cuaresma con algunos textos del papa Francisco de su exhortación apostólica «Evangelii Gaudium» (EG) que nos ayudarán a una comprensión más profunda de la dimensión comunitaria de la fe y la evangelización.
El papa Francisco nos dice: «quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora. El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad». (EG 176-177)
Desde ya que esta consideración nos ayuda a revisarnos en un buen examen de conciencia cuaresmal sobre la dimensión social de la fe y nuestro compromiso evangelizador desde las mismas enseñanzas del Señor. «¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí” (Mt 25,40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: “Con la medida con que midáis, se os medirá” (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6,36)». (EG 179)
«Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendientes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales» (EG 180)
Al ir reflexionando este texto de la Evangelii Gaudium vamos captando que el discipulado cristiano no puede reducirse exclusivamente a la relación personal con Dios, sino que, están presentes también nuestros hermanos.
La experiencia misma de oración, la creciente experiencia maravillosa de adoración eucarística, no serían auténticamente cristianas si no se acompañan de un estilo de vida que involucre criterios y opciones coherentes con la fe que profesamos, si no nos llevan a asumir la misión de transformar las realidades temporales a la luz del Evangelio.
«Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de (santa) Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra». (EG 183)
2. EL EVANGELIO PRIVILEGIA A LOS POBRES Y EXCLUIDOS Todos los bautizados tenemos que evaluarnos en cómo vivimos nuestro compromiso cristiano. De modo particular, los laicos -que constituyen la gran mayoría del Pueblo de Dios- tendrán que examinarse respecto de la dimensión social de su fe y sobre la responsabilidad evangelizadora y humanística vivida especialmente en sus propios ambientes, tanto familiares como laborales. Allí es donde se generan los valores que forman una cultura más justa, honesta y solidaria. Sorprende que, en nuestra Patria, donde gran parte de la población se denomina cristiana, haya tantos y tan graves escándalos de corrupción.
Este lamentable fenómeno está presente en la dirigencia social, en el mundo de la política, en las empresas y sindicatos, en los medios de comunicación social, en el poder judicial, en la educación y hasta en las mismas estructuras eclesiales. Sorprende que el Evangelio del que tanto hablamos sea olvidado tan rápidamente cuando se tiene un cargo o un lugar de privilegio. En lugar de aprovechar las oportunidades para servir mejor al pueblo fácilmente dejan ganar su corazón por la soberbia, el poder mal ejercido y la avaricia.
Al evaluar esto debemos preguntarnos por qué nos pasa esto de una extendida corrupción que se transforma en un flagelo para  nuestra sociedad. Sin lugar a dudas que nos ocurre aquello que ya los Padres de la Iglesia denunciaban. Hacia el siglo V San Juan Crisóstomo, llamado «boca de oro» o el «abogado de los pobres», hablaba frecuentemente sobre la riqueza y la pobreza: «todos somos administradores de los bienes de Dios, nadie puede decir que esto es mío; la riqueza tiene que ser compartida para que sea bendecida por Dios»
Es iluminador recordar a san Ambrosio, obispo de Milán (s. IV) denunciando la avaricia y la corrupción de su tiempo y que tiene tanta actualidad: «la tierra es de todos, no solo de los ricos. Pero son muchos más los que no gozan de ella que los que la disfrutan. Lo que das al necesitado, te aprovecha bien a ti (porque) es el propietario el que debe ser dueño de la propiedad y no la propiedad señora del propietario. Los misterios de la fe no requieren oro» (S. Ambrosio, Libro de Nabot el Yizreelita). También san Basilio dice al respecto: «El que roba la ropa de otro se llama ladrón. ¿Merece otro nombre el que no viste al desnudo si lo puede hacer? El pan que te sobra pertenece al hambriento. La ropa que guardas en tu ropero pertenece al desnudo. Los zapatos que se pudren en tu casa son del descalzo. El dinero que tienes enterrado pertenece al necesitado». (S. Basilio, Homilía 6, 6-7. Sobre el texto de Lc 12,18)
Lamentablemente seguimos viviendo la inequidad que hace concentrar las riquezas en algunos pocos, y grandes mayorías que sobreviven y están excluidos incluso de los bienes básicos como la alimentación, la salud o la educación. No podemos vivir cristianamente este tiempo cuaresmal sin cuestionarnos el compromiso que tenemos con nuestros hermanos más pobres y excluidos. El papa Francisco es claro respecto a este tema: «Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos». Temo que también estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta». (EG 201)
3. ALGUNOS PROPÓSITOS CUARESMALES Para realizar un buen examen de conciencia y revisar nuestra condición de cristianos es importante recordar que debemos ser concretos. Cuando no encarnamos nuestros propósitos y nos quedamos en  generalidades, corremos el riesgo de fracasar en nuestros propósitos. Hay muchos hermanos necesitados cercanos a nosotros. La mejor experiencia espiritual es partir de que también nosotros somos necesitados. Ya sea que nos identifiquemos con el hijo menor, alejado del amor de su padre, en la parábola del hijo pródigo, o con el hermano mayor que permanecía a su lado. En cualquier caso, experimentamos la necesidad del amor y la misericordia de Dios.
