Juan Rubén Martínez

Obispo de Posadas.

El valor de la comunión

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En muchas oportunidades los cristianos nos referimos a la palabra «Comunión». Desde distintos ángulos y por diversas razones tratamos de que sea el fundamento de nuestro obrar. Es cierto que no siempre entendemos su significación y por lo tanto su importancia. En algunas oportunidades leemos o escuchamos que se unen empresas, sectores, o bien países para determinados fines. En general son formas de unidad, pero con fundamentos estratégicos. La comunión será más profunda si los lazos de unidad se fundamentan en relaciones históricas, culturales o religiosas. Pero todo esto aún es diferente a lo que los cristianos entendemos por comunión.

El Papa Francisco nos recuerda que «hoy el Evangelio nos propone el momento en el que Jesús se presenta como la vid verdadera y nos invita a permanecer unidos a Él para llevar mucho fruto (cf. Juan 15, 1-8). La vid es una planta que forma un todo con el sarmiento; y los sarmientos son fecundos únicamente cuando están unidos a la vid. Esta relación es el secreto de la vida cristiana y el evangelista Juan la expresa con el verbo “permanecer”, que en el pasaje de hoy se repite siete veces. “Permanezcan en mí” dice el Señor» (cfr. Papa Francisco, Regina Coeli, 29.04.2018)

El fundamento de toda comunión para los cristianos se da en esta comunión con Aquel a quien seguimos. Quizá señalar esto en el contexto cultural que vivimos parezca un tanto exigente o rigorista, pero creo conveniente decirlo, porque las experiencias de fracaso ligadas a la comunión fraterna, en nuestras familias, comunidades, movimientos o el mismo compromiso de los cristianos como ciudadanos, tienen en general como causa esta ruptura básica; nos decimos cristianos, pero de hecho no nos sentimos comprometidos con Jesucristo ni con sus enseñanzas. Llamarnos cristianos a veces es solo una denominación que puede llegar a implicar algunas devociones religiosas, sin terminar de integrar nuestra fe con nuestra manera y estilo de vida. En realidad, esto sucede porque no permanecemos en Él, como la vid y los sarmientos y dejamos de ser fecundos en la construcción del Reino.

«Se trata de permanecer en el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros espacios restringidos y protegidos, para adentrarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y dar un respiro amplio a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Este coraje de salir de sí mismos y de adentrarse en las necesidades de los demás, nace de la fe en el Señor Resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia». (cfr. Ibíd.)

La comunión para los cristianos tiene su fundamento en el amor y comunión trinitaria. En el amor de Dios al hombre y en la necesidad de asumir el mandamiento del amor. En la Diócesis hemos querido acentuar este tema de la comunión que nos señala el texto del Evangelio. La eclesiología de comunión no es una mera opción posible como si fuese una pastoral más. La comunión es un reclamo que nos realiza el Señor y que, si no nos interesa, contradecimos el camino de discipulado que implica el ser cristianos. Por esta razón, en la Diócesis venimos acentuando la necesidad de asumir la comunión desde nuestra conversión a Dios y desde la búsqueda de mejorar nuestra pastoral para que sea más orgánica. Es cierto que asumir esta exigencia que surge de este reclamo de unirnos como la vid y los sarmientos, es exigente, y la tentación es quedarnos cómodos «en lo de siempre». Pero nuestra vida solo se plenifica si no nos conformamos con lo mínimo. En el amor donado y pascual, en desacomodar y desarmar lo que no sirve a la misión, encontraremos dolores y sufrimientos, pero también el gozo que implica vivir una vida cargada de sentido.

