Juan Rubén Martínez

Obispo de Posadas.

Sanaciones paganas o bien Oración por los enfermos

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 29 durante el año [20 de octubre de 2019]

En el inicio de esta carta quiero pedir especialmente en este día por todas las madres. Nuestra gente sencilla, el pueblo que no forma parte ni del poder mediático, ni de ideologías de género, ni de luchas feministas fundamentalistas, tiene una gran veneración por la maternidad. La maternidad alegra el corazón de la mujer y de las familias. La maternidad es un don, el don de la vida.

El texto del Evangelio de este domingo (Lc 18,1-8), nos presenta a Jesús enseñando con una parábola, que es necesario orar siempre sin desanimarse. Nos dice que si un hombre injusto es capaz de escuchar a quien insiste para no seguir siendo molestado, con cuanta más razón Dios escuchará a sus elegidos que claman a él día y noche.

Desde ya que debemos considerar de gran valor que nuestra gente tenga una fuerte búsqueda de espiritualidad aún en un medioambiente secularista. Pero es cierto que la religiosidad si no asume un camino de maduración en la fe, puede quedar anclada en meras devociones, acciones rituales vaciadas de compromisos con la vida y hasta el riesgo de generar desequilibrios afectivos y sicológicos. En este sentido en el documento del Episcopado argentino «Navega mar adentro» se hace referencia a los desvíos religiosos provocados por algunas sectas, pero también a posturas parecidas que pueden darse en nuestras comunidades y hasta en sacerdotes y predicadores que no ayudan a madurar la fe de nuestro pueblo. «El hambre de Dios que tiene nuestro pueblo se ve tentado por una oferta masiva de algunas sectas que presentan la religión como un mero artículo de consumo, y con acciones proselitistas ganan adeptos al proponer una fe individualista, carente de compromisos sociales, estables y solidarios, proclamando una mágica intervención de lo alto que hace prosperar y sana» (NMA 30).

Considero conveniente recordar que la fe para los cristianos está ligada al misterio de la Encarnación y de la Pascua. Es preocupante ver cómo hay cristianos que vinculan las enfermedades físicas al pecado y al demonio, acentuado por reuniones litúrgicas en donde Dios obra sanaciones y la salud. Es cierto que Dios puede obrar milagros, pero estos hechos son extraordinarios y tienen poco que ver con estos encuentros de sanación rituales y masivos. Muchas veces la superstición cultural también lleva a considerar posesiones del demonio y necesidad de exorcismos donde en realidad hay problemas de enfermedades físicas o psicológicas. Con esta actitud no se respeta la justa autonomía de las realidades naturales que nos señala el Concilio Vaticano II, en la constitución «Gaudium et Spes». La misma nos dice: « Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe» (GS 36).

Considero que debemos meditar seriamente este texto y enseñanza del Concilio, ya que en la acción evangelizadora de la Iglesia, no podemos asumir recursos efectistas o bien proselitistas para sumar gente.

El anuncio evangelizador para que sea salvífico requerirá siempre no eludir la Pascua, o sea, el valor del sufrimiento y de la cruz para encaminarnos a la vida nueva de los hijos de Dios. En mi vida sacerdotal me ha tocado acompañar a muchos enfermos que estaban en estado de gracia y siguieron estando enfermos y nunca he dudado y ellos tampoco, que su sufrimiento tenía un sentido redentor. En todo caso siempre debe quedar claro que nuestra oración por los enfermos y la sanación espiritual que realizamos respetan la autonomía del orden natural y que los milagros que Dios puede obrar son hechos extraordinarios y poco tienen que ver con la fe de la Iglesia estas sanaciones mediáticas y masivas.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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La Fe encarnada en la vida

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 25 durante el año [22 de septiembre de 2019]

En estos días hemos tenido especialmente presente a nuestros maestros y profesores. El 17 de este mes celebramos y recordamos especialmente a los profesores. Esta fecha fue elegida haciendo memoria de un gran hombre de nuestra historia: José Manuel Estrada, que falleció el 17 de septiembre de 1894. «Estrada fue profesor, historiador puntilloso y católico practicante. Escritor, periodista y político, todo lo cual lo transformó en uno de los más fieles exponentes del pensamiento argentino en los inicios de la modernidad de nuestra Nación». Muchas veces reflexionamos sobre el rol del laico y la necesidad del compromiso entre fe y vida, criterios y cultura.