La caridad practicada necesita de una fe que esté acompañada por obras. «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe». (Sant 2, 18b)
Si debemos evaluarnos personalmente considerando la dimensión social de la fe, también debemos hacerlo teniendo en cuenta el compromiso de nuestras parroquias, comunidades, movimientos eclesiales, institutos educativos. En estos ámbitos es clave vivenciar una caridad practicada incluyendo y privilegiando a los más pobres.
No podemos realizar aquí una descripción minuciosa de tantas situaciones de pobreza con las que convivimos. Pero sabemos que hay  muchos hermanos que están en la marginalidad. Son muchos los asentamientos en nuestras ciudades en los que familias, jóvenes y niños sólo sobreviven. Uno de los problemas más grandes es la desnutrición que daña a quienes son víctimas de esto a tal punto de condicionarlos en el estudio o en la obtención de algún trabajo. Nos duele también que haya tantos hermanos desocupados o en situaciones de extrema precariedad laboral. También constituye una gran herida el flagelo de las adicciones que va ganando
terreno sobre todo entre nuestros jóvenes.
La evangelización que realizamos tiene que llegar a todos, pero especialmente a las «periferias existenciales» como nos lo dice el papa
Francisco. Esta preocupación de buscar caminos evangelizadores no es exclusivamente del clero y los consagrados sino, de todo el Pueblo de Dios. En el contexto de la cuaresma podemos realizar, a modo personal, acciones concretas que expresen nuestra conversión a Cristo el Señor y nos preparen a celebrar mejor la Pascua. Como Iglesia, también realizamos gestos comunitarios como momentos litúrgicos de oración y celebración.
También acciones organizadas ligadas al ayuno y la limosna, entendiéndolos en el marco de compartir ejercitando la comunión de
bienes. Como cada año realizaremos la colecta cuaresmal que llamamos «del 1%». Proponemos compartir con nuestros hermanos más necesitados por lo menos el 1% del total de nuestros ingresos. Es importante recordar que este aporte cuaresmal tiene sentido si es fruto de nuestra conversión a Dios y expresa nuestro deseo de amarlo a Él y a nuestros hermanos como a nosotros mismos. La fecha en que realizaremos esta colecta es el fin de semana del 17 y 18 de marzo. Esta ofrenda estará destinada especialmente a aquellos hermanos necesitados a quienes se ayudará a mejorar las viviendas, los techos, las letrinas. Obviamente con esto no solucionaremos el problema de la vivienda de tantos hermanos, pero como diócesis realizamos un gesto concreto de caridad y justicia.
Al finalizar esta carta cuaresmal pidamos a Dios que estas semanas podamos asumirlas como nueva oportunidad de «volver a Dios» y que con humildad podamos revisar cómo vivimos nuestra fe en Dios y cómo la expresamos en el compromiso para con nuestros hermanos. El tiempo cuaresmal nos ayudará a revisarnos desde el amor que Dios nos tiene con la certeza de que, si volvemos a Él, nos recibirá con un abrazo de Padre como al hijo pródigo. Abrazados por su amor somos plenos y podemos ser testigos de la Pascua y de la Esperanza.
