Enigmas de un mundo post Covid-19: qué viene después de la Globalización

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En la década del 90 el derrumbe de la URSS propició el fin de las ideologías, y un mundo unipolar que, tal vez girando en torno a EEUU, se disponía a transitar por un capitalismo con proyección global.

Esa fuerte influencia se tradujo en un avance por décadas de un progreso económico, tecnológico que tiño a distintas culturas, enlazándolas con la globalización, haciendo desaparecer nacionalismos y regionalismos, y sin que hubiera atisbos de que alguna economía como la China, o aún el BRIC pudiera hacerle mella alguna.

La base estratégica de ese imperialismo, haciendo permeables distintas culturas en todo el mundo, con una fuerte injerencia desde lo económico, basado en el poderío industrial militar pergeñado básicamente en la segunda guerra mundial. Generó un crecimiento exponencial, con algunas interrupciones como dijimos de irrupciones de movimientos como los del BRIC que luego en distintas crisis quedaron fuera de combate. Sin ir más lejos recordamos haber visto a este Brasil, hoy en franca convulsión, siendo calificada como la quinta potencia del mundo, y tratando de formar la nueva mesa chica del mundo junto a China e india hasta la crisis de 2.008.

Durante estas 3 décadas estas ideas han estado presentes, de una u otra forma, en el proceso de globalización. La economía de mercado triunfó como un modelo casi hegemónico. La integración y los procesos tecnológicos, fundamentalmente informáticos, modificaron el comercio, la comunicación, las relaciones humanas, de una manera global sin antecedentes en la historia.

No obstante, las tensiones entre el mundo árabe y occidental no hicieron más que crecer, los intentos de integración latinoamericana fueron frustrantes, como así en general en el mundo se sucedieron graves crisis políticas. El continente africano, sumido también en conflictos interminables, empobrecidos por el contante dominio de países colonialistas que permanentemente extrajeron riquezas sin aportar ningún desarrollo, y estando en general sus países en manos de dictadores de poca monta, y escaso desarrollo político institucional. Todo favoreciendo entonces la expansión globalizadora.

En estos años de todas formas aparecieron fortalecidos tanto Rusia como China y algunas otras naciones se alzaron con desarrollo tecnológico y nuclear. Estábamos ahora en un mundo complejo, con incidencia múltiple, sin una supremacía clara. Se fueron perfilando nuevos polos de poder, con distinta suerte pero que quebraron aquel rol solitario y dominante de los EEUU. Dichos frentes y disputas generaron enfrentamientos muy diferentes a las guerras tradicionales, pero con modalidades cada vez más letales y menos predecibles. Un gobierno de Donald Trump y una guerra comercial sin precedentes con China, que puso en vilo durante los años más recientes al mundo entero. Y cuando este complejo juego de ajedrez se desarrollaba en medio de una globalización nunca antes alcanzada, una interrelación del mundo en donde las líneas aéreas produjeron un verdadero achicamiento de las distancias mundiales, apareció aún no sabemos bien como ni por qué, virus hoy conocido mundialmente como: Covid-19.

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La globalización y el entramado aerocomercial, el intercambio frenético del comercio mundial, que había generado que millones de personas transiten febrilmente por el mundo, es la misma ruta como la mejor fibra óptica que hizo que el ataque de aquel microorganismo fuera diseminado a una velocidad y virulencia nunca esperados. Algunos hablan de peligro de extinción de la raza humana, tal vez nadie sepa que es lo que realmente vaya a pasar, pero lo cierto es que los miles y miles de muertos, los millones hoy expuestos, la parálisis económica mundial, presagia en el mejor de los casos que este punto de inflexión pone en crisis todo el sistema capitalista.

Los países en general han bloqueado sus Fronteras, los vuelos, principal vehículo del contagio, han desaparecido dando lugar, eso si, a cielos prístinos, amaneceres diáfanos y con ausencia de polución. Los estados han recurrido a estados de sitio, toque de queda o un no tal sutil control policial restrictivo de muchos derechos y libertades en pos de la preservación de la salud, confinamientos masivos obligatorios y voluntarios, cese de actividades comerciales e industriales. El miedo ya no es patrimonio de alguien o de alguna región, los colapsos tampoco. No advertir un futuro cierto, lleva zozobra, y en algunos puntos de la tierra, hay temor por posibles procesos de anarquía, temores de hambruna, miseria profunda, debate entre sálvese quien pueda, o nadie se salva solo.

Será el covid-19 un punto de inflexión histórico, creemos que sí. ¿Tal vez de lo que aún no veamos respuesta es, a la pregunta tendremos liderazgos mundiales, que planteen una solución de esa dimensión? La reacción ha sido dispar, asistemática, en algunos casos tardía y en otras inexistente. Pero a medida que la cuestión se profundiza, se difunde hasta lo más recóndito del mundo, pero en especial agrava no solo la crisis de salud, con número espantoso de muertes, sino que hace estallar hasta las economías más encumbradas, parece poner en la agenda mundial, que la solución es una redefinición del mundo y la necesidad de generar nuevos organismos internacionales de consenso, político económico e institucionales que permitan una solución global.

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El capitalismo, así como lo conocemos hoy tiene partida de defunción, asoman atisbos de naciones cerradas en sí mismas, y algunos que piensan en regiones no más allá. La búsqueda de la cura, como el restablecimiento de las economías aun no tienen más referencias que las respuestas nacionales. De no aparecer liderazgos que vean más allá, el mundo una vez que podamos afirmar que hay vida después del covid-19, se debate en el modelo de país, modelo de región y modelo de mundo que podamos concebir, en el cual estarán en juego derechos, libertades, institucionalidad y modelos de vida que han llevado siglos conseguir, y pocos meses en ser cercenados. De la plena conciencia de los líderes del mundo depende que no nazca un mundo, que no sea producto de la virtud de haber capitalizado tanto horror, y de haber valorado, al menos por el miedo, la solidaridad, la humildad, el respeto a todos los seres humanos, a la tierra y sus ecosistemas, para que la reconstrucción sea el norte de un nuevo mundo, con más derechos, con menos ambiciones, con el necesario humanismo y espiritualidad, y por sobre todas las cosas que no haya sido una terrible involución.

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