En Estrada y otros tantos hombres y mujeres de ayer y de hoy, podemos encontrar testimonios que nos indican que fundamentalmente desde el compromiso de la gente podemos tener esperanza.

Pero también es cierto, y debemos señalarlo, que en este inicio del siglo XXI nos encontramos con la necesidad de superar las causas que provocan tantas rupturas entre la fe y la piedad de los cristianos por una lado, y el compromiso de vida y los criterios cotidianos, por otro.

Lamentablemente esto trae serios problemas a la acción evangelizadora de la Iglesia. Algunas de esas causas las encontramos en planteos erróneos de espiritualidad. No son pocos los cristianos que encierran la dimensión religiosa en la sola práctica de actos de piedad y en la vida diaria se sienten liberados a obrar de cualquier manera, sin ningún criterio ético. Desde ya que esto es una visión errónea e incluso ritualista y pagana de la religiosidad.

Los cristianos debemos saber que la espiritualidad necesita de la piedad, de la oración personal, comunitaria y de la vida sacramental, pero todo esto debe llevarnos a captar cuál es la voluntad de Dios y ponerla en práctica en nuestro obrar cotidiano.

Nos puede ayudar el texto del Profeta Amós que leemos este domingo [Am 8,4-7]. El profeta enumera un listado de infidelidades e injusticias que el pueblo elegido cometía, violando la Alianza hecha con Dios: «Ustedes dicen ¿Cuándo pasará el novilunio para que podamos vender el grano, y el sábado, para dar salida al trigo? Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar, compraremos a los débiles con dinero y al indigente por un par de sandalias, y venderemos hasta los deshechos del trigo”. El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de sus acciones» [Am 8,5-7].

La espiritualidad cristiana necesita que la fe esté encarnada en la vida como nos dice Santiago en su carta: «Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos» [Sant 1,22]. Si bien la espiritualidad nos implica a todos los bautizados, en nuestros días es fundamental la comprensión de este desafío por parte del laicado que es la gran mayoría del pueblo de Dios. Evangelizar la cultura implicará poner en práctica la voluntad de Dios en la familia, en el trabajo, en la política, en la escuela y en los medios de comunicación.

Es importante recordar un texto de las conclusiones del documento de Aparecida, en donde se señalaba respecto de los laicos: «Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio.

El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de la realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los mass media, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento. Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta» [DA 210]. En este contexto y en la necesidad de evangelizar la cultura, adquieren especial relieve figuras ejemplares como la de José Manuel Estrada. No dudamos en que nuestra Patria se fue construyendo con hombres y mujeres con ideales. La mediocridad del pragmatismo que siempre es materialista, es una de las causas de la crisis en la que estamos.

El Evangelio de este domingo [Lc 16,1-13], nos dice que «ningún servidor puede servir a dos señores. No se puede servir a Dios y al dinero». Los cristianos debemos tener a Dios en nuestro corazón y también sus enseñanzas, asumiendo la vida cotidiana, como lo hacemos, pero evitando servir a ídolos.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Evangelizar y humanizar la ciudad

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 24 durante el año [15 de septiembre de 2019]

Este domingo el Evangelio que leemos (Lc 15,1-32), nos presenta las llamadas parábolas de la misericordia de Dios. En realidad, son las respuestas en parábolas que el Señor da a los fariseos y los escribas que se escandalizaban y murmuraban contra Él: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,2). El Señor les responde con la parábola de la oveja perdida, de la moneda perdida y encontrada, y del padre misericordioso. Les dice: «Les aseguro que de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7).

