Juan Rubén Martínez

Obispo de Posadas.

Caminos de comunión

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 22° domingo durante el año [02 de septiembre de 2018]
El domingo anterior iniciamos una reflexión sobre uno de los desafíos que nos propone el documento elaborado por los Obispos argentinos: «Navega mar adentro». Es clave que profundicemos en dicho desafío sobre evangelizar la búsqueda de Dios, sobre todo en nuestro contexto latinoamericano y misionero donde hay una búsqueda genuina en lo religioso, que convive con mucha superstición y predicación proselitista que manipula, negocia y confunde esta genuina búsqueda de Dios de nuestra gente.
Este domingo queremos seguir profundizando en este texto: «Además existen grupos pseudorreligiosos y programas televisivos que proponen una religión diluida, sin trascendencia, hecha a la medida de cada uno, fuertemente orientada a la búsqueda de bienestar y sin experimentar lo que significa adorar a Dios» (NMA 31)
El desafío de evangelizar la búsqueda de Dios exige que los cristianos nos comprometamos a realizar un camino de maduración en la Fe. En esto se ha insistido en Aparecida, así como en nuestro Sínodo Diocesano sobre la necesidad de realizar un camino de  formación integral como discípulos y misioneros de Jesucristo, el Señor, considerando que este es un proceso de seguimiento a transitar durante toda la vida.
Hace algún tiempo una persona, profesional y docente, me decía que era cristiano, pero que creía en la reencarnación o sea en que su espíritu vivió en otras personas y épocas del pasado y se encaminaba a vivir nuevas vidas en el futuro, sin darse cuenta de que la reencarnación no es compatible con la revelación cristiana. Los cristianos creemos en la resurrección. La resurrección de Cristo y la nuestra es confesada en el credo desde los primeros siglos y se diferencia absolutamente de posturas orientalistas que creen en la reencarnación.
Sobre las erróneas propuestas proselitistas y estos negocios mediáticos es importante advertir que manipulan la genuina búsqueda de Dios de nuestra gente presentándose como espíritus amplios y ecuménicos, y silenciando que son propuestas superficiales e inconsistentes que en corto tiempo dañan la genuina búsqueda de Dios, dejando a la gente en una profunda insatisfacción y con frustraciones personales y grupales, que después son difíciles de revertir.
Es importante señalar la centralidad que los cristianos le damos tanto al diálogo ecuménico como al diálogo interreligioso, y que no es lo mismo el uno que el otro. El ecumenismo hace referencia al camino de comunión que realizamos los cristianos que tenemos un mismo bautismo y que confesamos que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y por lo tanto creemos en un Dios uno y trino. En este camino ecuménico se encuentran católicos, ortodoxos y hermanos de otras confesiones cristianas. Otra cosa es el diálogo con el judaísmo y con otros grupos religiosos no cristianos, sobre todo monoteístas.
Sobre el ecumenismo que no es la mezcla de todo, sino una búsqueda fundamental de comunión en nuestro tiempo nos dice Aparecida: «El ecumenismo no se justifica por una exigencia simplemente sociológica sino evangélica, trinitaria y bautismal: expresa la comunión real, aunque imperfecta que ya existe entre los que fueron regenerados por el bautismo y el testimonio concreto de fraternidad. (DA 228). De esta manera buscamos cumplir con el deseo de Cristo: «que todos sean uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). En Aparecida también se señala la relación con el judaísmo y el diálogo interreligioso: «Reconocemos con gratitud los lazos que nos relacionan con el pueblo judío, con el cual nos une la fe en el único Dios y su Palabra revelada en el Antiguo Testamento. Son nuestros “hermanos mayores” en la fe de Abraham, Isaac y Jacob»
(DA 235). «El diálogo interreligioso, en especial con religiones monoteístas, se fundamenta justamente en la misión que Cristo nos confió, solicitando la sabia articulación entre el anuncio y el diálogo como elementos constitutivos de la evangelización» (DA 237).
El Evangelio de este domingo (Mc 7,1-8. 14-15. 21-23) nos presenta al Señor enseñando sobre la recta búsqueda de Dios: «Y Jesús, llamando otra vez a la gente, le dijo “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que hace impuro es aquello que sale del hombre”». En la genuina búsqueda de Dios y la religiosidad de nuestra gente encontramos un aporte y servicio en valores a nuestra cultura.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Miles de catequistas en servicio

