El arreglo con el FMI es el camino menos doloroso

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Más allá de las tensiones típicas de un cierre de negociación, todo conduce a pensar que el acuerdo con el FMI está más cerca. Los resultados del viaje presidencial en la reunión del G20 son una señal en tal sentido, pese a las dudas que aún existen dadas las resistencias, en especial del cristinismo, sobre su verdadera necesidad. Lo concreto es que en Roma se observaron indicios relevantes, mas no concluyentes, respecto de algunas posiciones públicas argentinas, como la de limitar los sobrecargos en la tasa de interés del préstamo a reestructurar o la de crear un fondo de “resiliencia” para países en desarrollo.

¿Qué significa un acuerdo con el Fondo? ¿Hay alguna alternativa por fuera de él? Algo es claro: con o sin acuerdo, el FMI será el gran protagonista de la economía argentina al menos por una década. Tres gestiones de gobierno estarán bajo sus reglas y lo que ahora se acuerde tendrá impactos por largo tiempo, aun incluso -como sucedió siempre- si se incumplen los objetivos.

Ante un escenario de malas opciones, un acuerdo razonable con el FMI es el mejor camino. El Fondo no resolverá ninguno de los desequilibrios (ni la inflación, ni la escasez de dólares, menos aún la baja productividad), pero un default abierto con el mayor acreedor hará muy crítico el devenir.

Pueden pensarse tres razones ordenadoras para justificar la necesidad de un acuerdo: la imprescindible estabilización de las expectativas privadas (sobre la inflación y el tipo de cambio), la sustentabilidad de cierto financiamiento privado y de organismos multilaterales y la proclamada búsqueda de arreglos políticos básicos para darle gobernabilidad al sistema político en 2022 y 2023.

En relación con estabilizar las degradadas expectativas, un programa con el FMI puede servir como una suerte de sustituto del plan económico que los decisores privados le vienen exigiendo al gobierno desde hace tiempo. Paradoja mediante, un gobierno que resistió siempre a presentar un programa formal y consistente terminará utilizando el paraguas de Washington a los mismos fines.

Al fijar metas sobre déficit fiscal, agregados monetarios, variación de reservas e inflación, ingredientes de cualquier plan, el acuerdo podría contribuir a una coordinación más eficiente de las “creencias” de los mercados financieros y a ordenar las cotidianas decisiones de precios de los sectores productivos y de servicios.

Respecto de la sustentabilidad del financiamiento, un default con el FMI también implica perder fondos de otros organismos internacionales de crédito como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Corporación Andina de Fomento (CAF). Hasta junio ingresaron usd 330 millones en desembolsos de préstamos con esos organismos.

Y quizás más importante son las consecuencias para el financiamiento del sector privado. Desde septiembre de 2019, cuando la Argentina fue declarada en default selectivo por las agencias de calificadoras de riesgo, la cuenta de préstamos financieros del mercado de cambios acumula un déficit de usd 13.700 millones, unos usd 6.350 millones por año. En contraposición, en los últimos dos años de gobierno de CFK, también con cepo cambiario y una macro deteriorada, esa cuenta dejaba un saldo positivo anual de usd 1.300 millones. Si tomamos como supuesto que acordar con el FMI habilita condiciones para flexibilizar el cepo y reducir a su vez el riesgo país, pueden ingresar usd 7.650 millones más por año, similar al saldo anual de los préstamos financieros en 2014 y 2015.

Un flujo de dólares necesario para desarrollar proyectos importantes en la transformación de nuestra estructura productiva como son Vaca Muerta y el litio.

Todo será peor sin acuerdo. Además, es el cierre, o el inicio, según se mire, de un proceso que tiene responsabilidades compartidas entre el estado argentino y el organismo. El diagnóstico de asumir la capacidad de refinanciar los fabulosos vencimientos de 2022 y 2023 (usd 19.250 millones por año) en un eventual segundo gobierno de Mauricio Macri fue tan poco consistente como la liviandad del Fondo para exponer nada menos que 35% de su cartera a la economía argentina. Aunque ya sea historia, los efectos de estos dislates reverberan en estas negociaciones, donde unos y otros admiten por lo bajo su propio error.

