Evo Morales: la vida después del poder

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Por Elisabeth Malkin y Elda Cantú, New York Times. Durante su exilio en Ciudad de México, Evo Morales, el presidente derrocado de Bolivia, vive en una base militar donde, dice, pasa buena parte del día recibiendo llamadas de bolivianos que le piden ayuda.

A más de 5000 kilómetros de su país, donde los políticos amenazan con detenerlo si regresa, Morales trata de seguir siendo un presidente que le cumple a sus seguidores, quienes lo ven como el salvador de Bolivia.

Pero todo indica que, como advirtió durante una entrevista reciente, Morales reconoce que su tiempo en el poder, y su prestigio mundial como el primer presidente indígena de Bolivia, ha llegado a su fin.

El expresidente dijo que, después de pasar casi catorce años en el poder, dejó su país con poco más que la ropa que llevaba puesta. Se postuló para un cuarto mandato a la presidencia y se declaró ganador, pero el resultado de la elección se puso en disputa.

Mientras los manifestantes llenaban las calles y la policía y los militares se ponían en su contra, un avión militar mexicano lo sacó del país y el 12 de noviembre llegó a la capital de México. Morales dijo que todo sucedió tan rápido que dejó su pasaporte boliviano.

Al inicio de una entrevista realizada el 22 de noviembre en las oficinas de The New York Times en Ciudad de México, Morales dijo: “Yo ya soy mexicano, mira…”, y mostró bromeando su visa de residente con estatus de asilo político, expedido por el gobierno mexicano.

Fue trasladado a la entrevista en una camioneta y, en la calle frente al edificio, lo custodiaban exmiembros del desaparecido Estado Mayor Presidencial mexicano, un cuerpo de seguridad.

En una sesión de fotos, levantó el puño con el gesto desafiante de un líder revolucionario.

Morales dijo que no se arrepiente de postularse para un cuarto mandato ni de las elecciones presidenciales de octubre, que desencadenaron disturbios después de que declaró que había ganado.
Morales dijo que no se arrepiente de postularse para un cuarto mandato ni de las elecciones presidenciales de octubre, que desencadenaron disturbios después de que declaró que había ganado.Credit…Daniel Berehulak para The New York Times

Dijo que todavía es el presidente de su país, al menos hasta el 22 de enero, cuando finaliza oficialmente su mandato, y por eso piensa que se le debe permitir regresar a Bolivia y terminar los últimos dos meses de su presidencia.

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“Aquí, ¿cómo hacemos?”, preguntó con lamento. “Tenemos que defender, ya no solo a Evo, sino a los programas sociales, bonos, rentas, los pequeños programas”.

Está convencido de que existe una rotunda exigencia para que regrese a Bolivia y que el país no puede progresar sin él. Según algunos medios, su partido, que tiene la mayoría en el congreso, ha propuesto que a él y a su círculo cercano se les otorgue inmunidad de enjuiciamiento.

Pero los eventos sucedidos en La Paz, la capital de Bolivia, se han precipitado desde que se marchó del país. En medio de las continuas protestas de sus partidarios y las violentas acciones represivas de las fuerzas de seguridad, su partido y la oposición trabajaron para aprobar una ley para convocar nuevas elecciones, según informó The Associated Press.

Morales no dio importancia a que algunos miembros de su propio partido hayan dicho que presentarán candidatos en las nuevas elecciones, dijo que solo son “algunos compañeros que no están escuchando el pedido clamoroso del pueblo”.

Sin embargo, prometió apoyar al candidato a la presidencia que elija su partido; es, como lo calificó, una obligación. Y agregó que ahora que está “liberado de ser presidente”, tendrá más tiempo para hacer campaña por los candidatos de su partido.

En un tono mucho más moderado que en otras apariciones públicas recientes, Morales habló con nostalgia de Bolivia. El líder de toda la vida del sindicato cocalero dijo que extrañaba la hoja de coca, un estimulante que muchos bolivianos mastican. Bromeó sobre la comida mexicana, demasiado picante para su gusto, y dijo que tenía que aprender a comer tortillas en lugar de quinua.

El gobierno mexicano le ofreció asilo a Morales y lo recibió como si fuera un dignatario: fue atendido por el secretario de Relaciones exteriores cuando aterrizó en Ciudad de México y la jefa de gobierno de la ciudad lo nombró huésped distinguido.

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, asignó oficiales militares que pertenecían a la guardia presidencial, un cuerpo de seguridad que fue disuelto, para proteger al líder boliviano. El gobierno lo hospeda en una instalación militar que, le pidieron, no identificara por razones de seguridad.

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Admite que ahora se siente enjaulado y comienza sus días con un trote en el gimnasio de la base a las 6 de la mañana. Vive allí con el pequeño séquito que lo acompañó al exilio, incluido su vicepresidente, Álvaro García Linera, y su ministra de Salud, Gabriela Montaño.

Pero dice que no se arrepiente de su decisión de postularse para un cuarto mandato, o de las elecciones presidenciales en octubre, que desencadenaron disturbios luego de que declaró su victoria.

Morales afirma que renunció a la presidencia tres semanas después para salvar la vida de sus partidarios, cuyas casas habían sido incendiadas por los opositores.

Decidió irse a México para salvar vidas, tal vez incluso la suya. Dijo que un miembro de su equipo de seguridad le había mostrado un mensaje de texto anónimo que alegaba la existencia de una recompensa de 50.000 dólares por su cabeza para arrestarlo o incluso matarlo.

Reconoció que no fue la decisión que tomaría un revolucionario, mientras citaba el lema de Fidel Castro: “Patria o muerte”. Y comentó que, aunque al principio se resistió, sus ministros lo persuadieron para que se marchara.

El gobierno mexicano envió un avión, pero no pudo aterrizar durante varias horas porque el ejército boliviano impuso diversos obstáculos burocráticos. Finalmente, cuando transcurrió un día entero después de su renuncia, el avión logró despegar.

“Cuando estaba en el avión de México, dije: ‘Ya salvamos la vida’”, recordó.

Mientras iba de salida, dijo, escuchó que el gobierno estadounidense había hablado con su canciller y le ofrecieron enviarle un avión para sacarlo del país. Recuerda que en ese momento solo pudo bromear: “Tal vez me llevan a Guantánamo”.

Washington y sus opositores políticos estaban decididos a mantenerlo fuera de Bolivia, dijo. “Ya no estoy desesperado por ser candidato a presidente, pero que me den los derechos políticos para volver”, advirtió. “¿Por qué le tienen tanto miedo a Evo?”.






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