Las mil y una noches de Erdogan: Turquía frena la expansión de la OTAN

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La dinámica europea es absolutamente vertiginosa desde que explotó el conflicto armado provocado por la invasión de las tropas rusas en suelo ucraniano, y ante eso, muchos países del viejo continente comenzaron a (re)pensar sus políticas de seguridad nacional.

Finlandia y Suecia, junto a otros países nórdicos europeos, históricamente se han caracterizado por no resaltar militar ni armamentisticamente, aunque también gozan de una reserva bélica de importancia. Pero la creciente amenaza rusa llevó a estos países escandinavos a buscar el cobijo en la OTAN. Sin embargo, un actor inesperado le puso un dramatismo novelesco: Turquía. 

La decisión turca

Recep Tayyip Erdogan es el presidente de Turquía desde 2014, y uno de los líderes más importantes de la geopolítica global. Un hombre de decisiones políticas recias y hasta conservadoras, pero que logró transformar a Turquía es un verdadero termómetro de la política europea.

El veto turco en la OTAN, dado desde la voz y decisión de Erdogan y su mesa chica, lejos está de ser un mero capricho. Aquí se habla de una estrategia de suma importancia que Ankara debe sobrellevar en un contexto internacional complicado. En principio, hablamos de la necesidad imperiosa de Turquía de poder promoverse, a los ojos del resto de los países, como un mediador diplomático entre Ucrania y Rusia. El hecho que Finlandia y Suecia ingresen a la OTAN, simboliza un giro de 180 grados en la política europea, dada por el impensado robustecimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Turquía dice no, porque pierde protagonismo escénico como epicentro de resolución del conflicto bélico más importante que afrontó Europa desde la descomposición de la ex Yugoslavia. 

Paralelamente a esta postura de Erdogan, es de suma importancia leer el discurso o la construcción de relatos que se engendran desde Turquía como un impedimento al ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN. En este sentido, se habla pura y exclusivamente de la presencia de diásporas kurdas que han sido refugiadas en los países nórdicos. Esta es una debilidad de Erdogan, y aún potenciada por la figura del PKK. Turquía es un país intercontinental con diversas problemáticas internas. 

¿Qué pasa en Turquía? 

El gobierno de Erdogan se ha caracterizado por el intento de tener un orden impermeable por ningún tipo de asociación que no sea el mismísimo Estado. En este sentido, los kurdos se transformaron en el chivo expiatorio de todas las políticas represoras de choque que Ankara ha llevado como estandarte en los últimos años. 

En este apartado cabe resaltar que los kurdos conforman una nación milenaria que busca la construcción de un Estado (Kurdistán) desde, por lo menos, la descomposición del Imperio Otomano luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta nación se ubica, territorialmente, en partes de Siria, Irán, Irak y el sur de Turquía. Para este último país, la presencia kurda simboliza una piedra en el zapato.

Para la construcción de Estados fuertes, tener conflictos, pero sobre todo territoriales, con movimientos separatistas, son un escollo, y aún más para un país jactado de potencia emergente como la Turquía de Erdogan. En este punto, el problema no es meramente étnico, entendiendo que los kurdos no representan una abrumadora amenaza en cuanto a adhesión social. Sin embargo, es el partido político mayoritario el verdadero desafío de Ankara: el PKK.

El PKK es el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, fundado en 1978 y en plena Guerra Fría. Este representante de los valores históricos de los kurdos tiene unas características de origen que son de vital molestia para Turquía. El PKK se define como un partido político socialista, antiimperialista, antioccidental, feminista y ecologista. Lejos de las prácticas o discursos progresistas promovidos por las clases medias en países capitalistas de Occidente, los kurdos que forman parte del PKK, viven de acuerdo a los valores que pregonan.

Desde 1978, la presencia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán ha significado una representación radical de los kurdos en los países en donde han tenido presencia, aunque el histórico conflicto siempre se desató en el sur de Turquía. Aquí, cabe resaltar que ante el impedimento de formar parte de coaliciones políticas de representatividad en el seno de los países donde se ubicaría el territorio kurdo, han radicalizado sus acciones hasta el punto de llevar adelante una serie de atentados en formato de estrategia militar guerrillera. El Estado turco siempre los combatió y son el enemigo público número 1 de Erdogan.

Ante la militarización de las facciones de choque del PKK, las respuestas de diversos países han sido inmediatas. De hecho, prácticamente no hay países en el mundo que reconozcan la autonomía histórica de los kurdos, y, asimismo, los embanderados en defensa de los derechos humanos de los pueblos, devenidos en potencias mundiales, siempre han mirado al costado cuando de Kurdistán se habló.

Las razones de la persecución al PKK, más allá de la cuestión enquistada en la seguridad nacional, se basa también en las consecuencias del mismo. Primero, se trataría de la formación de un Estado de carácter socialista en una zona del mundo en donde ni siquiera la Unión Soviética en sus mejores años pudo penetrar con absoluta solvencia. Por otro lado, la mera formación estatal kurda en manos del PKK, significaría delegar las grandes rutas de gasoductos y oleoductos que parten desde Oriente hacia Europa, y allí, ni Irán, ni Irak, ni Siria, ni Turquía se quieren dar el lujo de perder. 

Los diversos confrontamientos civiles del PKK con el Estado de Turquía, como así también su efectivo combate contra las fuerzas de ISIS, promovieron una gran diáspora de kurdos en el mundo. Han buscado no solamente asilo político, sino también un lugar estable en donde desenvolverse, y allí, el norte de Europa se ha convertido en un lugar de características idílicas. Cabe recordar que hoy, los kurdos, tienen representación en el Parlamento turco, aunque prácticamente sin peso en la balanza política que determina el corpus de leyes en Turquía. 

Un largo camino al norte 

Hasta el día de hoy, se habla de 3 millones de kurdos en las diásporas, muchos de ellos en calidad de refugiados. Lógicamente, las crisis humanitarias generadas por contextos desfavorables como las guerras y conflagraciones, han acelerado la decisión de los habitantes de buscar lugares de confort y bienestar social.

Los diversos gobiernos de centroizquierda que han tenido lugar en Finlandia y en Suecia, sobre todo desde la década de los 70, y más en el siglo XXI, han promovido políticas migratorias que buscan acoger a aquellos quienes han padecido en zonas de gran conflictividad. En ese sentido, Suecia y Finlandia son La Meca para los kurdos que se escapan de Siria, Irán, Irak y Turquía. 

Sin embargo, en esas corrientes migratorias, se fugaron varias personas consideradas como criminales de guerra para Ankara y su necesidad de eliminación del “terrorismo”. Una de ellas es Salih Muslim, un kurdosirio que se encuentra refugiado en Suecia desde hace varios años.

Ahora bien, en el marco del “pretexto” turco, los estadounidenses y los europeos tienen una razón para el apoyo de la cuestión kurda, más allá de sus ideas radicalizadas, aunque han sido medianamente aminoradas casi relativamente con el mayor aumento de representatividad diplomática y gubernamental de los kurdos en Turquía y Siria. El YPG (Unidades de Protección Popular), en su facción miliciana y guerrillera, han sido de vital ayuda en el combate contra ISIS y Estado Islámico en la zona en cuestión. Si bien, el islam es la religión mayoritaria en la nación kurda, gran parte de ellos no comparte las ideas del islamismo político propuesto por las células previamente nombradas. En este sentido, para Estados Unidos son vitales. Sin embargo, para Erdogan no es suficiente, entendiendo que el PKK y el YPG son exactamente lo mismo, ambas agrupaciones son consideradas terroristas. Desconexión con Europa. 

El jaque mate de Erdogan 

A simple vista, el viejo continente considera terrorista a uno (PKK) y como aliado al otro (YPG), pero para Ankara son lo mismo. 

Aquí hay que hilar fino y recordar que la política internacional es mucho más complicada de lo que parece. Erdogan busca posicionar las miradas y opiniones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte por el simple hecho de que países como República Checa y Noruega, también miembros de la OTAN, han dejado de exportarle armas a Turquía para combatir al YPG. 

Aquí es donde aparece la jugada maestra de Erdogan: crear una crisis interna en la OTAN. Para ello, hay que partir de la premisa que Estados Unidos es el país más poderoso de esta alianza militar, y como tal, siempre tiene la última palabra, por sobre los trazos burocráticos. Por consiguiente, casi como si fuese un “niño malcriado”, el berrinche de Erdogan es para poder establecer un trato directo con Joe Biden y que Estados Unidos pueda seguir brindándole armas para su lucha interna contra las facciones consideradas terroristas. 