Desde ya que esta Palabra de Dios que leemos nos ayuda a profundizar sobre la necesaria conversión que tenemos que realizar los cristianos, tanto a nivel personal, como eclesial. En nuestra Diócesis nos hemos planteado en el primer Sínodo la necesidad de asumir el documento de Aparecida, sobre todo en los desafíos de ser Misioneros de Jesucristo, buscando nuevas estrategias de evangelización, y de ser más discípulos profundizando la formación como camino al discipulado. Todo esto se vio ratificado con el pontificado del Papa Francisco, a través de sus encíclicas, sus gestos y sus palabras.

El desafío de nuestro tiempo será salir a buscar a aquellos que no lo conocen a Dios, a los que no están. Es interesante la referencia específica que realiza Aparecida a los nuevos problemas que presenta la pastoral urbana y que también nos debe hacer reflexionar a nosotros: «La ciudad se ha convertido en el lugar propio de nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un nuevo lenguaje y una nueva simbología.

Esta mentalidad urbana se extiende también al mismo mundo rural. En definitiva, la ciudad trata de armonizar la necesidad del desarrollo con el desarrollo de las necesidades fracasando frecuentemente en este propósito… La Iglesia en sus inicios se formó en las grandes ciudades de su tiempo y se sirvió de ellas para extenderse. Por eso, podemos realizar con alegría y valentía la evangelización de la ciudad actual. Ante la nueva realidad de la ciudad se realizan en la Iglesia nuevas experiencias, tales como la renovación de las parroquias, sectorización, nuevos ministerios, nuevas asociaciones, grupos, comunidades y movimientos. Pero se notan actitudes de miedo a la pastoral urbana; tendencias a encerrarse en los métodos antiguos y de tomar una actitud de defensa ante la nueva cultura, de sentimientos de impotencia ante las grandes dificultades de las ciudades» (DA 511-513).

En la Diócesis venimos buscando caminos que nos movilicen a vivir esta dimensión discipular y misionera, sabiendo que no podemos evangelizar si no amamos. Si no vemos al mundo y al hombre -varón y mujer concretos de hoy- con cierto optimismo, positivamente; si no tratamos de ver también que la semilla del Verbo está en nuestra realidad; si no tenemos una actitud de amor y diálogo, no podemos captar los códigos desde los cuales tendremos que evangelizar.

Tendremos que proponernos vivir este espíritu de salida, un salir misionero, ir a todos, a los más alejados y a los que están más excluidos. Como obispo y pastor de la diócesis, me alegra profundamente el esfuerzo de las comunidades por asumir el desafío de buscar caminos de misión que respondan a tantas demandas que se van intensificando. A veces nos sentimos insuficientes, pero debemos agradecer a Dios que nuestros laicos, consagrados, diáconos y sacerdotes ponen el corazón para que podamos ser una Iglesia cada día un poco más samaritana y misionera, que con misericordia sale al encuentro de los que sufren y están excluidos. Este fin de semana en nuestro Santuario de Loreto, hemos tenido la «Asamblea diocesana de la Familia» en donde los matrimonios delegados de las parroquias y los movimientos eclesiales, junto al Secretariado diocesano para la Familia, nos planteamos el camino pastoral que vamos realizando desde «Amoris Laetitia», documento asumido en la Asamblea diocesana de junio de 2017 con el deseo de acompañar con misericordia desde la tarea evangelizadora a las familias de nuestra diócesis. Hemos puesto todo lo vivido a los pies de nuestra madre de Loreto. Ella es patrona de las familias y, desde el santuario de Loreto como «casa de Nazaret» acompaña con amor de madre las situaciones de alegría y dolor.

