Señor Frío: el empresario que fabrica heladeras en Misiones y prepara su primera exportación
“No todo es tan difícil”. La frase parece contradecir lo que ocurre lo que ocurre puertas adentro de la fábrica, donde los metales se doblan y se amalgaman para darle forma a un inédito producto made in Misiones que se vende en el país y pronto tendrá destino de exportación.
Walter Castillo se define como un apasionado de la industria, aunque montó la fábrica casi por necesidad. Vendía elementos para comercios, pero las heladeras siempre fueron un producto escaso. Hasta que decidió fabricarlas él mismo. Así nació FriCom -Frío Comercial-, la fábrica de heladeras en Misiones, que hoy tiene once empleados y puede llegar a producir hasta cien unidades diarias.
La demanda es tan alta que Castillo compró un terreno en Garupá para triplicar el espacio de trabajo y garantizar un volumen de producción apto para la demanda que representará comenzar a vender en el exterior: primer destino, Paraguay, pero ya tiene contactos con otros países.
Lo curioso es que Walter no estudió nada relacionado con la industria del metal. Pero heredó la pasión de su padre, quien, asegura emocionado, “puede hablar con los fierros”.
En rigor de verdad, hay otros talleres que se dedican al rubro, pero ninguna con el grado de especialidad que alcanzó FriCom.
Castillo nació en Paraná, Entre Ríos y recorrió el país vendiendo insumos comerciales. Llegó a Misiones a vender sopladoras de vidrio para una embotelladora de gaseosas. Una cosa llevó a la otra, conoció a una misionera y se fue quedando. Las heladeras fueron una consecuencia de su actividad comercial en Posadas. Tenía una casa de equipamiento comercial pero siempre le faltaban las heladeras en una provincia donde tener una bebida fría es más que una necesidad.
“El producto es muy requerido por la gente, porque cualquier negocio en cualquier barrio o en cualquier centro siempre necesita tener algo refrigerado. Desde una farmacia, un kiosco, todos necesitan algo refrigerado y no me abastecían de la manera que correspondía. Me hacían hacer los pedidos en el mes de junio y llegado el verano, no cubría la demanda. Pedía 400 heladeras y mandaban 50. Perdía clientes y vendedores. Un día me dije: “Estoy cansado de esta situación y voy a fabricar mis propias heladeras”. No sabía cómo se fabricaban heladeras. Empecé a hacer todas las investigaciones previas, viajes a Buenos Aires, a Rosario encontrándome con ingenieros, con gente que ya estaba en el palo y ahí empezamos a desarrollar el producto propio”.
De eso pasaron ocho años. Hoy la firma está consolidada y en expansión.
“El mercado ya lo teníamos porque ya teníamos la casa de equipamiento comercial. Nos faltaba la heladera porque seguíamos vendiendo la cocina, el horno, todo tipo de mercaderías”.
Primero fueron unos modelos ensamblados hasta que tomó forma el diseño propio, que incluyó la modernización de la fábrica para acelerar las líneas de producción. “Se implementaron nuevas máquinas y se pusieron en un sistema de Layout, en producción en línea. Empezamos a tener más capacidad de producción con mejores terminaciones, con mejor calidad de producto final”.
Hoy hay once trabajadores permanentes, pero pueden ser varios más. El triple, calcula, una vez que se termine de mudar a Garupá. “Hoy podemos producir más, pero no tenemos espacio para trabajar. En el nuevo terreno vamos a cuadruplicar los metros cuadrados que tenemos hoy, de los 800 metros cuadrados, vamos a pasar a 3.300 metros”.
Los operarios doblan las planchas de metal con una facilidad asombrosa. Segundos pasan entre pliegue y pliegue, milimétrico, para que cada pieza encaje con la otra para darle forma final a la heladera. Pasan minutos entre que una plancha se convierte en la pared y en el techo de lo que será la exhibidora. Después se inyectan unos químicos a alta presión, para transformar el metal en un símil plástico que está listo en un suspiro. Lo difícil se hace sencillo.