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 21° domingo durante el año [26 de agosto de 2018]
En la parroquia Inmaculada Concepción de Posadas, este domingo se está realizando el encuentro Diocesano de catequistas. Desde hace algún tiempo en consonancia con el Documento de Aparecida y las «Orientaciones Pastorales» de nuestro 1º Sínodo Diocesano en el 2007, estaremos revisando y buscando caminos de evangelización adecuados a nuestra época. La dimensión misionera, nuestras comunidades y pueblos, nuestros jóvenes, sobre todo los más necesitados y víctimas de la pobreza y las adicciones son aquellos a quienes queremos considerar en nuestro corazón pastoral. En la catequesis continuamos nuestro camino de revisión para la iniciación de la vida cristiana, los contenidos y métodos de la transmisión de la fe en nuestra diócesis.
Como observación necesaria tenemos que afirmar que nuestro pueblo realmente tiene una gran religiosidad, pero esta no siempre es suficientemente cristiana, y por lo tanto debemos buscar caminos para evangelizarla. En el documento de la Conferencia Episcopal Argentina, «Navega mar adentro» se señala la necesidad de evangelizar «la búsqueda de Dios». Si bien «el secularismo actual concibe la vida humana, personal y social, al margen de Dios y se constata incluso una creciente indiferencia religiosa. No obstante, se percibe una difusa exigencia de espiritualidad que requiere canales adecuados para promover el auténtico encuentro con Dios» (Cfr. NMA  29)
El texto del Evangelio de este domingo (Jn 6,60-69), puede ayudarnos a entender que no todos los caminos promueven un auténtico encuentro con Dios. Es más, a muchos les cuesta comprender la fe que Jesucristo nos enseña. El texto de San Juan, capítulo 6, se sitúa al final de una larga enseñanza del Señor sobre el pan de vida: «Yo Soy el pan de vida bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan, que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo». Esto escandalizó a muchos de sus discípulos que lo abandonaron porque decían «esta doctrina es inadmisible». Jesús les preguntó a los Doce: ¿ustedes también me van a abandonar?, y Pedro tomando la iniciativa, le dijo a Jesús: «Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».
Todos debemos sentir la necesidad de asumir este camino de discipulado o de formación permanente. Debemos agradecer que nuestra gente tenga una fuerte religiosidad y deseos de búsqueda de Dios. Pero es cierto que la religiosidad si no asume un camino de maduración en la fe puede quedar anclada en meras devociones, promesas de un mundo feliz, «ligth», que solo son burbujas engañosas, o bien rituales vaciados de compromisos con la vida y con el riesgo de generar desequilibrios afectivos y psicológicos. La fe que nos enseña Cristo, como nos lo dice el texto bíblico de este domingo es una enseñanza y un camino exigente. La fe para los cristianos está ligada al misterio de la Encarnación y de la Pascua. Entre las tantas propuestas religiosas podemos percibir que no son un camino adecuado para un auténtico encuentro con Dios, aquello que nos señala el documento Navega mar adentro: «Además, existen grupos pseudorreligiosos y programas televisivos que proponen una religión diluida, sin trascendencia, hecha a la medida de cada uno, fuertemente orientada a la búsqueda de bienestar y sin experiencia de que significa adorar a Dios. Ocurre, por lo general, que, sorprendidos en su buena fe, y poco formados por la Iglesia, algunos cristianos entran en círculos difíciles de abandonar cuando la desilusión o la mentira quedan en evidencia» (NMA 31).
Lamentablemente no temen manipular la religiosidad genuina utilizando para su promoción, o venta del producto, a personas ejemplares como la Madre Teresa de Calcuta o el Papa san Juan Pablo II, de quienes no dicen que ellos estaban convencidos y amaban a Jesucristo y a su Iglesia, y que se oponían a posturas donde todo se mezcla, «la biblia y el calefón», «la encarnación y la reencarnación».
La maduración en la fe nos enseña a actuar con responsabilidad con ese don de Dios y buscar caminos para formarnos, a orar, a asumir valores como la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Sobre todo, a vivir el misterio Pascual y la fe eclesial, de tal manera que tengamos una espiritualidad que nos permita ser cristianos en la vida cotidiana. Es importante recordar que la fe que no se encarna en la vida, termina siendo una religiosidad vacía y superficial. Lamentablemente estas formas de religiosidad terminan siendo la antesala del secularismo, o provocando la indiferencia de la fe.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Eucaristía, caridad y salud calificada

