Trump despierta las fuerzas centrípetas de América latina

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Casi al mismo tiempo que Mauricio Macri y Michel Temer relanzaban en Brasilia mecanismos de integración que permanecían aletargados, en Berlín, la canciller Angela Merkel y el presidente uruguayo Tabaré Vázquez subrayaban la importancia de poner en marcha el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Pese a los cantos de sirena anti-globalización, hay todavía muchas regiones del planeta en las que los hacedores de política entienden que los pactos comerciales no son un juego de “suma cero”, sino que agregan valor a cada socio, sea por la difusión de tecnología, las ganancias de escala en la producción, la introducción de mayor competencia en sus mercados, o el desarrollo de las llamadas ventajas comparativas dinámicas. Es temprano para anticipar el alcance disruptivo de las nuevas políticas que se originan en Washington, pero al menos algunos de sus efectos colaterales tienen signo positivo, como es el despertar de las fuerzas centrípetas en buena parte de América latina.

 

Entre 2005 y 2016, el PIB de Perú creció, en forma acumulativa, un 82,7 % y el de Chile lo hizo un 48,0 %. Al este del continente, Argentina, Brasil y Venezuela dilapidaron el boom de commodities que duró hasta 2012, creciendo sólo 32,9 %; 26,1 % y 8,5 %, respectivamente. La fecha para la comparación no es arbitraria. Fue en 2005, en la cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, cuando Hugo Chávez logró el aval de los influenciables presidentes de la Argentina y Brasil para mandar el ALCA… a dónde riman las palabras. La diferencia en las cifras del crecimiento experimentadas desde entonces ilustra sobre el fracaso de una estrategia basada en la percepción de que el boom de commodities habría de durar para siempre, que el engorde del Estado sin cuidar la eficiencia podía ser un motor de desarrollo y que los controles podían sustituir a la competencia como impulsores de la productividad. Aunque los discursos de Mar del Plata alentaran, en teoría, una mayor integración de América latina, en la práctica activaron fuerzas centrífugas que han predominado hasta poco tiempo atrás. Ahora, Brasil y la Argentina intentan cambiar para superar su “crisis de estancamiento”, al tiempo que países como Perú y Chile procuran mejoras adicionales, en una especie de “crisis de crecimiento”. Y la irrupción de Donald Trump aporta los condimentos necesarios para este nuevo escenario que se dibuja en el horizonte, con hitos como las cumbres de Brasilia y Berlín. Así, aunque Estados Unidos, China y Japón habrán de seguir teniendo peso indiscutido, al margen de las políticas de corto plazo que apliquen, se está abriendo camino un triángulo prometedor, si es que efectivamente avanza el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea y se amplían los vasos comunicantes con la Alianza del Pacífico. Dadas las malas experiencias de las últimas décadas, cabe esperar pragmatismo en los negociadores, pero también la certeza de que ya pasó el tiempo de los discursos. El triángulo Alianza del Pacífico/Mercosur/Unión Europea podría tener efectos prácticos significativos para orientar nuevas inversiones en sectores productivos. Los países de la Alianza del Pacífico (además de Perú y Chile; Colombia y México) ya tienen acuerdos de libre comercio con Bruselas, por lo que si el Mercosur negociara con la Unión Europea marcos regulatorios similares y lograra que en las reglas de origen se puedan computar insumos y partes de Chile, Perú y demás países, esto podría impulsar cadenas de valor regionales mucho más competitivas. Ha sido el ex presidente chileno Ricardo Lagos uno de los más firmes impulsores de esta línea de acción. No sólo las circunstancias empujan en esta dirección. Por las condiciones iniciales existe un gran terreno fértil por recorrer, dado el bajo punto de partida:

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• En el Cono Sur, menos del 20 % de las exportaciones de manufacturas industriales tienen como destino la propia región, dato que compara con un 60 % en la Unión Europea y un 45 % en Asia Oriental. • El componente de valor agregado extranjero incorporado en las exportaciones industriales es muy reducido (14,3 % en Brasil y 18,6 % en la Argentina), comparado con países exitosos como Israel (35,1 %) y Finlandia (41,8 %). • Todavía es incipiente la conformación de clusters productivos aguas arriba y debajo de los nodos vinculados a los recursos naturales de cada país. • La sub-inversión en infraestructura y las malas regulaciones hacen que en Logística la Argentina tenga un puntaje de sólo 2,96 sobre 5 y Brasil de 3,09 (ranking del Banco Mundial). Estas limitantes pueden ser, al mismo tiempo, oportunidades de inversión en un mundo que no ofrece demasiadas opciones. Otra ventaja de la región es la ampliación del horizonte en términos macroeconómicos, siempre que puedan consolidarse las políticas en curso en Brasil y la Argentina.

 

Aunque resulte muy oportuno el despertar de las fuerzas centrípetas en América latina, sería un gran error estratégico (como el de 2005, en Mar del Plata, aunque con sesgo distinto) apostar todo a una sola ficha. En términos económicos, el impulso a la integración regional debería ser un complemento, no un sustituto, de la inserción global de cada país. Sólo de ese modo podría ser un instrumento de competitividad. En el aspecto geopolítico, el enfoque multipolar tiene mil ventajas sobre cualquier otra opción. Por ambas vertientes, se puede desembocar en una estructura productiva interna más diversificada y flexible, con mayor capacidad de respuesta a los cambios por venir, que nadie puede anticipar.

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