Tanto para la vida de la Iglesia, como para la sociedad, el valor de la comunión y no la uniformidad, la pluralidad y lo diverso, sin rupturas, aquello que busque construir el bien común, será la respuesta adecuada para construir en este tiempo globalizado una cultura solidaria y de la vida. El texto de este domingo de la vid y los sarmientos nos permite captar la vigencia de la propuesta de Jesucristo, el Señor.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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El celibato por el reino

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En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia celebra la Jornada mundial por las Vocaciones; en especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Por eso este domingo es llamado el domingo del Buen Pastor. El Evangelio que leemos (Jn 10,11-18), nos dice: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa… Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí». Antes, como ahora, estas palabras eran bien recibidas por unos que se convertían a Jesús, y a otros escandalizaba y generaba polémicas…, el texto termina diciendo: «Se produjo otra vez una división entre los judíos por estas palabras…» (Jn 10,19).

En varias oportunidades en este tiempo pascual hice referencia a la necesidad de tener una experiencia de encuentro con Cristo resucitado para poder captar que nuestra vida está cargada de sentido. Quizá esta expresión nos sirva para entender que solo desde la fe podemos tener una comprensión profunda de temas como la vida, la familia y el matrimonio, la Iglesia y su misión, el sacerdocio y el celibato. Desde una visión materialista que sólo comprende al hombre desde lo fisiológico e instintivo, difícilmente se puedan entender estos valores como un don de Dios, como un regalo e instrumento de servicio a la humanidad y al bien común. Desde una antropología materialista, el matrimonio monogámico y el celibato serán considerados como algo antinatural.

Reducir el celibato a una mera imposición de la Iglesia es, de hecho, una falta de respeto a la inteligencia y al mismo Cristo que es el «Sumo y eterno Sacerdote», célibe, que dio su vida por todos nosotros. En los textos bíblicos se descubre una profunda valoración por el celibato y la castidad por el Reino de los cielos, así como en los Padres de la Iglesia, doctores y pastores, desde el inicio apostólico y hasta el presente.

El unir el celibato y el sacerdocio ministerial es una opción por una mayor radicalidad evangélica hecha por la Iglesia desde su potestad y respaldada por la Palabra de Dios y el testimonio de los santos y tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia desde este don, y aún desde sus fragilidades, trataron y tratan de donarlo todo en exclusividad a Dios y a su pueblo. Los malos ejemplos y aún nuestras propias limitaciones no invalidan el aporte de tantos que antes y actualmente dan su vida por los demás.

Benedicto XVI señalaba en una ocasión a seminaristas: «Una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraído por Él, desde los primeros siglos del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical».

Si a la sexualidad la humanizamos y consideramos la capacidad de espiritualidad en el hombre y mujer, así como la inteligencia, la voluntad, la libertad, y su capacidad de trascendencia, se podrá captar que la sexualidad y la genitalidad son maravillosas y mucho más plenas, porque están ligadas al amor humano, y no sólo a una sexualidad liberada a los instintos que siempre deja a la persona sumergida en una profunda insatisfacción. Desde una comprensión correcta de la persona humana, también se puede entender que la sexualidad es un vehículo que no sólo hace a la generosidad, sino que puede instrumentar la donación de la propia vida en el amor a los demás. En definitiva, porque la persona está hecha para el Amor y donándose es en donde se plenifica.

Este fin de semana rezamos en la Iglesia por las vocaciones sacerdotales y religiosas, con la confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. El mismo Señor nos dijo que imploremos porque la mies o el trabajo es mucho y los operarios son pocos. Desde ya damos gracias a Dios porque Él sigue obrando el llamado y la respuesta de muchos jóvenes a consagrase a Dios y a sus hermanos

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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Humanizar y evangelizar la cultura

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El texto del Evangelio de este domingo (Lc 24,35-48), nos relata la aparición de Jesús resucitado a los Apóstoles. Ellos necesitaban tener este encuentro Pascual para llevar adelante la misión de anunciar el Reino. Habían convivido con el Señor, sabían de su muerte y resurrección, pero aún estaban turbados y con temor. Por eso el texto señala: «Entonces les abrió la inteligencia, para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito; el Mesías, debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando en Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”». (Lc 24,45-48)

