Publicaron un libro sobre los refugios nazis en San Ignacio

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Las leyendas son varias. Desde que Hitler no se suicidó y huyó hacia Villa La Angostura hasta que gran parte del oro de los nazis fue escondido en diferentes ciudades de Argentina. Lo cierto es que Josef Mengele -el médico de las S.S en Auschwitz-, Erich Priebke -oficial a cargo de la matanza de rehenes en Roma- y Adolf Eichmann -quien deportó a miles de judíos de Europa a los campos de exterminio- encontraron protección en el país tras el final de la guerra.

Pero algunos mitos tomaron tanta fuerza que, sin querer, cambiaron de rubro y se convirtieron en realidad. Este es el caso de Teyú Cuaré -que en Guaraní significa “La Cueva del Lagarto”-, un Parque Provincial ubicado en San Ignacio -Misiones-, donde hace tres años comenzó una investigación que arrojó un resultado sorprendente: la construcción de un verdadero refugio nazi en Argentina.

Pese a que los carteles de ingreso al parque son claros y anuncian que allí vivió Martin Bormann. La historia dice lo contrario: el secretario personal de Hitler murió en 1945. Sin embargo, los habitantes de la zona, no estaban del todo alejados del contexto. “Llegamos al lugar con la idea de hacer un estudio sobre construcciones jesuíticas, pero nos encontramos con algo más moderno. Sabíamos lo que la gente decía, pero decidimos aprender a ser escépticos. A poner todo en duda y a asumir lo que nos dijera la naturaleza, el sitio o las paredes”, dice Daniel Schávelzon, autor de “Arqueología de un Refugio Nazi en la Argentina” -Paidós-, el libro de reciente edición que publicó junto con Ana Igareta.

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El arqueólogo agrega que “una investigadora se sentó en una pared que se había derrumbado y dio con una lata de membrillo que tenía en su interior una serie de fotos de Hitler y Mussolini, y un conjunto de monedas de un centavo de todos los países de Europa oriental que fueron invadidos por los nazis. Algo que debía pertenecer a un soldado de tropa y que guardó lo que pudo”.

La zona, según los autores del descubrimiento, era casi impenetrable hasta 1999 cuando el gobierno provincial abrió un camino como parte del parque. Al día de hoy sigue siendo difícil de acceder ya que se encuentra ubicado entre dos acantilados de cien metros y no puede ser divisado ni a través del Google Earth.

“El que realizó el plano es alguien que sabía construir pero el que lo hizo, no tenía idea. Hay una sola vivienda, con dos dormitorios, baño y una cocina. Sólo pudo haber vivido una familia de tres o cuatro personas”, asegura Schávelzon. Y como dato de color agrega que “vino un arqueólogo inglés y luego de hacer su recorrido, nos dijo que teníamos razón y que lo podíamos demostrar con una sola cosa: el inodoro tenía porta rollo para papel higiénico. Y en la selva, en la década del 40, nadie usaba papel. Ni siquiera hoy. Fue hecho para una persona burguesa acostumbrada a ciertas comodidades. Si hasta tiene ducha con agua fría y caliente, en una zona en la que no hay agua corriente”.

Pese a los hallazgos, los arqueólogos no pueden asegurar quién vivió en la zona, pero sí graficar un espacio que fue construido con el fin de ofrecerle un refugio a algún jerarca nazi, algo que ni siquiera hizo falta ya que los seguidores del Führer fueron bien recibidos en Argentina luego de la guerra. “El sitio prácticamente no fue usado. Quedó cuidado durante varios años y luego abandonado. Me suena a algo realizado por un grupo local en una zona muy golpeada, ya que la guerra dividió mucho a una colonia fuerte. Había muchos pro nazis, pero también bastante judíos que venían escapando. Si hasta había grupos neonazis no hitlerianos que se refugiaron ahí y en Paraguay. Un movimiento al que Hitler desestimó en 1934, cuando los echó y luego aseguró que los verdaderos nazis peleaban en Alemania”, asevera Schávelzon.

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En la actualidad, la Provincia tiene la idea de transformar esas construcciones en un centro para la memoria misionera. Un sitio que, luego de 1976 -a partir de una nota publicada en la revista Gente, en la que se hablaba de la casa de Bormann-, recibió muchas visitas. “Hicieron como un pequeño santuario. La gente iba y pintaba esvásticas. Armaron como un lugar turístico que jugaba en contra ya que todos aquellos que hoy se acercan a la zona para recorrer la ruta jesuítica, no quieren saber nada con el lugar. Y es que nadie quiere visitar el supuesto sitio donde vivió un genocida. Es como querer ir a la casa de Videla. Pero por suerte, Bormann no vivió allí”.

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