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“Le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”, exteriorizaba, con crudeza, Javier González Fraga, cuando el gobierno de Cambiemos recién daba sus primeros pasos. 

Y por estas horas en que todo indica que el gobierno de Cambiemos comenzará a despedirse, se puede decir que sí. Que Cristina es la culpable. Que Rafael Correa es culpable. Que el reelecto Evo Morales es culpable. Que el hasta estas horas preso, Lula Da Silva es culpable, de haber sacado a 30 millones de brasileños de la pobreza. 

Como contracara a esa idea borrosa de los efectos nocivos del populismo, el gobierno de Mauricio Macri ofreció -y se aferró- la ilusión de un hipotético segundo semestre que nunca llegó y que, como demuestra el estallido de Chile, puede tardar décadas en materializarse. 

El “milagro chileno”, nacido con la dictadura y continuado en democracia, no logró esconder la enorme desigualdad social, con una riqueza concentrada en poquísimas manos y una enorme clase baja que difícilmente deje de serlo. Para quienes no logran entender el estallido trasandino, oh casualidad, la cantidad de generaciones que se necesita para que alguien nacido en el estrato más pobre de la sociedad logre alcanzar la media de la sociedad en Chile es de seis generaciones. En Argentina también. En Dinamarca, dos, revela el doctor en Sociología Daniel Schteingart.

Apenas hace unos meses, Macri, junto a Sebastián Piñera y el gran escritor Mario Vargas Llosa, aseguraba que Chile era el modelo a seguir. El presidente chileno respondía que  “la meta es transformar a Chile en un país desarrollado, sin pobreza y con verdadera igualdad de oportunidades y de verdaderas seguridades” y “que la calidad de la cuna no marque la calidad de la tumba“. Curioso, ese justamente fue uno de los argumentos por los que el pueblo ahora salió a la calle. 

Es cierto que la furia chilena sorprendió a todos los dirigentes políticos locales y a los que ponían al país trasandino como ejemplo. 

Inflación baja, PBI en alza, bajo desempleo y mucha institucionalidad, repetían. Aumentó el subte y fue la chispa que encendió una protesta inédita. Pero, los carteles callejeros son símbolos de lo que no se ve en las marquesinas: “No fue por $30 pesos de aumento en el Metro, fue por 30 años de desigualdad”, reza uno. “Ni de izquierda ni de derechas, somos los de abajo”, replicó otro. La declaración de guerra del presidente Sebastián Piñera no hizo más que mostrar el peor rostro de una política alejada de la sociedad a la que dice representar. La respuesta fue un millón de chilenos en las calles, desafiando el toque de queda, reminiscencia rancia de Augusto Pinochet. 

Cristina, Correa, Evo y Lula, la tríada populista mostró, con aciertos y muchos errores, que otra economía era posible, una con la gente dentro y el ascenso social como un sueño posible. Los problemas gestados en sus gobiernos, no han sido resueltos, sino agravados. El 30 por ciento de pobreza que dejó Cristina, subió ahora al 40 por ciento en cuatro años, mucho más cerca del 50 por ciento que recibió Néstor Kirchner después del estallido de la alianza y la crisis de 2001. 

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Los problemas no fueron solucionados, sino agravados. Y eso explica mucho del porqué Cambiemos puede perder las elecciones de este domingo después de haber pintado de amarillo a todo el país hace apenas dos años, cuando la ilusión del segundo semestre todavía parecía asequible. Pobreza, desempleo de dos dígitos y una inflación que duplica a la heredada y que, por segundo año consecutivo, estará bastante por encima del 50 por ciento. La economía cayó en tres de los cuatro años de Cambiemos y mancó 3,8 por ciento en septiembre, después de la devaluación tras la derrota de las primarias. El dólar se fue a las nubes y el peso se depreció 83,7 por ciento desde que asumió Mauricio Macri. Aumentó la deuda eterna y volvió la dependencia con el Fondo Monetario Internacional. Siquiera se achicó el déficit fiscal, biblia sobre la que juran los conservadores, ya que, si se tienen en cuenta los intereses de la deuda, es igual o mayor que durante el kirchnerismo. La canasta básica alimentaria está por encima de 34 mil pesos  -38 mil en Misiones-, 230 por ciento más cara que en enero de 2016 y el consumo en supermercados y shoppings, cae en dominó desde hace varios meses consecutivos, en medio de una profunda recesión.

El que no puede parar la olla, no sabe de populismos y en la urgencia se le va la vida. La suya y la de sus hijos. Rara paradoja, quienes sólo hablan de un mejor futuro, arrasan el presente marcado por metas fiscales y vínculos con “el mundo”, que, sin embargo, no se traducen en lluvia de inversiones ni más empleo, sino en deuda y condicionamientos para las nuevas generaciones. 