Estas líneas no pretenden ser una apología de estos programas sobre las economías endeudadas; todo lo contrario. Existe mucha evidencia internacional acerca de sus impactos regresivos sobre el ingreso y el crecimiento. Por caso, en un escenario positivo el FMI le puede pedir al gobierno bajar 1 punto porcentual de déficit primario en dos años. Para dimensionar, el total del gasto de capital (energía, transporte, vivienda, etc.) en los primeros nueve meses del año representó esa proporción.

Es evidente que si aún no se llegó a un acuerdo es por lo que no se conoce, aunque se intuye. El sendero hacia el equilibrio fiscal y una devaluación para aumentar las reservas del Banco Central y facilitar el propio ajuste del gasto, lo habitual en estos programas. Sin embargo, la acumulación de desequilibrios macroeconómicos desde 2018, y potenciados por la pandemia y por los errores no forzados del gobierno, exige un cierre consistente del problema.

¿Cómo transitar un ajuste fiscal y una devaluación con los niveles actuales de pobreza, inflación y salarios y con una perspectiva limitada de flujos comerciales en dólares, sin que puedan esperarse los precios de las commodities de este año y frente a un eventual endurecimiento monetario en el mundo ante los temores inflacionarios? En los primeros momentos, los clásicos programas con el Fondo reducen la actividad económica y los salarios. ¿Por qué sería distinto esta vez? Los consensos políticos de los que tanto se habla (y que necesariamente tendrán que incluir al sector privado, gremios y movimientos sociales) deberían servir para encontrar mecanismos que suavicen estos impactos iniciales a través de transferencias monetarias directas direccionadas a evitar que aumente aún más la pobreza.

En el recetario tradicional del FMI también figura la unificación cambiaria. ¿Cómo hacerlo si no hay dólares suficientes para “todos y todas”? Hoy el Banco Central sacó un comunicado que obliga a los bancos a mantener su posición global en moneda extranjera hasta fin de mes. El objetivo es evitar que los bancos modifiquen su cartera apostando a un salto en el tipo de cambio.

En este contexto, una devaluación a secas que persiga comprimir la brecha con los tipos de cambio alternativos sólo aceleraría la inflación. El acuerdo, entonces, también requiere una mirada profunda para bajar la inflación, que se entienda que se trata de un fenómeno macroeconómico y no tanto de pujas con algunos sectores industriales (alimenticias, en particular), y que devaluar sin plan (de una vez o acelerando los ajustes mensuales) sólo conduce a un nuevo fracaso.

Vinculado con el frente cambiario, el Fondo habitualmente exige objetivos de acumulación de reservas internacionales. El riesgo está en que, si esa meta resulta muy ambiciosa, la recuperación de la actividad económica de los próximos años sea muy mediocre. No habría dólares para todos los usos y el tipo de cambio real seguiría en niveles incompatibles para recuperar los salarios. El ajuste clásico se repetiría. Con todo, en los acuerdos recientes comparables al caso argentino (Pakistán, Egipto, Ecuador y Angola), el Fondo fue razonablemente laxo y, de hecho, todos lograron sobrecumplir con los objetivos de acumulación de divisas.

El FMI puede servir de excusa para comenzar a ordenar los desequilibrios macro. Los costos de no hacerlo, además de volver a incumplir contratos, son muy superiores a los sacrificios necesarios para corregirlos.

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Un “exceso” de usd 1.000 M de importaciones en agosto

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El laberinto cambiario se está volviendo más complejo de resolver, tanto por razones estructurales de oferta de divisas como de estricta coyuntura. El piso (el dólar oficial) y el techo (los dólares financieros) de la brecha siguen en tensión, mientras la inflación corre claramente por delante de la devaluación oficial y, por ende, las expectativas privadas proyectan un salto discreto post elecciones. Nada que no estuviera dentro de nuestros escenarios.

