Kodama: “Con Borges fui libre toda la vida”

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Por Gustavo Añibarro. Maria Kodama tiene 82 años, tiene un cuerpo menudo y habla en voz baja. Esa aparente fragilidad contrasta con un temperamento que se  adivina firme y desafiante. Esa tarde el avión que la trajo a Posadas ( vino a dar una charla en el Teatro Lírico ) se había demorado y llegó con casi tres horas de retraso. La imaginé cansada y con pocas ganas de dar una entrevista. Error: sonriente y amable, sólo pidió unos minutos para arreglarse el cabello. La viuda de Jorge Luis Borges y albacea de su obra es la persona que mejor lo conoció. A 120 años del nacimiento de unos de los mayores escritores de la lengua hispana de todos los tiempos, los 50 minutos que duró la entrevista cosecharon recuerdos, definiciones, opiniones y risas. ” Borges era muy divertido – cuenta- , no vayan a creer que hablaba de laberintos y cosas así cuando se juntaba con sus amigos“. Lúcida, amena y a veces implacable. Así estuvo en aquella tarde posadeña María Kodama, a quien tuve el inolvidabe honor de entrevistar.

El anuncio del presidente electo, Alberto Fernández, de crear un “Museo Borges” desató una polémica con la albacea del escritor, María Kodama, quien advirtió que la institución ya existe, se mostró “indiferente” a la iniciativa y denunció que los manuscritos ofrecidos por el empresario Alejandro Roemmers son “robados”. 

Kodama mantiene vivo el nombre de Borges y defiende a su pareja como si lo tuviera al lado. Tiene un por qué. Pese a la enorme diferencia de edad entre ambos, la mujer sostiene que con el escritor fue “libre”. Hace unos días, en su paso por Misiones, brindó este reportaje. 

Los escritores tienen una gran ventaja sobre el resto de los mortales, especialmente si son geniales. No se mueren.  Ellos son su literatura, pero para usted debe ser algo distinto. Usted vivió con él. Le pregunto cómo sobrelleva su ausencia…

MK: Lo que pasa es muy curioso. Yo lo conocí a Borges cuando tenía 16 años. Comencé a estudiar con él el anglosajón primero, el islandés después.  Nuestra vida en común fue una historia maravillosa, de una comprensión muy interesante porque él era una persona del siglo XIX, criado por gente del siglo XIX y tenían principios que después se perdieron definitivamente, muy parecidos a los del Japón. Mi padre nació, creció y se educó en el Japón y me educó en esas reglas.  En ese momento, digamos, las reglas del Japón y las reglas que Borges había recibido como educación, a pesar de la enorme diferencia de edad, coincidían. Entonces fue todo mucho más sencillo. Además, como él, yo digo siempre la verdad. Toda la verdad, no la mitad de la verdad. 

Borges hablaba muy claro también. Y pagó un precio por eso…

Yo creo que sí. Pero yo admiro a la gente así, la mitad de la verdad no sirve para nada. 

¿Cuál es su concepto de la libertad, María?

Es la responsabilidad de lo que uno hace. Yo recuerdo que mi padre me hizo libre y nunca voy a terminar de agradecerle eso, nunca en mi vida. De una manera un tanto complicada para una criaturita, él me enseñó que la libertad es la responsabilidad sobre lo que nosotros hacemos y no tenemos derecho a quejarnos ni a fastidiar al otro con lo que hacemos. A mí me encantaba subir a los árboles. Yo quería subir a un pino, yo tenía cinco años. Y él me habló de esta manera: “Usted quiere subir, entonces yo le voy a explicar. Usted tiene tres posibilidades:  usted es muy chica y se va a caer. Se cae y no hay ningún problema para usted pero habrá un enorme problema para mí porque su madre me va a cortar en pedazos. Segunda: se cae y usted va a quedar tonta. Tercero, y esto piénselo muy bien, puede pasar que usted no sólo no pueda volver a subir a un árbol… puede no volver a caminar nunca en su vida. Entendió bien lo que le dije?” Le respondí que sí y que quería subir. Entonces me alzó y me puso en el árbol. Por supuesto, me caí. Tuve principio de conmoción cerebral, dolores de cabeza que me duraron hasta los diez años. Recuerdo que, sentado en mi cama, con una muñeca y unos osos, me preguntó si estaba bien.  Le dije que sí. Jamás pronunció la frase “yo te dije”. Nunca. Yo jamás volví a subirme a un árbol. 

