Hugo Escalada

*Abogado, ex diputado provincial y presidente del Instituto Forestal Provincial

La economía en crisis por culpa de la especulación financiera

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Durante mucho tiempo, aún antes de asumir Macri, dijimos en el recinto de la Cámara de Diputados, que venían a gobernar con deuda y sostenidos por el capital financiero. Hoy queda absolutamente claro que los bancos están entre los grandes beneficiados de la política económica del macrismo. Y no es de extrañar, porque se trata de un esquema que desde el comienzo se basó sobre el endeudamiento externo y local a tasas ruinosas, pero a la vez otorgando todas las garantías necesarias de repago a los acreedores. Este magnífico negocio que siempre gozó de buena salud, el de prestarle al Estado a tasas siderales, en la gestión de Macri ha llegado a niveles no vistos desde la década del 90 y amenaza al futuro gobierno, condicionando desde antes de las elecciones de octubre, con el valor del dólar y el reaseguro de pago de vencimientos usurarios.

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El capitalismo y la democracia están en cuestión

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Tal como es lógico y puede verificarse en la historia, a una crisis económica le sigue, una política. El panorama local es elocuente, pero a nuestros vecinos no les va mejor. En Paraguay menos del 30% de la población cree que su flamante presidente vaya a terminar su gestión y en Brasil – que acaba de entrar en recesión- las cosas no están mucho mejor.

En todo el mundo, la crisis política consiste en que las derechas, que provocaron todas las últimas crisis económicas, no tienen otra cosa que ofrecer. Todos los conflictos actuales expresan la impotencia económica estructural, del sistema capitalista mundial por salir de su propia crisis por sus propios medios y según su propia lógica.

En otras palabras, la continuidad del repliegue capitalista hacia sus núcleos más concentrados y hacia la especulación desenfrenada continuará amenazando la paz mundial -como estamos viendo en el golfo pérsico o en las tensiones de eeuu y china- agravando los conflictos sociales y en último término, deteriorando su expresión política, la democracia.

Y es que, en la presente etapa, cualquier aumento de la producción y productividad, destruye puestos de trabajo. Trataré de explicarlo de manera sencilla: los bienes producidos en mayor cantidad y más rápidamente, se ofrecen en un mercado cada vez menor en términos de poder adquisitivo a causa del desempleo y la caída de la participación de los trabajadores activos en el ingreso. Así la tasa de ganancia se ve reducida lo que lleva a las empresas a intentar achicar costos en proveedores, servicios, etc y en particular en salarios. 

El recurso de mantener o aumentar la tasa de ganancia achicando costos se ve facilitado por: 1. la mayor capacidad de producir bienes con menor trabajo humano –tecnificación- y por ,    2. su consecuencia, un mercado de trabajadores inactivos dispuestos a aceptar salarios y condiciones inferiores -el principal objetivo de los actuales gobiernos de derecha de la región es bajar costos laborales-. Así, y a pesar de algunos éxitos parciales, al final de su recorrido el proceso no hace más que achicar la demanda global.

Las luchas y dramas sociales de la hora expresan una situación insoportable y se manifiestan de distintas formas, pero todas apuntan a resolver esas cuestiones: nuevas organizaciones sociales, nuevas propuestas políticas, sectores de clase “nuevos”, todos buscan su lugar en esta nueva etapa de la lucha de clases.

Pero, el neoliberalismo entró hace unos años en una grave crisis, que afecta al planeta entero y se manifiesta en su propio corazón: los países desarrollados. La salida de la crisis, anunciada a diario por los organismos mundiales es una gran mentira que está dejando  números rojos en materia de empleo y deuda. 

La implacable continuidad del problema en la economía real se manifiesta en su contracara política. La vieja división entre derecha y centro izquierda o populismos, ya no se corresponde con la manera como la mayoría de los votantes responde a los políticos o ve sus necesidades y  allí se encuentra la mayor dificultad para entender cómo actuaron en las últimas elecciones: el capitalismo y la democracia están en cuestión.

Ocurre que existe en general la idea de que los únicos afectados por la crisis económica son los sectores más bajos, las llamadas clases populares, los trabajadores sin mayores capacidades. Pero a la desocupación crónica debe sumarse el hundimiento de la pequeña clase media, por las dificultades o desaparición del pequeño y mediano comercio y el deterioro salarial en el sector servicios. La concentración empresaria y el estancamiento de los salarios medios y profesionales, afecta por su parte a las capas medias y media-altas.