En el último trimestre, la estacionalidad de las exportaciones implica que los ingresos de divisas sean los más bajos del año, representando apenas 23% del total. Además, en tiempos de elecciones crece la demanda por cobertura de los inversores, lo que presiona sobre el techo de la brecha y obliga al Banco Central a vender bonos en forma creciente. Desde setiembre se estima que las intervenciones en los dólares financieros le costaron no menos de usd 500 millones al BCRA. Por tal razón, en la semana la CNV restringió aún más estas operaciones (Resolución 907), significando un desdoblamiento de hecho en los mercados en CCL y MEP libres y CCL (con bonos AL30C) y MEP (con bonos AL30D) regulados. Es probable que el volumen que pierda el segmento regulado del mercado lo gane el libre, donde no interviene el Central.

Pero, además, en setiembre la autoridad monetaria perdió usd 1.400 millones de reservas. La preocupación oficial por esta preocupante dinámica quedó reflejada en la comunicación A 7375, donde se restringió aún más el acceso al dólar oficial para los importadores hasta el 31 de octubre.

La norma señala que las compras externas se podrán pagar en forma anticipada sólo a partir del despacho a plaza de los bienes. De acuerdo con el BCRA, la norma afectaría al 13% de las importaciones.

Desde mediados de 2020 existen limitaciones de acceso al dólar oficial, y aun así las importaciones pagadas fueron sistemáticamente mayores que los embarques recibidos en Aduana. Esta es una anomalía respecto de otros tiempos con cepo, como se observa en el gráfico. Allí se compara la evolución mensual de la ratio entre importaciones pagadas (MULC) y recibidas (ICA-INDEC) en 2021 y en el período 2013-15.

Este “exceso” de salida de dólares por pagos adelantados de importaciones significó en los primeros ocho meses del año un monto de usd 2.455 millones, con un pico de usd 1.000 millones en agosto. Durante ese mes, última información disponible, los pagos de importaciones cursados por el mercado de cambios totalizaron usd 6.200 millones, 113% más que en igual mes de 2019. Sin embargo, los despachos de Aduana apenas alcanzaron usd 5.750 millones. Entonces, sólo en agosto se pagaron usd 450 millones más por las compras externas efectivamente ingresadas.

Esto es sorprendente teniendo en cuenta que los pagos anticipados habían bajado sustancialmente desde el pico de junio de 2020, cuando alcanzaron el 23% de las importaciones totales. Desde entonces, con mayores restricciones del BCRA, se ubicaron en un mínimo del 12% en el primer trimestre de este año. El presidente del BCRA señaló que la dinámica reciente se explica en parte a la proliferación de amparos judiciales en favor de los importadores.

De acuerdo con nuestras estimaciones, si las nuevas restricciones llevaran el pago adelantado de importaciones a un comportamiento similar al del período 2013-15, el Banco Central lograría un “ahorro” de al menos usd 500 millones mensuales promedio en términos de reservas. Ahora bien, ¿por qué se aceleran los pagos por importaciones? Porque la brecha cambiaria no cede y las expectativas devaluatorias aumentan. Esta conducta racional y precautoria, sin embargo, no sólo atenta contra la sostenibilidad del régimen cambiario si no que condiciona el crecimiento futuro. En concreto, la dinámica de las importaciones no está explicada por un aumento del consumo, que como vimos en MIRADA #5, está prácticamente estancado. Lo que sucede, por el contrario, es que las empresas están acumulando inventarios o, en otros términos, “adelantando producción” en miras a una devaluación. Si la economía lograra normalizarse (típicamente, tras el acuerdo con el FMI), serán esos stocks y no una mayor producción los que primero abastecerían la demanda, limitando el aumento del producto.