Pidamos que en este domingo las parábolas de la misericordia nos ayuden a ser una Iglesia Samaritana y misionera.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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La solidaridad de nuestra gente

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 21 durante el año [25 de agosto de 2019]

En el Evangelio de este domingo (Lc 13,22-30), el Señor nos presenta algunas condiciones para participar del banquete del amor, o del Reino. Desde ya, su propuesta es exigente: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (Lc 13,24). Es cierto que sólo podemos asumir las exigencias o condiciones, cuando descubrimos el tesoro. En el texto Jesús nos plantea que ese tesoro es el Reino de Dios, en definitiva, este nuevo Reino es el Reino del Amor.

Considero importante que intentemos profundizar sobre el sentido cristiano de la palabra amor. Muchas veces escuchamos el uso de esta palabra vaciada del significado profundo que tiene.

Es comprensible que esto ocurra en el contexto de nuestra época que tiende a superficializar las propuestas y presentarnos cosas que parecen ser, pero no son. Tenemos bebidas, comidas y a veces hasta relaciones humanas que son solamente light. En este contexto la palabra amor se liga a logros sensibles, a cuestiones circunstanciales y sin compromiso.

El amor que nos propone Jesús para ingresar a su Reino nos plantea que: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13). Nos quedamos sorprendidos de cómo muchos luchan por acceder a otro tipo de reino, el reino del poder, tener y placer. Reinos temporales que son absolutizados e idolatrizados. ¿Cómo hacer entender que la idolatría, no llena ni plenifica el corazón humano? Es lamentable tener que señalar que, aún en contextos que se dicen cristianos, es muy difícil encontrar actitudes que estén realmente motivadas por el bien común.

A veces se habla de justicia, de los pobres, de reivindicaciones sociales… ¡Se habla!, se pelea y lucha, pero en general no tanto por solidaridad hacia el necesitado, sino para encubrir luchas de poder. El Eclesiastés nos señala el absurdo de tanto desgaste, «si todo es vanidad y solo atrapar vientos» (Ecl 1,14) Es bueno recordar a nuestra dirigencia que hay estilos que cayeron en desgracia y que no tienen futuro. Es necesario que quienes tienen responsabilidades sociales o políticas piensen en el bien común y desde la gente, y que entiendan que la dignidad de la persona está en el centro de toda la problemática.

Es necesario señalar que, a pesar de estos males del presente, también podemos encontrar muchas expresiones de verdadero amor en nuestra sociedad, expresiones de bien común, que son, en definitiva, las acciones que sostienen y construyen la historia: El amor de una madre por sus hijos, el sacrificio de un padre de familia, amigos que dan la vida por sus amigos, los esposos que se hacen uno en el amor, ciudadanos y dirigentes generosos. Pero Jesús a los cristianos nos enseña algo nuevo, él amó así a todos, incluso a los enemigos. Por eso la caridad no es solo para un grupo, es universal. A este Reino o a este banquete están invitados todos: «Vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13,29-30).

Pero no debemos olvidar que el ingreso es por la puerta angosta. Amar exige tener en cuenta a los demás, dar la vida por los otros, sobre todo por los que más necesitan. Para que el servicio a los demás no sea sólo sacar provecho personal necesita del respaldo de la caridad.

Este tema tiene especial vigencia, porque hoy insistimos que es indispensable globalizar la solidaridad. La palabra solidaridad para un cristiano no tiene sólo un componente social, sino que además tiene un fundamento teológico o bien en la fe. La solidaridad es una expresión de la caridad. Jesucristo, es el maestro de la caridad, quien por amor dio su vida por nosotros.

Esta condición de amar que nos plantea el Evangelio de este domingo para entrar al Reino, como fundamento de la solidaridad y del bien común, es un tema central para que lo tengamos presente y evitemos seguir perdiendo el tiempo atrapando vientos. La mentira no tiene futuro.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Nuestro seminario “Santo Cura de Ars”

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 18 durante el año [4 de agosto de 2019]

En este domingo 4 de agosto rezamos especialmente por nuestro Seminario «Santo Cura de Ars». También rezamos por los párrocos y sacerdotes. Por esa razón este mes de agosto acentuamos la oración por las vocaciones consagradas y sacerdotales. En varias oportunidades me he referido específicamente a las graves necesidades de contar con más sacerdotes, porque la misma gente experimenta que «la cosecha es mucha y los operarios son pocos» (Mt 9,37).

