Consagración cultural del Club Swinger
Al plantarle La Doctora la ficha de Alberto, un operador, el Ángel replica con Pichetto, un “operador y medio”
“¿Qué hago mal para que los burgueses me aplaudan?”.
Sin rigor, se le atribuye la reflexión al poeta Paul Eluard, cuando lo celebraban sus enemigos.
Planteaba el dilema del elogio del adversario. Que enaltece, desorienta, confirma. Pero altera.
A través del elogio, el adversario distorsiona la identidad del beneficiado.
Es el otro, el ajeno, quien legitima las virtudes. Los atributos que al propio le cuesta reconocer. O se los niega por conocerlo demasiado. Unánime mezquindad.
Es Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, quien supo descubrir, en el senador Miguel Pichetto, Lepenito, su opositor, la génesis conceptual del «estadista».
Para “los compañeros del peronismo”, Pichetto representaba una cierta garantía de eficacia y de lealtad.
Acompañó a Carlos Menem, sin ir más lejos, hasta en el demencial intento de la re-reelección. Artimaña que el viejo jefe mantenía vigente para conservar el poder hasta el último día. Sin que se le diluyera entre la codicia de los cretinos.
Con la medialuna enarbolada, Miguel lo acompañó a Menem. Hasta el epílogo.
Como acompañaría, después, a Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas) . Y en especial, desde el senado, a Néstor Kirchner, El Furia. Y con mayor tensión también a La Doctora.
Sin embargo, quien estaba habilitado con luz verde para dirigirse a los Kirchner, cuando lo considerara conveniente, era Nicolás Fernández, El Rápido, senador por Santa Cruz.
Hombre fuerte, un Fernández casi olvidado. Creía mantener asegurada en el bolsillo su extensión como venerable. Y casi lo celebraba en Piégari con su esposa, cuando se enteró que La Doctora, en el último minuto, había decidido bajarlo.
De la lealtad de Pichetto, hacia los Kirchner, abundan las pruebas. Como el testimonio gráfico de la madrugada en que el vicepresidente Cobos, El Cleto, con su voto “no positivo”, iba a pulverizar aquellas apasionadas retenciones.
Cuando el kirchnerismo confundía a De Ángelis, Dientecito, con la oligarquía.
Aquel rostro de Pichetto mereció con amplitud el apodo inicial. Humphrey Bogart. El duro de “Horas desesperadas”.
El postergado
“Su presencia no se notaba pero su ausencia sí”. Asís.
Funcional, perfil bajo, excelente persona, dispuesto y cordial, pero Pichetto se sentía extrañamente postergado en el kirchnerismo.
Por el brutal pragmatismo imperante, debía aceptar que al Furia, en la práctica, le resultaba más útil el radical Saiz como gobernador de Río Negro.
Un emblemático Radical Kash, cliquear. Saiz era preferible a Pichetto. Y tenía mas votos entonces que el invalorable Gringo Soria, El Espía, rival interno en el peronismo de la provincia compleja. Con fragmentos y distancias.
En 2011 Soria iba a conquistar la hazaña de gobernar la radical Río Negro desde el peronismo. Pero lo perseguía el atavismo marcado de la tragedia.
El crimen permitió que un progresista sin votos, Weretilnek, un complemento del casi inexistente Frente Grande, recibiera, como herencia, el bagaje envuelto de la gobernación.
Y por su competencia El Progresista fue reelecto en 2015. Cuando Pichetto creyó que le correspondía.
“A llorar al parque”.
La plenitud
Ya sin ningún Kirchner arriba, desde la Planta Permanente del Senado, Pichetto experimentó sus mejores momentos en el poder.
Adquiría fuerza útil en su posición sustancial de engranaje. Intermediario de los gobernadores, que le debían favores y se le reportaban.
Hasta diplomarse como un “hombre de poder”, de consulta permanente, invitado en las mesas más ambiciosas mientras comenzaba a lucirse.
A inmolarse con sus bajadas de línea, en entrevistas donde culpaba, en exceso, a los inmigrantes de países vecinos.
Importación que se percibía, a su criterio, en el ejercicio de la delincuencia. Fueron imposturas que le motivaron el nuevo apodo de Lepenito.
En la plenitud, tenía la cotidiana convivencia del plazo fijo que le era difícil de renovar.
El 9 de diciembre de este año debía dejar la senaduría. Cada día que pasaba Lepenito valía menos.
Pudo entusiasmarse con la re reelección de Weretilnek. Con la sospechosa ayuda del oficialismo macrista, que le debía una lista de favores.
Pero por la Suprema Corte ese proyecto de permanencia no pasó. Pese al extendido enfado de Lepenito, que se mostraba como un estadista calentón.
Pero el doctor Ricardo Lorenzetti, Cardenal Richelieu, tenía razón:
“Hay que ser serio, si se votó en contra de Santiago del Estero, lo mismo no podía aprobarse en Río Negro”.
Los polarizados
Menem se engalanó con la lealtad eterna de Lepenito. Fue el primero en decirle que debía ser el “próximo presidente”.
Tal vez Pichetto tomó con exagerada seriedad la sugerencia. Tenía menos territorio que una maceta. Sin capital de respaldo. Pero salió a decir nomás que quería ser presidente.
Y acompañado por empleados del senado, amigos fieles y buscapinas de medialuna enarbolada, abrió un local propio.
Fue, incluso, uno de los cuatro miembros fundacionales de la fotografía de Seita. Derivó en la Alternativa Federal del Peronismo Perdonable.
Cuadros categóricos que se proponían perforar la polarización entre Macri y La Doctora. Pero pobres: terminaron polarizados.
Sergio Massa, El Desconcertante Conductor, con La Doctora. Lepenito con el Ángel.
Mientras tanto Juan Schiaretti, El Aleph, y Juan Manuel Urtubey, El Bello Otero, siguen asediados por Macri. Hasta el acoso.
Son seducidos, también, en simultáneo, por los radicales de la Red Link. Filosóficos continuadores de la receta política de Emilio Monzó, El Diseñador. Motivó la decisión de Marcos Peña, El Pibe de Oro. O sea por Macri. Congelarlo.
La idea de “ampliar la base de sustentación política” del Tercer Gobierno Radical. Con la incorporación de los Peronistas Perdonables de colección.
Frutos del Bosque
Debe aceptarse que el Ángel movió con acierto una ficha.
Al incorporar a Lepenito muestra que aún conserva reflejos.
Devuelve la sorpresa generada por la Doctora, que lo había dormido con la designación de Alberto Fernández, El Poeta Impopular.
Al plantarle La Doctora la ficha de Alberto, un operador, el Ángel replica con Miguel, “operador y medio”.
Para concluir, Pichetto representa un magnífico aporte de solidez para la reconocida insustancialidad del “mejor equipo”.
Es también la consagración cultural del Club Swinger.
El entrecruzamiento político que mantiene esquemas de mestizaje. Menjunje que derive, probablemente, en una nueva identidad. «Frutos del bosque».
Pero se confirma que no hay lugar conceptual, ni siquiera como “elogio”, para la palabra “traición”.
Aunque posibilite justificaciones descaradas, como la del Marqués de Talleyrand, cuando aclaró:
“Traicioné, sí, pero fue para beneficio de Francia”.