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 20° domingo durante el año [19 de agosto de 2018]
El Evangelio de este domingo (Jn 6,51-59), nos sigue relatando la multiplicación de los panes con una significación eminentemente eucarística. En realidad, este capítulo 6 de San Juan fundamenta el maravilloso don y milagro que realizamos en cada Misa que celebramos, donde el pan y el vino ofrecido se hacen el mismo Cuerpo y Sangre del Señor, actualizando lo que el mismo Señor realizó en la última Cena, «la Misa de todas las misas» que celebramos. El Señor dice: «Yo Soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,51.54a).
La Misa, la Eucaristía no es solo un acto devocional o solo un precepto que hay que cumplir, sino que culmina, plenifica y alimenta el llamado que todos los cristianos tenemos de vivir la virtud de la caridad. La Misa es el amor donado de Jesucristo, el Señor, en la Pascua. Por eso nosotros junto al pan y el vino, en la ofrenda de la Misa, ofrecemos nuestra propia vida. Ese amor implica amar a Dios y al hermano. La Escritura respalda este llamado en muchos textos: «Si alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve». (1 Jn 4,20).
En el contexto de nuestro tiempo la palabra amor se utiliza mucho, pero la mayoría de las veces se la vacía de sentido, y lo que es llamado amor es muchas veces solo una expresión de sentimientos pasajeros y mera posesión de algo o alguien. La encíclica «Deus caritas est» [Dios es amor], señala la necesidad de realizar un camino o itinerario del amor. Esto es un servicio indispensable para nuestra época donde el individualismo y la fragmentación fundamentalmente mercantilista, deshumanizan y ensombrecen nuestra cultura y sociedad. Es Dios el que inicia el encuentro de amor con el hombre. Dios nos ha amado primero, dice la carta de Juan (1 Jn 4,10). «En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es solamente un sentimiento, los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. Al principio hemos hablado del proceso de purificación y maduración mediante el cual el eros llega a ser totalmente el mismo y se convierte en amor en pleno sentido de la palabra. Es propio de la madurez del amor que albergue todas las potencialidades del hombre e incluya, por así  decirlo, al hombre en su integridad» (DCE 17). Es por eso que reitero aquello que el Papa nos pide que tengamos en cuenta en nuestras comunidades, y se liga al texto bíblico de la multiplicación de los panes de este domingo: «Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno… En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo» (DCE 88).
La Eucaristía que reclama la caridad y el amor donado, se contrapone a una sociedad que tiende solo a lo mercantil y pragmático. Es importante señalar esto en estos días posteriores al rechazo de la legalización del aborto en nuestra Patria. Después de haberse señalado tantas fragilidades y pobrezas que padecen algunas mujeres embarazadas que viven situaciones difíciles esperamos que sobre todo el Estado representado especialmente en el Ministerio de Salud invierta en el acompañamiento de la maternidad, protegiendo a las mujeres y a los niños por nacer. Poniendo atención en los tantísimos lugares pobres que abundan en nuestra Patria y evitando la solución rápida e inhumana de la eliminación abortista en sus diversas formas. Las mujeres y los niños merecen que sistemas de salud calificados y justos valoren la profunda dignidad de la vida humana.
La caridad, el amor bien entendido, es el fundamento al reclamo legítimo de nuestro tiempo de comprometernos por la inclusión de tantísimos hermanos que por distintas razones están marginados; de una comprensión integral de todos los derechos humanos, también de los niños por nacer que en general gravemente son olvidados por los abortistas; de la misma dignidad humana ausente en los productores de programaciones mediáticas que lesionan y perjudican a nuestros adolescentes y jóvenes, así como tantas propuestas marcadas con la convivencia del alcohol y la droga. La virtud de la caridad y el amor inmerso en los sistemas sociales siempre generan un humanismo con valores, y un horizonte de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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El amor pascual humaniza

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 17° domingo durante el año [29 de julio de 2018]
El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15), nos relata la multiplicación de los panes. Por un lado la preocupación del Señor «por el gentío que acudía a Él» porque no tenían para comer. Pero también este relato tiene una referencia al tema de la Eucaristía y es
en este mismo capítulo de San Juan en que el Señor dice: «Yo soy el pan Vivo que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo» (v51). En la raíz del relato esta la mirada compasiva del Señor a la multitud porque estaban como ovejas sin pastor.
Es una mirada que parte del Amor. La Eucaristía y toda la realidad que implica el pan compartido y la solidaridad social necesitan fundamentalmente de la comprensión correcta del amor. Lamentablemente hoy se usa mucho la palabra amor y se vacía la maravilla de su significado, o bien se la tergiversa y banaliza.
Un texto que puede ayudarnos a profundizar el Evangelio de este domingo ligada a la mirada compasiva del Señor, la caridad y la Eucaristía, lo podemos encontrar en la exhortación «Sacramentum Caritatis» del Papa Benedicto XVI, donde en una parte de la misma señala: «El pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo (Jn. 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de la propia vida por todos los hombres y muestra también la íntima compasión que Él tiene por cada persona.
En efecto los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (Mt. 20,34; Mc. 6,54; Lc. 9,41). Mediante sus sentimientos profundamente humanos, Él expresa la intensión salvadora de Dios para todos los hombres a fin que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo en la eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios para cada hermano y hermana.
Nace así, en torno al misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que “consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco…Por consiguiente nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos, y por eso la eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “Pan partido” para los demás, y por tanto a trabajar por un mundo más justo y fraterno… en verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser junto con Jesús, pan partido, para la vida del mundo» (88).
En esta reflexión quiero recordar que el próximo domingo 5 de agosto celebramos al Patrono de nuestro Seminario Diocesano «Santo Cura de Ars». La misa será a las 11 de la mañana en el mismo Seminario con todos los que quieran acompañarnos. En nuestro seminario hay 29 seminaristas, junto a otros jóvenes que participan de un proceso de discernimiento de su vocación desde los campamentos o encuentros mensuales denominados «Emaús» y «Cafarnaúm».
Todo ello implica algunos esfuerzos, dedicación de sacerdotes, inversión económica, para adecuar instalaciones y para apoyar el proceso que se va dando. No dudamos en afirmar con certeza que es Dios el que acompaña esta obra con su providencia. Pero todos como Iglesia debemos sentirnos responsables por eso me animo a pedirles que sigan rezando fuerte por nuestro Seminario. Les agradezco todos los aportes, donaciones, bonos  contribución que nos ayudan para sostener la formación de los seminaristas. En la evangelización de nuestra Diócesis hay muchas cosas fundamentales, pero el apoyo a nuestros seminaristas nos alienta en la esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Petición a María de Itatí