Les envío un saludo cercano como Padre y Pastor.

 

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Los leprosos de hoy

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 6° domingo durante el año [11 de febrero de 2018]
En nuestra época, no dudamos en afirmar que somos protagonistas de profundas transformaciones de todo tipo. A veces quedamos perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, biogenético, informático… todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión social.
Ante esta realidad tan dinámica los cristianos necesitamos profundizar y formarnos en la fe por la que creemos. En nuestro primer Sínodo Diocesano hemos tomado como una de las temáticas, iluminada por el documento de Aparecida, la formación: «Discípulos de Jesucristo: Formación como camino de discipulado».
Podremos evangelizar y ser misioneros si buscamos tener un verdadero encuentro con Jesucristo, el Señor. Sin identidad cristiana será difícil tener una actitud de diálogo y apertura en los diversos desafíos que nos presenta nuestro tiempo. El documento de Aparecida nos señala, entre otros aspectos una referencia clara al proceso de formación de los discípulos misioneros: «La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe, requiere una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia.
Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el método: «Vengan y vean». (Jn 1,39), «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Con Él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discípulos misioneros. Con perseverante paciencia y sabiduría, Jesús invitó a todos a su seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra especial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto sociocultural de América Latina» (DA 276).
En el centro de nuestra identidad como cristianos está la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre. Es Él, quien con sus gestos y palabras nos enseña a ser discípulos. El Evangelio de este domingo nos pone en el centro de la vida cristiana, al proponernos el encuentro del Señor con los leprosos. Durante miles de años los leprosos no tenían cura y eran totalmente marginados de la sociedad. Este hombre, que presenta el Evangelio, logra conmover al Señor: «Si quieres puedes purificarme… Jesús conmovido extendió su mano y lo tocó diciendo: lo quiero, queda purificado» (Mc 1,40-45).
Nuestra identidad como cristianos se desdibuja si no abrimos nuestro corazón a sus enseñanzas. Son muchos los leprosos de nuestro tiempo. Aunque es frecuente que como cristianos podamos ir perdiendo la capacidad de encuentro con Jesucristo, que se hace presente en los marginados y excluidos de hoy, está en la esencia de nuestro seguimiento del Señor, el amor a todos y sobre todo a los hermanos más débiles. Los leprosos de hoy en nuestra realidad misionera tienen distintos nombres: son la problemática indígena que cada vez más lleva a estos hermanos nuestros a deambular en contextos culturales adversos y racistas. Son los desnutridos que han crecido con limitaciones y diferencias que los llevan a la exclusión social e incluso a la condena por vagancia. Los leprosos son muchos jóvenes que no encuentran trabajo, y desde el vamos se encuentran sin futuro. Son los desamparados que siguen contenidos por el asistencialismo, todavía necesario en algunos casos, pero que daña la «cultura del trabajo».
Son los leprosos de nuestro tiempo los que padecen SIDA, y los enfermos que no tienen monedas para acercarse a un hospital o centro de salud. En la cercanía, compromiso e integración de estos «nuevos leprosos», se pesará nuestro compromiso cristiano, y también la calidad de aquellos que por su lugar y situación son dirigentes políticos, económicos y sociales…
Lamentablemente estos hermanos están tan en la marginalidad, que padecen nuestro olvido, exclusión y racismo. De ellos no se ocupa casi nadie, ni cuentan con micrófonos, ni cámaras de televisión…
En nuestra realidad parece que están los ganadores y los perdedores. Nosotros si queremos asumir nuestra identidad de discípulos de Jesucristo, el Señor, tendremos que asumir el compromiso, siempre actual, de la opción preferencial por los pobres, por los leprosos de nuestro tiempo. Esto nos exige que como el Señor nos sintamos conmovidos y que animados en la esperanza busquemos caminos que nos lleven a construir una sociedad más solidaria, que respete la dignidad de las personas, la familia y sobre todo la vida.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

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Todos tenemos una vocación

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 5° domingo durante el año [4 de febrero de 2018]
Estamos transitando el tiempo ordinario o común. El texto de este domingo (Mc 1, 29-39) nos muestra al Señor ejerciendo su misión habitual con su Palabra y con sus gestos: «Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo…, le dijeron: “todos te andan buscando”. Él les respondió: “vayamos a otra parte, a predicar en las poblaciones vecinas”» (37-39).