Por otro lado, para Biden es el momento perfecto de ser el cabecilla de la Organización del Tratado del Atlántico Norte que se agranda con dos colosos económicos como Suecia y Finlandia en sus filas. 

Es decir, el impedimento turco solo ralentiza los intereses nórdicos y fastidia la necesidad de Biden de tener un ejército internacional fuerte, en un contexto bélico en Ucrania donde el ejército ruso pareciera no tener fin y el rublo se posiciona cada vez mejor. De esta forma, la presión de Erdogan es prácticamente extrema contra Washington, y ante un líder débil como lo es Biden, pareciera poder dar el brazo a torcer contra el gigante norteamericano. 

Lógicamente que cabe recordar que para que Suecia y Finlandia puedan ingresar a la OTAN, necesitan de todos los votos positivos de los miembros actuales, y el de Turquía con su veto, es verdaderamente una molestia para Occidente. Erdogan combate a los terroristas como si fuera occidental, y molesta a los estadounidenses como si fuera oriental. 

En consonancia hay que hablar de otra comunidad con la que Ankara coquetea hace décadas, pero no tiene el lujo de formar parte de ese selecto grupo de países: la Unión Europea. Turquía sueña desde 1990 con formar parte de la comunidad más importante de países europeos, pero se ve imposibilitado. En principio, cabe recordar que ha conseguido el estatus de candidato para ingresar a la UE en 1999. Sin embargo, siempre le cerraron las puertas, entendiendo que la ex Estambul no cumple con los requisitos básicos necesarios para formar parte de la comunidad. 

Aquí hablamos de los Criterios de Copenhague, escritos en el año 1993.  En ese documento se establece que un país que solicita su ingreso a la UE, debe respetar y utilizar el sistema democrático, debe proliferar el Estado de Derecho, debe formar parte de un sistema económico de libre mercado, pero el gran inconveniente de Turquía se da en los respetos por los derechos humanos y las minorías. El Estado turco no se hace cargo, hasta el día de hoy, de los actos cometidos por los Jóvenes Turcos contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923. Este es conocido como el primer genocidio de la historia. 

El máximo mandatario turco actual, no solamente no lo reconoce enmarcado en el concepto de genocidio o crímenes de lesa humanidad, sino que además niega de la existencia de semejante aparato sistemático de tortura, persecución y asesinato al que se sometió al pueblo armenio durante el proceso de descomposición del Imperio Otomano. Esta es una de las razones por las cuales la Unión Europea le cierra las puertas a Turquía. El rol del gobierno turco como combatiente contra los movimientos considerados terroristas y la posición como mediador en la guerra en Ucrania son ejes fundamentales de comunicación externa, con el cual intentan decirle a la Unión Europea: “Acá estamos”. 

Línea directa con Putin 

Erdogan es uno de los pocos líderes mundiales que puede tener una charla de igual a igual con Vladimir Putin. Ambos gobiernan países con similitudes, tienen facciones orientales y occidentales, ambos son países que resultaron de la descomposición de imperios en el siglo XX, son líderes fuertes, estratégicos, calculadores, conservadores y de convicciones internas y externas dignas de emperadores. Ambos combaten el “terrorismo” o aquellas amenazas para las fronteras nacionales y la cohesión social; y también, manejan un país primordial para la geopolítica y el orden mundial, histórico y actual.

De esta forma, también hay que entender que Turquía y Rusia son grandes aliados comerciales, por su cercanía geográfica y por el “temor” que se tienen ambos. Turquía, como miembro de la OTAN, es una amenaza para Rusia desde tiempos soviéticos, y Erdogan sabe bien que tan solo una señal que Vladimir Putin haga, puede desencadenar en un brutal conflicto bélico entre potencias. 

Erdogan y Putin saben también que ambos son dueños y usufructuarios de los gasoductos y oleoductos que Europa necesita para sobrevivir. En ese sentido, las condiciones ideológicas quedan de lado, y se realza la necesidad de mantenerse en el tope del oro negro y el oro gaseoso. 

A partir de esto, es menester aclarar que la posición de Erdogan como un mediador entre Putin y Zelenski en el contexto bélico actual responde a la necesidad de tener equilibrio en el tablero geopolítico. Turquía sabe bien que, si la balanza se inclina en demasía para la OTAN, Vladimir Putin puede responder con la fiereza de una potencia militar con herencia soviética, capacidad nuclear y con amistades poderosas, como China, Irán y Corea del Norte. El resultado puede ser devastador. Sin embargo, si se mantiene al margen esa situación de hipotética expansión de acciones bélicas por parte de Moscú, hay otra razón más palpable: los mercados. 

Turquía, al igual que todos los países inmersos en la economía de acumulación de capital, no quiere perder sus negocios ni enfriar sus finanzas. Una guerra en un enclave tan importante como Ucrania, solo desemboca en una crisis que agudiza la situación económica ya existente promovida por el cimbronazo del COVID – 19. Desde esta perspectiva, Turquía busca también, con su veto, poder cuidar el mercado internacional y la capacidad de producción propia. Asimismo, cabe recordar que Turquía tiene una gran red de exportación de industria liviana con diversas zonas del mundo. Erdogan cuida a Turquía, cuida a Rusia y cuida a Europa, aunque lo padezcan los suecos, finlandeses y kurdos. 

El mundo a la espera de Turquía

En sintonía con la política de promoción de la cultura turca a través de las novelas, que tan populares son en Latinoamérica, lo de Erdogan pareciera ser el capítulo esperado, en donde el protagonista principal puede cambiar la historia de la novela para siempre. 

El resto del mundo se encuentra en vilo a través del posible ingreso de Suecia y Finlandia, de la reacción rusa y de las innumerables variables que puedan deslindarse a partir de ello. América Latina, en este sentido, espera en silencio. Prácticamente porque son pocos los países que no condenaron la invasión rusa y porque son varios los que velan por la expansión de la OTAN. Sin ir más lejos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte tiene una suerte de sucursal de Sudamérica: Colombia. 

¿En qué afecta esto al sur de América? Básicamente hay que volver a pensar en la economía, en el gran golpe que podría significar una profundización de las acciones bélicas o, inclusive, el hecho de que Turquía se involucre aún más en este conflicto, puede llevar al fantasma de la desatención de un mercado con mucha demanda, como lo es el latinoamericano. Por otro lado, está el cambio de relaciones diplomáticas de Turquía con Sudamérica, se entiende que no es lo mismo el trato con Brasil que con Paraguay. Mercados e intereses distintos. 

Por otro lado, se puede pensar rápidamente en las consecuencias en el humor social generado desde las relaciones diplomáticas con Suecia y Finlandia, las rispideces que se puedan generar y el probable cambio de 180 grados si es que ingresan a la OTAN. Latinoamérica simplemente espera. 

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Soldado desconocido: Finlandia y el refugio de la OTAN

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La guerra ruso – ucraniana en suelo del país dirigido por Volodimir Zelenski ha dejado una serie de consecuencias tempranas que están a la vista de todos. Una de las resultantes de la invasión del ejército de Vladimir Putin en territorio ucraniano, es el dinamismo prácticamente inmediato en el tablero geopolítico mundial. Desde esta perspectiva, la OTAN se volvió a posicionar como causa y solución de los países, no solamente en disputa bélica, sino en condición de amenaza constante.

De esta forma, es conocida la posición de diversos países de formar parte de la OTAN. El primero que se mostró abrumadoramente interesado fue Ucrania. Las razones son lógicas, se encuentran padeciendo una invasión por parte de uno de los ejércitos más grandes del mundo y con mayor trayectoria y experiencia: Rusia. Sin embargo, una serie de países han mostrado interés en formar parte de las filas de la OTAN, como por ejemplo Moldavia, Suecia y Finlandia. El último caso es emblemático, ya que Finlandia rompió con ocho décadas de neutralidad a raíz de la amenaza de su seguridad nacional en el hipotético caso de una invasión rusa en suelo finlandés. Claro que no es la primera vez que Finlandia y Rusia tienen conflictos. En la Segunda Guerra, los escandinavos lucharon contra las potencias aliadas, y tras ser derrotados por la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, combatieron al Tercer Reich. Pero al finalizar la conflagración, Finlandia inicia otra guerra para recuperar los territorios perdidos a manos de los rusos. Un costado poco conocido de la guerra que fue retratado de forma magistral por la película Soldado Desconocido, basada en la novela del escritor finlandés Väinö Linna.

¿Qué es la OTAN?

