Julio Burdman

La división del ajuste

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Ajustar conlleva costos políticos. El objetivo del gobierno durante estos meses complicados se reduce a evitar que los mismos afecten la gobernabilidad. Es decir, que se profundice la caída de la popularidad del gobierno, la desconfianza de los gobernadores  y el malestar social. Dentro del oficialismo, la preocupación generó algunas expresiones. Los radicales y la diputada Carrió ensayaron algunos diferenciamientos. Y algo similar está haciendo María Eugenia Vidal, quien acusó a “los empresarios que están aumentando los precios sin justificación cambiaria” y considera que la tasa de referencia del BCRA en torno al 40% “no puede seguir mucho tiempo”.
La “protesta” de Vidal se da en el marco de lo que comentáramos la semana pasada: los recortes fiscales en obra pública afectarán al distrito que ella gobierna. La discusión, en este clima de escasez, se traslada a la distribución de las partidas vigentes. La antigua división Nación versus Provincias se convirtió en Ciudad & Provincia de Buenos Aires versus el Interior. De ello se trata el debate por los fondos de AYSA, la empresa de aguas que es de propiedad estatal y que tiene asignada un fondo para obras. Los gobernadores quieren nacionalizarlo y federalizarlo; Vidal y Larreta quieren que se respete la ejecución prevista (en su gran mayoría, en el área metropolitana) y que sea traspasado en forma directa a sus dos distritos.
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Sin embargo, lo que podría ser visto como un logro del gobierno en este momento desafortunado es que el peronismo muestra señales de división en circunstancias que, en otro contexto, propenderían a una unificación. Ya no se trata solamente del diálogo entre gobernadores y kirchneristas, sino de la propia identidad del primer grupo.
Tras siete días de conflictos sindicales y una marcha del 25 de mayo de tinte opositor, este miércoles el Senado tratará el proyecto opositor de tarifas, que ya tiene media sanción en Diputados y que propone entre otras cosas retrotraer los valores a noviembre de 2017. El gobierno pasó de rendirse y avisar que iba a vetar cualquier cosa que salga del Congreso, a querer una victoria política. Es decir, a mostrar que puede frenar al Senado en una mesa de negociación sin necesidad de usar las facultades extraordinarias del Ejecutivo. Mostrar que aún tiene alianzas legislativas como para negociar, junto a la oposición, reformas de contenido económico que podrían formar parte del acuerdo con el FMI.
Lo cierto es que la dispersión del peronismo no kirchnerista es una posibilidad. Por un lado está la posición de Pichetto, quien sigue siendo un coordinador de los intereses de los gobernadores en el Congreso pero hoy está más cercano a la idea de mostrar oposición y alternativa política ante la sociedad. Es también la línea de Sergio Massa, ausente en el debate público pero aún presente en otros niveles. La otra posición, minoritaria pero clave para los números, es la del salteño Juan Manuel Urtubey. Precandidato, pero a la vez más cercano al gobierno y crítico del proyecto de tarifas, Urtubey es la voz de “no poner palos en la rueda” en mayo y junio.
Los números están en el límite. En la mañana del lunes todo dependía de un voto. Pichetto insiste: si no se muestra coherencia ahora, no podremos ser una opción política en 2019. La imagen de la descoordinación o fractura del peronismo pospone el escenario de la coordinación opositora. Ante la opinión pública y los observadores internacionales, deja la lectura de un peronismo balcanizado. Y ello equivale, en este marco, a la gobernabilidad de Macri.

 
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La pregunta por la gobernabilidad

