Misiones: las Cataratas del Iguazú son la estrella, pero hay mucha más selva, ríos y animales salvajes
Por Estrella Herrera. Iguazú es el Parque Nacional más visitado de la Argentina. Antes de la pandemia, más de un millón y medio de turistas llegaban por año para contemplar las toneladas de agua que caen desde 70 metros de altura. Creado en 1934, es, junto con el de Nahuel Huapi, uno de los parques más antiguos del país. En total, son 67.000 hectáreas en las que la naturaleza se manifiesta en estado de exaltación.
En términos geológicos, se trata de una gran falla del macizo de Brasilia a la que se vuelca el río Iguazú (que llega con una anchura de 1.500 m entre islotes e islas) en espectaculares caídas, cuyo número va de 160 a 200, según el caudal de agua, antes de unirse al Paraná. Tres días suelen ser suficientes para conocer la zona. Puerto Iguazú, a 18 km del parque, es el sitio ideal para alojarse.
El PN Iguazú protege verdaderos gigantes de más de 30 m de altura como el incienso, el ambay, el timbó o pacará. El más imponente de todos es el palo rosa, que puede sobrepasar los 40 metros y cuyo tronco llega a alcanzar los dos metros de diámetro. Los árboles son el soporte perfecto para orquídeas y lianas, y a sus pies crecen helechos y bromelias. Con semejante escenario vegetal, la fauna no puede quedarse atrás. Entre las 400 especies de aves, el vencejo de cascada es el símbolo del parque. Famosos son los tucanes, los jotes, los colibríes, las urracas, los loros y los macucos. De las 80 especies de mamíferos, los coatíes son los verdaderos dueños de las pasarelas (no los alimente); también se ven monos caí, y con algo de suerte, hurones, tapires y osos hormigueros. Incontable es la cantidad de insectos, con un destacado para las mariposas.
Lo clásico es dedicarle un día al sector argentino y otro al brasileño. Ya es casi vox populi: nosotros tenemos los saltos, y ellos la gran vista. Hay que visitar ambos lados. Eso sí, no es por patriotismo, pero la experiencia local, merced al trencito a gas, las pasarelas de metal y la profusión de selva, es bastante más ecológica que la del gigante vecino. Allí todo tiene una escala mucho mayor, el recorrido es en bus, por asfalto, y las pasarelas, principalmente de cemento. Ni hablar del helicóptero de la discordia (que asusta a las aves, que no entienden nada de fronteras, pero encanta a las grandes masas).
Del lado argentino, se recorren el Circuito Inferior, Circuito Superior y la Garganta del Diablo. Para sumarle un poco de emoción al paseo, en verano puede ser divertido apuntarse a “La gran aventura”, la excursión que se aproxima a los saltos con mojadura garantizada. Más romántica, aunque obliga a grandes niveles de previsión y organización, la salida nocturna con luna llena propone observar los saltos iluminados por la tenue luz blanca y conectar de otra forma con el paisaje, que induce a prestar atención a los sonidos y adivinar presencias en las sombras.
Del lado brasileño, impresiona ver cómo viene creciendo y desarrollándose Foz de Iguaçu en su carrera por extender la breve estadía de los viajeros en las cataratas. Y siempre es válida una visita a su Parque das Aves. Desde el 9 de julio de 2022, el lado brasileño volvió a abrir al público todos los días, incluidos los lunes. Un poco más allá del clásico Hito de las Tres Fronteras, un día extra viene muy bien para conocer las Minas de Wanda y el espléndido Salto Yasy, al que sólo se llega si se está alojado en Puerto Bemberg, o con las salidas de Emilio White de La Lorenza.
Andresito
Es uno de los pueblos más jóvenes del país. Se fundó en los 80 para ocupar un litoral al que llegaban cada vez más brasileños. El nombre obedece al prócer Andrés Guaçurarí, conocido como el Comandante Andresito, un militar y caudillo guaraní que vivió entre 1778 y 1825. A 60 km de Iguazú y 111 km de Bernardo de Irigoyen, el gran desafío para esta pequeña aldea es construir identidad turística diferente de la de sus vecinos (la primera, muy masiva, y la segunda, muy propia de las zonas de frontera). Por ahora, los escasos emprendimientos disponibles apuntan al avistaje de fauna, y los senderos en contacto con la naturaleza.
