Juan Rubén Martínez

Obispo de Posadas.

La maternidad es vida

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 1 de Adviento [1 de diciembre de 2019]

Estamos iniciando el tiempo del adviento, o sea, de preparación para celebrar la Navidad. Desde ya que todos sentimos el cansancio del fin de un año que se nos presentó en muchos aspectos difícil y exigente. En este contexto la liturgia del adviento nos invita a animarnos en la esperanza.

El Evangelio de este domingo (Mt 24,37-44), nos exhorta a la vigilancia y a la fidelidad: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada» (Mt 24,42-44).

La liturgia del adviento subraya el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza «escatológica», la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta perspectiva que nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esto sería una esperanza alienante y la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo.

No claudicamos en la esperanza y creemos que las cosas pueden mejorar si mejoramos nosotros y nos convertimos a Dios y a algunos valores indispensables como la vida, la verdad y la justicia. Pero tampoco podemos dejar de tener los pies sobre la tierra y ser claros frente a los problemas que se nos presentan.

Sorprende cómo en muchos medios de comunicación, en publicaciones, o en comentarios de algunos políticos y funcionarios, cuando se habla del tema de la maternidad, se lo plantea como un problema a resolver, ligado al crecimiento demográfico y a la pobreza. En Misiones, la tasa de natalidad, es decir el número de nacimientos por año, es superior a la media nacional. Algunas miradas ven esto como un problema e incluso se alarman. Sobre todo porque las tasas de natalidad altas se ven en madres pobres.

Los organismos internacionales permanentemente presionan para que el problema de la pobreza se solucione con una fuerte reducción de la natalidad. En esa línea proponen leyes que legalicen el aborto aludiendo que es el camino que siguen los países modernos. Les cuesta entender que la solución de la pobreza tiene que plantearse desde una mejor distribución de la riqueza, de la equidad y desde la justicia social, y no desde la eliminación de los niños por nacer. La avaricia va sometiéndonos a un sector del mundo que acumula y concentra riqueza y poder, y no se dispone a distribuir mejor desde la justicia y la equidad social

Considero oportuno recordar un texto de Aparecida sobre este tema: «Si esta opción [por los pobres] está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).

De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (393-394)

El egoísmo y la falta del sentido del bien común están en la raíz de nuestros males. En este domingo de adviento, la Palabra de Dios nos exhorta a que estemos prevenidos, porque el Señor vendrá a la hora menos pensada. Evidentemente nuestra sociedad necesita convertirse al bien común y a la justicia. La esperanza cristiana nos impulsa a sentirnos responsables para revertir el flagelo de la exclusión.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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En Loreto iniciamos el año Mariano

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 33 durante el año [17 de noviembre de 2019]

Este sábado 16 y domingo 17 estamos realizando nuestra 18º peregrinación a nuestro «Santuario Diocesano de Loreto». Como todos los años este tercer domingo de noviembre a las 9,00hs celebramos la Misa principal en memoria de nuestros Santos Mártires de las Misiones, San Roque González de Santa Cruz, San Juan del Castillo y San Alonso Rodríguez, junto a nuestra Madre de Loreto, patrona de las Misiones. Allí nos reunimos desde toda la región y Provincia, para profundizar la memoria de la evangelización, y renovamos nuestra fe para proyectarnos en el ardor misionero.

Mucha gente durante meses prepara esta peregrinación expresando el compromiso evangelizador. A Loreto llegan peregrinos caminando, en bicicletas, colectivos o en autos, para celebrar la fe y la vida en tantos siglos de evangelización. Los peregrinos podrán visitar las Reducciones, la capilla de la Virgen donde está nuestra Madre, la recuperación de los 1500 metros de la vía procesional al Monte Calvario donde está el Vía Crucis bíblico y nuestro Templo Mayor de los Mártires. Aquí están los restos de uno de los jesuitas protagonistas de las Misiones: el Padre Antonio Ruiz de Montoya. En este lugar alimentamos nuestra espiritualidad y nuestro compromiso para ser, como Pueblo de Dios, los testigos de nuestra Fe en Jesucristo. Con esta celebración iniciamos el Año Mariano en la diócesis y nos disponemos a vivir el «IV Congreso Mariano Nacional» en Catamarca que se realizará del 23 al 26 de abril del año próximo.

En esta celebración en Loreto quiero reflexionar cuatro palabras que pueden ser importantes de considerar especialmente en estos días: «comunión», «alegría», «misión» y «esperanza». Profundizar estos términos implicará seguir asumiendo el compromiso con el camino que estamos realizando en relación a nuestro primer Sínodo Diocesano, la aplicación del documento de Aparecida y especialmente, de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium..

