Vota por mi amigo o ya verás

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Por Katrin Bennhold. Javier Milei, el presidente de Argentina que se autodenomina anarcocapitalista, obtuvo una victoria decisiva el fin de semana en las elecciones legislativas del país y, con ella, un mandato para seguir adelante con sus medidas de austeridad y recortes presupuestales.

Pero estas elecciones no eran solo un referendo de las medidas de Milei. En las mesas de votación pendía una amenaza: el presidente Trump dijo que descartaría un paquete de ayuda económica por 20.000 millones de dólares para Argentina a menos de que ganara el partido de Milei.

No era la primera vez que el gobierno de Trump intentaba influir en las elecciones de otro país. Pero era la primera vez que ofrecía un incentivo de 20.000 millones de dólares, uno de los mayores esfuerzos de este tipo realizados por Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial.

No sabemos si los comentarios de Trump antes de la votación influyeron en los resultados en Argentina del fin de semana. Sabemos, eso sí, que él quería que así fuera.

Lo que veremos en los próximos meses es si su apuesta por Milei resulta rentable políticamente, y si el éxito de Trump en Argentina lo anima a volver a intentar tácticas similares.

La historia del éxito de la injerencia electoral sugiere que la respuesta a ambas preguntas es que sí.

Encubierto vs. a la vista de todos

El triunfo electoral de Milei no estaba para nada asegurado. El estancamiento del crecimiento y el debilitamiento de la moneda pusieron en riesgo sus primeros avances al reducir la inflación y la pobreza. Antes de las elecciones, hablé con mi colega Emma Bubola sobre la situación en Argentina. Puedes ver nuestra conversación aquí, en inglés.

En ese momento, durante las semanas previas a los comicios, el gobierno de Trump entró en escena para ayudar a la divisa y al propio Milei. Estados Unidos realizó una compra directa de pesos argentinos por valor de unos 1500 millones de dólares y ofreció acceso a una permuta de divisas de 20.000 millones de dólares, con una condición muy importante: que los argentinos respaldaran a Milei, partidario del movimiento MAGA.

Este tipo de intervención abierta en unas votaciones tiene muchos precedentes, me dijo Dov Levin, experto en injerencias electorales de la Universidad de Hong Kong. Las operaciones encubiertas de influencia por las que Rusia ahora es conocida son, de hecho, menos comunes.

Estados Unidos ha utilizado tácticas del tipo “vota con nosotros o ya verás” desde los primeros días de la Guerra Fría, dijo Levin. Durante las elecciones rusas de 1996, el presidente Bill Clinton permitió un gran préstamo del FMI respaldado por Estados Unidos para apoyar a Boris Yeltsin. El gobierno de Barack Obama presionó a los electores libaneses para que no votaran por Hizbulá en 2009, amenazando con reconsiderar la ayuda exterior. (Levin ha escrito mucho sobre todo esto).

Los esfuerzos de Trump son inusuales, dijo Levin, en el sentido de que su objetivo principal parece ser apoyar a aliados ideológicos a quienes los presidentes anteriores probablemente habrían considerado demasiado extremistas o poco ortodoxos.

En las elecciones británicas de 2019, Trump apoyó de manera abierta a Boris Johnson al prometer un mejor acuerdo comercial con Estados Unidos, si Johnson resultaba electo. En las elecciones presidenciales de Polonia de este año, el gobierno apoyó agresivamente al candidato nacionalista de derecha: Kristi Noem, jefa de seguridad nacional de Trump, prometió que, si era elegido, Estados Unidos seguiría siendo aliado de Polonia y le vendería armas estadounidenses.

Levin dijo que la presión a favor de Milei fue sorprendente debido a la cantidad de dinero que había sobre la mesa y lo que estaba en juego: si el partido de Milei hubiera perdido y Estados Unidos hubiera retirado su promesa de 20.000 millones de dólares, Argentina podría haber entrado en suspensión de pagos.

¿Una nueva era de injerencia estadounidense?

Trump se ha atribuido públicamente la victoria de Milei. Y Levin dice que es posible que no esté errado al hacerlo.

Las investigaciones de Levin indican que la injerencia extranjera en materia electoral aumenta, en promedio, en un 3 por ciento el porcentaje de votos del partido al que se ayuda. Cuando es manifiesta, el porcentaje es aún mayor.

Sus estudios también han revelado que los líderes que reciben ayuda para llegar al poder son, quizá sin sorpresa, más proclives a cooperar con sus benefactores.

No está claro si la intervención de Trump en realidad ayudará a que Argentina resuelva sus problemas. Pero lo que sugiere el ejemplo de Milei es que los países que se disponen a celebrar elecciones ahora pueden enfrentarse al factor adicional de una participación estadounidense, aparentemente motivada por la ideología y desplegada no de forma encubierta, sino en declaraciones públicas y desde los estrados de las conferencias de prensa.

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