A nivel macro, mientras el PIB está apenas por debajo de los niveles de 2019, las importaciones en dólares corrientes se duplicaron, con un tipo de cambio que es 10% más elevado. Son las decisiones financieras, no las productivas, las que hoy gobiernan en buena parte de las industrias, dada la incertidumbre. La acumulación de stocks, en una economía con ingresos reales en pesos muy castigados y por ende una demanda debilitada, posterga aún más la recuperación, resiente variables claves como la recaudación y, dado el esquema de ajuste de gran parte del gasto público (ligado a salarios e impuestos), termina afectando la velocidad de salida.

Los últimos datos del balance cambiario no son alentadores, considerando la continuidad de la apreciación del peso hasta noviembre, la presión fiscal sobre el BCRA para realizar transferencias de pesos y las futuras condicionalidades del FMI. Si el acuerdo con el Fondo no se cierra en diciembre, además, los DEGs se habrán ido casi en su totalidad justamente para el pago de servicios de deuda, resintiendo aún más las reservas.

Está claro que, en este escenario de fragilidad cambiaria, las regulaciones no sólo pueden afectar a la cuenta capital; las presiones sobre el balance comercial fuerzan también a mayores restricciones sobre el uso de los dólares oficiales.

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Gasto: falta velocidad de ejecución, no financiamiento

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La contundencia de la derrota en las PASO llevó al gobierno a un fuerte debate interno respecto del tono de la política económica, hasta noviembre primero y en los dos últimos años de gestión después. El voto castigo está explicado en gran parte por la pérdida real de ingresos y de empleos que se da desde 2018 y la pandemia ha acentuado.

El debate escaló al punto de que el ministro Guzmán contradijo explícitamente la visión de la vicepresidenta Cristina Fernández y el kirchnerismo duro en cuanto a que el gobierno viene aplicando hasta ahora una política fiscal contractiva. Con total claridad, señaló que la estrategia fiscal es expansiva, lo que es relativamente cierto comparada con 2019, aunque no con el año de la pandemia. De todas formas, el problema también parece recaer en la propia gestión.

El gasto primario acumula a agosto 5,7 billones de pesos, equivalentes al 14% del PIB. Respecto de 2020, la caída llega a 5,9% en términos reales. De esta lógica escapan los subsidios a la energía y el transporte (+35%), los gastos de funcionamiento (+4,7%) -a pesar de la caída en los salarios públicos ( -3,4%)- y los gastos de capital (+54%).

Respecto de 2019, hasta agosto el gobierno gastó 9,4% más, aun con caídas en partidas clave en términos electorales como jubilaciones (-7,1%) y salarios (-11%). Allí no hay lugar a tergiversación; el gobierno viene realizando un ajuste de gasto sobre los ingresos de las familias.

El ala cristinista de la coalición reclama, en tanto, no estar ejecutando el gasto presupuestado y no haber utilizado los recursos extraordinarios de las retenciones sojeras y el impuesto a las grandes fortunas para mejorar los ingresos. Es ahí donde debe ponerse realmente el centro de la discusión.

Por qué, a pesar de esos recursos adicionales respecto de 2019, este año los ingresos caen 0,8% en términos reales, en particular en partidas clave para la sostenibilidad del gasto como los aportes y contribuciones a la seguridad social (-13%), IVA (-4%) y Ganancias (-1,8%). Estas dinámicas se observan en el siguiente gráfico.

Como resultado de la evolución de gastos e ingresos, el déficit primario acumula a agosto apenas un punto del PIB. Y si bien los niveles de ejecución presupuestaria comenzaron a acelerar desde setiembre, difícilmente el rojo fiscal alcance el 4% que fijó de target el gobierno para este año en el presupuesto 2022 presentado días atrás. Nuestra estimación es que llegará como máximo a 3,5% del producto, acorde con las posibilidades reales del financiamiento en pesos.

