“El periodismo debe ser el control del poder político, y no amigo del poder”

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La frase es de Katharine Mayer Graham periodista del The Washington Post.
En nuestros días ha tenido un gran impacto la película The Post que trae a nuestro tiempo episodios que hace medio siglo conmovieron los cimientos del poder en EE.UU.
Una protagonista central de esta historia fue Katharine Mayer Graham, editora y propietaria de The Washington Post, desde 1963 hasta su fallecimiento. Esta admirable mujer, de clase alta, refinada, educada para su época tuvo que tomar el timón de The  Washington Post Company que estuvieran en mano de su padre primero y de su malogrado marido después y tuvo la acertada decisión de contratar al talentoso periodista Ben Bradlee, como flamante editor general del Post, que venía de trabajar en Newsweek y que aprovechó que un juez federal restringiera al Times, la publicación de “Los Papeles del Pentágono” por una semana. Esa fue la hora de The Post y de Graham, que tras escuchar a sus abogados le dijo a Bradlee ¡Adelante! convirtiéndose en la editora  mujer más influyente de su época, en un mundo dominado por hombres. Bradlee aprovechó esta suspensión, reunió a su equipo y lo mandó a la calle a hacerse con los papeles del Pentágono. Katharine Graham se movía con soltura entre muchos de los personajes
conectados a los papeles del Pentágono. Era amiga de Henry Kissinger, secretario de Estado de Nixon, y de McNamara, secretario de Defensa hasta 1968. El caso del Times y Ellsberg accedió a la Suprema Corte de Estados Unidos que dio la razón al Times, asegurando la libertad de prensa y haciendo prevalecer la Primera Enmienda, que sigue definiendo la relación entre el poder y la
prensa norteamericana.
Muchos comparan la acción de Daniel Ellsberg, al filtrar los papeles del Pentágono con las revelaciones de Wikileaks por Julian Assange o la de documentos de la CIA, por Edward Snowden como similares. Ellsberg no detuvo la guerrad de Vietnam, pero reafirmó el derecho y la obligación de desafiar al poder absoluto. El New York Times y el Washington Post honraron su pacto de lectura con la opinión pública norteamericana.
Hannah Arendt, la distinguida y prestigiosa académica e intelectual alemana exiliada del nazismo y radicada en Estados Unidos, publicó en la revista The New York Review el artículo “La mentira en política. Reflexiones sobre los Documentos del Pentágono”-en el que definía como uno de los rasgos principales del rol de la mentira en la política moderna y la orquestación por parte del gobierno Estadounidense de una sistemática ocultación y deformación de los hechos.
El contexto actual de la política estadounidense es diferente pero consonante con aquel: el reinado de las “fake news” en el discurso de Donald Trump y el escarnio a la prensa, e incluso a actrices reconocidas como Meryl Streep, por parte del propio presidente de EE.UU.. La comparación entre Nixon y Trump está servida en bandeja. No por casualidad, por tanto, que Steven Spielberg haya realizado una película sobre los “Documentos del Pentágono” en 2017, ni que Streep desempeñe su papel protagónico. Esta película aparece como una crítica anti Trump que invita a reflexionar bajo el prisma de la historia sobre la situación actual de EE.UU. y, sobre todo, de las mentiras del gobierno y el rol del periodismo de revelar y dar respaldo a los hechos que son sistemáticamente vulnerados con engaños, deformaciones y fraude.
Volver a las reflexiones de Arendt ayuda a comprender el peligro de la orquestación sistemática de una red de mentiras por parte de un gobierno: los embates a la “verdad fáctica” y la vulneración sistemática del derecho de los ciudadanos a obtener información veraz  sobre los hechos. Nos dice que cuando la mentira se transforma en una política de estado, se pone en riesgo derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos. Para hacer frente a estos peligros, contamos con la prensa independiente para develar los hechos ocultos. “Mientras la prensa sea libre y no corrompida- señala Arendt – tiene una función enormemente importante que cumplir…
Esta esencialísima libertad política, este derecho a la no manipulada información de los hechos, sin el cual toda libertad de opinión se torna una burla cruel”.
 

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