En junio de 2022, Aves Argentinas presentó en sociedad la reserva natural El Puente Verde, que recibe socios, parientes y amigos, con reserva previa. Son 183 hectáreas de selva en buen estado de conservación (25 propias y el resto en comodato) donde hay enormes palos rosas y palmitos.
Aristóbulo del Valle
A poco de salir de Bernardo de Irigoyen comienza la RN 14 que corre paralela a la RN 12 por el centro de la provincia. Hasta que se asfaltó la RP 2, que acompaña el cauce del río Uruguay desde Concepción de la Sierra hasta los Saltos del Moconá, la 14 fue durante mucho tiempo la ruta más importante –y lo sigue siendo– del oeste misionero, aunque no ya la más panorámica. En su camino hacia Aristóbulo del Valle, fundada por inmigrantes alemanes, polacos y ucranianos, entre otros, se pasa por el Parque Provincial Cruce Caballero, y las localidades de San Pedro y San Vicente. Desde aquí puede visitarse la aldea guaraní Yvitú Porá, donde elaboran y venden artesanías, y cuentan aspectos de la cultura de las más de cien comunidades guaraníes que tiene la provincia.
Salto Encantado
El Salto Encantado impacta por su altura de 64 metros y el enorme cañadón rocoso que lo contiene. Con áreas verdes parquizadas, este Parque Provincial de 13.000 hectáreas es perfecto para pasar una tarde. Hay mariposas, monos y, atención, víboras. Los senderos huelen a tierra húmeda, y hay mucha menos gente que en Iguazú. Por su importancia, pasó a independizarse como municipio en 2020. Pero no todo es naturaleza. Listo, y abandonado desde 2017, un polémico teleférico que nunca llegó a funcionar está siendo deglutido por la selva, oculto en un entramado que incluye sobreprecios, enfrentamientos políticos, cuestiones de seguridad y ecológicas.
Moconá
El paisaje se vuelve más verde y abundante en laureles, cedros, araucarias. El Parque Provincial Moconá es parte de la Reserva de Biosfera Yabotí. Son 365.000 hectáreas de selva primaria (aquella que nunca fue talada, probablemente por el declive natural del terreno que baja bastante abrupto hacia el río Uruguay). El Soberbio es la base natural de servicios de la zona, pero hay varios lodge de selva también en el área de Colonia La Flor, sobre el arroyo Paraíso, a los que se accede en 4×4. Son una buena opción para descansar y vivir a pleno la exuberante naturaleza de esta zona. También merece una visita Yasí Yateré, el jardín tropical creado por el guardaparques del Parque Moconá, Leo Rangel.
Si los Saltos del Moconá se dejan ver (cuestión que se actualiza diariamente en el sitio web del parque) hay que hacerse tiempo para visitarlos. Además de la navegación, hay dos senderos: Chachí (1.800 m) y La Gruta (1.200 m), y un restaurante con buena cocina. La falla geológica que forma este gran atractivo misionero corre paralela al río a lo largo de unos 3 km. Por eso, según el nivel del cauce, varían de altura, y van de 3 a 4 m en años de crecidas, a 6 u 8 m en años de bajantes. Las lanchas salen desde Piedra del Bugre, sobre el arroyo Yabotí, pero siempre según la altura de las aguas, que está sujeta a las lluvias y si fueron abiertas o no las compuertas de Foz Chapecó, más al norte. En general, como los domingos no trabajan en la represa, el lunes habría alguna chance extra de que las aguas estén bajas. Si abren las compuertas, o llueve demasiado, los saltos se cubren y no pueden verse.
