Juan Rubén Martínez

Obispo de Posadas.

La Fe de nuestro pueblo

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Al iniciar esta reflexión dominical quisiera expresar la alegría de algunos acontecimientos que manifiestan claramente la fe de nuestro pueblo como la procesión a Fátima del fin de semana pasado, y este domingo la procesión a Santa Rita en nuestra ciudad de Posadas. También estamos preparándonos para celebrar en unos días la solemnidad del Corpus Christi. Estas expresiones de fe muestran la piedad sencilla, solidaria y festiva de nuestro pueblo. En todas estas manifestaciones hemos pedido por el derecho más básico que es el derecho a vivir que tenemos todos, especialmente el derecho a la vida de los niños por nacer. En cada celebración también rezamos por la Patria y por sus necesidades, con la certeza que podremos tener esperanza si todos comprendemos que el futuro depende no solo de los otros sino del compromiso con el bien común que cada uno debe tener.
En este domingo estamos celebrando la gran solemnidad de Pentecostés. El Evangelio (Jn 20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado enviando a sus Apóstoles: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión. «Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonan y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Es importante recordar que estos hombres eran como nosotros. Pedro cuando es elegido se reconoce como pecador, y en el contexto de la Pasión de Jesús niega tres veces a su maestro, aunque después llora arrepentido por su debilidad y miedo. Esto es fundamental que lo tengamos presente, porque si bien es cierto que solo Dios es perfecto, nosotros no podemos hacer alarde de nuestras fragilidades, más bien debemos reconocerlas y tratar de cambiar, de insertar la Pascua en nuestra vida. Quizá como el Apóstol Pedro deberemos no relativizar, sino llorar nuestros pecados con arrepentimiento. Solo desde la humildad nos hacemos amigos de
Dios.
En la mañana de Pentecostés los Apóstoles, junto a otros y a María, estaban orando en el «Cenáculo». En esa mañana de hace 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos. En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado, tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión
comunitaria, eclesial.
Aparecida hace una referencia específica a esta necesidad en el hoy de nuestra América Latina y el Caribe. El texto señala: «La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa» (DA 156).
En estos dos mil años la Iglesia evangelizó, con la alegría del Espíritu, pero no le faltaron sufrimientos y martirios. Solo basta recorrer la historia, en donde desde ya se hace presente la fragilidad humana y la debilidad, como las negaciones de Pedro o la búsqueda de los primeros lugares de los Apóstoles Juan y Santiago, cuando todavía no entendían de qué se trataba el Reino de Dios… Pero la Iglesia que ha recorrido los siglos ha contado con la garantía del Espíritu Santo, que llevó a que muchos hombres y mujeres sean «testigos de Dios». También tantos santos, mártires, hombres y mujeres que desde el silencio de la cotidianidad fueron fieles, y dieron su vida por Amor a Dios y a sus hermanos. Hoy como ayer también deberemos dar testimonio en medio de alegrías y sufrimientos.
Nosotros en este Pentecostés queremos que resuene en nuestro corazón el mandato del Señor que nos dice: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19).
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
 

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La verdad los hará libres

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En este domingo la Iglesia celebra la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales. El texto del Evangelio (Mc. 16,15-20), empieza señalando el mandato evangelizador que el Señor hizo a los Apóstoles: «Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda criatura». En realidad, este mandato se sitúa en el centro de la tarea de todo bautizado que es evangelizar y siempre implicará, por lo tanto «comunicar» el Evangelio.
Cada año recibimos un mensaje del Papa sobre las comunicaciones. Este año dicho mensaje del Papa Francisco se titula: «La verdad los hará libres (Jn 8, 32). Fake news y periodismo de paz». En dicho mensaje el Papa nos dice: «En el proyecto de Dios, la  comunicación humana es una modalidad esencial para vivir la comunión. El ser humano, imagen y semejanza del Creador, es capaz de expresar y compartir la verdad, el bien, la belleza. Es capaz de contar su propia experiencia y describir el mundo, y de construir así la memoria y la comprensión de los acontecimientos.
Pero el hombre, si sigue su propio egoísmo orgulloso, puede también hacer un mal uso de la facultad de comunicar, como muestran desde el principio los episodios bíblicos de Caín y Abel, y de la Torre de Babel (cf. Gn 4,1-16; 11,1-9). La alteración de la verdad es el síntoma típico de tal distorsión, tanto en el plano individual como en el colectivo. Por el contrario, en la fidelidad a la lógica de Dios, la comunicación se convierte en lugar para expresar la propia responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en la construcción del bien.
Hoy, en un contexto de comunicación cada vez más veloz e inmersos dentro de un sistema digital, asistimos al fenómeno de las noticias falsas, las llamadas “fake news”».
« “Fake news” es un término discutido y también objeto de debate. Generalmente alude a la desinformación difundida online o en los medios de comunicación tradicionales. Esta expresión se refiere, por tanto, a informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias».
«Ninguno de nosotros puede eximirse de la responsabilidad de hacer frente a estas falsedades. No es tarea fácil, porque la desinformación se basa frecuentemente en discursos heterogéneos, intencionadamente evasivos y sutilmente engañosos, y se sirve a veces de mecanismos refinados».
«El antídoto más eficaz contra el virus de la falsedad es dejarse purificar por la verdad». «En la visión cristiana, la verdad no es sólo una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las cosas, definiéndolas como verdaderas o falsas». «La verdad tiene que ver con la vida entera. En la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez, confianza»
«En este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza, sobre el que  se puede contar siempre, es decir, verdadero, es el Dios vivo. He aquí la afirmación de Jesús: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6). El hombre, por tanto, descubre y redescubre la verdad cuando la experimenta en sí mismo como fidelidad y fiabilidad de quien lo ama. Sólo esto libera al hombre: “La verdad los hará libres”».
«Por sus frutos podemos distinguir la verdad de los enunciados: si suscitan polémica, fomentan divisiones, infunden resignación; o si, por el contrario, llevan a la reflexión consciente y madura, al diálogo constructivo, a una laboriosidad provechosa».
«El mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las personas, personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar, y permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero; personas que, atraídas por el bien, se
responsabilizan en el uso del lenguaje».
En esta jornada de las comunicaciones sociales queremos rezar por este gran desafío que nos ofrece nuestra cultura. Cada uno desde su propio lugar, es responsable de generar una cultura de respeto, de diálogo y amistad. Pedimos especialmente por los trabajadores de la comunicación para que vivan su trabajo, como una responsabilidad que surge de una vocación desafiante, pero maravillosa.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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La comunión en la diversidad