Al iniciar el año es importante que todos los bautizados entendamos la necesidad de vivir nuestra vocación y misión. «Vocación» significa llamado de Dios. Nuestro tiempo, que se caracteriza por acentuar el secularismo, o sea una sociedad sin Dios, tiene dificultad para comprender la vida desde la vocación, desde la misión que Dios nos encomienda a cada uno.
Es cierto que cuando hablamos de vocación, en general entendemos casi exclusivamente que se trata del llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, pero en realidad todos tenemos una vocación. Lamentablemente la vida contemporánea, entre tantas dificultades y circunstancias, lleva muchas veces a trabajar o estudiar solo pensando en una salida laboral o bien, dados los contextos, simplemente «en lo que se pueda», sin tener suficientemente en cuenta las capacidades personales. Es triste encontrarse con profesionales o dirigentes sociales, docentes, abogados, políticos, sindicalistas…, que ejercen una tarea o función sin tener ninguna vocación que los mueva. Cuando pasa esto, ellos mismos terminan no siendo felices con lo que hacen o muchas veces lo hacen mal o solo buscan rédito económico, o bien obtener alguna forma de poder o, peor aún, no sirven a los demás, sino que se sirven de lo que hacen solo para su propio beneficio. La vocación específica de cada uno, cuando se orienta al servicio, nos plenifica. Los cristianos entendemos que la vocación es un llamado de Dios, e implica siempre una misión. Toda tarea hecha con vocación debe servir al bien común. Hoy más que nunca necesitamos gente con vocación y con la comprensión de que cada vida está cargada de sentido y tiene razón de ser.
Entre las diversas vocaciones, desde ya que debemos interesarnos por las vocaciones sacerdotales, especialmente considerando la necesidad que hay de más sacerdotes en nuestras comunidades. El mismo Señor nos invitó a orar por esto, ya que los obreros son pocos y la mies o el trabajo es mucho. En este sentido debemos agradecer a Dios el camino que vamos realizando con nuestro Seminario «Santo Cura de Ars». En estos días nuestros seminaristas iniciarán una Misión en la parroquia «Santa Rosa de Lima» de Bonpland, y dos de ellos durante febrero están realizando el mes de ejercicios ignacianos en el Monasterio en San Isidro, en el tiempo inicial de la etapa teológica en su formación. El próximo sábado 24 de febrero celebraremos la Misa de inicio del año a las 20 horas, en nuestro Seminario. Allí ingresarán varios jóvenes que se incorporan al camino de formación sacerdotal provenientes de las distintas diócesis de la provincia. Además de la diócesis de Posadas y Oberá, a partir de este año se sumarán también jóvenes de la hermana diócesis de Iguazú. Este año tres seminaristas estarán cursando el cuarto año de teología, completando de esta manera todas las etapas de formación, y con la esperanza de contar próximamente con nuevos sacerdotes. Conocemos el cariño y cercanía de nuestra gente por las vocaciones y los seminaristas. Este es uno de los temas claves en orden al futuro de la evangelización. La oración y las diversas maneras de colaboración serán indispensables para implementar estos propósitos pastorales.
Al finalizar, quiero agradecer todo lo vivido desde distintas pastorales durante el mes de enero. El compromiso de distintos grupos misioneros de jóvenes y adultos. Muchos de ellos han venido de otras diócesis, otros, desde nuestras parroquias. Son un ejemplo y nos hacen bien, alentándonos en la esperanza. Se llevaron a cabo también varios campamentos para jóvenes, sobre todo el de la Renovación Carismática en san José, en el colegio Pascual Gentilini, y el campamento de la pastoral de juventud de la diócesis realizado en santa Inés. Fueron cientos de jóvenes que participaron y a quienes tuve la gracia de visitar agradeciéndoles el trabajo que realizan durante el año en las parroquias y movimientos eclesiales.
Desde ya que pedimos a Dios que nos animemos en este año a profundizar en nuestra vocación y misión.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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