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 16° domingo durante el año [22 de julio de 2018]
El 16 de julio se ha celebrado la coronación de la imagen de «Nuestra Señora de Itatí». En 1615 fue Fray Luis Bolaños quien trajo la imagen de la Pura y limpia Concepción a Itatí y desde allí María, la Virgen, acompaña al nordeste argentino. Durante varios días previos al 16 de julio y desde las distintas provincias de la región se acercan en peregrinación a ese pequeño pueblo de Itatí, a visitar a su Madre en la Basílica. El 9 de julio pasado hemos celebrado, en su día, una Misa solemne en nuestra Catedral «San José», ya que María de Itatí es la Patrona de nuestra Diócesis. En ese contexto hemos rezado también el «Te Deum», pidiendo a Dios especialmente
por nuestra Patria y nuestra Provincia.
En realidad, María siempre acompañó a la Iglesia. Desde su mismo nacimiento, en la mañana de Pentecostés. Ella estuvo junto a los Apóstoles: «todos ellos (los Apóstoles), íntimamente unidos se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús…»
(Hch 1, 14). Desde los primeros siglos los cristianos veneraban a María con diversas advocaciones ligadas a temas teológicos, como «María, Madre de Dios», proclamada en los primeros siglos, o bien a lugares donde la Iglesia evangelizaba. En América latina, desde que la fe cristiana llegó a nuestras tierras, María nuestra Madre siempre estuvo presente. Guadalupe en México, Caacupé en Paraguay, Luján en Argentina y en nuestro nordeste, «la de Itatí».
A ella, a María de Itatí que siempre nos acompaña, le hemos pedido en nuestra fiesta Patria para que interceda ante nuestro Padre Dios por todos los argentinos. Especialmente hemos pedido para que en nuestros senadores esté presente que toda Vida vale. Que por ley se pueda eliminar la vida del niño por nacer sería violentar la dignidad humana. También le pedimos que posamos evangelizar y humanizar nuestra cultura.
El texto del Evangelio de este domingo (Mc 6, 30-34) nos muestra al Señor en plena misión, junto a los Apóstoles, y nos señala: «Pues los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer» (31b) El texto indica un hecho que pasó pero que tiene vigencia y reclama hoy que profundicemos nuestra condición de «discípulos y misioneros». «Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (34).
En este tiempo experimentamos que el Espíritu Santo impulsa especialmente en América latina y el Caribe, y por lo tanto en nuestra Diócesis, el llamado gozoso de anunciar la Buena Nueva que hemos conocido, a tantos hermanos que necesitan profundizar el encuentro con Jesucristo y asumir los valores que nos enseña el Evangelio.
Nuestro Primer Sínodo Diocesano, asumiendo el Documento de Aparecida nos impulsa a revisarnos y revisar nuestras Parroquias, movimientos, institutos educativos y sectores pastorales, para llegar a tantos que están «como ovejas sin pastor».
El documento de Aparecida señala que en nuestra misión no partimos de cero, sino de un trabajo que, aún con límites, la Iglesia viene realizando en nuestro continente: «Agradecemos a Dios como discípulos y misioneros porque la mayoría de los latinoamericanos y caribeños están bautizados. La providencia de Dios nos ha confiado el precioso patrimonio de la pertenencia a la Iglesia por el don del bautismo que nos ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios peregrino en tierras americanas, desde hace más de quinientos años. Alienta nuestra esperanza la multitud de nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes y el heroísmo de muchas de nuestras familias que, a pesar de las crecientes dificultades, siguen siendo fieles al amor.
Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos que resplandece en la devoción al Cristo sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos». (DA 127).
A nuestra Madre de Itatí, encomendamos nuestra Patria y Provincia, así como el aporte que podamos realizar desde la evangelización y humanización de nuestra cultura.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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