La primera palabra es «comunión». El Señor nos enseña que no seremos creíbles en el anuncio del Reino si no buscamos amarnos los unos a los otros. Desde hace años venimos acentuando la eclesiología de comunión y la necesidad de una mayor pastoral orgánica tan reclamada en nuestro Sínodo. El encuentro en Loreto de todos los que peregrinamos como Diócesis, con las únicas Misas durante esa mañana en el Santuario, expresará la comunión y el compromiso de santidad y misión en nuestro tiempo. Nos reunimos como pueblo de Dios y nos comprometeremos en la comunión y participación a asumir esta dimensión de la revelación expresada en la eclesiología del Concilio Vaticano II.

Quizá la expresión más apropiada sea «la alegría del Espíritu». Tanto en Aparecida, como en nuestro Sínodo hemos expresado la alegría del don de ser discípulos. Esta alegría del Espíritu muchas veces, es portadora de la cruz, de dolores y sufrimientos, pero que por la fe se van convirtiendo en «Pascua».

Podremos evangelizar si estamos agradecidos por este don maravilloso y gratuito que hemos recibido de ser discípulos y misioneros de Él.

La tercera palabra es «misión». Como se plantea en varias oportunidades en las orientaciones pastorales retomando expresiones de Aparecida, necesitamos seguir asumiendo «la conversión pastoral y renovación misionera» de los agentes y estructuras de nuestras comunidades. La misión la entendemos no como un acontecimiento extraordinario, sino en la cotidianidad de nuestras motivaciones, estructuras, metodología, lenguaje…

Finalmente quiero subrayar la palabra «esperanza». Desde Loreto, celebramos la memoria, agradecemos y ofrecemos el presente, nos proyectaremos en la esperanza, y nos comprometeremos a ser testigos como lo fueron los Mártires de nuestras Misiones, los Santos Roque, Juan y Alonso. A pesar de las persecuciones y dificultades de nuestro tiempo no claudicamos porque tenemos la certeza de Jesucristo, el Señor, quien es nuestra esperanza.

El Papa Francisco nos recuerda que «la condición que se pone a los discípulos del Señor Jesús, para ser evangelizadores coherentes, es sembrar signos tangibles de esperanza». En este domingo en que celebramos también la «III Jornada Mundial de los pobres», el Papa nos invita a ser portadores de esperanza y consuelo especialmente para los pobres, y que nos comprometamos para que esta Jornada Mundial pueda reforzar en muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta
privado de cercanía y solidaridad.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Dios no es algo, es alguien

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 32 durante el año [10 de noviembre de 2019]

Así como ocurría en la época de Jesús, actualmente también nos encontramos con una invasión de propuestas religiosas que toman aspectos de la fe cristiana y los mezclan con esoterismo, ocultismo, magia, pseudo-psicología, curandería o «ciencias alternativas» y sin problemas siguen denominándose cristianas o católicas.

El texto del Evangelio de este domingo (Lc 20,27-38), nos habla sobre uno de los temas centrales de nuestra fe: «La resurrección». El Señor responde a los saduceos que la negaban: «Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Todos en efecto viven para él» (Lc 20,37-38).

San Juan Pablo II en la carta «Novo Milennio Ineunte», nos señala la importancia de contemplar en este inicio de milenio, el rostro de Cristo resucitado: «esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (1 Cor 15,14). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo, ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría… La Iglesia animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él es el mismo ayer, hoy y siempre» (NMI 28).

Con frecuencia nos encontramos con algunos que se manifiestan cristianos, pero por desconocer la centralidad de la Resurrección para la fe, creen en la reencarnación o sea en que su espíritu vivió en otras personas u otros seres vivientes, en diferentes épocas del pasado y se encaminan a vivir otras vidas en el futuro. Sin darse cuenta de que la reencarnación no es compatible con la revelación cristiana y con la resurrección. Otros, erróneamente, le ponen el nombre de ecumenismo o espíritu amplio a aceptar cualquier propuesta supersticiosa o sincretista (mezcla de todo). El ecumenismo es un camino de comunión muy importante, querido por Dios y que hemos iniciado los cristianos, que no intenta una mera unificación mezclando todo, sino que busca la profundización de la verdad y del misterio de Dios. Es uno de los grandes desafíos para los cristianos, pero también es cierto que muchos confunden eclecticismo con ecumenismo.