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Supongo que Borges ejerció fascinación sobre usted.  Si eso ocurrió, ¿no afectó su libertad? ¿María Kodama pudo ser libre junto a Borges?

Toda la vida. Es que sino, no hubiera podido estar con él. Ni con nadie. Ni siquiera con Jesucristo. Mi libertad es mi libertad. Yo pienso que a él eso le habrá costado muchísimo, porque él estaba educado de otra manera. Pero el amor es así, es aceptar las reglas del otro, cuando el otro respeta las de uno. Es decir, tiene que ser respeto mutuo, no puede ser una libertad ejercida sobre la otra. Eso no es amor, es posesión, es otra historia. Tal vez fue muy difícil para él, pero era mi regla. 

Mucha gente no se le anima a Borges. Bo sabe por dónde empezar. ¿Por dónde podemos empezar, María?

Lo intelectual es secundario. Lo importante es lo que uno siente. Si no lo siente déjelo, espere un tiempo y vuelva, porque mentalmente habrá madurado. La primera experiencia que tuve con Borges fue a los cinco años, yo tenía una profesora que debía enseñarme inglés. Lo primero que me leyó fue por supuesto los dos poemas ingleses de Borges. En uno de los poemas, Borges le dice a la mujer de la que estaba enamorado: °Mi soledad, mi fracaso, el hambre de mi corazón°. Entonces yo le pregunté qué es el hambre del corazón, porque para una criatura el hambre es en el estómago, no en el corazón. Ella me dijo: °Ya lo sabrás, es el amor° Y eso pasó. Yo tendría diez años y cae en mis manos un libro y lo leo: °Nadie me vio desembarcar en la unánime noche°.  Lo leí hasta el final, era Las Ruinas Circulares. Intelectualmente no entendí nada pero fue tanto lo que ese cuento me impresionó que si hubiera una ley que dijera que hay que quemar toda la obra de los escritores salvando una sola pieza, es la única que salvaría de toda la obra de Borges. Una vez Victoria Ocampo le describió a Borges una foto en la que había una casa con un jardín a la izquierda y una escalera a la derecha. Y Borges contesta:° Si, ésa es la casa donde escribí en una semana Las Ruinas Circulares. Durante esa semana yo trabajaba en la biblioteca Miguel Cané, comía con mis amigos, caminaba, pero lo único que quería era volver ahí, porque nunca, ni antes ni después pude escribir con la intensidad con la que escribí ese cuento°. Esa intensidad es la que sintió una chica, que no entendió intelectualmente nada pero que sería la única obra que salvaría. 

Con la literatura pasa como con la música, hay que disfrutar más y analizar menos…

Es lo mismo que cuando uno conoce a una persona. Uno siente si puede ser o no amigo, si se puede enamorar o no. 

Borges era un gran lector. No puedo imaginarme lo que habrá sido para él quedarse ciego. Justo él.  Cómo habrá sido ese largo crepúsculo de más de cincuenta años, como él definió a su ceguera. 

Claro, es muy interesante, porque él nunca se quejó. Él sabía que iba a quedarse ciego, porque es algo que heredó por la línea de su abuela paterna. Sabía que se iba a quedar ciego, entonces memorizaba. Tenía una memoria impresionante. Un día me dijo: “Busque tal libro, que está ahí en un estante”. Él lo necesitaba para una conferencia.  Y me dice que busque en la mitad de las páginas. Es cierto, él escribía en las portadillas el número de alguna página. Entonces me dice: “Creo que está un poco más adelante, o un poco más atrás”. Eso él lo había anotado en 1923 y sabía exactamente dónde estaba ubicado y qué decía. Tenía una memoria impresionante. 