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Una de las características implícitas del gradualismo es la perdurabilidad del plan. O, mejor dicho, del gobierno. La idea de ajustes incrementales y espaciados en el tiempo en el gasto público y otras variables de la macro supone, precisamente, disponibilidad de tiempo. Por eso, el planteo gradualista puede ser considerado hasta soberbio. Porque descuenta una reelección. “Vamos de a poco, algunas cosas quedarán para el segundo mandato”, se escuchó con frecuencia en la Casa Rosada. ¿Y si no hay segundo mandato? Esa es la pregunta que más nos han formulado estos días. Algunas voces de Cambiemos hablan de desestabilización. El diálogo con la oposición dialoguista entró en suspenso. Y los socios menores del Presidente (UCR, Carrió) tuvieron algunos comportamientos erráticos.
Todas las posibilidades quedaron abiertas. Porque a partir de los cimbronazos económicos recientes (tipo de cambio, Merval, más aumentos de precios en canasta básica, anuncio de retorno al FMI) los escenarios de proyección político-electoral y macroeconómica tienen un nuevo punto de arranque. Ahora, todo depende de cómo salga parado el gobierno de la situación que se ha planteado. Si las cosas empeoran y el gobierno no logra dominar los temores y las expectativas, la popularidad seguirá declinando y el malestar social seguirá creciendo. Lo que comenzó en los fondos institucionales, se trasladó en cierta medida a los tenedores locales. Desde la tarde del viernes la cosa está movida en los bancos.
A todo esto, que ya supone muchas aristas, hay que sumar el impacto que puede temer el anunciado acuerdo con el FMI. Es clave para el gobierno hacer el ejercicio del liderazgo. La sociedad (y en particular, su propio núcleo de votantes, que podríamos estimar en un 30%) no deben perder la fe acerca de quién está al mando. La descoordinación e inconsistencia de las políticas son problemáticas, pero el vaciamiento de la política es el drama mayor.
Pues bien, si el gobierno no logra ninguna de las dos cosas -domar la crisis de confianza y demostrar a la opinión pública que está a cargo-, no habrá reelección. Ya no se tratará de Cambiemos vs. Kirchnerismo, porque la sensación de vacío generará una fuga hacia adelante. Una parte importante del electorado buscará respuestas, y la democracia algo proveerá. Siempre hay políticos ambiciosos y aspirantes a salvadores de la patria.
En cambio, si el gobierno logra atravesar el duro camino de la devaluación, estabilizar un nuevo precio para el dólar, aminorar los costos políticos y evitar que el nuevo dólar se traslade todo a los precios -para lo cual necesitará algún tipo de intervención activa-, hay un futuro. No estaremos ante una pérdida de timón: se habrá tratado de un reajuste general del modelo. Una macro más sustentable, con fuerte costo social, pero manteniendo los resortes de la gobernabilidad. Luego, ahí también habrá que evaluar cómo queda el gobierno después del cimbronazo. En cualquier de los dos casos, la situación que atravesamos es un trampolín. Después de esto, sea quien fuere el Presidente, estaremos ante un nuevo gobierno.

 
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Tiempo de paritarias

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El Presidente y el Jefe de Gabinete estuvieron diciendo en las últimas horas que van a luchar para mantener la meta inflacionaria del 15%. Naturalmente, se trata de un mensaje enmarcado en el proceso de negociación paritaria. La meta inflacionaria del Presupuesto Nacional se transformó en una suerte de pauta de actualización salarial. Para el gobierno, claro: desde tiempos del INDEC intervenido, los sindicatos tomaron el hábito de elaborar sus propias estimaciones de inflación, y las llevan consigo a las mesas de negociación.