Esta nueva realidad, un presente desconcertante y sin futuro, afecta a la estructura tradicional de millones de familias de casi todas las clases sociales, y como siempre, el hundimiento material de las clases medias tiene un incierto destino político.

La actual lógica de concentración capitalista no deja excedentes materiales para las políticas socialdemócratas o populistas, por ello habrá que ver cómo se gobierna nuestro país y toda la región en un futuro próximo. Vivimos un final de época y nadie tiene recetas definitivas, así que como se dice popularmente “hay para rato”.

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Las PASO y la crisis del periodismo

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El proceso electoral en marcha y el resultado de las PASO han dejado al descubierto mucho más que la fragilidad económica argentina. 

Una serie de factores tecnológicos, de falta de recursos, de desinterés en temas relevantes, de fuerte presencia de temas frívolos en el periodismo, de retorno a un periodismo de tribuna –sesgado y militante– se han juntado en un mismo momento y espacio para causarle una fuerte crisis al periodismo profesional.

La democracia necesita para su funcionamiento efectivo, que fluya información seria, relevante y verificada y que, por tanto, si bien pueden cambiar los formatos y algunas modalidades, el periodismo puro y duro, realizado por profesionales competentes, tiene larga vida por delante frente a un oficio invadido por fake news, bots y trolls

Mucho se habla del fracaso de las encuestas en todas las últimas elecciones, pero nada se dice del fracaso del periodismo argentino. 

El periodismo actual vive dos tipos de crisis: la primera es la económica que lleva décadas reflejándose en todos los ámbitos de la sociedad, y la segunda, el cambio de hábitos que se ha producido en los receptores de la información a la hora de acudir a los medios de comunicación. 

Falta de rigor, falta de calidad de la información, no contrastar información, intereses económicos, políticos y falta de independencia y objetividad entre otras causas evidentes para el público en general.

El retroceso de la calidad y el aumento de la banalización tienen como gravísimo resultado el menoscabo de la credibilidad y de la reputación que atesora cada marca periodística, hoy seriamente cuestionada. Una cualidad, la de ser creíble, de poder ser o merecer ser creído y considerado como una fuente fiable, absolutamente vital para los periodistas y para los medios.

Este tsunami -en el que las distintas causas de la crisis se han retroalimentado- ha tenido como consecuencia  la reducción del número de grandes medios de referencia en la parte alta de la pirámide mediática, donde crece la concentración; la parte media ha quedado relegada a la mínima expresión, porque las empresas informativas de tamaño mediano son las que más han desaparecido durante esta crisis; y la parte baja se ha visto ensanchada, agigantada, por la eclosión de nuevos y pequeños medios.

Como consecuencia de las diversas crisis solapadas se produce la precarización que han sufrido y sufren los periodistas que han mantenido el empleo, dando lugar a un terrible círculo vicioso con peores condiciones laborales, que deteriora la calidad del producto informativo y, por ende, hay menos posibilidades de supervivencia de cada empresa informativa y del mantenimiento del empleo de cada trabajador.

El modelo de negocio tradicional, centrado casi exclusivamente en los ingresos publicitarios, se ha mostrado inservible y obsoleto. En el actual escenario, la gran mayoría de los medios de comunicación no puede subsistir solo con publicidad. Tienen que diversificar obligatoriamente las fuentes de ingresos, abriendo la puerta a los intereses políticos y económicos que utilizan al periodismo para manipular la opinión pública y  los procesos electorales.

Esta precariedad informativa y la disminución del pluralismo informativo afectan a todos los estamentos de la sociedad, con unas consecuencias perversas para esta generación y para las siguientes. Significa un retroceso en la evolución del progreso de la ciudadanía y un empeoramiento de la toma de decisiones en la vida democrática.

La credibilidad de los medios y periodistas viene desapareciendo producto de estas causas y costará mucho recuperar. 

A su vez el poder político debería tomar nota que esto a la larga o a la corta deteriora todo el sistema.

La gran paradoja de nuestros días: suena extraño hablar de precariedad informativa en la conocida como “sociedad de la información”, a la que se ha añadido en los últimos años las redes sociales y los nuevos medios. Pero la sobreabundancia informativa en la sociedad 2.0 termina por convertirse en desinformación. 

¿Ha muerto el periodismo? Contestar a la pregunta con un “sí” implica hacerse heredero de ese viejo lamento de inspiración conservadora: “Todo tiempo pasado fue mejor”. 