Hace algún tiempo la Comisión Episcopal de Fe y Cultura emitió un documento llamado «Frente a la Nueva Era». La lectura del mismo es importante porque aclara que este fenómeno cultural posmoderno, se refiere a lo religioso, pero «lo vacía de trascendencia» y por lo tanto no cree en la vida eterna y menos en la Resurrección, tema que el Señor subraya en el texto bíblico de este domingo. Dicho documento nos dice: «Como hemos indicado, la Nueva Era no se presenta propiamente como una religión, busca ponerse por sobre las religiones, por sobre la división que significan los diversos credos, para profesar el culto de la unidad. Se habla propiamente de técnicas de oración: de un “desarrollo crítico”, de potenciar las “dimensiones espirituales” del hombre, de un cosmos donde la “ley suprema es el Amor”. En el caso particular de nuestro país, sus difusores más fervorosos se manifiestan públicamente y sin ningún reparo como católicos, y se alude reiteradamente a figuras culturalmente distintivas de lo católico, como la Madre Teresa de Calcuta o el mismo Santo Padre» (5).

Todo esto provoca en el Pueblo de Dios confusión e interrogantes por poner todo en un paquete: la fe católica, los seres y astros extraterrestres, las flores de Bach, la reencarnación, la invocación a entidades misteriosas, la adoración a la diosa Gaia. Últimamente celebraciones ligadas a la brujería. Los cristianos estamos convencidos de que Cristo es el Señor de la Historia y de que en Él encontramos todas nuestras respuestas. El texto del Evangelio de este domingo nos habla sobre la resurrección, al igual que la primera lectura del segundo libros de los Macabeos. La resurrección del Señor es un tema central para los cristianos, que debe impregnar nuestra cotidianidad y sostenernos en la esperanza. Por esta certeza sabemos que, aún en medio de tanta incertidumbre y desorientación en nuestro tiempo, tenemos la seguridad de que tiene sentido buscar caminos nuevos, que impliquen la participación y el protagonismo comprometido en nuestra historia, porque en definitiva la Vida triunfa sobre la muerte.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Globalizar la ética social

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 31 durante el año [3 de noviembre de 2019]

Como cada año nos venimos preparando para nuestra peregrinación a Loreto. El próximo domingo 17 de noviembre nos encontraremos en la celebración de la Misa principal a las 9,00 hs. en nuestro Santuario Diocesano. Desde el sábado 16 se iniciará la peregrinación desde distintos lugares de la Diócesis. Muchos lo harán caminando, en bicicletas, en colectivos desde las comunidades, o en autos.

Nos acercaremos para estar con nuestra madre de Loreto que es la Patrona de las Misiones y protectora de las familias. Como pueblo de Dios iremos a agradecer y a pedir. Además, con esta celebración iniciaremos el «Año Mariano» y nuestra preparación para el Congreso Mariano Nacional que se hará en Catamarca.

El Evangelio de este domingo nos presenta la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10). San Lucas nos muestra a un publicano de nombre Zaqueo. Seguramente un hombre poco escrupuloso en los negocios y el texto nos dice que tenía muchas riquezas y que era el jefe de los publicanos. Zaqueo deseó la conversión y Jesús miró su corazón: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más» (Lc 19,8). El Señor no tuvo reparo en alojarse en su casa, comunicándole que le había llegado la Salvación.

En algunas oportunidades escuchamos expresiones como: «Es imposible que este hombre cambie». Seguramente si profundizamos en el fundamento de semejante afirmación podremos captar algunas de sus razones, de su historia personal y familiar, de un pasado turbulento, la dureza de corazón,… Sin embargo, tenemos que responder categóricamente que, cerrar la posibilidad de cambio o conversión a una persona es un error y por supuesto no es cristiano. Todo hombre o mujer, por más que haya cometido el peor de los delitos o tenga los peores pecados, puede convertirse a Dios y cambiar sus actitudes con sus hermanos y esto hasta el último minuto de su vida.

Al comentar este relato de la conversión de Zaqueo, no dudo en señalar la aplicación de este texto no sólo a nuestra situación personal, sino a la necesidad de plantearnos siempre la conversión de nuestra sociedad, de las personas y de las estructuras. Necesitamos tener una mayor conciencia moral que apunte sobre todo a una verdadera ética ciudadana, que desde actitudes egoístas se encamine hacia la globalización de la solidaridad.

En Aparecida, haciendo referencia a la globalización señalamos: «La globalización es un fenómeno complejo que posee diversas dimensiones (económicas, políticas, culturales, comunicacionales, etc.).