Cabe la necesidad de realizar un breve contexto histórico. La palabra OTAN son siglas que significan Organización del Tratado del Atlántico Norte. Se trata de una alianza de carácter militar, gubernamental y política que aglutina a países europeos y de América del Norte. Fue fundada el 4 de abril de 1949 y en un contexto bastante particular: la Segunda Guerra Mundial había terminado, pero comenzaba la Guerra Fría.

En este sentido, si bien la amenaza nazi-fascista había acabado, el “fantasma” del comunismo asolaba a Occidente, y fiel a su estilo, Estados Unidos puso manos en el asunto para formar esta alianza que perdura hasta el día de hoy. Por su parte, la Unión Soviética formó su propia alianza llamada “Pacto de Varsovia” en el año 1955. 

Si bien el contexto fundacional ya no existe, la OTAN perdura y tiene preponderancia hasta el día de hoy. La razón se justifica en varias cuestiones. Por un lado, es el fin máximo entendido como la protección territorial de los países miembros, en dónde ante la amenaza de las fronteras o de la seguridad nacional de alguno de ellos, se activa la alianza para defender a ultranza de una amenaza externa. Prácticamente, y bajo esta premisa, la OTAN pareciera ser una comunidad que nunca tendría fin, entendiendo que los conflictos geopolíticos existirán en tanto existan los intereses de las naciones, gobernantes o Estados. 

Así y todo, hay otras razones. Por ejemplo, el país que es el líder simbólico y real de la OTAN es Estados Unidos. El gigante de América, de acuerdo a su historia siempre se encuentra en peligro y se embandera en la “defensa” de la democracia y el capitalismo, aunque sus intereses son más profundos de lo que puede parecer. 

Ante este recorrido histórico, es simple dilucidar las razones por las cuales hay diversos países que buscan ser parte de la OTAN. Una alianza que protege el status quo occidental. Además de eso, esta alianza está compuesta por 30 miembros actuales: el último de ellos en ingresar fue Macedonia del Norte en 2020, y según cifras símiles en los años anteriores, el presupuesto militar de los países miembros redondea el 52% del gasto militar mundial. La OTAN, con sede en Bruselas, es un coloso armamentístico global.

La sombra de la OTAN, la amenaza de Putin

Los alcances de la Organización del Tratado del Atlántico Norte pueden ser enormes. En este sentido, el mínimo ataque a un blanco de un país miembro puede desencadenar un conflicto de escalas apocalípticas. Ahora, la pregunta es: ¿La OTAN quiere una guerra contra Rusia? Contra viento y marea, esta alianza monumental busca evitar un enfrentamiento directo con Vladimir Putin, y viceversa, el Kremlin no quiere problemas con el Tratado de Washington.

Ambos son brutalmente poderosos, enormes y con un derrotero digno de imperios históricos. Cabe recordar que Putin heredó el poderío militar soviético y supo elevarlo al carácter de mega-potencia que el Ejército Rojo supo tener hasta 1991. Pero este “superclásico” de la política global no quieren enfrentarse. 

Hay varias razones por las cuales buscan evitar un enfrentamiento directo. En principio, algo que ambos comparten es el hecho de que los miembros de la OTAN como Rusia por su parte, buscan acrecentar su ritmo de generación de excedentes económicos y de posicionar a sus economías como líderes en un mundo regido por el capital. Aquí no hay pasado soviético que valga. 

De esta forma, es inviable pensar en un crecimiento económico a corto plazo en un contexto de guerra, aunque Estados Unidos sea una potencia en el marco de la industria armamentística. Sin embargo, hay más cuestiones y sobre todo una “voz cantora” que es determinante: China.

El país gobernado por Xi Jinping y, que mantiene una curiosa estructura estatal de política y economía denominada Capitalismo de Estado no quiere frenar su abrumador crecimiento. China es un aliado estratégico de Vladimir Putin, con sus idas y vueltas, pero siempre más cerca de Moscú que de Washington. 

El acercamiento estratégico de ambos países forma parte de un eje poderosísimo en términos políticos que no tiene un fundamento en común más allá que el de detonar los cimientos de poder internacional en el que se fundó la hegemonía estadounidense en todo el globo. A este dúo poderoso y bajo la idea anti-estadounidense, se le suman Irán y Corea del Norte. Un cuarteto extremadamente fuerte si hablamos en clave militar. 

Si bien la amistad sino-rusa es una realidad enmarcada en la complejidad de los dilemas geopolíticos y de la construcción de una coraza simbólica contra la OTAN, Xi Jinping no quiere frenar a la inmensa maquinaria económica china. Por consiguiente, si se desencadenara una guerra y aunque China tome o no postura, su economía se enfriará, y los chinos nunca pierden

De esta forma, hay dos razones por el momento: la economía y la palabra china. Sin embargo, se debe agregar algo más. Putin no buscaba generar un efecto en cadena de adhesiones a la OTAN, sino una guerra de conquista rápida que conlleve paulatinamente la anexión de parte de un territorio ucraniano. 

Tomando en cuenta esta última noción, a simple vista los planes de Putin se vieron frustrados ante la imposibilidad de vencer las fuerzas de Kiev. Sin embargo, Rusia acaparó prácticamente todas las ciudades y regiones más importantes del este de Ucrania. Más allá de las pretensiones militares del Kremlin, se ha provocado un efecto inesperado que puede impactar en la reconfiguración del mapa político de Europa del Este. Estamos hablando del posicionamiento de la OTAN como el refugio de los países limítrofes de Rusia.

Una de las razones esbozadas por Putin para comprender la invasión a Ucrania se basó en la seguridad nacional rusa a través del avance y la presencia de la influencia de la OTAN y la Unión Europea en Ucrania, pero su operación militar especial podría tener un efecto rebote y es algo que el Kremlin busca evitar a toda costa. Es decir, si Moldavia, Finlandia y Suecia logran afianzar su solicitud para ser parte de la OTAN y posteriormente son incorporados como miembros, las fronteras político- militares de la OTAN se encontrarán limitando con Rusia

Esto último se puede entender como la puesta en funcionamiento de un cinturón ejercido por la alianza occidental sobre territorio ruso y bielorruso. Putin no lo quiere y para él, esa es la amenaza más grande, aunque sabe que la Organización del Tratado del Atlántico Norte tampoco busca un enfrentamiento directo. Esta situación deriva en la creación de un ambiente de tensión total en Europa, al cual hay que ir varias décadas detrás en la historia para poder ver algo similar. Esta tensión genera incertidumbre, tanto para los poderosos como para los países que buscan ingresar a la OTAN y para Bielorrusia, que es el fiel aliado europeo de Moscú.

Un largo camino hasta la OTAN

Indudablemente, desde su fundación, la Organización del Tratado del Atlántico Norte se transformó en el faro de muchos países. Deseos, aspiraciones, anhelos y peticiones públicas por parte de países que vieron su seguridad nacional afectada de cerca o que responden a la agenda hegemónica de Occidente. 

En ese trajín, muchos deseos terminaron transformándose en realidad y muchos otros quedaron por el camino. Lógicamente, la OTAN no arriesgará su propio privilegio por el simple hecho de llevar un plan de salvataje a algún país que atraviesa una crisis de seguridad, sino que, por el contrario, abogará por robustecer su alianza con Estados que sean funcionales a sus intereses. Caso muy parecido al ingreso a la Unión Europea. 

A partir de la decisión de Finlandia de solicitar el ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, es necesario comprender los requisitos que son fundamentales para poder aprobar el ingreso de un miembro nuevo o no a la alianza militar más grande del mundo. 

En principio, ser un país europeo es el requisito específico y más segregacionista que se establece para el ingreso. En base a este último punto, Finlandia tiene claramente el visto bueno. Sin embargo, hay otros países de diversas zonas del mundo que han intentado ingresar y no han podido, como por ejemplo Colombia. Pese a esto, el país sudamericano es socio global de la Organización del Tratado del Atlántico Norte desde 2018, junto a otros 19 países. Estos no cuentan con la protección de la alianza, pero sí pueden mantener mejores relaciones para afianzar la defensa de sus fronteras.

Otro punto a tener en cuenta para el ingreso como miembro de la OTAN es ser un estado democrático. Este último apartado es fundamental, entendiendo el concepto de la estabilidad gubernamental y la garantía de planificar políticas estatales a largo plazo respetando la pluralidad, pero por sobre todo el modelo de la democracia liberal que es la estirpe de Occidente. Teniendo en cuenta esto, Finlandia es modelo de un sistema democrático, que, de hecho, suele ser el país cliché en cualquier ejemplo de funcionamiento de un sistema socio-político integrado. Factor clave y determinante donde los finlandeses incluso son más viables que varios países que ya integran la OTAN. 

