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Y  Alicia prosiguió…

—- ¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?

—– Eso depende en gran medida de adónde quieres ir— le respondió el Gato de Cheshire.

—- No me importa mucho adónde… dijo Alicia.

—- Entonces, tampoco importa mucho el camino que tomes— dijo el Gato.

Entre los infinitos aportes realizados por los pensadores en el campo de las ciencias, se encuentra la ley de causa y efecto, desarrollada por Inmmanuel Kant, un filósofo alemán del Siglo XVIII,  considerado como el mayor exponente de la edad moderna. En el esquema conceptual presentado sostiene que, ambos términos (causa y efecto) están presentes en la consciencia del sujeto, lo rigen siempre y de manera absoluta, porque la razón humana tiende a captar todo lo que sucede a su alrededor, como una relación de causa-efecto.

Entonces, y según este postulado, nada de lo percibido por el hombre sobre el mundo exterior, puede escapar a tal principio. Una de las principales diferencias entre las ciencias sociales y las ciencias naturales, es que la primera no puede recrear hechos o sucesos sociales bajo un microscopio para estudiar cuáles fueron las condiciones iniciales que dieron origen a tal resultado.

En cuestiones de política internacional, la experiencia del pasado genera bases de actuación para el presente y sobre todo crea expectativas para el futuro, pero ¿qué sucede con esta pretensión cuando no se hallan registros compatibles?.

Lo cierto es que, ya no es posible medir y responder nuevos interrogantes con viejas categorías

La imperiosa necesidad del hombre por comprender la realidad actual, explicarla para re-ordenar y barajar de nuevo, es un punto central de debate en la comunidad científica. No caben dudas, que el fenómeno de la globalización como un dato estructural presente en el orden mundial, cruzó el límite de lo soportable.

Este macro proceso es entendido como el aumento de la integración mundial de economías, sociedades, y culturas, por medio del intercambio de productos a través del comercio, individuos mediante el transporte y la información gracias a las comunicaciones.

Este supremo poder globalizador expuso al sistema mundial a un desequilibrio nunca antes visto. Si antes operaba en una suerte de aldea global, ahora es inminente el replanteo ante la dinámica de ese nuevo des-orden, que se presenta como invasivo, imparable e imprevisto.

La transversalidad de hoy es el eje que define la realidad a lo largo del globo y lo cierto es que al margen de toda singularidad, surge una serie de debates teóricos que buscan entender las circunstancias actuales en el marco de un caos generalizado.

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Las medidas políticas adoptadas por los diferentes estados con el objeto de resguardar a la población fueron diversas y en ciertos casos como el argentino, reflejaron el nivel de autonomía frente al contexto internacional, que lo ubicó como un estado verdaderamente soberano. Por primera vez, la decisión fue  no seguir recetas ajenas, Europa ya no es ejemplo de nada, y en el juego de poder desplegado por las  potencias centralizantes, la capacidad o “soft power” (poder blando) ya no resultó atractiva ni mucho menos impuesta.

No obstante, la ruptura del orden mundial dejó expuesta una serie de factores que se venían gestando en el seno de las sociedades, y que subyacían a las sombras de lo legalmente aceptado. El gigante que no para de re-inventarse y al que se le sólo se le adjudica la aceleración  traumática de tendencias ya existentes aunque sin  posibilidad de medir las implicancias  en un mediano y largo plazo.

En la mayoría de los casos la pandemia evidenció una crisis del sistema intra e inter continental en todos los órdenes, sumado a la ausencia de políticas regionalistas, pero en otros, significó la profundización en modelos de larga incubación como el autoritarismo legitimado.

Allí, los recursos poco democráticos aplicados para sostener el orden y aislar a las ciudades, variaron en función del estilo de gobierno. Los abusos en la utilización de los superpoderes y la fuerte tendencia hacia el hiperpresidencialismo habilitó una vez más a ciertos líderes, a actuar desde el sillón sin restricción alguna. Ejemplo de ello es el caso de Brasil y la postura de su mandatario al no aceptar “un superministro”de salud.

El efecto arrasador de la tragedia tan sólo demuestra que detenerse a acusar al poder político por los acontecimientos no sólo es irrisorio, sino que exhibe la magnitud del poder de una entidad viral, donde los gobiernos parecen ser  sólo meros ejecutores, lo que no deja de ser una maniobra de distracción del verdadero enemigo invisible: la estrategia.

Es innegable citar el rol central de los medios masivos de comunicación, que haciendo uso de la libertad de expresión colaboraron en muchos casos en alimentar el pánico social con evidente actitud destructiva y  otros, en atenuar los posibles efectos devastadores del virus.

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Lo llamativo  es que, una sociedad  que se jacta de un evolucionismo rechazando todo tipo de presagio y misticismo, termina siendo víctima de la manipulación mediática como en aquel relato de Orson Welles en “La guerra de los mundos”, donde sembrar miedo colectivo llevó a ostentar la gran etiqueta de responsabilidad social que le concierne a los medios, como el cuarto poder.

La omnipresencia de las tecnologías sobre todo en las redes, sucumbió ante la hipertrofia participativa de un cuerpo social que se presenta cada vez más activo, crítico, y que cuestiona la veracidad de la información. Por otro lado , el desafío de los medios de comunicación  en recobrar el monopolio del uso de la palabra ante una audiencia hiper-conectada e independiente, ve una beta de luz en la desconfianza ante la sobre-información circulante en el ciberespacio.

En efecto, la sensación de deja vú que se percibe, al identificar las falsas noticias en un contexto de saturación informativa, remonta a la antigüedad, cuando ciertos grupos de poder difundían los pasquines con la intención de generar  confusión,  midiendo en última instancia la temperatura social.

La demonización de la virtualidad encontró su punto de fuga al ser funcional a la crisis, como la única forma de supervivencia del individuo. Lo que antes generaba una especie de autismo social, ahora impacta de lleno en la constitución de nuevas redes de interacción humana. 

La fuerte inclinación de los medios por centralizar la información, obnubila la capacidad de la ciudadanía de servirse de otros datos al alcance de las manos, como los provenientes de comunicados de divulgación científica, que tienen  por objeto la circulación pública de hallazgos y descubrimientos en temas de interés general. Sin dudas, las partes del  rompecabezas de este nuevo des-orden  que en la marcha se improvisan, sólo conocen entre otras cosas, dos tipos de piezas históricamente en pugna, lo cierto es que ninguno de esos modelos saldrá librado de alteraciones o modificaciones estructurales. Pero en palabras de Kafka, es menester “explorar cuántas posibilidades tiene el hombre de residir en lo extraño, de instalarse en una realidad que desconoce, y de la que no se sabe con certeza si sentir miedo o esperanza”.

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