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En muchas oportunidades los cristianos nos referimos a la palabra «Comunión». Desde distintos ángulos y por diversas razones tratamos de que sea el fundamento de nuestro obrar. Es cierto que no siempre entendemos su significación y por lo tanto su  importancia.
En algunas oportunidades leemos o escuchamos que se unen empresas, sectores, o bien países para determinados fines. En general son formas de unidad, pero con fundamentos estratégicos. La comunión será más profunda si los lazos de unidad se fundamentan en
relaciones históricas, culturales o religiosas. Pero todo esto aún es diferente a lo que los cristianos entendemos por comunión. El Papa san Juan Pablo II cuando iniciaba nuestro siglo XXI señalaba en la encíclica «Novo Millennio Ineunte» que debemos hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: «éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo… Antes de programar iniciativas concretas hace falta promover una espiritualidad de comunión» (43).
La comunión para los cristianos tiene su fundamento en el amor y comunión trinitaria. En el amor de Dios al hombre y en la necesidad de asumir el mandamiento del amor. El Evangelio de este domingo (Jn 15,1-8), nos señala la necesidad de estar en comunión con Jesucristo, como la vid y los sarmientos: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permaneces en mí»
El fundamento de toda comunión para los cristianos se da en esta comunión con Aquel a quien seguimos. Quizá señalar esto en el contexto cultural que vivimos parezca un tanto exigente o rigorista, pero creo conveniente decirlo, porque las experiencias de fracaso
ligadas a la comunión fraterna, en nuestras familias, comunidades, movimientos o el mismo compromiso de los cristianos como ciudadanos, tienen en general como causa esta ruptura básica; nos decimos cristianos, pero de hecho no nos sentimos comprometidos con Jesucristo ni con sus enseñanzas. Llamarnos cristianos a veces es
solo una denominación que puede llegar a implicar algunas devociones religiosas, sin terminar de integrar nuestra fe con nuestra manera y estilo de vida. En realidad, esto sucede porque no permanecemos en Él, como la vid y los sarmientos y dejamos de ser
fecundos en la construcción del Reino.
En la Diócesis hemos querido acentuar este tema de la comunión que nos señala el texto del Evangelio de este domingo. La eclesiología de comunión no es una opción posible como si fuese una pastoral más. La comunión es un reclamo que nos realiza el Señor y que si no nos interesa contradecimos el camino de discipulado que implica el ser cristianos. Por esta razón, en la Diócesis venimos acentuando la necesidad de asumir la comunión desde nuestra conversión a Dios y desde la búsqueda de mejorar nuestra
pastoral para que sea más orgánica. Es cierto que asumir esta exigencia que surge de este reclamo de unirnos como la vid y los sarmientos, es exigente, y la tentación es quedarnos cómodos «en lo de siempre», pero nuestra vida solo se plenifica si no nos conformamos con lo mínimo. En el amor donado y pascual, en desacomodar y desarmar lo que no sirve a la misión, encontraremos dolores y sufrimientos, pero también el gozo que implica vivir una vida cargada de sentido.
Tanto para la vida de la Iglesia, como para la sociedad, nuestra provincia y país el valor de la comunión y no la uniformidad; la pluralidad y lo diverso, sin rupturas, aquello que busque construir el bien común, será la respuesta adecuada para construir en este tiempo globalizado una cultura solidaria y de la vida. El texto de este domingo de la vid y los sarmientos, nos permiten captar la vigencia de la propuesta de Jesucristo, el Señor.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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La castidad humana