Finalmente, y como punto neurálgico de la acción de la alianza, la capacidad de contribución a la defensa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, a todos sus miembros que requieran el accionar militar, sin excepción. Los escandinavos entran a la OTAN con un currículum impactante en términos armamentísticos. Finlandia es la mayor potencia militar del norte báltico, un poderío explicitado en uno de los países europeos que mayor cantidad de aviones de combate F-35 tiene en su haber. El potencial de la armada es imponente, contando con un programa de corbetas que hacen del Mar Báltico, la piscina de la casa de Finlandia. 

La situación armamentística del país del norte de Europa se ha logrado a través de una serie de debates enormes en términos de seguridad nacional que se vienen dando desde los años de la Guerra Fría, potenciados en la década de 1980. Asimismo, la población finlandesa nunca ha visto con buenos ojos semejante gasto público destinado a la defensa. De hecho, Finlandia se caracteriza por destinar gran parte de su presupuesto a la educación y a los programas sociales. Esta perspectiva cambió luego del avance de las tropas rusas en suelo ucraniano el 24 de febrero. Según consultoras privadas, la entrada del país nórdico a la OTAN tiene, actualmente, una aprobación de casi el 80% del total de la población. Una cifra asombrosa para un país donde el ejército nunca fue prioridad, aunque tampoco fue desarmado ni dejado completamente de lado. 

Entonces… ¿OTAN si u OTAN no?

Es un hecho que la reconfiguración del tablero político internacional cambió y seguirá cambiando en tanto dure esta guerra y sus consecuencias. Sin embargo, el ingreso de más países a la OTAN supone un nivel de variabilidad que podría incrementar o enfriar la tensión en la región. Europa deberá afrontar años difíciles

Yendo a los datos duros, cabe aclarar que, en el caso del ingreso de Finlandia a la Alianza Atlántica, la frontera terrestre con Rusia pasaría de 1215 a 2600 kilómetros, un número sumamente considerable que no muestra optimista a Putin. Cuidar tantos kilómetros de frontera con un país que ya afronta un conflicto bélico es una tarea dificultosa, más allá de la capacidad militar del Kremlin. 

Esta frontera es decididamente importante, entendiendo, como se explicó previamente, la formación de un cinturón geopolítico de la OTAN sobre Rusia, el mayor temor de Putin. 

Sin embargo, hay otro factor a considerar: los mares. Finlandia y Rusia son socios comerciales y quienes, junto a Dinamarca y Suecia, monopolizan el Mar del Norte. Sin embargo, esto podría cambiar, no tanto en lo que respecta exclusivamente a los acuerdos bilaterales, sino en las rispideces que se puedan generar en mar abierto o aguas internacionales. Esto significa, lisa y llanamente que, si un barco de bandera finlandesa es hundido o atacado por un barco ruso, la OTAN activa el accionar propuesto por el artículo 5. Este se basa en que, si un país miembro sufre un ataque armado en Europa o en América del Norte, se tratará de un ataque dirigido a toda la alianza, que responderá con la dureza y firmeza correspondientes. En otras palabras, un barco hundido de Finlandia por parte de Rusia, desencadenaría en una guerra de dimensión masiva. 

También cabe agregar que el ingreso de Finlandia a la OTAN significaría una mayor relación comercial con los países de la alianza. Aunque no se establezcan primordialmente, en la práctica, las relaciones diplomáticas son fundamentales. Pero en este apartado hay que entender la otra cara de la moneda. La sede central en Bruselas podría comenzar a pujar por un cese paulatino de comercio entre Finlandia y Rusia. Esto va más allá de las sanciones impuestas desde Helsinki o de las respuestas de Moscú con su monopolio del gas, sino más bien a la imposición de decisiones ajenas al estado de Finlandia. Un problema enorme de soberanía podría abrirse en el norte báltico, generado a partir de la presencia de la OTAN. Dar y recibir

Argentina y Finlandia

Ante el posible escenario que se generaría en Europa por el ingreso de nuevos miembros a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la evidente crisis económica desatada por la guerra en Ucrania, Argentina debería comenzar a pensar en una gran cantidad de probabilidades. En caso de que Finlandia represente algún tipo de problemas de abastecimiento por el boicot ruso, deberán concentrar sus fuerzas económicas en el mercado interno para poder subsanar ciertos productos y servicios, o bien, volcar la balanza del presupuesto para sectores de la producción que podrían verse afectados, y casi como un efecto dominó, podría repercutir en Argentina. 

Según Estadísticas de la Aduana de Finlandia, hasta el año 2019, el país europeo le proveyó de una gran cantidad de papel y cartón a Argentina, de hecho, fue el producto más importado. Seguido a ello, maquinarias industriales y artefactos eléctricos fueron también de lo más requerido por Argentina. Finlandia no solo exporta su educación.

En un panorama de economía de guerra, en donde Finlandia ponga sus esfuerzos económicos en solventar su consumo interno de energía a partir de las represalias rusas, podría significar que falte inversión estatal en las industrias que proveen de los bienes previamente nombrados a Argentina. Esta es otra prueba más de como un conflicto en otro lado del mundo puede repercutir en la realidad argentina. Así también desvela que una alianza militar puede generar, indirectamente, un sinfín de problemáticas de índole económica. 

Rumbo a un nuevo orden 

La OTAN agranda su familia y Rusia se mantiene cerca de China, Corea del Norte e Irán, la resultante de esto es que el mundo vive un 2022 cargado de tensiones, que más allá del conflicto bélico desatado en tierras ucranianas, mantiene en vilo al mundo por varios aspectos. Claramente, nada de lo que conocíamos previamente, volverá a tener el mismo sentido. La década de 2020, marca el proceso de transición de nuevos modelos de sociedades y de nuevas configuraciones geopolíticas. La pandemia de COVID – 19 y la Guerra en Ucrania tienen consecuencias directas en el Orden Mundial, el mismo que día a día continúa sorprendiendo, e inclusive planteando incógnitas a futuro. Si Suecia y Finlandia ingresan a la OTAN y la tensión bélica continúa o se expande, ¿podría pensarse en la posibilidad de incorporar países no europeos a la alianza? ¿Rusia conformará una alianza símil o, casi en forma de reversión del Pacto de Varsovia? Ejes de supina importancia que demuestran la complejidad de los tiempos, pero también de la misma vorágine y dinámica de la política internacional.

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Lula 2.0

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Luiz Inácio Lula da Silva es una de esas figuras imprescindibles para cualquier persona que busque comprender el presente, la actualidad y la vorágine de la política latinoamericana en el siglo XXI. Su figura, envuelta en un sinfín de contradicciones, marca la agenda (a grandes rasgos) de la polarización en Brasil y en la región en general, pasando por un proceso de transformaciones socioeconómicas y culturales bastante similares.

El regreso de Lula da Silva a la política brasileña es una de las tantas señales del hartazgo político latinoamericano. Lógicamente que él es un líder carismático y con muchos seguidores, pero su figura abrumadoramente positiva en la opinión pública simboliza en gran parte ese rechazo a la fatídica gestión de Jair Bolsonaro al mando de Brasil con una gran cantidad de debilidades: pandemia, corrupción, discriminación de toda índole y proliferación de discursos de odio. Lula vuelve, recargado, pero con un mundo completamente distinto.

Hagamos un poco de historia

Lula da Silva fue presidente de la República Federativa de Brasil entre 2003 y 2010. Una persona que, a diferencia de las renombradas figuras de máximos mandatarios estatales, no nació de una formación intelectual, sino desde el ámbito obrero. Lula fue obrero metalúrgico y sindicalista. Su condición de un funcionario nacido desde el seno de los trabajadores fue uno de los puntos que lo llevó a ser quién es y una de las razones por la cual vuelve a ser una válvula de escape para una sociedad brasileña confundida.

El gobierno de Lula estuvo signado internamente por un fuerte robustecimiento del sistema productivo y una reactivación de la pujante economía verdeamarela. De hecho, los programas Bolsa de Familia y Hambre Cero fueron grandes responsables del repunte de los sectores más golpeados históricamente en Brasil, logrando un gran avance en materia de movilidad social ascendente. A nivel económico, fue tan importante la contribución de Lula da Silva, que Brasil tuvo la oportunidad de organizar y ser anfitrión de una Copa Mundial de Fútbol en 2014 y de que Río de Janeiro sea sede de los Juegos Olímpicos en 2016.