Eso implica que, partiendo del déficit acumulado hasta agosto ($431.500 millones), se debe financiar en los últimos cuatro meses del año 1 billón de pesos. ¿Es posible? Creemos que sí., por medio de las siguientes fuentes:

  1. Los bancos públicos todavía tienen $100.00 millones de Leliqs en cartera que podrían ser sustituidos por títulos del Tesoro. Una situación similar surge al analizar el balance del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la ANSES, con $100.000 millones en colocaciones a plazos fijos.
  2. El financiamiento del Banco Central resulta más complejo. Por un lado, todavía dispone de utilidades no distribuidas de ejercicios anteriores por $270.000 millones. A su vez, por adelantos transitorios (ATs) el Tesoro puede obtener entre $239.000 millones y $481.000 millones. La diferencia surge de cómo computar el límite que puede recibir por ese concepto según normativa del BCRA. En el máximo se consideran las utilidades que se transferían en 2021 ($790.000 millones) y como ingresos corrientes los DEGs del FMI gracias al decreto 622/21 ($422.174 millones). Por el contrario, en el mínimo no se computan estas dos últimas partidas, en línea con un financiamiento más ajustado a las tradicionales directrices del FMI.

Por tanto, si se suman los vencimientos de títulos en el último trimestre ($888.000 millones), el Tesoro necesitará un roll over de 134% (piso de ATs) o 111% (techo de Ats).

El porcentaje de refinanciamiento necesario luce factible dado que a agosto el acumulado había sido de 125%. Un déficit de 3,5% parece alcanzable. Pero tiene costos. En particular, la necesidad de evitar que la expansión fiscal desemboque en un salto de la brecha cambiaria hace que descontemos que el Banco Central hará una esterilización completa de los nuevos pesos emitidos para financiar el nuevo gasto fiscal. Obviamente, aumentará el stock de Leliqs y habrá un desplazamiento del crédito disponible para las empresas hacia el Estado (crowding out).

El gran interrogante es si el gobierno está en condiciones de ejecutar un gasto total de casi $4 billones hasta fin de año para poder proyectar un aumento de 2,5 puntos en el déficit primario. Al 22 de septiembre, la ejecución presupuestaria era de 69,4%, un porcentaje por debajo del que correspondería a esta altura del año (75%). El porcentaje de ejecución por ministerio, como se puede observar en el cuadro siguiente, resulta muy heterogéneo siendo Economía el más elevado (78%) y Transporte el de menor nivel de ejecución (43,3%).

Es evidente, que más allá de cuánto redujo el gasto, el gobierno también tuvo demoras en la ejecución. Una distribución más pareja del déficit basada en mayores niveles de ejecución presupuestaria hubiese garantizado algo más de actividad económica y quizá un mejor resultado electoral. Sobre todo, porque el freno al gasto ni siquiera aceleró el imprescindible cierre de un nuevo acuerdo con el FMI.

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La grieta también llegó al mercado de trabajo

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Una de las más graves consecuencias de la pandemia es el aumento de la desigualdad entre los trabajadores. Los formales gozan desde 2020 del beneficio de la prohibición de los despidos y de negociaciones paritarias semestrales. Como resultado, sufrieron una relativamente baja pérdida de puestos de trabajo y en 2021, por primera vez en tres años, su salario real dejó de caer. En tanto, más de un tercio de la fuerza laboral no accede a ese paraguas protector de las regulaciones por no estar registrado y allí la situación sigue empeorando. En los primeros seis meses del año los salarios informales cayeron 9,2% en términos reales. Una suerte de “grieta”, un mercado dual, se abre cada vez más en el mundo del trabajo argentino.

