El precio del poder

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Estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Solo a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no estamos solos.

Orson Welles (1915-1985) Director de cine estadounidense

Dijimos alguna vez que hablar de economía y filosofía nos conecta con otros conceptos: recursos, mercados, ética, poder. Tomaré este último para reflexionar con un breve relato.

Un hombre camina por un sendero de un valle, levanta su mirada y ve que la cumbre está muy lejos, parece inalcanzable pero sin embargo, un deseo ardiente lo impulsa a querer estar allí. Siente impulso pero también desazón, porque parece tan lejano ese mirador tan elevado. De repente se encuentra a otro hombre: un ropaje cargado de adornos y brillo pero con una mirada taciturna y extraviada. Ve llegar al caminante y antes de saludarlo le dice:

-Se ve bien la cima de la montaña ¿no? Apuesto  a que serías muy feliz llegando a ella.

– Y ¿por qué debería ser feliz alcanzándola? ¿Acaso está allí la fórmula para serlo? Y si es así, ¿por qué no estás tú allí? ¿No quieres ser feliz?

 -Aristóteles decía que todas nuestras acciones se llevan a  cabo, en última instancia, para alcanzar ese sumo bien, esa felicidad. Los emperadores romanos como Calígula comprendieron que ese camino era más fácil de transitar si me tenían con ellos. Pero hasta yo, tengo mis límites y mis consecuencias.

-¿Quién eres? Preguntó desconcertado el caminante.

– Soy el poder. El deseo de muchos, el ejercicio de pocos.

– Pues, perdón pero no te ves “tan poderoso” sentado solo aquí en una piedra.

El poder no lo sabe todo, no lo entiende todo, esa es la gran confusión que perturba a la mayoría que llega hasta mí sin conocer mis espinas. Esas que tampoco yo conocía, porque la sabiduría es la cuenta que llega cuando has perdido noción del banquete y allí su consecuencia es irremediable. Es una decisión: el gran Aquiles prefirió tenerme a su lado aunque viva una vida corta como león y no una larga como tortuga. Pero toda acción tiene una reacción decía Newton. Si quieres te acompaño pero debes saber que volveremos aquí.

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-No lo creo, con toda esta información haré todo lo prudente por mantenerme allí.

Fueron juntos entonces. Pasaron por caminos donde la gente los apoyaba y regalaba mensajes de cariño y admiración. Luego de comenzar a ver la luz que anunciaba la meta el poder dijo al caminante:

-Hasta aquí puedo ir contigo, la sombra de mi figura te acompañará de ahora en más, pero recuerda que te advertí que hay espinas que no conocemos de nosotros mismos como el pez que tampoco sabe que las posee hasta que  es pescado y su comensal se entera.

Dicho esto se retiró. El caminante veía todo diferente allí arriba: todo era resplandeciente, lujoso, risueño. Sintió una alegría gigante y asumió que eso era la felicidad. Pero algo comenzó a pasar. A medida que su imagen se hacía más representativa, mas idolatrada, su entorno se hizo peligroso. Así como él quería llegar, otros comenzaron a hacerlo también y en la cima no hay lugar para tantos. Pensó en que la prudencia debería mantenerlo firme pero pronto la perdió. Comenzó a pensar en los complots para obtener ese lugar que había deseado tanto tener. Recordó que Hobbes decía que ni el más fuerte está seguro en la competencia por los deseos, porque ese otro que me mira puede que sea un lobo para mí y hasta el más fuerte “duerme”. Todo se volvió paranoia, caos interno, miedo, tensión.

Paso un tiempo y la opresión de su idolatría lo desgastó, lo debilitó, su vista se nubló y su corazón languideció. Tropezó por la ladera y cayó cuesta abajo. Había pasado mucho tiempo, pero el poder estaba ahí otra vez, solo, con la mirada llena de angustia.

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Limpiándose las heridas, apenas levantando la cabeza, el caminante le dijo:

¿Qué paso? ¿Este es el precio por haber llegado a la cima? ¿Esta es la espina?

El poder le dijo: cada uno tiene la propia pero hay algo que suele ser demasiado común entre todos a quienes he acompañado. La idolatría es una estruendosa compañía, tan cercana como vacía, tan fuerte como temporal. Todos los que han caminado acompañado de mi sombra han conocido la soledad y no todos están listos para recibirla. ¿Ves aquellas personas? Allí esta Nerón, el emperador romano que mató hasta su madre por tenerme y enloqueció ordenando su propia muerte. El de al lado es Lennon, fue tan representativa su figura que alguien decidió que no debía vivir más en la cima y lo mató. El que viene haciendo jueguito con la pelota es Maradona, recién llegó, prácticamente todo el mundo lo amaba, pero murió solo en una cama. La soledad es el precio más duro, es la espina más grande de vivir con mi sombra.

 El poder es una bestia que puede emparentarnos con la felicidad pero sigue siendo un monstruo y como advertía Nietzsche: Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse en uno. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.

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