Al reflexionar sobre la necesidad de centrar nuestra fe en Jesucristo resucitado y sus enseñanzas, llegamos a una conclusión que, aunque obvia, es bueno recordarla: no podemos llamarnos cristianos, si no deseamos y buscamos tener un encuentro con Jesucristo, el Señor, el que murió y resucitó. Para los Apóstoles fue fundamental este encuentro personal y pascual con el Señor. Esto les cambió la vida y permitió ser sus testigos. En realidad, esto que vivieron los Apóstoles no fue una experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a tener esa experiencia pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser testigos. ¿Esto es sólo algo teórico? ¿Una abstracción distanciada de la realidad? Considero conveniente acentuar que hay muchos hombres y mujeres que nos dan testimonio y responden con sus vidas ejemplares a estos interrogantes.

En este tiempo vamos acentuando la necesidad de asumir como cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio, e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no invalidan el Don de Dios del encuentro con Jesucristo y su revelación, ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.

Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar este discipulado y misión, en todos, pero especialmente en nuestros laicos, que son la mayoría del Pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la persona como objeto de consumo, potenciando sólo sus instintos, y eliminando su espiritualidad que implica inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad de trascendencia.

En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar la cultura, Aparecida señala: «Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamado a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.

[…] El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa» (DA 505-506).

Convocados por tantos testigos de la Pascua nuestro tiempo necesita de discípulos y discípulas portadores de esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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Una espiritualidad humanizante

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 2o domingo de Pascua
[7 de abril de 2024]

Durante varias semanas estaremos celebrando el tiempo pascual. Es un tiempo para animarnos en la esperanza, porque Cristo resucitó y la vida triunfó sobre la muerte. Esta es la experiencia gozosa de los Apóstoles que nos presenta el Evangelio de este domingo (Jn 20,19-31). Ellos estaban reunidos en un lugar de Jerusalén y llenos de temor. No era para menos, habían matado a quien ellos seguían y no sabían qué podía pasarles. El texto bíblico nos dice: «Jesús poniéndose en medio de ellos, les dijo ¡la paz esté con ustedes!… Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» (Jn 20,19-20). Esta experiencia de fe era fundamental para que los Apóstoles reciban el mandato de evangelizar.

Quizá nos venga bien repensar estos textos pascuales, para redescubrir cuál es el aporte que nuestro tiempo necesita de los cristianos. Este encuentro pascual fue fundamental para que los Apóstoles sobrelleven las dificultades de su tiempo. Nosotros también necesitamos de esta experiencia de fe pascual y de una espiritualidad más profunda, para ser testigos en medio de tantos problemas y desafíos de este tiempo.

En nuestro tiempo no analizamos las causas profundas de los problemas y por eso no generamos las soluciones adecuadas. ¿Por qué se encuentran tantos cargamentos de diversos tipos de droga y nunca nos enteramos quienes son los «capos» que manipulan ese comercio mortal para nuestros jóvenes? ¿Hay miedos, protecciones…? ¿Por qué nos escandalizamos de las crecientes crisis familiares y después potenciamos todo tipo de películas y novelas, que presentan como normal madres alcohólicas y prostituidas, parejas enredadas en infidelidades y traiciones de todo tipo? Es más, si una familia se presenta como fiel y con hijos, los mismos medios en vez de elogiarla la rotulan como «conservadora» y «tradicionalista». ¿Qué poder protege y promueve el mercado del alcoholismo y de la droga? ¿Qué poder protege y promueve el consumo de la violencia y la crisis familiar? ¿Por qué esta hipocresía de escandalizarnos por lo que pasa con la violencia juvenil y después avalar este poder consumista que daña mortalmente a nuestros jóvenes? Es cierto que en la realidad se dan estas situaciones, y queremos acompañarlas con misericordia y verdad, pero también se dan de las otras, donde hay jóvenes responsables, que trabajan, que estudian, que son sanos. Familias que luchan, con problemas, pero creen en el amor comprometido, se alegran y construyen silenciosamente una cultura con valores.