En esta reflexión quiero que profundicemos especialmente en el tema de la vocación sacerdotal y consagrada. El Concilio Vaticano II, que se realizó hace varias décadas nos dejó mucho más claras las ideas sobre «quién es quién» en la Iglesia Católica. Qué lugar ocupan los laicos, los consagrados, los diáconos, los sacerdotes, en esta Iglesia a la que el Concilio le gusta llamar el «Pueblo de Dios» en marcha hacia el Cielo. Y los «curas y monjas» son indispensables para esa marcha y la vida del pueblo de Dios. Y nosotros, en nuestra Diócesis de Posadas, no los tenemos en una cantidad ni remotamente suficiente.

Con la creación de la nueva Diócesis de Oberá, nuestra Diócesis cuenta con el 50% de la población de Misiones, más de 600.000 habitantes. Y estos números van en ascenso por el rápido crecimiento demográfico. La Diócesis cuenta con unos 72 sacerdotes, muchos de ellos de edad muy avanzada.

Contando con unos 36 sacerdotes religiosos y 36 del clero diocesano que están incardinados. La atención pastoral tiene una proporción próxima a los 10.000 habitantes por sacerdote. Esto revela la necesidad de acompañamiento pastoral que experimenta nuestra gente. De hecho, necesitaríamos armar nuevas Parroquias sobre todo en Posadas donde se multiplican rápidamente nuevos barrios. Aun cuando en estos últimos años hemos creado 14 parroquias, el número sigue siendo insuficiente.

No dudamos que Dios sigue llamando a nuestros jóvenes; a algunos de ellos a la vida sacerdotal o consagrada. Aun así, hay mucha gente que desconoce qué significa ser sacerdote o religioso. Lamentablemente hay muchos que desde los medios de comunicación no valoran suficientemente este estilo de vida que implica una donación amorosa de la propia existencia a Cristo y a los demás. Y por ello, no resaltan los numerosos testimonios de sacerdotes y religiosas que viven entregando su vida, amando, con sufrimientos y alegrías.

Monseñor Iriarte, que fue arzobispo de Resistencia, y con quien trabajé algunos años, en una carta pastoral explicaba sencillamente a la gente qué es un sacerdote: «¿Qué es un sacerdote? Un hombre cualquiera, un chico, un muchacho, un adulto, a quien en un momento determinado de su vida Dios lo llamó para el sacerdocio. Es decir, para que siguiera la línea de Cristo y los Apóstoles, realizando su tarea de mediador entre Dios y los hombres. Un hombre que se decide totalmente a hacer de puente entre esas dos puntas y para eso conduce al pueblo cristiano, le enseña y le da los Sacramentos. A menudo oímos decir que Pedro o María “ayudan al cura”. Y no es tan así. Es el cura quien debe ayudar a todos los “pedros” y “marías”, a todos los laicos, a vivir su cristianismo y a salvarse. Para eso jugó su vida a tal punto que renuncia a uno de los aspectos más íntimos y totalizantes del hombre que es el matrimonio y la familia».

En nuestra Diócesis damos gracias a Dios por nuestro Seminario «Santo Cura de Ars» en donde se están formando 31 seminaristas, 13 de ellos en la teología. También damos gracias a Dios por el cariño y la cercanía del Pueblo de Dios que quiere a los que se están formando para ser pastores y reza por ellos y por el Seminario. Debo confesar que como Obispo me llena de esperanza nuestro Seminario. Pero debemos seguir acompañando todos el tema de las vocaciones, porque la cosecha (capillas, escuelas, hospitales, movimientos, sectores) es mucha y los sacerdotes y consagrados, pocos.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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