Navidad en pandemia, segunda temporada

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 New York Times. La variante ómicron ha convertido una temporada de alegría en un periodo de cansancio y resentimiento en medio de una nueva oleada de coronavirus.

Justo antes de Navidad, los estadounidenses están hartos y cansados de estar hartos y cansados: de rehacer los planes para adaptarse a los últimos riesgos del virus; de buscar pruebas caseras y no encontrarlas; de preguntarse si, después de dos años de esquivar la COVID-19, de sobrevivir a la enfermedad o de vacunarse, e incluso de recibir el refuerzo, la variante ómicron es la que inevitablemente contraerán.

La sensación de temor ante la rápida propagación de ómicron —la más rápida de todas las variantes hasta ahora— ha invadido el noreste y la parte norte del Medio Oeste, que ya estaban inundados de casos y hospitalizaciones de la variante delta. Y el malestar ha crecido incluso en estados y territorios como Florida, Hawái y Puerto Rico, que habían superado un terrible verano a causa de la variante delta y, hasta hace poco, experimentaban una relativa calma del virus.

“Estoy enojada”, comentó Mabel De Beunza, una publicista de poco más de 40 años que pasó 90 minutos en una fila de pruebas en el centro de Miami el lunes después de experimentar síntomas de resfriado. Sea cual sea el resultado de su prueba, ha decidido no ver a su madre, que está inmunodeprimida, en Navidad.

“Hemos hecho tanto y todavía tenemos esto”, agregó De Beunza, cuya familia está vacunada y recibió la dosis de refuerzo. “Ha sido un año muy duro”.

El martes, el presidente Joe Biden, adoptó nuevas medidas para combatir la ola, comprometiéndose a desplegar mil profesionales médicos militares en los hospitales, a abrir nuevos centros de pruebas y vacunación y a distribuir al público 500 millones de pruebas rápidas de forma gratuita. Algunos funcionarios estatales también han impuesto nuevos requisitos de vacunación y uso de cubrebocas.

“Sé que están cansados”, dijo Biden desde la Casa Blanca. “Sé que están frustrados”.

Destacó que las herramientas disponibles para prevenir, diagnosticar y tratar la covid son mucho más abundantes ahora que en los primeros días de la pandemia. “Todos deberíamos estar preocupados por la variante ómicron, pero sin sentir pánico”, declaró. “No estamos en marzo de 2020”.

Las conversaciones con más de dos docenas de personas en todo el país revelaron que, más que pánico, los estadounidenses simplemente están agotados por la montaña rusa emocional de la pandemia y confundidos por los mensajes contradictorios de los expertos y líderes sobre las precauciones adecuadas.

Alyssa Dipirro, de 30 años, estaba esperando en la fila para hacerse una prueba de covid en Orlando, Florida, el martes, pero no se había vacunado. Al principio de la pandemia, no quiso hacerlo estando embarazada, a pesar de que los expertos en salud pública garantizaban que las vacunas eran seguras para las mujeres embarazadas.

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Desde entonces, no la han tranquilizado los informes sobre personas vacunadas que contraen infecciones por covid, como está ocurriendo con mayor frecuencia con ómicron, aunque las vacunas siguen siendo eficaces para evitar la enfermedad grave. “Todavía tienen que hacerse pruebas si se exponen”, dijo. “Entonces, ¿qué sentido tiene esto?”.

Florida, que hace tiempo eliminó casi todas las restricciones por el virus, está registrando en promedio 7068 casos diarios de coronavirus, lo que supone un aumento del 294 por ciento en las últimas dos semanas, según datos recopilados por The New York Times.

El aumento fue repentino y sorprendente después de un par de meses de relativa tranquilidad del virus posteriores a una ola de la variante delta que mató a más de 22.000 floridanos, más que cualquier otra ola previa del virus, según Jason L. Salemi, epidemiólogo de la Universidad del Sur de Florida.