He señalado muchas veces la necesidad de plantearnos qué imagen de hombre o sea de varón y mujer, queremos sustentar. En una visión materialista donde el hombre no tiene capacidad de trascendencia, (los judeo-cristianos diríamos, donde el hombre tiene la dignidad de ser «imagen y semejanza de Dios») las consecuencias serán el consumo indiscriminado tan promovido por el vigente capitalismo salvaje, y por lo tanto sus lógicas consecuencias de violencia y corrupción.

Vuelvo a la Pascua. Hoy especialmente necesitamos de Dios, de tener experiencia del Cristo resucitado, de buscar una espiritualidad más profunda, que nos humanice. No dudo que como se dio en el encuentro de Jesucristo resucitado con los Apóstoles en el relato del Evangelio de San Juan de este domingo, su presencia en nuestro encuentro personal, familiar y social nos aportará su saludo tan significativo: ¡La paz esté con ustedes!

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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La alegría pascual

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¡Cuánto deseo compartir la alegría profunda de la celebración de la Pascua! La necesidad de expresar que no es suficiente celebrar este día solamente con algunos adornos especiales, ambientación, o bien una comida diferente, sino de pedir la gracia a Dios de poder tener una experiencia de fe personal y comunitaria del encuentro con la persona de Jesucristo, el que murió y resucitó.

El Evangelio de este domingo (Jn 20,1-9) nos muestra el desconcierto que sintieron quienes fueron al sepulcro aquella madrugada del domingo no encontrando el cuerpo del Señor: «Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos…» (Jn 20,9). Algunos versículos más adelante San Juan nos relata el gozo que experimentaron los Apóstoles con el encuentro con Jesucristo, resucitado: «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “la Paz esté con ustedes”» (Jn 20,19-20).

Esta experiencia del envío y de la evangelización, desde el encuentro Pascual con Jesucristo, el Señor, es lo que estamos experimentando en el caminar de nuestra Diócesis en estos años. Renovando permanentemente nuestro encuentro con Él y buscando caminos y desafíos a asumir en la evangelización nos llevan a tener una actitud de profundo agradecimiento por su presencia salvadora. Durante estos años en las Asambleas Diocesanas buscamos mejorar la comunión en la pastoral orgánica como Pueblo de Dios, con luces y sombras y experimentar al Cristo Resucitado.

Esta experiencia pascual es la que nos lleva a repetir aquello que señala Aparecida y que expresa tan bien el fruto del encuentro con el Resucitado. «La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo»

Este gozo pascual que debemos experimentar tanto personalmente como en comunidad eclesial no parte
de la nada. Hubo en nuestras tierras testigos de Jesucristo resucitado durante varios siglos y es bueno hacer memoria. El substrato católico que está en nuestra gente expresado sobre todo en tantas manifestaciones de religiosidad popular fue establecido y dinamizado por una vasta legión misionera de obispos, sacerdotes, consagrados y laicos. Está ante todo la labor de nuestros santos, como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, San Roque González, San Juan del Castillo y San Alonso Rodríguez, entre otros… quienes nos enseñan que, superando las debilidades y cobardías de los hombres que los rodeaban y a veces los perseguían, el Evangelio, en su plenitud de gracia y amor, se vivió y se puede vivir en América Latina como signo de grandeza espiritual y verdad divina.

Como en nuestro pasado, hoy también la celebración de la Pascua nos renueva en la esperanza. Como los Apóstoles en el texto del Evangelio de este domingo, como tantos santos, mártires, hombres y mujeres en nuestra historia, nosotros también necesitamos encontrarnos con Cristo Resucitado, para ser signos de esperanza y transformación en nuestro tiempo.

¡Feliz Pascua! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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