Si el Presidente pierde hoy es por el contraste entre las promesas y las expectativas altas y los magros resultados. No haber desterrado al “populismo”, puede anotarse en su lista de fracasos, lo mismo que pobreza cero y la lluvia de inversiones. La paciencia de la sociedad es también otra. Y eso también es culpa de quien lidera la oposición. A diferencia de 2001, cuando la Argentina estaba desahuciada, esta vez aparece en el horizonte un peronismo unido bajo la idea de un modelo donde sobrevuela la palabra inclusión.

No podrá quejarse Macri en sus memorias de haber carecido de respaldos y gobernabilidad. Apenas iniciado su mandato, los gobernadores de todas las provincias posaron junto a él en una foto histórica. El epílogo contará que hoy la mayoría lo demanda en la Corte Suprema por un último manotazo de recursos que se inició antes con un Pacto Fiscal usurero y metas del Fondo Monetario que comenzaron a segar fondos federales. 

“No hicimos juicios de valor al principio de la gestión y mantuvimos la gobernabilidad y a relación institucional. Era la primera vez que la Renovación gobernaba con un signo político nacional distinto, por eso había que cambiar los parámetros comportamentales porque éramos otro espacio político, entonces tuvimos esa frase: “Gobernabilidad, con gobernabilidad se paga”, que en términos institucionales, tomamos una posición correcta, porque en democracia así debe ser. Las veces que nos sentamos a hablar con el señor Presidente casi nunca coincidimos, pero le dije las cosas en la cara, él también lo hacía, diferíamos mucho en sus visiones de roles del Estado, su visión impositiva”, reflexionó el gobernador Hugo Passalacqua sobre este tiempo.

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En una entrevista con Economis, recordó el episodio en que, en Puerto Iguazú, Macri hizo pública su intención de desregular el mercado yerbatero y Passalacqua se plantó. Fue uno de los primeros encontronazos públicos. “En Iguazú sí, tuvimos nuestros altercados, pero nunca quitándole gobernabilidad, porque la gente lo había votado, no había que entorpecerlo, como no nos gustaría que nos quieran entorpecer, pero con una diferencia muy grande en el medio, tan grande que es casi insalvable. Porque tener una visión distinta del Estado, te hace pretender cosas distintas. Si vos sos un Estado que cobra los impuestos y sos eficiente, hacés caminos, hacés escuelas, entonces es bienvenido, pero si no, la realidad marca que no sirve”, precisa el mandatario misionero.

Hasta María Eugenia Vidal,la heredera natural de Cambiemos, terminó cuestionando el manotazo a los recursos provinciales en medio de la campaña electoral para garantizar la quita del IVA a algunos alimentos y cambios en Ganancias y Monotributo. Vidal termina su gestión con un virtual default –es lógico, la deuda de Buenos Aires creció a la par de la de la Nación y en dólares, ahora mucho más caros que en 2015- y cerró su campaña por la reelección con un llamativo lema sin ninguna alusión a la alianza a la que pertenece: “Ahora nosotros”.

¿Disputará el liderazgo con un Macri derrotado pero custodiado por un núcleo duro? En definitiva, si se repiten los resultados de las primarias, ella perdería por mayor diferencia, pero podrá echarle la culpa a no haber desdoblado los comicios y despegarse antes. La campaña del #SíSePuede fue masiva en los puntos del país donde Cambiemos tenía una fortaleza previa. Córdoba y Capital Federal marcaron los puntos más altos en esa disputa por el territorio, despreciada por el big data, oráculo de la nueva política. En estos últimos 30 días se renovaron las promesas y hasta se besaron pies. ¿Otro hubiera sido el resultado si hubiera sido una constante en los últimos cuatro años y no un acto de campaña? 

Misiones tiene su debate paralelo. La Renovación tiene el desafío de recuperar votos y terreno perdido en las primarias. Y hay confianza en que los resultados serán distintos, aunque haya buena sintonía con los candidatos del frente de Todos.

De todos modos, la sociedad política con Alberto Fernández se consolida a cada paso. Passalacqua acompañó al candidato presidencial en El Chaco, en el cierre de la campaña del NEA. El electo Oscar Herrera Ahuad estuvo entre los invitados especiales en Mar del Plata, donde Fernández y Fernández cerraron la campaña con un interrogante: “Vamos a preguntarle a cada argentino si quiere ir al mismo lugar al que queremos ir nosotros. Y si quieren una Argentina justa, solidaria, con trabajo, con educación pública, con salud pública, abracémoslos, sumémoslos y hagamos la Argentina que todos nos merecemos”.

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