Rome, Italy 14.12.2024: Argentine president Javier Milei speaks during the political event organized by the governing party Fratelli D'Italia called Atreju 2024 at the Circo Massimo in Rome
El nuevo pacto Roca-Runciman
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La noticia rimbombante de la semana, sin lugar a dudas, es el acuerdo comercial (y político) al que arribaron Argentina y Estados Unidos. En el marco del rearmado del mundo nuevo, los aliados del poder están a la orden del día. ¿Es simplemente cambiar China por Estados Unidos? ¿Hay una venta indiscriminada de la patria? Tal vez solo sea el eterno retorno del devenir de la historia de nuestro país, el cual, como si fuera un espiral, gira y se consume.
Corría el año 1933 y, en plena reforma del modelo económico mundial, Argentina enfrentaba una seria crisis relacionada estrictamente a lo comercial.
Tras el crack de 1929 y la consecuente crisis internacional del sistema capitalista integrado, a nuestro país no le quedó más remedio que la reconversión de un modelo agroexportador a uno de sustitución por importaciones. Todo ello, en medio de la vorágine de mercados truncos o fríos debido a una Europa deprimida tras la Primera Guerra Mundial y con el fragor revanchista de las potencias del Eje que llevarían al enfrentamiento posterior en la Segunda Guerra Mundial.
Bajo ese contexto, Argentina se vio en la necesidad de mantener el régimen exportador de carne, el producto emblema nacional, pero ante el impedimento o la dificultad por una economía seriamente resentida, encontró una salida, allá por 1933, que trae sombrías semejanzas con el 2025.
El hijo de Julio A. Roca firmó junto al político y empresario liberal británico Walter Runciman un pacto que marcaría el rumbo económico del país y plantaría los nuevos cimientos de una dependencia siempre grave entre nuestro país y el poder central europeo, norteamericano o chino. En este caso, el pacto fue con el Reino Unido, donde Argentina se aseguraba mantener la exportación de carne vacuna a cambio de, básicamente, el control del sistema financiero y los trenes nacionales en manos de capitales e intereses británicos. ¿El resultado de ese acuerdo? Una dependencia absoluta que retrasó aún más la industrialización argentina.
Dicho así, al pasar, resulta muy parecido y muy curioso respecto de lo que sucede actualmente en una comparación siempre odiosa, pero a la vez inevitable.
El actual gobierno encabezado por el presidente Milei, junto a su partener que maneja la cartera económica del país, Luis “Toto” Caputo, mantiene una amplia afición por Estados Unidos y es, ipso facto, una de las primeras grandes pretensiones del gobierno: sostener una absoluta cercanía y alineamiento con la Casa Blanca, con acuerdos de por medio que permitan establecer el eje Washington – Buenos Aires.
Hoy, pareciera ser que es realidad. Se dio a conocer que, tal como en 1933, Argentina mantiene un esquema de bajos aranceles y de prioridad del mercado agrícola argentino en Estados Unidos a cambio de la manipulación de los recursos naturales y minerales de nuestro país. No es un invento de la “izquierda”, sino una realidad plasmada en documentos oficiales, aunque, como todo, hay asuntos más oscuros detrás.
El factor chino
Argentina tiende a ser, como gran parte del mundo, un laboratorio político, económico y cultural de las potencias centrales. Nuestra historia está signada, justamente, por un sensacionalismo de dependencia norteamericana, europea y china que se cuela entre las rendijas de una idiosincrasia cada vez más endeble o fluctuante. Definir la argentinidad parece quedar circunscripto al fútbol y a la gastronomía, ya que el ser nacional se diluye entre tantas pretensiones de ser extranjero.
Este contexto es aprovechado por naciones poderosas, hoy por Estados Unidos, que utilizan al país como un conejillo de indias en su disputa mayor contra China. No es una novedad si uno lo piensa o lo plantea de esa manera.
El control que establece Estados Unidos sobre la economía argentina a partir de este nuevo acuerdo tiene como condición central desplazar a China de la región. No es que Argentina sea meramente importante, más allá del potencial absoluto de la utilización de nuestros recursos, sino que la puja geopolítica es más grande y Argentina es solo un escenario más.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene un particular agregado en el que Argentina parece tener participación. La disputa tecnológica y el posicionamiento de productos forman parte de esta lógica sino-estadounidense. Para la producción de bienes tecnológicos, minerales como el litio son fundamentales, y Argentina forma parte del triángulo del mismo, junto a Chile y Bolivia, que detenta entre el 60 y el 70 por ciento del total de dicho mineral en el mundo.
Además de la utilización estratégica de los minerales y recursos naturales, el desplazamiento de China como aliado comercial también es clave para la región. Casi como en un efecto contagio, si China se retira y a Argentina le va “bien” (entiéndase la simplicidad mediática de la afirmación), es posible que sirva como ejemplo para otros países de la región que se encuentran alineados con Estados Unidos. Las nuevas (viejas) derechas, como en Paraguay, Bolivia o Ecuador, pueden ver como potable esta situación y que ello conlleve a un emparejamiento. A esto se suma la polarización con la hegemonía china en el mercado interno de países como Brasil.
Con esta visión, resulta imposible no pensar que nuestro país se transforma en un peón más del ajedrez mundial.
