La científica que se recibió en Misiones y trabajó 10 años con uno de los ganadores del Premio Nobel de Medicina
(Agencia CyTA-Leloir).- Aunque su nombre y el acento que adquirió después de 20 años de vivir en Estados Unidos pueden despistar, Eyleen O’Rourke es cuarta generación de argentinos. Nació en Allen, una pequeña ciudad del Alto Valle del río Negro, se recibió de licenciada en Genética en la Universidad Nacional de Misiones y obtuvo su doctorado en Bioquímica en la UBA, dirigida por Luis Ielpi en la Fundación Instituto Leloir (FIL). Por la calidad de su formación y su trabajo, Gary Ruvkun, flamante ganador del Premio Nobel de Medicina, aceptó ser su mentor para el posdoctorado, que realizó en la Universidad de Harvard, en Boston. Trabajó con él casi 10 años y comparten la autoría de varias publicaciones en revistas científicas de primer nivel.
“Es una persona muy simple y divertida, que maneja muy bien la ironía y no le gusta la formalidad. Una de las cosas en las que marcó mi carrera es que me alentó a seguir mi curiosidad y a asumir el riesgo de tratar de entender problemas muy complejos de biología, en lugar de dejarlos pasar porque podían ser difíciles”, señaló la científica en diálogo con la Agencia CyTA-Leloir. “También aprendí cuestiones más relacionadas con lo social y la dinámica de grupo, la importancia de crear un ambiente de cooperación. Lograr que un equipo funcione de forma positiva y amigable y que haya colaboración es algo esencial para que la ciencia avance”, añadió.
Durante su doctorado en el Instituto Leloir, entre 1998 y 2004, O’Rourke había trabajado con la bacteria Helicobacter pylori para entender cómo puede sobrevivir en un ambiente tan hostil como el estómago. Pero al sumarse al grupo de Ruvkun, empezó a investigar usando el diminuto gusano Caenorhabditis elegans. “Un modelo más complejo, pero que me permitía seguir indagando sobre cómo los organismos sobreviven al estrés”, indicó. Y agregó: “La idea de mi trabajo inicial fue entender cómo los animales se adaptan a las cantidades fluctuantes de comida que hay en la naturaleza. La intención era comprender cómo la calidad y la cantidad de alimentos regulan el metabolismo y cómo eso impacta en la salud”.
En aquella época, una parte del equipo del flamante Nobel –había 30 posdoctorandos y cuatro estudiantes de doctorado– ya estaba trabajando sobre los microARN, fragmentos muy pequeños de ARN que cumplen un rol clave en la expresión de los genes, hallazgo por el cual la Academia sueca lo premió días atrás. Pero O’Rourke fue de las que siguió indagando sobre envejecimiento y metabolismo, la línea clásica del laboratorio.
“Como mentor, no es de los que te dicen qué hacer, sino que te pregunta dónde estás. Como es brillante, la forma en la que te consulta sobre tu trabajo, con curiosidad genuina, te ayuda a armar ese rompecabezas que estás buscando completar. Aunque no te dé una respuesta directa, la forma que tiene de analizar las cosas te hace pensar distinto”, describió.
En 2014, la argentina dejó su puesto en Harvard y se mudó para asumir como directora del Laboratorio de Envejecimiento y Obesidad de la Universidad de Virginia, en Charlottesville, desde donde busca entender el rol de las grasas sobre la expectativa y la calidad de vida.
“Sabemos que la obesidad aumenta la prevalencia y la severidad de las enfermedades relacionadas con el envejecimiento; algunas obvias, como la diabetes, pero otras menos obvias como el cáncer y la neurodegeneración”, explicó O’Rourke, quien resaltó que todas esas enfermedades que suelen generar preocupación durante la vejez se manifiestan de manera temprana en las poblaciones obesas y tienen efectos más graves. “La idea es que la obesidad acelera el envejecimiento y queremos entender a nivel molecular cómo es esa relación. Nuestro interés es encontrar proteínas, moléculas, involucradas en la obesidad y el envejecimiento para potencialmente usarlas como blancos para impedir o retrasar las enfermedades de la tercera edad”, destacó.
Aunque dice que muchas veces se especuló con la posibilidad del Nobel para Ruvkun –incluso hubo un año en que el científico tuvo guardia periodística en la puerta de su casa–, en esta oportunidad la noticia la tomó por sorpresa. Se enteró por un mensaje de ex integrantes del laboratorio, que ahora viven en Portugal y que por la diferencia horaria amanecieron más temprano. “Sentí mucha alegría. Me puse contenta por Gary y por todos mis compañeros, porque sé lo duro que trabajaron todos esos años hasta entender el proceso que describieron”.
Todavía O’Rourke no pudo comunicarse de manera directa con su mentor, pero cuando se apaguen los flashes de la prensa sabe que va a poder retomar las charlas en familia y los debates sobre la política argentina o el estado de la ciencia que suelen compartir cuando se encuentran durante las vacaciones.
Casada con un investigador argentino especialista en plantas y madre de dos hijas (de 12 y 14 años), O’Rourke está al tanto de las dificultades que atraviesa el sector científico en el país. “Trato de mantenerme en contacto y ayudar como puedo, porque creo que le debo muchísimo”, enfatizó. “Trabajé en dos departamentos en Harvard, en el MIT, en el Broad Institute, que es el instituto de genómica más importante del mundo, y en el Instituto Pasteur y la Comisión de Energía Atómica de Francia, y nunca sentí que no estaba al nivel de ellos. Al contrario, la gente apreciaba y valoraba lo que yo aportaba”, añadió.
Por último, brindó una imagen muy clara de lo que significa hacer ciencia en Argentina: “Todo es más difícil. Por empezar, tenés que planear los experimentos hasta el último detalle porque no es como acá, que compran un reactivo, lo prueban y si no funciona compran otro mañana. La ciencia en Estados Unidos desperdicia tanto… En Argentina tenés pocos recursos y hay que usarlos muy bien. La experiencia de trabajar con poco, bajo la guía de profesores dedicados, te da una formación que es de excelencia y comparable a la de cualquier científico de los mejores lugares del mundo”.