214 años de centralidad
A 214 años del grito de Libertad ocurrido aquel 25 de mayo de 1810, no hemos aún logrado construir la Nación que pudimos ser. Entre ese año y el 1853, año que se sancionó la primera Constitución Nacional que consagraba a la Argentina como un país federal, las disputas políticas estuvieron mayormente dominada por la centralidad porteña. Más de dos siglos después, con otros tonos, matices y rasgos, la discusión (y el problema) sigue siendo el mismo.
El problema no es el porteño, el problema es el sistema centralista que genera altísimas asimetrías y que provoca una fuerte dependencia de las provincias al poder central, que por etapas (como las que estamos viviendo ahora) robustece su posición de actor dominante por sobre las verdaderas creadoras de la República Argentina, por ser preexistentes a la misma, que son las provincias.
La apropiación de recursos para sí mismo por parte del poder central genera conflictos como algunos de los que se están viendo hoy. Eluden el sistema de coparticipación federal de impuestos con la creación de tributos no coparticipables para no repartir la torta, no se busca dar una discusión seria sobre ese esquema de reparto para no pagar costos políticos y se enojan cuando las provincias reclaman, amenazándolas con “bajos a eliminar ese sistema”. Ese es el gobierno hoy de Milei y así también, en este aspecto, fueron muchos otros.
Para peor, instalan un discurso tan rimbombante como falaz, que muchas personas aún en su inocente (a veces) desconocimiento lo toman como tal. “La nación le pasa la coparticipación a las provincias y con eso que se arreglen. Si no saben administrar que renuncien”. Palabras más, palabras menos, quien escribe leyó ese mensaje no menos de un centenar veces en redes sociales durante esta semana. Hay desconocimiento pleno de como funciona el sistema y cuales son los problemas.
Empecemos por la coyuntura. $ 70 mil millones perdió la provincia entre enero y abril por coparticipación y otros envíos automáticos. Otros $ 17 mil millones por fondos cortados que corresponden por ley como el Fonid o el financiamiento de las cajas previsionales. No se trata de no saber administrar, se trata de lidiar con un escenario muy (repito, MUY) pocas veces en la historia provocado por la combinación de una herencia de una política económica altamente populista de la gestión anterior y cruel ingenuidad de la gestión actual de creer que solo se mejora reventando todo.
Pero vamos a lo estructural. Misiones, entre IVA y Ganancias, aportó en 2023 un 32,2% de la recaudación nacional en el NEA, el mayor volumen de la región. ¿Cuánto recibe por coparticipación de esos dos impuestos? El 21,1%. Repetimos: aportó $ 30 de cada $ 100 de la región y recibió $ 21. Chaco aportó 26% y recibió 31%; Formosa aportó 15% y recibió 23%; Corrientes aportó 27% y recibió 24%. ¿El problema es entonces solo de administración? O será posible que, quizás, hay perjuicio a la provincia por desequilibrios en el reparto.
“Eliminemos la coparticipación y que las provincias recauden los impuestos y se manejen con lo que generen, a ver si siguen gastando como ahora”, fue otro leitmotiv de la semana. Perfecto, avancemos con eso. ¿Sabrán esos libres pensadores de política tributaria que, según los registros de la AFIP, el 67% de la recaudación por IVA y Ganancias de todo el 2023 se computó solamente en la Ciudad de Buenos Aires? No, no es porque la CABA concentra la actividad económica y es la panacea del desarrollo. Es porque el sistema tributario está altamente centralizado en esa jurisdicción.
Eliminemos entonces la coparticipación. Bien, ¿Qué se propone a cambio? Cómo piensan corregir el problema tributario que hace que empresas que exploten actividad forestal en Eldorado, o yerbateras de Apóstoles, o comerciales de Posadas, u hoteleras en Iguazú, paguen impuestos nacionales en CABA? ¿Cómo se reconvierte ese sistema para que, en efecto, tributen en la jurisdicción de explotación de la actividad o no en su domicilio fiscal?
Pero vamos un poco más allá todavía. ¿Cómo se pretende compensar, por llamarlo de alguna manera, el hecho de que Misiones haya generado casi cinco mil millones de pesos por derechos de exportación pero no se le devuelva nada de eso?
Todo esto detallado no solo aplica a Misiones, aplica a la gran mayoría de las provincias argentinas. La culpa no es de los distritos, mucho menos de sus habitantes. La culpa es del sistema. Un sistema que en épocas de crisis expone a sus víctimas más que a sus victimarios.
Desde 1988, año de la sanción de la actual ley de coparticipación, a hoy, ningún Gobierno nacional hizo nada por mejorar esta situación. Solo hubo dos acciones concretas: el Fondo Federal Sojero (FOFESO) con Cristina Fernández y la devolución del 15% retenido de coparticipación para Anses que realizó Macri. Esta ultima medida fue quizás la mejor en términos de mejora de federalismo fiscal, pero empañó su propio legado al quitar el FOFESO. Una de cal y una de arena.
A Néstor Kirchner y a Cristina Fernández de Kirchner se le atribuye (según los propios, mayormente) el hecho de haber enviado mucho dinero a las provincias para obras y programas sociales. Cierto (parcialmente), pero no atacó el problema de fondo: no le dieron automaticidad a los envíos, salvo el breve lapso que duró el FOFESO.
Con Alberto Fernández pasó lo mismo: altos volúmenes de fondos, sí, pero atados a ir a tocar una puerta en Buenos Aires. Eso robustece el toma y daca, pero no el federalismo. Ni hablar de lo que ocurre en la actualidad, cuando tenemos un gobierno nacional que desde el día uno de gestión (e incluso ya antes en plena campaña) desconoció el rol central de las provincias y más aún, se dedicó a atacarlas constantemente haciéndolas incluso culpables del deterioro económico nacional. En el imaginario de Milei, hay dos o tres empresarios héroes que viven en la Capital Federal que son los únicos que aportan al país y el resto somos un lastre.
Mientras tanto, la ansiada recuperación económica tarda en llegar. El piso de la caída, que según el ministro Caputo y el presidente Milei habríamos tocado en abril, parece que todavía no llegó: hay aún riesgo de seguir cayendo. La industria se desplomó, la construcción no frena su caída, el empleo sigue marcha atrás y el consumo, como vimos esta semana para el sector combustible y retail, sigue en descenso con números solo comparables a cuando la economía estaba cerrada por pandemia. A la par, el gobierno festeja día a día supuestos éxitos.
Era necesario ajustar el desequilibrio fiscal nacional, es cierto. Era necesario ajustar en cierto modo la forma en que se gastaba en algunas provincias, es cierto. Pero no de esta manera. El desentendimiento y peor aún, el corrimiento de Estado de la economía real podría decirse que es casi inédita, y pretenden que la recuperación, cuando llegue, sea también con un Estado apartado, cuando no hay antecedentes en la historia del mundo que un país supere una alta recesión sin que el Estado sea el caballo de ese carruaje.
Ni Estado presente que reviente las cuentas públicas, desequilibre la macroeconomía y deje remedios que son peor que la enfermedad, ni Estado mínimo que solo busque que el Excel de fin de mes termine con numero a favor. ¿Es muy ambicioso pedir por ese punto medio?