Arrancaron firmando una serie de pequeños sindicatos “fáciles”: UTEDyC (que agrupa a empleados de fundaciones, clubes y otros, y que acumulaba algunos atrasos en materia de aumentos) viene bien, ya que habría rubricado un 18% en dos veces entre enero y agosto, con una cláusula gatillo en noviembre. Obras Sanitarias (Lingieri) fue el primero en aceptar el 15% propuesto por la contraparte, en dos veces (7,5% en abril y otro 7,5% en septiembre) con una cláusula gatillo hacia fin de año (además de un complicado cálculo de recomposición por 2017). Se plegaron a la fórmula algunos otros sindicatos aún más pequeños, que aportan el símbolo del número consensuado: Tintoreros, Remiseros y Docentes de Misiones. El 15% en dos veces es lo que el gobierno intenta acordar con todos los sindicatos, en especial los grandes, y dirigentes con buen diálogo con Macri como Gerardo Martínez (UOCRA, el sindicato de mayor crecimiento reciente), Sasia (Ferroviarios) y Armando Cavalieri (Comercio) están dispuestos a firmar; Luz y Fuerza y los diferentes sindicatos petroleros, en un segundo anillo de cercanía, también.
SUTECBA (trabajadores municipales) habría cerrado un 12% en dos veces (abril y septiembre) y los presentó como un triunfo, anticipando que los aumentos del sector público vienen más bajos que los del sector privado. Ese fue, después de todo, el sentido del recorte de cargos políticos y congelamiento de salarios de altos funcionarios que el gobierno nacional anunció semanas atrás: imponer un criterio hacia los estatales. De UPCN, el sindicato histórico del sector, aún no hay información aunque sí trascendidos de aumentos más módicos que los negociados por SUTECBA. Se vienen meses duros en el estado.
Faltan los sindicatos “difíciles”. Comenzando por los docentes bonaerenses comandados por “Roby” Baradel, que rechazaron el pasado 22 de febrero la segunda propuesta del gobierno provincial. En el caso de los bancarios, fracasó la primera ronda de negociaciones, un CEO de un importante banco privado habría tomado la interlocución con resultados aún inciertos, y tras los paros recientes aún no se alcanzó solución. UOM, Camioneros, Sanidad y Gastronómicos están en conversaciones, el gobierno espera que arreglen en forma simultánea. La marcha del 21F y el enfrentamiento entre Macri y Moyano permite anticipar que no será tan sencillo.
La estrategia de la “pauta salarial” que centraliza las negociaciones se asemeja mucho a la práctica inaugurada por los gobiernos kirchneristas. Que, en más de un sentido, restauraron la institución de las paritarias. Durante varios años consecutivos, la clave fue el número que acordaban los Camioneros: una vez cerrada la negociación con Moyano, el conjunto de los gremios sabía a qué número atenerse. En el gobierno de Mauricio Macri, la “pauta de referencia” comienza por pequeños sindicatos amigos, se extiende por los grandes sindicatos dialoguistas, y luego se intenta imponer a los más díscolos y confrontativos. Uno de los sentidos de la reforma laboral anunciada en 2017 -y uno de los principales contenidos de la reforma ya aprobada en Brasil- era romper esta práctica, y desconcentrar todo lo posible las discusiones salariales para que se adapten a las realidades de cada sector. Pero todo indica que el gobierno de Cambiemos, aunque discursivamente insiste con que las paritarias son “libres”, no pretende eliminar la institución de las paritarias ni la modalidad kirchnerista de la pauta de referencia. En todo caso, aspira a dominarla.
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El otro punto de discusión es la inclusión de las “cláusulas gatillos” en los acuerdos. El gobierno ha intentado desarmarlas, insistiendo con la previsibilidad de la inflación. Pero en el marco del conflicto abierto con Moyano y sus aliados, y ante la necesidad de dejar contenta a una buena parte de los gremialistas, ha mutado su pretensión de eliminarlas a la de posponerlas. Llevar el gatillo todo lo posible al fin del ejercicio. Casi ya hasta el 2019. Con la esperanza puesta en la desaceleración de los precios en el segundo semestre, y en mecanismos de empalme a futuro. Ganar tiempo y, eventualmente, capitalizar la recomposición en el marco de un año que será electoral. En 2018, los costos políticos son más bajos.