Paralelamente a la cuestión interna en Brasil, la región tuvo un importante protagonismo durante los años de Lula. En consonancia a las fronteras interiores, Brasil mantuvo lazos cercanos a la Argentina de Kirchner-Fernández, Venezuela de Hugo Chávez, Cuba de Castro, Bolivia de Evo Morales, Uruguay de “Pepe” Mujica y Paraguay de Fernando Lugo. Este grupo de países sudamericanos embanderados en conceptos como el antiimperialismo y el socialismo del siglo XXI, marcaron un tiempo de recuperación económica y superación del monetarismo estatal o neoliberalismo, simbolizando estabilidad, gobernabilidad y autonomía. 

Ahora bien, fuera del continente, Lula da Silva tuvo un protagonismo en el programa nuclear de Irán y la polémica desatada a nivel de seguridad internacional, como así también poner sobre la mesa el debate del que tanto se habla ahora: el cambio climático. 

Finalmente, Lula fue involucrado en casos de corrupción que sacudieron sus cimientos. El lawfare regional se inició con Petrobras. En 2017 fue condenado. En 2018 se entregó y no pudo participar de las elecciones presidenciales. En 2019 se ordenó su liberación y en 2021 se anularon todas las sentencias contra él. Lula vuelve, recargado. 

Lula, modelo 2022

La primera incógnita que suscita el retorno del líder del Partido de los Trabajadores de Brasil, es, lógicamente, cuál será su perspectiva para ejercer el poder en Brasil. 

Principalmente uno puede ver que Lula, desde el punto de vista de su discurso y construcción del relato político, apela al retorno de políticas sociales y económicas destinadas a los sectores más afectados durante la gestión bolsonarista. Esto hace pensar en el retorno de políticas similares a las que aplicó previamente, aunque no todo es tan fácil como parece. El contexto entre 2003 y 2022 es absolutamente yuxtapuesto. 

El mundo, en principio, está padeciendo las consecuencias económicas de la pandemia del SARS – COV- 2. Ante esto, Brasil no es ajeno y está sufriendo un proceso inflacionario de los más grandes en décadas. Esto, por un lado, posiciona como necesidad primera el hecho de cuidar a los sectores más vulnerables, aunque por otra parte es menester pensar en que el Banco Central de Brasil no cuenta con las divisas y los fondos como para poder solventar semejante inyección monetaria. La impresión de billetes sería una oportunidad, aunque parte de la sociedad no ve como un gran plan esa salida. Programas de políticas socio-económicas, el primer rompecabezas de Lula. 

Ahora bien… Judicialmente, ¿qué sucederá? Uno piensa que el revanchismo político y mediático de Lula podría ser un efecto inmediato. En este punto, la decisión que tome es fundamental para comprender su forma de comunicar la política hacia sus opositores. Si el ex presidente decide perseguir a quienes lo persiguieron, podría verse envuelto en un sistema de operación mediática por los medios de comunicación hegemónicos de la derecha brasileña. Por otra parte, si decide no hacer nada al respecto, la figura de sus opositores, y sobre todo la de Jair Bolsonaro, podría gozar de aceptación pública ascendente, y volver a posicionarlo como una opción para gobernar al país más grande de América del Sur. 

Sur: ¿La moneda de la Patria Grande?

Entre las promesas preelectorales de Lula Da Silva, quién será candidato a la presidencia de Brasil en las próximas elecciones del 2 de octubre, se encontró una polémica monetaria que causa asombro a algunos y estupor a otros. 

Sur es su nombre, y según el expresidente brasileño, sería la materialización de la unificación de una moneda común en toda América Latina. Su formato sería digital

Más allá de lo que signifique la declaración de Lula da Silva, su poder discursivo puso sobre la mesa una serie de cuestiones. En principio, se retoma la idea de la unificación monetaria de Latinoamérica, como un bloque político-económico-territorial (la Patria Grande hecha moneda). Rápidamente uno puede pensar en la inevitable comparación con la importancia del Euro en la Unión Europea, aunque con innumerables diferencias. 

Salvando las distancias y las discusiones de los detractores y los defensores de Sur, hay una idea entre líneas que hay que saber leer: la moneda no es la noción, sino la unidad latina. Una moneda en común traerá grandes beneficios a la región, eso es indudable. Ahora bien, la idea va mucho más allá y devela el concepto de la política para Lula da Silva. La unificación no busca ser meramente monetaria, sino una adhesión política regional emergente que pueda soportar los embates de un mundo en guerra (Rusia-Ucrania-Occidente), una guerra comercial (China-Estados Unidos), una comunidad debilitada (Unión Europea) y economías en constante crecimiento (India). La idea detrás de Sur, es, además, marcar el camino rupturista con el dólar estadounidense. Latinoamérica es dólar  dependiente por excelencia, como gran parte de los países del mundo, aunque Lula da Silva aún tiene la constante idea de la soberanía económica, financiera y monetaria. 

La primera inquietud sería el proceso de aplicación de la unificación monetaria. Hay sobrados ejemplos en la historia que demuestran que estos son los procesos a mediano-largo plazo que tienen avances y retrocesos y donde hay países (en este caso) más beneficiados que otros. La consecuencia de esta moneda digital que pueda ser usada por empresarios o Estados podría generar alguna inestabilidad a las monedas reales, o inclusive a la competencia con otras monedas digitales. Tan solo vale pensar en la equiparación de las distintas monedas nacionales con el dólar para entender el abismo que hay entre los miembros del sur de América. Sin ir más lejos, Brasil y Argentina son países vecinos, aunque con diferencias siderales si de finanzas y moneda hablamos. 

Ante este panorama, Sur pareciera ser más una utopía que una realidad. Sin embargo, Lula no está cantando envido con 33 en mano. Es decir, la noción de la unificación de la moneda es simplemente la punta del iceberg de la verdadera unificación de un bloque regional competente, el cual Brasil se posicionaría como el eminente líder. 

¿A qué se enfrenta Lula?

Lula da Silva retorna en la época del apogeo de las redes sociales, algo que modificó estructuralmente el eje de las comunicaciones. En este sentido, el expresidente se enfrenta a un batallón anónimo al cual no había enfrentado antes y donde Jair Bolsonaro se supo mover muy bien. Bajo esta premisa, las plataformas de comunicación virtual son ejes de vital importancia para la construcción de relatos. Bolsonaro y su séquito de seguidores lo comprendieron a la perfección y prácticamente se adueñaron de la comunicación política brasileña en Twitter y Facebook. Lula deberá enfrentarse a trolls y fake news, algo nuevo para él, pero viejo para el concepto del poder político (en Argentina hay experiencia de sobra en los últimos años).

Más allá del fenómeno de redes sociales, hay un componente opositor abrumadoramente fuerte, simbólico, real y efectivo que pulula entre los brasileños, y que además tienen a Bolsonaro como aliado: el evangelismo político

Esto se entiende por la constante, paulatina y expansiva presencia de las Iglesias Evangélicas en Brasil. A priori, no significan nada más que una religión que predica para sus fieles, y en el marco de la libertad de culto es algo que siempre es bien recibido. Sin embargo, hubo una transformación hace al menos dos décadas que se potenció al cuadrado durante la gestión de Bolsonaro, e inclusive durante su campaña rumbo a la presidencia 2018. Hablamos del evangelismo en la política, de la utilización de las iglesias, cultos y retiros espirituales como centros de operación política que rozan la extrema derecha. Los sectores más vulnerables son aquellos quienes acuden allí, y que en lugar de conseguir la satisfacción espiritual que buscan, terminan bajo el manto de una editorial política que tiene valores extremadamente contrarios a los del Partido de los Trabajadores de Brasil. 

El evangelismo político será un obstáculo enorme para Lula da Silva. Se han multiplicado por todo Brasil y cuentan con un financiamiento dadivoso. Además de ello, son cercanos a Bolsonaro, a tal punto que varios de sus funcionarios provienen de este sector de la política. Que no se mal entienda, ni Dios ni la fe son un problema, sino la manipulación de ellos con intereses políticos.

En síntesis con ambos sectores o situaciones expuestas (redes sociales y evangelismo político) hay un factor de vital importancia que Lula deberá afrontar: los discursos de odio.

Durante la gestión bolsonarista existió desde el poder político, estatal y mediático el discurso racista, xenofóbico, clasista, sexista, machista, anti-científico y negacionista. Esta realidad de Brasil se sintetiza en la tríada bolsonarismo – evangelismo político – redes sociales.