Para su justa valoración, es necesaria una comprensión analítica y diferenciada que permita detectar tanto sus aspectos positivos como negativos. Lamentablemente, la cara más extendida y exitosa de la globalización es su dimensión económica, que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana… Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no solo recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información y de los recursos humanos, lo que produce exclusión…» (DA 61-62). «Por ello frente a esta forma de globalización, sentimos un fuerte llamado para promover una globalización diferente que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos, haciendo de América Latina el continente del amor» (DA 64)

La conversión de Zaqueo, el publicano enriquecido injustamente, así como el mejoramiento de nuestra conciencia social y ética ciudadana y solidaria, nos permitirán ahondar en una inclusión social más consistente. El jefe de los publicanos, Zaqueo, percibió que la salvación llegaba convirtiéndose a Dios y tratando de reparar sus pecados, sobre todo percibió la mirada misericordiosa de Jesucristo. Los cristianos debemos sabernos responsables de trabajar por globalizar la solidaridad construyendo en esperanza.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Rezamos por nuestra Patria

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 30 durante el año [27 de octubre de 2019]

Este 27 de octubre es un día muy importante para nuestra Patria porque estamos eligiendo sobre todo al Presidente de la Nación que conducirá desde su rol el destino de los argentinos en los próximos años. En cada misa tendremos presente un pedido especial a Dios por nuestra Patria, para que los argentinos votemos con responsabilidad y compromiso por el bien común y por un futuro con esperanza.

En el texto del Evangelio de este domingo (Lc 18,9-14), el Señor nos presenta la parábola del fariseo y el publicano. San Lucas hace una apreciación sobre quiénes eran los fariseos: «algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9).

Leyendo la Palabra de Dios notamos que los fariseos tenían un gran celo por la Ley (cfr. Mt 23,15) y solicitud por la perfección y la pureza (cfr. Mt 5,20), pero se ataban a las tradiciones rigoristas y humanas que los hacían cometer excesos, despreciaban a los ignorantes en nombre de su propia justicia (cfr. Lc 18,11), impedían el contacto con los pecadores y publicanos, limitando así su horizonte relacionado al amor a Dios y a los hermanos, que es el caracú y la clave de comprensión de la Palabra de Dios. Creo que es conveniente que leamos detenidamente la parábola de este domingo, porque en ella encontramos elementos profundos y necesarios en la espiritualidad y religiosidad del cristiano.

En esta reflexión quiero que pongamos la mirada especialmente en la actitud del publicano de la parábola.

El texto del Evangelio nos dice: «Manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo ¡Dios mío, ten piedad de mí, porque soy un pecador!» (Lc 18,13). En realidad, a este publicano se le abrieron las puertas del Reino que el Señor anunciaba por su humildad y pobreza de espíritu: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.» (Mt 5,3).

El documento de Aparecida señala esta clave de la acción evangelizadora de la Iglesia y de toda búsqueda de espiritualidad que es «la opción preferencial por los pobres y excluidos» y la necesidad de considerar que todo evangelizador solo podrá cumplir su misión tomando la actitud del publicano del Evangelio que es la pequeñez y la pobreza. El texto nos dice: «Nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (Heb 2,11-12). Ella, sin embargo, no es exclusiva, ni excluyente.

Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ilumina el misterio de Cristo. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre. […] El servicio de la caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral» (DA 392-394).

A diferencia del publicano de la parábola, el fariseísmo tiene grandes similitudes con lo que hoy llamamos «fundamentalismos» o bien, «integrismos». En general, el error consiste en absolutizar su postura y condenar al que piensa distinto y sobre todo sentirse superior y mejor que los otros. Aún hoy tenemos en el mismo cristianismo posturas fundamentalistas o integristas.

Es cierto que aquello que más abunda son nuevas formas de fundamentalismos que debemos considerarlas especialmente y aparecen engañosamente como los adalides de la libertad y el pluralismo, y sostienen duramente una nueva «dictadura del relativismo». Son los que sostienen que no existen ni la verdad, ni los valores, ni los principios, y condenan con apodos y rotulaciones a quienes no se someten a relativizarlo todo. Este falso pluralismo autoritario, también es una nueva forma de fundamentalismo.

Estos fundamentalismos, por su soberbia, siempre son generadores de violencia. Sin embargo, aquellos que comprendan el valor de la pobreza espiritual y de la humildad, y la pongan en práctica, serán constructores de una sociedad mejor.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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