Uno de los mayores desafíos pospandemia radica en cómo generar trabajo en los sectores informales escasamente calificados. El retorno a los niveles de empleo previos a la pandemia requería que en el segundo trimestre de 2021 se recuperaran 365.000 puestos de trabajo, un 62% de los cuales corresponden a aquellos trabajadores no registrados. Dado que la actividad económica de junio confirmó nuestra proyección acerca de una contracción trimestral del 1,6% respecto de enero-marzo, resulta difícil creer que el empleo total haya regresado a los niveles de principios de 2020. En particular, porque los sectores con mayor dinámica laboral, como la construcción y servicios sociales, registraron contracciones superiores al 10% en el segundo trimestre. Por su parte, los asalariados registrados del sector privado mantuvieron el empleo constante en el promedio mayo-abril respecto del primer trimestre del año.

Cinco actividades son clave, dadas sus elasticidades empleo-producto (puestos de trabajo creados por cada punto de crecimiento), para la recuperación laboral en esta segunda mitad del año: 1) transporte, almacenamiento y comunicaciones; 2) servicio doméstico; 3) construcción; 4) actividades inmobiliarias y empresariales; y 5) servicios sociales. Como reflejan los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC, en todas ellos la informalidad laboral es elevada, destacándose el servicio doméstico, con 75% de trabajadores no registrados y donde el salario es menos de la cuarta parte del promedio del resto de los sectores.

Para evitar la profundización de la grieta entre los trabajadores registrados y los informales, el gobierno está obligado a incentivar que la recuperación en el mercado laboral en los próximos meses incremente los porcentajes de registración. En un planteo serio de recomposición de ingresos, debe tenerse en cuenta el panorama del empleo registrado por sector, a fin de contar con una mayor amplitud de la cobertura de las instituciones laborales (salario mínimo, paritarias, indemnizaciones por despido, etc.) para reducir el gasto público. Principalmente del sistema de seguridad social, que tiene en nuestro país una cobertura universal pero cuya recaudación no proviene del total de la fuerza laboral. Para dimensionar el impacto, las jubilaciones y pensiones contributivas representan aproximadamente el 40% del gasto público primario.

Es evidente que la informalidad también le fija un límite a la recuperación de la actividad económica vía consumo. A menor empleo registrado, menores salarios. Desde 2016 la caída del poder adquisitivo, como vemos en el gráfico de la página siguiente, fue más marcada en sectores fuertemente informales como el servicio doméstico, los servicios sociales y el comercio. Más allá de la heterogeneidad, excepto en la pesca y en el sector energético, en las otras 14 actividades económicas los trabajadores perdieron poder de compra. Como resultado, el consumo privado cerró 2020 un 19% por debajo del nivel de 2016, en una tendencia que aún no parece revertirse en virtud de los últimos datos disponibles (primer trimestre, caída de 1%).

Un punto para destacar es que la “grieta salarial” entre formales e informales se vincula directamente con su actividad. En el sector servicios, la tasa de formalidad supera al 50% y el salario medio es un 25% más alto que el de la producción de bienes, donde menos del 40% de los trabajadores están registrados.

Por su parte, la pérdida del poder de compra tiene un obvio efecto directo sobre la participación de los salarios dentro del valor agregado de producción. Sin considerar al sector público, en el primer trimestre esa participación fue de apenas 37,2% frente al 45,3% en 2016. Las mayores caídas se verifican en enseñanza privada (-21,5 p.p.), industria manufacturera (-16,3 p.p.) y comercio (-11,4 p.p.), más de un tercio del total de la fuerza laboral de la Argentina.
La menor participación de los salarios sobre el valor agregado, a su vez, se traduce en márgenes de ganancia superiores por unidad producida. El excedente bruto de explotación del sector privado aumentó 4,1 puntos porcentuales entre 2016 y 2021. Cabe, a modo de hipótesis, pensar que, si se lograsen estabilizar las variables macro con un programa consistente, estarían dadas las condiciones para reiniciar un ciclo de crecimiento, básicamente porque la caída del costo laboral y un tipo de cambio aún en niveles competitivos hacen que la inversión encuentre incentivos tanto desde la oferta como desde una potencial demanda para crecer en los próximos años.