Oberá y Leandro N. Alem
Para regresar a Aristóbulo del Valle y seguir camino hacia Leandro N. Alem conviene tomar la RP 13. El próximo alto es en Oberá, conocido por su Fiesta Nacional del Inmigrante, que en 2022 tendrá su edición 42. El predio del Parque de las Naciones merece una visita, aún fuera de la ocasión del evento, pues permite observar las 16 casas típicas de las distintas colectividades que le dan su idiosincrasia particular al lugar. El emprendimiento conocido como La ruta del té propone conocer las plantaciones de Camellia sinensis que comenzó Basilio, el bisabuelo bielorruso de Carolina Okulovich, en los años 30. Ofrecen visita guiada con degustación, en las 37 hectáreas de campo que incluyen un golf de 9 hoyos, restaurante y casa de té.
Apóstoles
Son los pagos del Chango Spasiuk, y será por eso que les va tan bien el chamamé. Domina el cultivo de la yerba mate, Ilex paraguariensis, la hoja que usaban los guaraníes como bebida, y los jesuitas domesticaron, volvieron arbusto y llevaron a las reducciones. Para conocer más sobre el tema, vale parar en el museo Juan Szychowski que es parte de una yerbatera local. Cuenta la historia del pionero polaco, que hacía sus propias herramientas, diseñó un dique y, en los años 50, fue reconocido por la revista National Geographic. Hay mesas y parrillas cerca del arroyo Chimiray; es un lugar calmo y arbolado, ideal para hacer un picnic o tomar unos mates.
Posadas
La capital misionera renovó su costanera, que llega hasta la playa de El Brete y mide 8 km. Los posadeños se llevan su sillita y su equipo de tereré, y se quedan horas mirando el río. Desde 2013, el emblema del paseo es la escultura metálica de Andresito Guaçurarí, obra del artista de Montecarlo, Gerónimo Rodríguez. Del otro lado del puente internacional San Roque González de Santa Cruz se ven las luces de Encarnación, que atraviesa un momento pujante. La plaza 9 de Julio es el centro de la actividad. Hay hoteles y restaurantes, y muy cerca se halla el Palacio del Mate, que en su planta baja alberga al Museo Municipal de Bellas Artes Lucas Braulio Areco. En el casco histórico están la Casa de Gobierno, conocida como La Rosadita, la Catedral Basílica San José y el Banco Nación. El Mercado Modelo La Placita es el más antiguo y merece una visita.
San Ignacio
De regreso hacia Iguazú, por RN 12, a 60 km de Posadas se detecta un imperdible misionero: las Ruinas de San Ignacio Miní. Esta misión, fundada en 1610 para evangelizar a los pueblos originarios, no es la única (también están la de Santa Ana, Loreto, Corpus Christi y Santa María), pero sí la mejor conservada, o mejor dicho, la más reconstruida. Cuando la Compañía de Jesús fue expulsada en 1767, la misión fue devorada por la selva. El arquitecto Carlos Onetto rescató las ruinas a mediados del siglo pasado. En tiempos de los jesuitas, la vida se organizaba en torno de la plaza: ahí estaban las viviendas de los guaraníes, con techo a dos aguas. En la reducción llegaron a vivir más de 4.500 personas.
Puerto Libertad
La RN 12 sigue hacia el norte poblada de camiones que cargan los rollizos que extraen de la selva. Hay que conducir con cuidado: Misiones es hogar de algunos de los pocos yaguaretés que quedan en Argentina, además de otros va – liosos ejemplares de fauna, y los accidentes en ruta son bastante frecuentes. En Montecarlo, se puede recorrer el laberinto vegetal Juan Vortisch o visitar alguno de sus orquidearios. En Eldorado, la estancia Las Mercedes propone un buen alto: sus anfitriones son tercera y cuarta generación de neozelandeses llegados a Misiones a principios del siglo XX.
En el camino hacia Puerto Libertad, están las Minas de Wanda, gestadas en el mismo proceso geológico que la falla que formó las cataratas del Iguazú. Los túneles de basalto alojan las burbujas de lava que cristalizaron en las curiosas amatistas que sorprenden a los turistas. Antes de llegar a Iguazú, el salto Yasy es una espléndida cascada que se visita en exclusiva desde Puerto Bemberg o con los guías de La Lorenza.