Castillo dice que con los operarios se enseñan mutuamente. Y recomienda, a un joven que quiera sumarse cuando haya más demanda de empleo, “venir con muchas ganas de trabajar”.
“No me refiero a muchas ganas de poner el lomo todo el día, de hacer 200 kilos en la espalda todo el tiempo. No. Tiene que venir con entusiasmo y con ganas, eso es lo primero y no lo digo solamente por mi fábrica, lo digo por cualquier chico que quiera insertarse en el mundo laboral. La fábrica está totalmente diseñada para que las máquinas hagan todo, con todos los medios de protección. Tiene que venir, simplemente con ganas de trabajar y aprender”.
En esa tarea está Castillo, quien se propone un plan de interacción con las escuelas técnicas locales para formar profesionales adecuados a la demanda. Hay un par de vacantes inmediatas.
La demanda es alta, pero también por el plan de abrir mercados internacionales.
“Lo de la exportación es prácticamente un hecho. Se están haciendo todos los trámites pertinentes, que son algo burocráticos, pero se tienen que hacer. Tenemos gente ya que nos va a comprar en la República de Paraguay. Será una cantidad bastante importante al menos para nosotros y será un producto misionero va a estar en el plano internacional. Ya tenemos contactos con Bolivia y Perú, que son países que necesitan de este tipo de productos y no hay fábricas”.
La creación de puestos de trabajo irá de la mano de esa demanda externa.
Castillo admite que no tiene formación industrial, aunque se define como “fanático”.
“La industria es maravillosa en todos los aspectos, desde el que fabrica un plastiquito al que fabrica un zapato o el que fabrica una heladera. Es algo que a mí me atrapa. En varias etapas de mi vida fui una persona industrial y no es tan difícil como ven”.
Parece simple la frase, pero ¿no es tan difícil?
“No es tan difícil, hay que tener las herramientas necesarias, la gente necesaria y muchas ganas de trabajar y que la gente quiera a la vez de estar trabajando, aprender de lo que está haciendo, porque todo tipo de industria, no solo esta, es un oficio. Vos aprendés un oficio y eso es importantísimo para el resto de la vida de cualquier persona”.
¿Cómo te llevas con la economía argentina?
¡Qué pregunta! Sostener una industria en este momento es muy complejo, sobre todo a la hora de comprar la materia prima, que estamos teniendo semanalmente cambios de precios. Entonces al margen de que uno se ofusca y se enoja con los proveedores es sin razón, se enoja, pero ni siquiera puede hacer un costo de tu propio producto porque va variando constantemente o sino una semana un proveedor te pasa un aumento y a la semana siguiente otro proveedor te pasa otro. Parecemos medio magos, pero ya va a cambiar. Ya va a cambiar. Tenemos mucha fe, mucha esperanza que te va a cambiar”.
¿Y cómo organizás tus costos operativos? ¿Los precios?
“Estamos navegando sin brújula, pero obviamente uno tiene una idea, una base. Tiene un cimiento de donde partir y de ahí “es tanto más”. Estamos poniendo siempre los menores costos posibles para no terminar ni fuera de precio, ni perjudicando a la persona que está comprando, que es la persona que nos da de comer a mí, a mi familia, a todos los chicos que trabajan conmigo. Entonces no puedo, no se puede abusar de eso, hay que cobrar lo justo y necesario y si a veces, toca perder, te toca perder”.
¿Pero seguís siendo optimista?
Siempre. En todos los aspectos de la vida.
¿Y tu padre, que tiene que ver con esto?
Mi padre es una persona de otro planeta. Habla con los fierros. Se junta con un fierro y se pone a hablar. Simple. Es algo increíble.
La familia está muy presente en todo. La esposa de Walter es misionera. Y es la que se encarga de las cuestiones administrativas y también del vínculo con clientes y la promoción de la empresa. “De Misiones no me voy más. Me gusta mucho la provincia de Misiones, me gusta mucho Posadas. Es una provincia donde se puede trabajar tranquilo”.