La crisis de los submarinos cubanos

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Tal y como si fuese 1962, Moscú vuelve a presionar de cerca a la soberanía estadounidense, reforzando su la presencia militar en Cuba, el gran dolor de cabeza de Washington en el “patio de su casa”.

La dinámica geopolítica actual nos lleva a un escenario meramente expansivo de Rusia, en donde las pretensiones defensivas de Putin traspasan límites fronterizos y de regiones en general. La última decisión que tomó el mandamás del Kremlin guarda estrecha relación con la movilización de submarinos nucleares, esos que con la histórica firma bélica rusa hacen temblar a cualquier país del mundo. 

La famosa Flota del Norte de Rusia se hizo presente en las cálidas aguas cubanas tras el anuncio, semanas antes, del país dirigido por Putin. Dentro de esta tropilla está el submarino Kazán, el cual, según los rusos, no está portando armas nucleares. Sin embargo, todo esto parece quedar en segundo plano cuando la lectura profundiza sobre este hecho.

Guerra Fría 2.0 

Parece que el mundo se retrotrajo a los años en donde el muro de Berlín determinaba las diferencias ideológicas bipolares que movilizaban al mundo. La táctica de Putin es sacada de un libro de historia soviética, donde el mundo casi conoció un enfrentamiento directo entre la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos. 

La famosa “Crisis de los misiles cubanos” de 1962 se destrabó por detalles, y los misiles soviéticos dejaron de apuntar a suelo estadounidense, luego que Washington decidió hacer lo mismo, previamente, con la instauración de armamento en Turquía, apuntando hacia los confines de la potencia comunista en la actual Rusia. 

Putin está recreando una táctica que en su momento congeló la sangre del mundo. Hoy son los submarinos rusos los que, en aguas cubanas, encienden las alarmas de Estados Unidos. Con una respuesta prácticamente inmediata, buques del “Tío Sam” arribaron a la zona de Guantánamo. Un escenario bélico con el cual los conspiranoicos fantasean hace años.

Más que una fantasía, hay una realidad de la cual ocuparse y preocuparse. Desde la gestión de Biden, Estados Unidos y Rusia están abiertamente en conflicto, con un enfriamiento de las relaciones internacionales claramente demarcado. 

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La Crisis de los submarinos cubanos no es, nada más ni nada menos, que un ultimátum directo de Putin a Occidente. Si bien, en términos reales, el escudo es que este movimiento fue algo planificado hace tiempo, pero realmente llega en momentos donde la amenaza de ataques en suelo ruso es algo palpable y donde el “zar millenial” está advirtiendo que una respuesta rusa sería devastadora e inclusive arrastraría a varios países.

Quizás pueda considerarse esto como un capítulo más de la Guerra en Ucrania. Esto se puede desprender de la idea de que, si Ucrania acepta el plan de paz ruso, el cual involucra admitir que el Donbás pase a manos de Moscú, sería una derrota categórica de Occidente, que armó y financió la maquinaria bélica de Kiev. 

Ante este escenario, las amenazas occidentales son cada vez más directas y los mensajes de Putin se plasmaron en su Flota del Norte a escasos kilómetros de las costas estadounidenses. 

Está claro que todo esto puede cambiar si Trump llega al poder, y su promesa de ponerle punto final a la guerra en Ucrania se transforma en un hecho. 

La guerra que nadie quiere tener

Rusia y Estados Unidos vienen coqueteando con un conflicto directo desde hace añares. Herencia soviética tal vez, pero lo cierto es que Putin no da el brazo a torcer cuando se trata de la hegemonía internacional de una potencia como tal. Ya nos encontramos en una evidente Guerra Fría del siglo XXI. Rusia, el líder simbólico y bélico, acompañado del líder económico, China. Aliados a ellos están Irán y Corea del Norte, países con un fuerte potencial bélico. 

Del otro lado, Estados Unidos es el gran hegemón, quien a sus espaldas tiene a países europeos pro occidentales, sumado a Israel y la tendencia occidentalista de Asia, como Japón, Corea del Sur y Filipinas, entre otros.

Indudablemente es la guerra que nadie quiere. Si los dos se enfrentan, el mundo tal cual lo conocemos, dejará de existir. Más allá de eso, habrá que acostumbrarse a que, mientras dure el conflicto en Ucrania, el mundo estará destinado a una enemistad geopolítica entre ambos. Lo de Ucrania es clave, si Rusia se lleva los territorios que pretende, la derrota no es solo de Zelenski, sino que es una estrepitosa humillación a Occidente, encolumnado detrás del humorista que preside Ucrania y fueron derrotados por un solo ejército, el ruso. 

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Si Ucrania sale victoriosa, el mundo puede asistir a otros frentes que cuenten con la presencia rusa más fuerte. Una derrota de Putin sería determinante para su imagen interna de líder. 

Asimismo, la creación de frentes varios, en el hipotético escenario plasmado, no sería más que la diseminación del poderío bélico ruso. Regiones como África, Medio Oriente e inclusive el sudeste asiático, podrían ser los nuevos escenarios en donde el ex ejército rojo podría actuar. Allí entramos nosotros, Latinoamérica. 

La crisis de los submarinos cubanos puede ser la punta del iceberg de una potencial presencia militar rusa en el cono sur. Brasil, Bolivia y Colombia hoy se muestran muy cercanos a Putin. Brasil integra el BRICS, nada más y nada menos. 

Sin embargo, en la fragmentación del mundo nuevo, el eje oriental tiene una fascinación absoluta por tener presencia en occidente, y viceversa. No por nada, el caso ucraniano puede ser el determinante a futuro de ese orden global.

Latinoamérica, lastimosamente, se ve presa de las potencias globales. Otra vez, los ejes extranjeros son los que determinan el crecimiento, desarrollo o expansión de nuestra tierra. Sean rusos, chinos, yankees o europeos, los latinoamericanos estamos allí, presos en libertad. 

De lo que no queda duda es que para Putin, el patio trasero de Estados Unidos es un lugar que lo obsesiona geopolíticamente. El mandamás será un comprador o un okupa, aunque para Latinoamérica es simplemente cambiar de locador.

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