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Borges amaba las bibliotecas, eran el universo. ¿usted se imagina un mundo sin bibliotecas?

Estamos volviendo a ser trogloditas, la gente habla con la mitad de las palabras, es una regresión terrible.  La vez pasada estaba en un bar. Se me acerca un chico de unos 17 años y me pregunta si podía sentarse. Le digo que sí. Y se queda mirándome. Yo pensé: “Otro loco”.  Entonces le digo: “Vos querías preguntarme algo, no?” Y me responde, angustiado: “Sí, pero no tengo vocabulario para expresarme”. Le dije: “Tenés toda la vida para arreglar eso, yo no doy consejos porque son inútiles, pero yo a los cinco años sabía leer y escribir. Entonces empezá a leer, comprate un diccionario, buscá las palabras que no sabés y entonces vas a tener vocabulario para poder expresarte y para poder preguntar”. 

Debo confesar que no puedo leer sin emocionarme ese pequeño gran poema en prosa llamado “Juan López y John Ward” que se publicó en algunos diarios apenas terminada la guerra de Malvinas. ¿Cómo vivió Borges la guerra? Con su abuela inglesa, su aversión al nacionalismo…

Un disparate. A las islas las habíamos vendido en el 1800. En segundo lugar, un borracho que manda a la guerra a chicos que ni siquiera tenían ropa para abrigarse. Muchos soldados ingleses sentían pena y les daban ropas, se hicieron amigos. Se dieron cuenta que esos chicos no tenían nada que ver.  A qué persona en su sano juicio se le ocurre pelear contra Inglaterra y su dominio de los mares. Borges vivió la guerra como lo que fue: un disparate. 

En su poema él dice: “Y cada uno de los dos fue Caín y fue Abel”…

Claro! Él vivió esa época como un disparate hecho por una persona borracha. 

¿Publicar eso en plena dictadura no le trajo problemas?

Él siempre tuvo problemas. Además él siempre decía lo que pensaba así que siempre había problemas porque la gente acá quiere la mitad de la verdad. No la verdad. 

Vuelvo a la relación que tuvo con Borges. La diferencia de edad…sigue sorprendiendo mucho eso! 

Cuando yo estaba en cuarto año del bachillerato él me invitó a que estudiáramos inglés antiguo.  Me pidió el teléfono. Y claro, él llamaba a mi casa. Y mi madre decía: “¿Qué quiere ese hombre? Puede ser tu abuelo”.  Unos escándalos impresionantes, las peleas con mi madre. Pero la verdad es que en ese momento él no me decía nada. Estudiabamos.  Un día, cuando mi madre ya había muerto, me dice: “¿Sabe cuándo yo me enamoré de usted?” “No tengo idea”, le respondí. Entonces me dijo: “Fue cuando usted me dijo que Europa tenía lo que se merecía, porque Europa había traicionado y la traición se paga. Usted me dijo que Europa tenía el Panteón griego, los dioses se amaban, se odiaban, tenían amores mortales, los fieles rezaban de pie, estaba la razón. Y habían dejado todo eso para abrazar a una fe que habla por parábolas, metáforas, cuyo primer mandamiento dice “No tendrás a otro Dios más que a mí”.  Y entonces tenemos las tiranías que tenemos”. Entonces Borges me dijo: “Usted no puede haber leído a Nietzche”. Yo no tenía idea, tenía 16 años.  Le pregunté quién era Nietzche y me respondió:  “Es un filósofo que usted no necesita leer, porque me acaba de decir en precisas y contadas palabras lo que Nietzche necesita un capítulo para explicar”. Entonces en ese momento digo: “Mami perdóname donde estés, tenías razón!”.

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