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En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia celebra la Jornada mundial por las Vocaciones; en especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Por eso este domingo es llamado el domingo del Buen Pastor. El Evangelio que leemos (Jn 10,11- 18), nos dice: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa… Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí». Antes, como ahora, estas palabras eran bien recibidas por unos que se convertían a Jesús, y a otros escandalizaba y generaba polémicas…, el texto termina diciendo: «Se produjo otra vez una división entre los judíos por estas palabras…» ( Jn 10,19).
En varias oportunidades en este tiempo pascual hice referencia a la necesidad de tener una experiencia de encuentro con Cristo  resucitado para poder captar que nuestra vida está cargada de sentido. Quizá esta expresión nos sirva para entender que solo desde la fe podemos tener una comprensión profunda de temas como la vida, la familia y el matrimonio, la Iglesia y su misión, el sacerdocio y el celibato. Desde una visión materialista que sólo comprende al hombre desde lo fisiológico e instintivo, difícilmente se puedan entender estos valores como un don de Dios, como un regalo e instrumento de servicio a la humanidad y al bien común. Desde una antropología materialista, el matrimonio monogámico y el celibato serán considerados como algo antinatural.
Reducir el celibato a una mera imposición de la Iglesia es, de hecho, una falta de respeto a la inteligencia y al mismo Cristo que es el «sumo y eterno Sacerdote», célibe, que dio su vida por todos nosotros. En los textos bíblicos se descubre una profunda valoración por el celibato y la castidad por el Reino de los cielos, así como en los Padres de la Iglesia, doctores y pastores, desde el inicio apostólico y hasta el presente.
El unir el celibato y el sacerdocio ministerial es una opción por una mayor radicalidad evangélica hecha por la Iglesia desde su potestad y respaldada por la Palabra de Dios y el testimonio de los santos y tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia desde este don, y aún desde sus fragilidades, trataron y tratan de donarlo todo en exclusividad a Dios y a su pueblo. Los malos ejemplos y aún nuestras propias limitaciones no invalidan el aporte de tantos que antes y actualmente dan su vida por los  demás.
El Papa Emérito Benedicto señalaba en una ocasión a seminaristas: «Una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraído por Él, desde los primeros siglos del  cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical».
Si a la sexualidad la humanizamos y consideramos la capacidad de espiritualidad en el hombre y mujer, así como la inteligencia, la voluntad, la libertad, y su capacidad de trascendencia, se podrá captar que la sexualidad y la genitalidad son maravillosas y mucho más plenas, porque están ligadas al amor humano, y no sólo a una sexualidad liberada a los instintos que siempre deja a la persona sumergida en una profunda insatisfacción.
Desde una comprensión correcta de la persona humana, también se puede entender que la sexualidad es un vehículo que no sólo hace a la generosidad, sino que puede instrumentar la donación de la propia vida en el amor a los demás. En definitiva, porque la persona está hecha para el Amor y donándose es en donde se plenifica.
Este fin de semana rezamos en la Iglesia por las vocaciones sacerdotales y religiosas, con la confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. El mismo Señor nos dijo que imploremos porque la mies o el trabajo es mucho y los operarios son pocos. Desde ya damos gracias a Dios porque Él sigue obrando el llamado y la respuesta de muchos jóvenes a consagrase a Dios y a sus hermanos. Responden al llamado porque creen en el Amor.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Los laicos, testigos de la Pascua

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El texto del Evangelio de este domingo (Lc 24,35-48), nos relata la aparición de Jesús resucitado a los Apóstoles. Ellos necesitaban tener este encuentro Pascual para llevar adelante la misión de anunciar el Reino. Habían convivido con el Señor, sabían de su muerte y resurrección, pero aún estaban turbados y con temor. Por eso el texto señala: «Entonces les abrió la inteligencia, para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito; el Mesías, debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando en Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”». (Lc 24,45-48)
Al reflexionar sobre la necesidad de centrar nuestra fe en Jesucristo resucitado y sus enseñanzas, llegamos a una conclusión que, aunque obvia, es bueno recordarla: no podemos llamarnos cristianos, si no deseamos y buscamos tener un encuentro con Jesucristo, el Señor, el que murió y resucitó. Para los Apóstoles fue fundamental este encuentro personal y pascual con el Señor. Esto les cambió la vida y permitió ser sus “testigos”.
En realidad, esto que vivieron los Apóstoles no fue una experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a tener esa experiencia pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser testigos. ¿Esto es sólo algo teórico? ¿Una abstracción distanciada de la realidad?  Considero conveniente acentuar que hay muchos hombres y mujeres que nos dan testimonio y responden con sus vidas ejemplares a estos interrogantes.
En este tiempo, y con la gracia del acontecimiento y el documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de asumir como cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio, e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no invalidan el Don de Dios del encuentro con Jesucristo y su revelación, ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.
Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar este discipulado y misión, en todos, pero especialmente en nuestros laicos, que son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la persona como objeto de consumo, potenciando sólo sus instintos, y eliminando su espiritualidad que implica inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad de trascendencia.
En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar la cultura, Aparecida señala: «Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamado a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se  compromete a llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.
El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa» (505-506). Convocados por tantos testigos de la Pascua nuestro tiempo necesita de discípulos y discípulas portadores de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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