En la recuperación pospandemia, alentar el desarrollo de los servicios puede ser una vía inteligente para reducir paulatinamente el peso de la informalidad y, a su vez, sostener una estrategia plausible de desinflación. Cualquier proceso de este tipo requiere siempre de cierta apreciación cambiaria. Los servicios, muchos de ellos no transables, pueden apalancarse en un tipo de cambio más apreciado para su normal desarrollo que los sectores transables, en especial los menos competitivos.

Al mismo tiempo, los servicios generan más puestos de trabajo por cada punto de crecimiento. La elasticidad empleo-producto, con una ratio de 2, duplica a la de los productores de bienes.

Es verdad, sin embargo, que la producción de bienes es más intensiva en mano de obra no calificada y, por lo tanto, permitiría incorporar al mercado a buena parte de quienes hoy están por debajo de la línea de pobreza. En el Censo de los Trabajadores de la Economía Popular que realizó el Ministerio de Desarrollo Social entre julio de 2020 y abril de 2021, el 75% de los encuestados declaró desarrollarse en el sector servicios. Por lo tanto, que esos trabajadores se incorporen a la formalidad permitiría empezar a resolver otro de los problemas de agenda: el gasto público en planes sociales. Sólo dos programas, Potenciar Trabajo y Políticas Alimentarias, insumirán este año $205.000 millones, 0,5% puntos del PBI.

Recomponer el mercado de trabajo en los próximos años no será sencillo. La informalidad y la baja creación de empleo son el resultado de profundos desequilibrios y crisis recurrentes que hundieron a la economía en un estancamiento secular. Aun cuando pueda proyectarse una mejor perspectiva de corto plazo para el mercado laboral, sin cambios profundos la “grieta” entre los trabajadores será una constante.

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¿Por qué las importaciones crecen más que la actividad?

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La Argentina comienza a transitar un período de menor incertidumbre sanitaria, incluso con la variante delta en el horizonte. Cerca de 60% de la población cuenta ya al menos con una dosis de la vacuna y la confirmación de nuevos contagios, si bien todavía elevados, muestra una tendencia decreciente desde el pico de junio.

Para la economía, este relativo regreso a la normalidad trae una certeza: la demanda de dólares sólo puede aumentar en los próximos meses. Desde diciembre, el turismo al exterior dará un salto discreto; para tomar dimensión, en 2019 el déficit generado por la cuenta turística fue de usd 5.700 millones, nada menos que el equivalente al doble del incremento de las reservas internacionales del Banco Central hasta julio. Junto con un nuevo acuerdo con el FMI, además, seguramente habrá una flexibilización para que las empresas extranjeras puedan remitir utilidades, alternativa vedada hasta ahora.

La industria, que acumula un crecimiento de 1,5% en el año, requiere de un flujo de importaciones de no menos de usd 40.000 millones anuales para operar en condiciones normales. Sin cambios de fondo en la política económica, esta flexibilización de los dólares escasos para algunos usos se tendrá que compensar con mayores restricciones para otros. Por ello, el salto importador que se da desde setiembre de 2020 parece tener los días contados.

Desde entonces, las importaciones rondan un promedio mensual de usd 4.300 millones, una dinámica que no condice con la modesta recuperación de la actividad económica. En concreto, entre setiembre y mayo, las importaciones crecieron tres veces por encima del aumento del PBI. La respuesta a esta especie de anomalía la tiene la brecha cambiaria, que promedió 80% en el período. Adelantar importaciones es una reacción clásica cuando la expectativa de devaluación está instalada en el sector privado.

