“Make America Great Again”, parte 2

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Volvió Donald Trump. Casi como el ave fénix, poco a poco comenzó a resurgir de las cenizas desde el 2020 en adelante. Empujado por un contexto favorable ante una pésima gestión presidencial demócrata de la mano de Joe Biden. Ante esto, Trump consiguió los votos en un triunfo categórico en las urnas contra Kamala Harris. Estados “clásicos” republicanos y los pendulantes terminaron inclinando la balanza para el lado de Donald. El regreso de Trump provoca una serie de incógnitas en todo el mundo, el cual ya empieza a girar hacia un orden mundial que tenga al trumpismo como eje o cómo influencia.

El proteccionismo de Trump

Dentro de sus fronteras, la política del presidente electo parece centrarse en la reconstrucción de una clase media golpeada. Lo que económicamente se espera, es que Trump pueda impulsar nuevamente a la industria nacional estadounidense, a partir de medidas impositivas pero también de fuertes aranceles para la importación. Dos medidas que van de la mano, debilitar la competencia extranjera y robustecer la industria interna, parece ser la receta aplicable por Donald Trump, al menos tomando como parámetro su último gobierno.

Sin embargo, ese proteccionismo de Trump parece estar estrechamente relacionado, por lo menos desde lo discursivo, con el aparato cultural. El trumpismo construyó un fuerte apoyo en los sectores rurales, el sur profundo y algunos sectores postergados, a través de una prédica nacionalista, de apelación a los valores tradicionales de la historia estadounidense o del “ser” estadounidense, sumado a un concepto que los argentinos conocemos bien: la batalla cultural. En Estados Unidos también existe una, previa a la argentina, pregonada por Milei. Trump es la cara visible de un choque constante con lo que denominan progresismo o cultura woke, principalmente impulsada por los sectores demócratas y socialistas. La construcción del relato es que esos hitos sólo alejaron a Estados Unidos de su senda “exitosa”, en términos culturales y económicos. En ese discurso se construye un anclaje entre ambos parámetros, más allá de que pueda haber instrumentos para unirlos o no, eso está instalado en la sociedad estadounidense que votó masivamente a Trump.

El proteccionismo del republicano tiene otro punto interesante que se suma a lo cultural y económico. La inmigración es uno de los temas que más ruido hizo ya en su primer gobierno. Se espera el retorno a sus políticas de 0. El robustecimiento del control fronterizo, sumado a un trabajo de control para los “ilegales” que ya viven en Estados Unidos. Cierto es que, durante la gestión Biden, la frontera sur con México sirvió como una suerte de coladero para caravanas migrantes que arribaban como hordas desde distintos países latinoamericanos, en búsqueda de un mejor pasar y de lograr el sueño americano.

Hacer grande a Estados Unidos otra vez, es el slogan de Trump y parece tener una estrecha relación con el refugio interno y el proteccionismo. Justamente, el último concepto es económico y refiere a la intervención estatal en el mercado para proteger a la industria local o sectores de su nación que puedan ser beneficiados, en detrimento de lo producido por fuera de sus fronteras. Sin embargo, Trump logró construir un discurso tripartito de esa suerte de proteccionismo, el cual involucra lo económico, lo cultural y lo migratorio.

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El nuevo orden mundial

“Así que hemos ganado. Eso es decisivo. El mundo nunca volverá a ser como antes. Los globalistas han perdido su última batalla. El futuro está finalmente abierto. Estoy muy feliz”. Esta cita no es de un republicano ni de un líder occidental, sino que fue la lectura de Aleksander Dugin, el filósofo cabecera de Vladimir Putin, quien vaticinó como algo positivo el ascenso de Trump en Estados Unidos.

Su triunfo puede ser el punto de partida para sepultar el orden globalizador que impera en el mundo como un estadio del capitalismo desde la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Trump entendió, aunque nunca lo hizo público, que la multipolaridad es el orden mundial, en términos políticos, económicos y bélicos, que impera actualmente. La multipolaridad no es otra cosa que entender la coexistencia limitada de varias potencias con mayor influencia en ciertas zonas globales.