Ante ello, la figura de Lula aparece como un protector de los derechos de todos aquellos que se han visto golpeados por el bolsonarismo. Desde ex presos políticos por la dictadura del 64’ en Brasil, hasta mujeres que fueron insultadas públicamente por el establishment del odio brasileño.

Los amigos de Lula 

Previamente hablamos de la región, de la importancia de la adhesión política, económica y social en América Latina, y también de cómo Luiz Inácio Lula Da Silva supo conformar el bloque de la Patria Grande… pero, ¿qué pasa en 2022?

Latinoamérica está pasando por un momento de fragmentación equilibrada de las fuerzas políticas e ideológicas de toda índole. Desde progresismos de centro izquierda o socialdemocracias como la de Alberto Fernández y Gabriel Boric; gobiernos de tendencia neoliberal como Lacalle Pou en Uruguay; modelos políticos heredados de la Guerra Fría como Cuba, Nicaragua y Venezuela; hasta personajes “disruptivos” u “outsiders” como Nayib Bukele en El Salvador. 

Entre ese mar de disparidades ideológicas, ¿dónde se ubicará Lula? La primera respuesta es la necesidad de recomponer algunos lazos simbólicos con sus vecinos más cercanos: Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Venezuela. Este pareciera ser un primer paso, aunque entre las naciones nombradas hay diferencias totales. Inclusive, cabe preguntarse en dónde se va a apoyar más Lula, ¿en la socialdemocracia argentina y chilena o en la tosca herencia chavista de Nicolás Maduro?. Aquí, Lula tendrá que mostrar sus dotes de malabarista. 

Por otra parte, ¿cómo afectaría a la política externa intercontinental de Brasil esta posición de Lula?  Recordemos que el país actualmente presidido por Jair Bolsonaro conforma un bloque de economías emergentes a nivel mundial llamado BRICS. Este se encuentra conformado por Rusia, India, China y Sudáfrica. Ante esto, si Lula rearma un grupo con “los chicos del fondo” de América, podría ser un problema para Estados Unidos en el sentido de su presencia económica y política, y por otro lado sería bien recibido por China y Rusia. 

De hecho, si seguimos ahondando en las relaciones internacionales, Rusia es un tema en cuestión. Ni el mismísimo Bolsonaro cuestionó la invasión rusa en Ucrania y Lula deslizó que Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania, es igual de responsable de la guerra que Vladimir Putin. Allí confluyen Bolsonaro y Lula. La política internacional es más compleja de lo que parece. 

Asimismo, Brasil es la entrada de China a Sudamérica. Es justamente el gigante asiático, el país que más bienes, productos y servicios coloca en el mercado brasileño. Este factor es clave, ya que Lula podría reafirmar los lazos que se habían ablandado con la polémica política sanitaria y el rechazo pendulante de las vacunas chinas contra el COVID-19 por parte del gobierno bolsonarista. Además, en un contexto de guerra en donde la industria liviana y pesada de Brasil pueden resurgir en mercados europeos, es fundamental contar con el respaldo chino y, claro está, con el fondo enorme de divisas que maneja Shanghai. 

Previamente nombramos a Estados Unidos y el dolor de cabeza que podría significar la figura de Lula da Silva nuevamente al frente del gigante de Sudamérica. Esto no es solamente algo que podría afectar a Washington, sino que va mucho más allá. Podría ser, inclusive la OTAN una comunidad que ponga sus ojos sobre Brasilia. La autonomía de América Latina unida no es la misma que fragmentada. Esto puede ser un estorbo para la Organización del Tratado del Atlántico Norte si pensamos en la ocupación territorial para bases militares en Brasil y zonas aledañas, con una Sudamérica golpeada por el narcotráfico en donde la guerra llevada adelante por los big boys de la DEA, no solamente no funcionó, sino que la inundó de más violencia. El territorio es fundamental, Estados Unidos, la OTAN y Lula lo saben. 

¿A vida vai melhorar? 

Muchos brasileños se esperanzan en que los rieles de Brasil al mando del Partido de los Trabajadores puedan ser como un fragmento de “Canta canta, minha gente” de Martinho da Vila. La respuesta es incierta, aunque se pueden analizar ciertas aproximaciones entendidas en el marco del año 2022. De hecho, si hablamos de números, cabe recordar que la inflación de Brasil en marzo de este año fue la más alta en 28 años, algo inusitado para una economía creciente, aunque explicado por el contexto internacional. 

Otro dato revelador tiene que ver con la pobreza y este guarda relación que, según encuestadoras y agencias de análisis económico privadas, de los 213 millones de brasileños, 50 millones son considerados pobres y 28 millones viven en pobreza extrema o indigencia. Un panorama que dista mucho de los 28 millones de brasileños que lograron salir de la pobreza gracias a las medidas de Lula da Silva entre 2003 y 2010. 

A la inflación y la pobreza hay que agregarle el dato del empleo, un tópico tan recurrente por Lula y sus seguidores. Brasil presentó en marzo del 2022 una contracción del empleo de casi el 60%, una cifra asfixiante. En consonancia con estos números, es menester aclarar que de esos trabajadores muchos se encuentran en “negro” o en industrias severamente golpeadas por la pandemia, como por ejemplo el turismo. Este último, luego de dos años de pandemia, comienza a mostrar signos de recuperación. 

Brasil y Misiones

En cuanto a la relación de la tierra colorada con Brasil, es posible comenzar a pensar qué podría cambiar, mejorar o empeorar con la figura de Lula al frente del país vecino. En principio, la moneda es fundamental. El gigantesco abismo entre el Real y el Peso argentino trastocan y condicionan el día a día del misionero en zona fronteriza con Brasil. Nuevamente resuena la idea de una moneda digital unificada y sus consecuencias, aunque en los vínculos sociales de frontera, es menester que, si se generan mayores lazos comerciales y facilidades financieras y económicas en ambos lados, el flujo entre Misiones y Brasil puede ser más ameno. 

Otro punto es fundamental y guarda relación con la rigidez o flacidez de las fronteras (reales o imaginadas) entre Argentina y Brasil en contexto misionero. Es sabido que, durante la etapa más dura de la pandemia, el lado brasilero tuvo menor cantidad de cuidados sociales y sanitarios, lo que llevó a Misiones a doblegar los esfuerzos por evitar un contagio masivo que signifique una saturación del sistema de salud misionero, algo que finalmente se evitó. De hecho, desde el otro lado del Río Uruguay era común ver los hospitales colapsados. La presencia de Lula podría servir para unificar criterios de políticas sanitarias en la región, en donde no se dependa solamente de las decisiones de Buenos Aires y Brasilia, sino que tengan una visión transfronteriza de unificación de criterios.

Lógicamente que este panorama depende pura y exclusivamente de que Lula da Silva gane las elecciones en octubre de este año, aunque su reaparición en la escena pública de la política latinoamericana puede hacer retroceder varios casilleros a sus opositores. Por otro lado, Alberto Fernández y la comitiva presidencial nacional son los encargados de las relaciones bilaterales entre Argentina y Brasil. 

Lula, el retorno de un gigante 

Finalmente, el retorno del expresidente brasilero no significa solamente un nombre en una boleta electoral, sino que abre un panorama de análisis internacional que podría cambiar 180 grados con su presencia. Eso no lo logran todos, lo logran aquellos que supieron transformar la realidad desde la práctica. Lula trae un ápice de esperanza para los sectores de centro izquierda e izquierda de Brasil, como así también para aquellos que padecieron y padecen las consecuencias de un Estado ausente de la mano de Jair Bolsonaro. 

Esta presencia es tan grande que nos llevó automáticamente a pensar en la reconfiguración social y económica de nuestras fronteras, en términos de políticas puestas a disposición de una región. De todas formas, Misiones y Brasil han tenido una historia de siglos, y la mixtura entre lo portugués y lo misionero siguen siendo identitarios, es por eso que la reaparición de Lula hace ruido: molesta, alegra, ofusca o excita. Sea cual sea la reacción, la vuelta de un líder enorme siempre es digna de un análisis internacional.

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El shock del gas ruso

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Gran parte del mundo se ha impactado con las imágenes de la guerra en Ucrania, que tiene como protagonistas al ejército ruso de Vladimir Putin y la resistencia con apoyo occidental del país dirigido por Volodimir Zelenski. Desde que se consumó esa “operación militar especial”, como lo catalogó el Kremlin, un sinfín de aristas comenzaron a tomar sentido teórico, pero también práctico acerca de las consecuencias del conflicto bélico.