Lo que le está pasando al periodismo es, simplemente, que se encuentra inmerso en un profundo proceso de transformación, del mismo modo que muchas otras dinámicas sociales. ¿O no está cambiado el mundo del trabajo, del ocio o de la administración pública cuando lo que predomina es Internet? ¿Desaparecerán trabajo, ocio o administración pública? Pues yo creo que no. Lo que sucede es que se están transformando de raíz. 

Lejos de ver el cambio como amenaza, sería bueno contemplarlo como una oportunidad. 

El periodismo puede ser ahora más plural, al ampliarse el eco de voces disponibles a las que dar cobertura. Puede y debe seguir siendo de utilidad, sobre todo a la hora de organizar un mundo informativamente caótico. En este sentido, el “criterio periodístico” se hace más necesario que nunca ante la amenaza del facilismo y la obsecuencia.

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Las elecciones definen un nuevo round en la puja de modelos

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La batalla cultural consiste, entre otras cuestiones, en la disputa por el significado de las palabras. El neoliberalismo resignificó términos y estableció nuevas asociaciones, por ejemplo afirmando que la democracia se basa exclusivamente en un sistema procedimental de elección de representantes, desestimando su valor como gobierno del pueblo. El Estado, considerado ineficiente y burocrático, debe dejar de “mantener vagos” por lo que conviene achicarlo, cambiando su rol proteccionista y solidario. Decretando el fin de las ideologías un capitalismo financiero vino a deteriorar el mundo del trabajo, denominando modernización y flexibilización laboral a la supresión de derechos de los trabajadores. La igualdad fue sustituida por la meritocracia, mientras que la libertad pasó a significar ausencia de restricciones para el mercado, siendo considerado cada individuo como el libre gestor de su vida. El levantamiento de lo que fueran consideradas como limitaciones condujo a la hiperconcentración económica, política y comunicacional, produciendo severas restricciones a la mayoría social. No solo no liberó sino que encadenó aún más a las mayorías: ya casi nada les está permitido.

El mayor triunfo del neoliberalismo es haber construido los medios para perpetuarse: ganó la batalla por la cultura a nivel global y produjo una nueva subjetividad. El neoliberalismo supo imponer los ideales de consumo, riqueza y libertad individual como fines supremos de la vida humana. Logró que esos ideales, no solo operen como mandatos sociales sino que funcionen como una exigencia pulsional para el sujeto. Los ideales de la época devinieron imperativos quedando el individuo neoliberal atrapado -coaccionado por sí mismo- , en una búsqueda ilimitada de consumo y acumulación, en la que coinciden la exigencia del sujeto y la demanda neoliberal, una exigencia descarnada sin defensas, carente de diques culturales como la vergüenza, la moral o el asco, con un padre destituido que ya no prohibe, sin ideología, resultando en un rechazo de la política y una indiferencia ante el sufrimiento del otro.

Quedó demostrado que no es suficiente llegar al gobierno, es necesario batallar y ganar también la cultura que se disputa permanentemente; el conflicto entre las pulsiones implica una economía y una política del goce que no cesa. 

Nos proponemos hacer referencia a una cuestión que tomó nuevamente plena vigencia en los últimos años, cuando la realidad económica y social de nuestro país hizo evidente la necesidad de marcar claramente las diferencias entre dos proyectos de país. 

Uno de los dos modelos o proyectos de país asume un perfil muy específico de carácter neoliberal, vigente en la época de la dictadura militar y en la década de los ’90, y el otro, con una visión del país nacional y social. Así identificamos uno y otro modelo planteando el análisis desde una perspectiva que enfatiza cómo se significan en ambos la dimensión real del país y se postulan formas contrapuestas de inserción en la economía mundial. Al que denominamos “neoliberal” Aldo Ferrer lo describe con un párrafo algo extenso pero altamente ilustrativo: “Es una pequeña economía abierta que tiene una buena base de recursos naturales y cuyo lugar en el mundo es el que le corresponde en una división del trabajo en la cual hay centros que dominan la tecnología y la industria y, por lo tanto, tenemos una posición periférica”. Esta visión se instaló como dominante de la evolución económica desde la Organización Nacional hasta la crisis del ’30 y  sigue vigente hasta nuestros días, aunque el país se industrializó. Este enfoque postula que el país no tiene ahorro suficiente para acumular para encarar el desarrollo con sus propias fuerzas, que no posee capacidad de innovar y que, por ende, ambos vacíos deben ser llenados por filiales de empresas extranjeras que tengan a su cargo el peso central de la inversión y de la provisión de tecnología, de origen importado.