 
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Por qué Macron se opone al tratado entre el MERCOSUR y la Unión Europea

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Por ahora no hay tratado. Eso indicaban las declaraciones de Emmanuel Macron, desde antes de la llegada de Macri a Paris. Similares a las de todos sus predecesores desde 1999, cuando comenzaron las negociaciones. Francia, dijo, no puede avalar un tratado que favorezca el ingreso de alimentos sudamericanos en desmedro de su propia producción. Subsidiada por los contribuyentes franceses para conservar empleos y garantizar seguridad alimentaria. Hubo declaraciones amables, apoyos para el ingreso a la OCDE y salutaciones al G20, pero sin novedad en el tema principal. Hasta ofrecimos destrabar el caso Aguas Argentinas, la compra de los dos patrulleros oceánicos y otras cosas más. Pero no alcanzó.
Nadie puede mostrarse sorprendido. Ya sabemos que desde la década de 1950 la Unión Europea, marcada a fuego por las hambrunas irrepetibles de la guerra, viene subsidiando en forma coordinada su producción de agroalimentos. Y que todos los borradores del acuerdo comercial birregional, que circulan desde hace casi veinte años, chocaron con esa incompatibilidad de modelos alimentarios. Nuestro campo es imbatible; los de la península europea son poco productivos y están protegidos. Y Europa, el actor grande sentado a la mesa, hace las ofertas y pone las condiciones. De hecho, los industriales bonaerenses y paulistas celebran el freno de Macron (quien, como veremos al final de esta informe, habla también en nombre de otros europeos proteccionistas, no solo franceses) pero su festejo quedó eclipsado por el de los granjeros del norte. La asimetría de poder funciona así.
Hay que aclarar también que los productores antiacuerdo -granjeros europeos, industriales sudamericanos- no dominan las negociaciones todo el tiempo. Hay, en ambas regiones, exportadores que quieren pactar, diplomáticos que trabajan de negociadores, y políticos que aman las fotos firmando convenios. A lo largo de estas dos décadas de rosca, hubo momentos en que los planetas casi se alinearon. A principios del siglo XXI, por ejemplo, hubo meses en los que la producción agrícola europea fue muy baja, y las barreras al trigo y el maíz cayeron a cero; en ese momento, Europa hizo una oferta “buena”, pero para los industriales paulistas era mala y dijeron que no. Diez años más tarde, los duros fueron los argentinos. Entre esas y otras episódicas ventanas de oportunidad, la mayor parte del tiempo las trabas estuvieron en Europa.
Siendo así de difíciles e improbables las cosas, como lo muestran los casi 20 años de vueltas alrededor del asunto, ¿por qué volvimos a hablar del tema? Por dos razones. Una es el deseo del gobierno argentino. La otra, es que hasta hace unos meses parecía abrirse una nueva ventana de oportunidad en Europa –o eso nos pareció. Pero la realidad es que esa ventana europea se cerró rápidamente.
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Veamos primero el deseo gubernamental argentino, expresado en las declaraciones del Presidente. Aunque no haya estudios de impacto que demuestren que el tratado tendría saldo positivo, Macri lo quiere por razones que van más allá del comercio. Para empezar, porque firmar un tratado así sería un activo institucional para apuntalar las finanzas argentinas. Somos un país con inflación alta, déficit fiscal y otras vulnerabilidades, que apela a la ayuda política externa para mejorar su calificación. Un tratado con Europa, o el ingreso a la OCDE, deberían bajar nuestras tasas de riesgo país. Está también, claro, la capitalización del logro ante el electorado (“volvimos al mundo”), pero en un año no electoral lo económico pesa más. Además, “el trayecto es el camino”: aún sabiendo que la cosa está muy difícil, Macri y la diplomacia argentina insisten con la meta de firmar porque expresa una “vuelta al mundo” en sí misma. Al declarar una y otra vez la voluntad de “volver”, el gobierno argentino ya se siente un poquito más cerca de los países de Occidente. Después de todo, somos europeos; si ellos no quieren, se lo pierden.
Queda, por último, la mirada geopolítica de nuestro gobierno acerca de la presunta ventana de oportunidad que se abrió tras el Brexit y el triunfo electoral de Trump. De esas que pueden imponerse sobre el lobby de los granjeros franceses y polacos. Un año atrás muchos dirigentes europeos se veían en las puertas de una guerra comercial. Ese fantasma, de hecho, no se disipó: los nacionalismos y separatismos siguen en auge, y “The Donald” acaba de anunciar en Davos que protegerá el acero estadounidense (Europa es un gran productor de acero, y Estados Unidos uno de sus principales mercados de exportación). En ese contexto, en nuestras costas se especuló con el advenimiento de una política comercialista más activa de parte de Europa, para compensar la pérdida de otros mercados, y que ello podría incluir un relanzamiento del proyecto con el MERCOSUR. El razonamiento tenía lógica.
Pero surgieron otros elementos en el camino. Uno de ellos son los cambios laborales impulsados por Macron -quien se proyecta como un líder europeo- que afectan a los países del este de la Unión. Su propuesta es atacar el “dumping salarial” que se produce con el ingreso de trabajadores “baratos” provenientes de los países socios del este -polacos, sobre todo- en las ciudades del oeste. Lo que propone, concretamente, es una nueva política salarial regulada desde Bruselas, que se implementa garantizando que los trabajadores cobren salarios de convenio en el país de residencia, con independencia de su procedencia. Es decir, que en Paris los polacos cobren como franceses, y que en Varsovia los franceses cobren como polacos.
Recuérdese que el enojo social con los salarios más bajos que cobraban polacos, checos o búlgaros fue una de las causas del éxito del Brexit (y Macron llegó al Elíseo con el mandato de evitar nuevos “exits”). La “reforma social europea” de Macron, que aparenta defender los derechos salariales de los trabajadores del este que se mudan al oeste, piensa sobre todo en sus propios votantes franceses. Y en los que votaron por Marine Le Pen. Macron persigue el doble objetivo de atacar el problema del desempleo en Francia, y de calmar los reclamos de los votantes franceses contra los salarios baratos de polacos y húngaros.
Este Macron reformista, que recorrió meses atrás los países del este buscando apoyo político para su propuesta, es el mismo que ahora se opone al acuerdo con los sudamericanos. No solo le preocupan los granjeros franceses, como a todos sus predecesores: también, quiere eliminar cualquier impacto de un acuerdo comercial sobre los mercados de trabajo del Este. Y cuando habla, lo hace también en nombre de los líderes europeos orientales que respaldan su reforma laboral.