Sin embargo, el invierno es la temporada alta de Florida, que atrae a residentes temporales y a una multitud de visitantes. Algunos asistentes informaron de que habían dado positivo por covid este mes tras acudir a eventos relacionados con la feria Art Basel Miami Beach.

Semidesiertos

Quedaban pocos días de compras para la Navidad, pero en el barrio cristiano de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la mayoría de las tiendas estaban cerradas.

El propietario de Santa Maria Souvenirs, David Joseph, cristiano palestino, cerró con candado su tienda y dijo que no tenía sentido esperar. Mientras sonaban las campanas de la iglesia, “Noche de Paz” salía lastimeramente de un bar de café espresso vacío hacia un desierto callejón adoquinado.

“Es triste”, dijo Alessandro Salameh, otro cristiano palestino que atendía el bar. “Ya ves, es como una ciudad fantasma”.

Israel, en un esfuerzo por contener la variante ómicron del coronavirus, altamente contagiosa, ha prohibido la entrada a la mayoría de los viajeros internacionales hasta al menos finales de diciembre, dejando los lugares sagrados de la Ciudad Vieja sin visitantes extranjeros por segunda Navidad consecutiva.

Pero aquellos que dependen del turismo o cuyos familiares no pueden visitarlos se han visto frustrados por el gobierno israelí, al que han acusado de incoherencia, e incluso discriminación, al aplicar las restricciones de viaje. El gobierno ha permitido la entrada a los participantes de concursos de belleza internacionales y ha dado una aprobación especial a jóvenes judíos en viajes destinados a reforzar sus lazos con Israel, mientras que ha prohibido la llegada de los peregrinos cristianos.

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En un recodo desolado de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la alegre entrada roja de la casa de Issa Kassissieh, el tradicional Papá Noel de Tierra Santa, prometía algo de alegría festiva. Pero su puerta estaba cerrada.

Un vecino gritó desde el balcón y apareció Tammy Cohen, una voluntaria estadounidense en la residencia de Papá Noel y una rara visita del extranjero. Dijo que Papá Noel se había cansado de visitar hospitales y escuelas y que estaba durmiendo la siesta.

“Es un milagro que pueda estar aquí en Navidad”, dijo Cohen, al explicar que había viajado desde su casa en Carolina del Norte en noviembre, cuando el aeropuerto de Israel estuvo brevemente abierto a los turistas extranjeros, y decidió quedarse por un tiempo más.

Israel ha prohibido en gran medida la entrada de visitantes extranjeros desde que la pandemia llegó en marzo de 2020. Tras permitir con cautela la entrada de grupos de prueba, a principios de noviembre autorizó la entrada de turistas con esquemas de vacunación completos.

Pero las puertas volvieron a cerrarse bruscamente cuatro semanas después con la aparición de la variante ómicron. También está prohibido el acceso a los territorios ocupados —incluida la ciudad cisjordana de Belén—, cuya entrada y salida está controlada por Israel.

Al final, solo unos cientos de miles de extranjeros visitaron la ciudad en 2020, frente a los más de 4,5 millones de 2019, un año récord para el turismo en el que los peregrinos cristianos representaron aproximadamente una cuarta parte de la afluencia.

Los visitantes extranjeros fueron vetados en su mayoría la pasada Navidad, cuando Israel y la Autoridad Palestina, que ejerce un autogobierno limitado en partes de Cisjordania, se dirigían a un nuevo pico de infecciones.

La Ciudad Vieja, situada en Jerusalén Este, predominantemente palestina y anexionada por Israel, sigue sintiendo los efectos de todas las restricciones de la época de la pandemia.

Los israelíes, por su parte, tienen permiso para viajar al extranjero, excepto a un número creciente de países incluidos en la llamada lista roja. Pero aunque muchos prefieren evitar las complicaciones de los viajes internacionales, el turismo interno solo ha compensado en parte el descenso de visitantes extranjeros.

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