Más allá de esas cuestiones, el mundo sigue, las personas consumen y siguen inmersas en la cotidianidad. Aunque en ese último punto se cae en cuenta de los problemas de esta guerra. Pasando por encima de lo obvio, que es la pérdida humana, la economía se resiente día tras día mientras la contienda ruso – ucraniana se desarrolla.

A raíz de esto, los europeos se vieron inmersos en una situación de difícil dimensión para el nivel de consumo del viejo continente. Europa que, a fuerza de colonialismo y capitalismo salvaje, siempre supo tener bajo su manga el as de la estabilidad económica. Bajo esta premisa, desde la Segunda Guerra que el pueblo europeo (sobre todo los pertenecientes a la Unión Europea y la Eurozona) no veía amenazadas sus necesidades, como si lo hace el pueblo latinoamericano, africano y de ciertas zonas de Asia en el día a día. La situación cambió, y el gas ruso se transformó en el oro gaseoso”. 

Con el fin de mayor y mejor contexto, es menester recordar que, desde que el primer ataque ruso tuvo lugar en tierras ucranianas, Occidente en su “casi” totalidad enarboló una serie de sanciones hacia Rusia y la mesa chica de Putin. Se han visto una gran cantidad de acciones, como la congelación de activos, ataques a la oligarquía rusa, éxodo de empresas y hasta boicots artísticos y culturales. Pero lo cierto es que, de alguna u otra manera, Europa le brindó a Vladimir Putin una carta fundamental: el abastecimiento europeo del gas ruso. 

Las sanciones afectaron más al humor del pueblo ruso que a los propios intereses de Putin, y además, Europa no contaba con la “ruso – dependencia” del gas a la cual se encuentra sometida. Rusia es el mayor proveedor de gas natural y petróleo del mundo, y ese dato se siente fuertemente en Europa. Para mayor precisión, el 45% de los ingresos rusos en 2021 se dieron solamente por la exportación de gas y de petróleo y el viejo continente depende en un 40% del gas ruso.

Ante semejante potencia energética como lo es Rusia ya desde la época soviética, la decisión de eurodiputados y de líderes políticos de intentar sancionar a Putin con el hecho de no comprarle gas, pareciera ser más una utopía que una política efectiva y real. 

Europa se encuentra involucrada en un verdadero “shock” del gas ruso y las reprimendas a partir de tener el monopolio del abastecimiento de gas natural a Europa. 

¿Qué exige Rusia?

El Kremlin tiene, a priori, una misión clave: seguir exportando gas. Hasta ahí, todo parece ser normal o parece tener un contexto preguerra. Sin embargo, las necesidades de Putin se extienden más allá. Rusia busca fortificar su moneda luego de una caída abrupta de valores tras las sanciones económicas y financieras por parte de Occidente. De esta forma, Moscú exige el pago del gas en rublos (moneda oficial rusa) pero Europa, en mayor o en menor medida, se niega a cumplir con la petición de la plaza roja.  

Europa Occidental argumenta que la obligación de Rusia de pagar su gas en rublos no cumple con los contratos preestablecidos y además citan la falta de ética corporativa de Putin. Sin embargo, Vladimir lo tiene claro: su país no es una empresa y está viviendo un contexto bélico.

Además de robustecer al sistema financiero ruso y de continuar con la exportación de gas natural, el Kremlin tiene otro objetivo. Aquí es clave comprender la comunicación política y los intereses que, a veces, se presentan entretejidos, casi de manera simbólica, pero que sientan las bases de antecedentes para poder avanzar en materia política. Putin espera que Europa pague en rublos porque posiciona al viejo continente a los pies de la Gran Madre Rusia. 

Simbólicamente, esto sería patear el tablero de la política internacional. Desde la llegada de Putin al poder en el año 2000, el ex miembro de la KGB, supo posicionar a su país en la competencia económica mundial, solo equiparada a los mejores años productivos de la Unión Soviética. Aunque Putin siempre fue visto de reojo por los demás líderes europeos, fue un aliado, con vaivenes, pero presente en las decisiones económicas europeas. 

Haciendo un breve paréntesis, Europa vio en Putin a un líder con el que se puede hacer negocios, cosa distinta a la gestión noventosa de Boris Yeltsin que significó el vaciamiento del ex estado soviético y una grave indecisión para exportar los bienes más preciados de Rusia: el gas natural y el petróleo. 

Volviendo a la comunicación política, Rusia busca posicionarse como el gran proveedor europeo de gas, pero también el país que puede llevar una guerra a cuestas contra las sanciones de la OTAN y la Unión Europea. Inclusive, en el marco de la comunicación política, los rusos se posicionaron como potencia sanitaria, al patentar en el año 2020, la primera vacuna contra el Covid – 19. No cabe duda que esto es un jaque mate para Vladimir Putin. 

Retomando el tema del gas, cabe recordar que Rusia tiene rutas de gasoductos y oleoductos, como así también una relación medianamente cordial con otros países exportadores de gas a través de un intercambio de favores políticos que Putin los llevó adelante con la sutileza de un gato salvaje de las nieves. A eso, hay que sumarle que Rusia tiene una relación corporativa casi paralela a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). 

¿Qué quiere Europa?

La respuesta a este interrogante podría ser lo contrario a las exigencias rusas: seguir utilizando el gas de Gazprom y pagarlo en euros. Sin embargo, la política internacional es mucho más compleja de lo que parece. 

Europa, al contrario de lo que se cree, es un continente que viene debilitado y más aún para afrontar una crisis energética a causa de una guerra. Esto se explica por dos factores internos del viejo continente. En principio fue el hecho de haber perdido a Gran Bretaña como su miembro a partir de lo que sucedió con el Brexit

La Unión Europea perdió a uno de sus hijos pródigos y eso se siente a nivel político, económico y militar. Pero además de la figura de los británicos, Europa (como categoría política compleja) perdió a su dama de hierro el año pasado. Desde que se confirmó la salida de Angela Merkel de la vida política, Europa no ha encontrado el rumbo de liderazgo político que le supo dar la alemana. Asimismo, es Alemania el punto neurálgico de Europa, y a la vez es un país que depende casi en un 70% del gas ruso, y ante la falta de ese preciado servicio, el shock y el debilitamiento político se siente más. 

De hecho, como un mínimo apartado ruso, cabe recordar que esta crisis bélica en Ucrania fue orquestada hace años, sin embargo, la presencia de Angela Merkel y Donald Trump como figuras políticas decisivas, hacían pensar dos veces a Putin antes de actuar. Una vez confirmada la salida de líderes fuertes, Rusia actuó. Cuando el gato no está, los ratones bailan.

Volviendo al caso europeo con el gas, este continente se vale del uso del gas todo el año, no solamente en invierno o en otoño, esto hace que las discordias morales por la invasión rusa en Ucrania, aparentemente, queden de lado. 

Ahora bien, ¿Por qué Europa sanciona a Rusia si necesita su gas? La respuesta es simple, la UE responde a los intereses de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. En síntesis, pareciera ser que Europa es solamente un rehén de los intereses rusos y de la OTAN en una suerte de Nueva Guerra Fría.

¿Qué opciones tiene Europa? 

Es sabido que Moscú comenzó a cortar el suministro de gas a varios países europeos, y ante esto, el euro – continente necesita de nuevos rumbos para mantener a su población con bienestar, con el fin de evitar algún tipo de levantamiento civil y  ahorrarse así otro dolor de cabeza más. 

Lógicamente hay opciones. Por ejemplo, la zona más occidental de Europa podría valerse del gas británico. Esto es interesante, porque con la salida de Gran Bretaña de Europa con el Brexit, como comentamos previamente, el viejo continente deberá pagar impuestos y un canon para la importación del gas natural proveniente del país de la reina Isabel II. 

En el caso de Europa central y pensando en Alemania, puede haber un nuevo factor de análisis. El gas podría ser importado desde países escandinavos a través de gasoductos, o bien podría ser una opción Países Bajos. El problema es que Alemania suspendió el proyecto de construcción del gasoducto Nord Stream 2 con Rusia. Esta magnífica obra hubiese solucionado gran parte de los problemas energéticos del país teutón, sin embargo, su cancelación debido a la guerra fue un golpe al mentón a las políticas a largo plazo para el corazón europeo. 

El sur de Europa vive una situación distinta, ya que podría abastecerse por otras rutas de gas y petróleo. Aquí entra en juego Asia, a través de un país intercontinental: Turquía. 