 
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Querido Señor Homebanking

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Los años 2016 y 2017 fueron muy generosos en materia de rendimiento financiero. Sobre todo, el que acaba de terminar. En tiempos de tipo de cambio amesetado, diversos instrumentos ofrecieron enormes utilidades para el argentino y la argentina de a pie.
La clase media con resto, tradicional acopiadora de dólares y persistente en su anhelo de ladrillos para protegerse de la inestabilidad macro, ahora aprendió las ventajas de la renta fija por encima de la inflación. Las personas anotaron en su Google Calendar las fechas importantes: los partidos de las eliminatorias, los estrenos de la serie, las licitaciones de las LEBACs. Otros clasemedieros, con apreciación geopolítica, compraron euros: Europa no estalló, la cosa comenzaba a encaminarse, la moneda común se iba a apreciar. Hicieron bien, y el procés catalán lo vieron tranquilos y de lejos, porque sus billetes de 100€ seguían firmes en el cajón con llave (el nuevo “colchón”). Viva Macron.
100 euro banknotes in hand close up
Las publicidades de la banca minorista reemplazaron los puntos, las cuotas y los descuentos característicos del “modelo anterior” basado en el consumo por el “atleta de las tres pe eme”. El personaje de estos años fue el titular de una caja de ahorro que sabía de qué iba un súperfondo de renta variable, y que entraba cada tanto al Homebanking para controlar sus tenencias. Para ese pueblo soberano de las tres pe eme los mejores bancos no son los más sólidos y prestigiosos, ni aquellos que tienen más sucursales o mejor atención interpersonal; los mejores son los del Homebanking más completo y amigable. Es decir, los que permiten más opciones -y uso sencillo- para invertir los pesos del colchón virtual. Ya lo dicen los estudios de mercado bancario: no pierda tiempo en otras cosas, ponga la energía y los recursos en mejorar la usabilidad del Homebanking. La melodía de Hamelin de los tiempos que corren.
Ese pueblo soberano de las tres pe eme (que en rigor, ahora tiene horario extendido, gracias a que le hicieron caso al estudio de mercado) hoy está preocupado. Para Reyes, le escribió una carta al Señor Homebanking -de existencia más tangible que Melchor, Gaspar y Baltasar, o al menos eso queremos creer- para pedir certidumbre. Los movimientos en el tipo de cambio de fin de año le inocularon la duda: ¿no habrá llegado la hora de salirse de esos instrumentos que, después de todo, tanto no conozco, para refugiarse en el viejo y conocido billete verde? Los argentinos tienen arbolitos, los contadores más rápidos del oeste y otras peculiaridades monetarias, pero a pesar de ello siguen siendo bastante neofitos en materia financiera. El enfriamiento de la relación con el Señor Homebanking puede ser casi tan riesgoso como el impacto inflacionario de la devaluación.
El pueblo soberano de las tres pe eme, intuitivamente cambiemita -así como antes fueron menemistas y kirchneristas los votantes cuota del consumismo, por cierto más numerosos- tiene como principal fundamento a la política. Puede constatar cómo sus tenencias se acrecientan, y como Cambiemos gana elecciones y sigue haciendo gestos de autoridad. Pero necesita más para sentir que el Señor Homebanking seguirá proveyendo. Lo que está faltando en las pestañas del Homebanking es el crédito. Hay algo más que el cero de antes, sí. Pero esa proliferación de pequeños créditos para seguir refinanciando da más inquietud que tranquilidad. ¿Cuándo van a llegar los créditos largos y grandes, a tasa baja, para comprar los bienes intertemporales? Esos créditos, más que el Homebanking, son los que producen electorados liberales a través de las generaciones. Como en Chile.
Sin ese crédito ni las grandes inversiones nacidas de la competitividad estructural, el pueblo soberano se mantiene allí, conformándose con otras esperanzas de corto. La política sigue funcionando y las iniciativas del Ejecutivo prosperan en el Congreso: el gobierno no se queda sin aire. Se vienen aumentos tarifarios y las empresas de servicios volverán a rendir. El Merval se sostiene sobre un conjunto pequeño pero sólido de empresas locales con valor y cierto margen para seguir creciendo. 2018 no pinta como el año anterior, pero ese pueblo soberano se acostumbró a esa dinámica confortable y está dispuesto a seguir creyendo. Se queda. Pero son argentinos y tienen memoria plástica de las corridas de antaño. Se quedan, Señor Homebanking, pero con el dedo en el gatillo del botón de salida. Deseo para este año que comienza, Señor Homebanking, muchas buenas razones para seguir creyendo en sus trineos y sus camellos por un (buen) tiempo más.

 
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