Hay otra visión que también detenta historia y que afirma que la Argentina es un país grande por su dimensión territorial y su dotación de recursos humanos con alto nivel cultural, con gran capacidad de emprendimiento y de gestión por lo que es capaz de construir un desarrollo nacional integrado al mundo. Aquí se reflejan dos afirmaciones muy conocidas del pensamiento de Aldo: “Vivir con lo nuestro” y reconocer que el país tiene la globalización que se merece.

Es factible construir un desarrollo de perfil nacional, con capacidad operativa y posibilidad de insertarse en el mundo con plena soberanía. Eso es “vivir con lo nuestro”. Y es factible integrarse al mundo a partir de un modelo de desarrollo autónomo, con soberanía nacional, avanzando en una inserción internacional sin subordinaciones ni dependencia.

Que quede claro: ambos modelos –el nacional y popular y el neoliberal– se despliegan dentro de la economía de mercado. 

El primero se caracteriza por el protagonismo del Estado, el impulso soberanista y el énfasis en la inclusión social. El segundo, por su confianza en las virtudes del mercado, la apertura incondicional al orden mundial y la prescindencia en la distribución del ingreso. 

El imaginario neoliberal no reconoce la existencia de un problema de estructura productiva. Concibe la inserción internacional en función de las ventajas comparativas estáticas de la economía, basadas en su dotación de recursos naturales. Confía en los impulsos propios del mercado y rechaza el protagonismo del Estado en la creación de ventajas competitivas dinámicas de base científico-tecnológicas,esenciales en la formación de la estructura productiva. Este último postulado es lo que constituye el justificativo para la adopción de medidas concretas del gobierno de Cambiemos, tales como el arreglo con los fondos “buitre” y todo el resto de las medidas adoptadas (metas de inflación para fijar altas tasas de interés por el Banco Central, apertura de los mercados, reprimarización de las exportaciones, desregulación del movimiento de capitales especulativos, indiferencia ante la remarcación de precios, devaluación innecesaria con la compañía de la supresión de las retenciones), que provocan una inflación acelerada y una reducción del poder adquisitivo de los sectores de menor ingreso.

En el modelo nacional y popular, se torna indispensable, siguiendo a Ferrer, “…rechazar la actitud resignada de especializarse en las manufacturas simples, bajo el supuesto de que hay actividades que, por su complejidad, exceden las posibilidades del país. Con este criterio, China, Corea del Sur y las otras economías emergentes de Asia no serían hoy economías industriales avanzadas. Por ejemplo, nada impide que la Argentina cuente con una o más empresas terminales en la industria automotriz, para integrar las cadenas de valor con motores y componentes avanzados y, al menos, erradicar el creciente déficit externo del sector. Lo mismo puede afirmarse en las industrias vinculadas a las tecnologías de la información y la producción de bienes de capital”.

Es fundamental fortalecer el protagonismo y el entramado de las empresas nacionales, en todas sus dimensiones, pymes y grandes. No se construye un empresariado nacional y el desarrollo del país, delegando el protagonismo en las filiales de las corporaciones transnacionales. No hay empresarios nacionales sin un Estado desarrollista ni desarrollo sin empresarios nacionales. En ningún lado, a lo largo de la historia, el desarrollo ha tenido lugar sobre otras bases que la soberanía, el impulso privado y las políticas públicas. Es necesario un nuevo régimen de inversiones extranjeras. Los mejores referentes al respecto son los existentes en China y Corea del Sur. Se trata de ASOCIAR a la inversión extranjera al proceso de transformación, ORIENTANDOLA a la incorporación de tecnología, la ampliación de los mercados externos y la vinculación con empresas locales. Sobre estas bases, las filiales dejan de ser causa para ser parte de la resolución de la restricción externa. Para estos fines es preciso erradicar el vocablo de uso frecuente ‘atraer inversiones’, que implica que el origen de la inversión es esencialmente extranjera, cuando, en la realidad, la fuente fundamental del financiamiento es el ahorro interno. A nivel mundial, las inversiones extranjeras contribuyen con 10% de la acumulación de capital fijo. El 90% restante se financia con ahorro interno de los países.

En este contrapunto de dos proyectos irreconciliables, mi voto a favor de Alberto Fernández encuentra su plena justificación ante el avance del neoliberalismo, regresivo y excluyente, frente al cual hace falta decisión política y suficiente densidad nacional para acometer la aventura del desarrollo inclusivo y soberano.

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¿Hacia dónde vamos?