Esta crisis energética por el gas ruso podría posicionar a Turquía como una buena fuente de suministro de gas a Europa, entendiendo que a lo largo y ancho del territorio asiático turco pasan los gasoductos más importantes que provienen de Medio Oriente. Pero… ¿Europa no castigó las acciones bélicas rusas con sanciones económicas, aunque podría exportar gas de países de Oriente Medio, a los cuales también cuestiona por sus prácticas políticas, sociales y religiosas? La política internacional es más compleja de lo que parece. 

No todo termina ahí, hay una opción más para el pueblo europeo: Azerbaiyán. Este país ubicado en el continente asiático es uno de los mayores exportadores de gas natural del mundo, aunque constantemente asediado por conflictos internos y regionales. Azerbaiyán es una ex República Soviética, que llevó adelante un proceso de descomposición política, social y económica que lo siente hasta el día de hoy, además se le suma un conflicto medianamente resuelto pero que aún dispara esquirlas. Hablamos del conflicto de Nagorno – Karabaj con Armenia. Más allá de esto, el gas azerbaiyano se posiciona como una opción para Europa y, casi como efecto rebote, el país asiático ve en Europa una sola cosa ante este eventual panorama: entrada de divisas. 

Inclusive, vale nombrar que hay países que se han posicionado como potenciales exportadores de gas para Europa. Nigeria, Qatar, Argelia, Congo y Bolivia son opciones, aunque menos viables. En esa menor viabilidad podría ingresar Estados Unidos. Entendiendo que existe la posibilidad de gas natural licuado, esta sería una solución inmediata, aunque su exportación y posterior traslado y tratamiento es mucho más complejo y caro que el gas natural. Esto traería como consecuencia, el aumento del servicio de gas en el viejo continente, y posteriormente, la baja en la calidad de vida de la población europea. Aunque, habrá que pensar en los más débiles, los miles de migrantes provenientes de África, los trabajadores sin visa que provienen de América Latina, y los musulmanes que poco a poco se están integrando de manera “europeizante” a los distintos países a los que llegan. Ellos serán quienes sufrirán más. 

Asimismo, cabe aclarar que Europa busca la independencia energética lo antes posible de Rusia, teniendo como meta al año 2030. Pareciera ser una misión complicada para cumplir, sobre todo entendiendo el contexto macro que involucra esta crisis energética global y el hecho de que el precio del gas en Europa se disparó un 20% desde el inicio de la guerra ruso – ucraniana. 

¿Qué pasa en América Latina con el gas? 

Latinoamérica es esa región mundial que siempre busca sacar provecho del contexto económico internacional para poder posicionar a sus economías emergentes. En términos de gas, claramente Bolivia es uno de los productores más grandes. De hecho, desde el comienzo del conflicto armado en Ucrania, el Estado Plurinacional de Bolivia rubricó una serie de acuerdos de abastecimiento de gas a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. Se expresa la posibilidad de mayor generación de divisas para el país boliviano. Asimismo, está abierta la posibilidad de que, en un futuro lejano, logre abastecer a otras regiones del mundo. 

Por otro lado, Argentina, Brasil y Chile son países exportadores de gas licuado. Este contexto puede posicionar a la región como una pequeña opción para el suministro del viejo continente. De hecho, Argentina se está preparando para una temporada de amplia exportación del GNL. Esta previsión podría extenderse aún más para los próximos años en nuestro país, entendiendo la viabilidad de esta propuesta como una política de Estado que no se abandone más allá de la fuerza política gobernante. El tablero político de la región sudamericana se mueve con la inestabilidad predominante y característica por condiciones históricas. Los acuerdos de hoy, podrían no ser los de mañana. 

Misiones y el gas

La tierra colorada tiene, por su parte, una cuestión casi de arraigo histórico con el gas. Arraigo en el reclamo de un gasoducto o de un precio diferencial para las pretensiones de Misiones. 

Cabe recordar que Misiones es una provincia atravesada por la política y economía internacional, encontrándose en el medio de dos países con experiencias históricas absolutamente disímiles que marcan el día a día de los misioneros: la pujante economía brasileña y la condición pendulante de Paraguay. 

Ante este contexto, es Nación la que toma cartas en el asunto cuando se habla de una situación de asimetría, digna de análisis en clave internacional. Allí es donde puede preguntarse si la crisis energética europea puede afectar a Misiones. 

En el marco de los factores externos, se puede encontrar una serie de situaciones previamente explicadas y que parecieran ser obvias. Si Europa acapara el mercado emergente de gas natural o gas licuado, las zonas periféricas del globo podrían afrontar una crisis energética de desabastecimiento, que la pagarían los que menos tienen. Es por esta razón que una guerra en el otro lado del mundo puede afectar severamente al vecino misionero que busca calentar su agua para el mate.

Las políticas energéticas nacionales, provinciales y municipales son claves para tener una ciudadanía cuidada, con todas las aristas características que cada espacio geográfico tenga. Por esta razón, la llegada de un gasoducto a la provincia de Misiones traería beneficios que a leguas servirían para combatir la crisis energética que sacude al continente más rico del mundo. 

La necesidad y la petición de Misiones de conformar una red de gasoductos para el abastecimiento provincial son de al menos 2 décadas. Sin embargo, la postergación se siente mucho más cuando uno abre los portales de noticias internacionales y ve que países con una magna estabilidad económica están sufriendo por la falta del gas. Esta deuda con Misiones, además se materializaría en una cuestión meramente básica: las industrias y los comercios podrían utilizar una red de gas, de capital público, privado o mixto. El bienestar parece ser la respuesta más obvia. 

Ahora bien, ¿Por qué Misiones está alejada de las conexiones de abastecimiento de gas en Argentina? En principio cabe analizar el contexto histórico de la Argentina: el falso federalismo. Con el correr de las décadas, distintos gobiernos nacionales no hicieron más que acentuar la diferencia entre CABA y zonas de Buenos Aires con el resto del país, provocando una asimetría innegable en términos de consumo, precios, oferta y demanda. Esta situación es aplicable a otros rubros y no solamente es un concepto que invita a entender el shock del gas, sino que desnuda el problema estructural de la aglutinación del poder político y económico nacional encerrado entre el Río de la Plata y la avenida Rivadavia. 

Cierto es que, si uno hace historia, encontrará gobiernos y colores políticos que hicieron más o menos por subsanar esa diferencia, aunque el resultado nos llevó a un 2022 en donde Misiones aún no tiene rutas de gasoductos para sus habitantes.

Por otro lado, está la falsa premisa de que Misiones no necesita un gasoducto ante la situación climática o geográfica. Aducir que la tierra colorada no es merecedora de un abastecimiento de gas natural o licuado como otras zonas de Argentina es del nivel de una falacia supina, entendiendo que se expusieron argumentos consistentes que avalan la necesidad de utilizar el gas y tener un acceso mucho más plausible que lo que ya es una realidad. 

Gas, dinero y mucho más…

 Luego de ver y comprender las diversas cuestiones que giran en torno a la situación del gas en el mundo hay varias reflexiones a las que se puede abordar. En principio, está a la vista de todos que Rusia no solamente es una potencia militar bajo el firme mandato de un presidente que fue producto de la Guerra Fría, sino una potencia económica y energética que, ante la batería de sanciones en su contra, supo con tan solo una carta hacer tambalear al continente mas rico del mundo. 

Por otro lado, la acción de Occidente contra Rusia, materializada en sanciones en respaldo a Ucrania, ¿son reales o son intereses? Pareciera ser que mientras el pueblo ucraniano resiste una invasión brutal, los europeos solamente se preocupan por tener el gas suficiente como para no bajar su nivel de vida, luego del shock del gas ruso generado por el Kremlin. ¿Y la ética y moral europea? Pareciera ser que es solo para las redes sociales.

En consecuencia, quedó claro que esas regiones económicamente postergadas en el mundo, hoy en día tienen la posibilidad de posicionar su gas y generar divisas, entendiendo que de acuerdo a como se desarrolle esta situación que mantiene en vilo al mundo, podría generar cambios sustanciales a nivel interno y externo en un varieté de países. Es la posibilidad de “los Congos y las Bolivias” de poder incorporarse a mercados previamente inusitados. Finalmente, y como todo proceso histórico, es casi obvio ver la integración del mundo como una realidad, inclusive previa a la globalización. De esta forma, es simple de dilucidar que una guerra al otro lado del mundo puede afectar al panadero del barrio, al remisero de la ciudad e inclusive a quien quiera tomar un simple mate, además de desnudar las desigualdades imperantes en nuestro país, en este caso. El shock del gas ruso, que aparentemente hace poner a Europa de rodillas, se ve, se analiza y se siente.

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