En tiempos del cepo de Kicillof ocurrió el mismo fenómeno; las importaciones se movieron 50% por encima del crecimiento de la actividad entre enero de 2013 y febrero de 2014, descontando la devaluación del 24% de comienzos de ese último año. Lo interesante es que el retraso cambiario de 2017, sin cepo, también provocó un fenómeno similar; entre abril de 2017 y agosto de 2018, previo a la devaluación de 28% de setiembre, las importaciones más que duplicaban el ritmo de la actividad económica (+122%).

Esta mayor demanda de importaciones no se genera por un cambio en la estructura productiva sino por meros incentivos financieros. Ante la crisis externa que atraviesa la Argentina desde 2019, las empresas descuentan una corrección cambiaria de un orden de magnitud incierto. En consecuencia, asumen que hacerse de dólares hoy es más barato que hacerlo en el futuro, y en un contexto de cepo cambiario, importar es la vía más sencilla para dolarizarse.

En Analytica realizamos un ejercicio que permite estimar el “excedente importador” a nivel sectorial. Esto es, basados en las importaciones de los distintos sectores según su nivel de producción en el pasado, y ajustadas por el tipo de cambio real, el indicador calcula cuánto más importa cada sector por sobre lo requerido en términos teóricos para producir. Desde el inicio de la recuperación de la actividad de fines del año pasado, el exceso de importaciones implicó una demanda extra de usd 10.900 millones entre setiembre y mayo, un promedio mensual de usd 1.200 millones.

A nivel sectorial, la industria automotriz es el sector que muestra un mayor exceso de importaciones por encima de su nivel teórico de producción (+ usd 3.000 millones). En parte, este comportamiento se explica por la recomposición de inventarios, ya que en el primer semestre de 2020 fue una de las cadenas productivas más golpeadas y tuvo el comportamiento inverso, importando usd 170 millones de dólares menos en relación con sus niveles teóricos. Como el 64% de las importaciones automotrices están dentro del régimen de licencias no automáticas, es esperable que sea uno de los más perjudicados si se incrementan las restricciones a las compras externas. Esta tendencia sectorial a las “importaciones excedentarias” probablemente se profundice en los próximos meses en tanto la estrategia electoral de la política económica seguirá basándose en contener precios, entre ellos el tipo de cambio. Aunque la medida de competitividad más amplia, el tipo de cambio real multilateral, muestra apenas una apreciación de 5% anual, la velocidad de la devaluación oficial sigue bien por debajo de la inflación (16% vs 47%).

Por otro lado, las industrias del químico, del petróleo y de cereales y oleaginosos mostraron un excedente importador promedio de usd 1.700 millones cada una entre setiembre y mayo. Este salto importador, más allá de los incentivos provocados por la brecha, está influenciado por el aumento de los precios internacionales de las materias primas que impactó en forma directa en el costo de las importaciones. Por caso, en el agro aumentaron los precios de insumos clave como el fosfato diamónico y la urea, aunque también contribuyó el abaratamiento relativo de otros insumos de fácil acopio como las semillas, los herbicidas y el gasoil, cuyos precios evolucionaron por debajo del precio de los granos.

Un eventual endurecimiento en las autorizaciones de licencias no automáticas es un instrumento posible en este contexto para contener la mayor demanda de importaciones. En principio, una medida que no tendría mayor efecto sobre el dólar financiero (contado con liquidación), ya que por norma del BCRA las empresas que compran insumos en el exterior están restringidas para demandar dólares bursátiles en los 90 días previos y posteriores.

A su vez, dado que la tasa de interés actual está bastante en línea con la evolución del mercado de futuros, no resulta rentable adelantar el pago de importaciones futuras.

Ambos elementos le permiten al gobierno administrar la demanda de dólares y evitar un salto devaluatorio. Sin embargo, profundizar el retraso cambiario genera el riesgo de un nuevo salto en la brecha, llevando a que las empresas pierdan incentivos a “portarse bien” y corran hacia el dólar bursátil. Bajo un escenario de este tipo, la tibia recuperación de la actividad se frenará y es de esperar una nueva aceleración en la tasa de inflación.

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