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Arcor es la principal empresa de alimentos de Argentina, el primer productor mundial de caramelos duros y el principal exportador de golosinas de Argentina, Brasil, Chile y Perú constituyendo una de las empresas líderes de galletas, alfajores y cereales en toda América Latina.
Es el grupo argentino con mayor cantidad de mercados abiertos en el mundo produciendo tres millones de kilos de productos por día. En el año 2000 su presidente Luis Pagani, fue el primer empresario latinoamericano en ingresar al Candy Hall of Fame, la más alta distinción que otorga la National Confectionery Sales Association (NCSA) de Estados Unidos de América. En síntesis: una empresa muy bien administrada.
Pero Arcor hoy, con la gestión de Cambiemos está en problemas.
En éstos días salió un informe de una evaluadora de riesgos a la que obligatoriamente Arcor le debe mostrar sus números pues tiene capital flotante en el mercado accionario y en el de capitales, puso obligaciones negociables en bolsa, que fueron compradas por inversores y las reglas son claras en cuanto a tenerlos informados de cuál es su situación. Este informe es categórico: en todos sus indicadores le da mal. Y esto es un doble problema pues tiene vencimientos de deuda que si no los paga los deja al borde del default.
Arcor tiene 15.000 trabajadores y era impensable que pudiera tener estos problemas. Es el mismo equipo al que le iba muy bien y ahora le va muy mal. Que paso?, la macroeconomía no ayuda.
No aguanta Arcor, no aguanta Aluar, no aguanta Coto, no aguanta Madanes (Fate), no aguanta Toledo y muchas otras grandes empresas. Este es el gran dato y no las disputas electorales en ciernes.
Lo dijimos hace ya más de tres años, en los medios y en la Cámara de Representantes. Dijimos que este era un gobierno que venía sostenido por el capital financiero internacional, que venían a especular y tomar deuda y que por ende iban a atentar contra el capital productivo.
Dijimos que esto no era como en los ’90 que era peor y lo diferenciamos claramente del neoliberalismo. Esto no es neoliberalismo. El neoliberalismo concentra el capital. Nuestra discusión en los ’90 era que esa concentración no se derramaba como ellos decían que ocurriría. Hoy la quiebra de pymes y grandes empresas demuestra claramente lo que adelantamos: no hay concentración de capital, por eso quiebran.
Este es un modelo que claramente no satisface al conjunto de la población. El objetivo debe ser que las empresas tengan rentabilidad y por ende que los salarios tengan poder adquisitivo. Para ello hay que salir de la especulación actual e ir a un modelo que apueste urgente a la producción y genere trabajo, y en la medida que se crezca se vaya absorbiendo la desocupación que es producto del actual desmanejo.
Para que un modelo satisfaga al conjunto de la población se debe empezar por el precio de los alimentos básicos que deben ser lo suficientemente accesibles como para que, una vez adquiridos, dejen en el bolsillo algo más para el consumo, el cual a su vez opera de reactivador económico: la rueda virtuosa de la economía. El ajuste mata cualquier economía. Las prioridades están invertidas y el objetivo del gobierno es que el dólar no se dispare para poder tener chances electorales en octubre, ahogando a la producción con tasas imposibles de sostener. Así no llegamos a fin de año. Hace más de ocho años que no crecemos y esa debería ser la única prioridad.
Las empresas argentinas se están fundiendo por no poder vender lo que producen y a raíz de ello no podrán sostener a sus empleados. Han cerrado diez mil pymes y peligran grandes empresas. La inflación está lejos de ser controlada y aún con el dólar quieto y con recesión estará por encima del 35% este año. Eso volverá a comerse el poder adquisitivo de la gente y ello a su vez profundizará la caída del consumo y la recesión.
Hasta que no se entienda ésta cuestión básica -que Macri ha elegido ignorar- no habrá salida.
Es importante abordar este debate acerca del modelo económico futuro para no volver a confundir al electorado con candidaturas que no expresan nada y vacían de contenido a la ya deficitaria política argentina.
Ningún presidente ni partido político podrá solucionar la crisis que heredará. Se necesitan acuerdos y volumen político para enfrentar las secuelas que dejarán estos cuatro años de timba financiera, endeudamiento y extrema dependencia externa.
Ha llegado la hora de hablar claro, muy claro. La gente debe demandar claras propuestas de los candidatos acerca de estos temas y claras definiciones acerca del rumbo que tomarán.
Al actual ritmo de degradación económica los tiempos electorales quedan lejos, muy lejos.

 
 
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