A raíz de este cambio rotundo en el concierto internacional, hay dos grandes perdedores y una potencia que mira de reojo. Los que pierden y deberán dar explicaciones son la Unión Europea y Ucrania. El caso de Bruselas era insostenible. Llegaron a una dependencia casi absoluta de Estados Unidos. Ese “atlantismo” le valió la debilitación absoluta de su hegemonía con una economía en decadencia a raíz de enfrentamientos y rupturas con China y Rusia. La UE se planteó un modelo dependiente de Estados Unidos, quien ante el retiro hacia un nacionalismo proteccionista, ve casi sin chances el reflote de su hegemonía. Además de verse débil ante una Rusia fortalecida ante el triunfo de Trump.

Hablando de Rusia, el otro gran perdedor, al menos por ahora, es Ucrania. El electo presidente de Estados Unidos siempre fue tajante a la hora de explicar que terminaría con la guerra ruso – ucraniana de la noche a la mañana. La cercanía de Trump con Putin es algo factible y que preocupa en Kiev. De hecho, el plan pacificador del republicano incluiría la rendición de Zelenski y la pérdida territorial del Donbás, que quedaría en manos rusas, sumado a un impedimento de ingreso a la OTAN por 20 años, el apoyo de Estados Unidos para garantizar la seguridad ucraniana y una zona desmilitarizada protegida por un convoy de fuerzas extranjeras, al mejor estilo Líbano. Esto implicaría la derrota absoluta de Zelenski y la demostración de una inversión que no llevó a nada de la gestión Biden, simplemente decantando en una mayor inflación pagada por la población estadounidense para bancar a las tropas ucranianas.

Los BRICS podrían tener un acercamiento importante a Trump, teniendo como representantes de diversas zonas a los socios principales a la hora de construir un régimen multipolar. Sin embargo, hay una potencia que mira de reojo esto: China. Xi Jinping y compañía saben que la nueva era digital del capitalismo, sumado al ascenso nacionalista de Trump es sinónimo de pujas por el comercio internacional. Los grandes aliados tecnológicos pelearán su batalla por un lugar quizás no asegurado. China desconfía, aunque sabe que Trump no es obsecuente ni rupturista, sobre todo en un contexto que lo tiene como el referente del nuevo orden mundial.

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Argentina y Trump

El presidente Milei demostró en varias (y hartantes) ocasiones su idolatría y cercanía a Trump, aunque no muy retribuidas por el líder estadounidense. De hecho, el vice de Trump, J. D. Vance, se encargó de poner en duda la idoneidad de Milei en varias ocasiones.

Más allá de eso, habrá que ver qué depara el futuro inmediato en cuanto a relaciones internacionales y sobre todo si el gesto de Milei es suficiente. Argentina vivió un giro de 180 grados en término de política exterior con un alineamiento a ultranza con lo que el presidente argentino denomina el “mundo libre”, el cual es el eje Estados Unidos – Israel. Ese gesto diplomático e ideológico espera retribución en el campo económico, es decir que Trump levante el teléfono para ayudar a la refinanciación de la deuda externa o la flexibilidad de pagos.

Lo que sí se sabe es que América Latina no es importante para Estados Unidos, salvo excepciones en la Guerra Fría, nuestra región no reviste demasiado interés para el Tio Sam. Dicho esto, esperar una lluvia de inversiones en Argentina porque Milei se saca fotos con Trump en viajes al exterior es una simple esperanza que solo reviste la inocencia en política internacional. El proteccionismo de Trump puede ser todo lo contrario, un efecto que traiga problemas a naciones con competencia directa en el mercado con productos estadounidenses. Son justamente los republicanos quienes menos importancia le dan a Latinoamérica en materia comercial.

El as bajo la manga de Argentina es el litio en la zona norte. Junto a Chile y Bolivia componen el triángulo del litio, acumulando más del 60% del total mundial. En el marco de la batalla tecnológica (Elon Musk en EEUU y Huawei en China), el litio argentino puede ser el nuevo oro. La decisión sería si el gobierno de Milei hace una nueva muestra de entreguismo vil o realmente busca posicionar a Argentina en el mercado mundial del litio. Sea como sea, es la única forma de mantenerse en la agenda real de la economía estadounidense, más allá del comercio que siempre existe, sobre todo con regiones productivas diversas.

Trump cambió todo y hoy el mundo parece entender que el progresismo y el globalismo está llegando a su fin. Es tiempo de los nacionalismos y del crecimiento de nuevos hegemones.

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