Bukele: ¿héroe o villano?
El presidente de El Salvador se transformó, casi que sin querer queriendo, en un líder carismático que ha suscitado amor y odio, entre salvadoreños y extranjeros. Este outsider de la política ha conseguido sembrar una gran cantidad de seguidores por su encarnizada guerra contra las pandillas. Sin embargo, hay mucho más detrás de este particular personaje.
Nayib Bukele nació el 24 de julio de 1981 en San Salvador. Su familia estaba nutrida de diversidad religiosa, ya que su padre profesaba el islam y su madre el catolicismo. De hecho, el padre del presidente salvadoreño fundó las primeras mezquitas de América Latina. Nayib comenzó a involucrarse en las empresas familiares desde muy joven, hasta poder dirigirlas. También fue presidente de Yamaha Motors El Salvador. Este personaje, paradigmáticamente, empezó a estudiar Ciencias Jurídicas en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, pero nunca logró recibirse.
Su carrera política tuvo los antecedentes de la alcaldía de Nuevo Cuscatlán y San Salvador, desembocando en la presidencia de El Salvador en 2019 con su partido Nuevas Ideas. Desde el vamos, Bukele siempre tuvo una tendencia arraigada en la derecha política, y en conjunto a su utilización constante de las redes sociales, se transformaron en un combo ideal para lograr la aceptación popular que necesitaba.
Pero, más allá de esto, ¿cómo consiguió el respaldo social para ser el líder posmoderno que es? Nayib Bukele es un outsider, y usa la romantización que genera eso en el público a su favor. Hablamos de un empresario que viene de afuera de los partidos políticos tradicionales para torcer la historia de su país, casi como si se tratase de un mensaje mesiánico. Es algo que comparte con otros personajes como Trump, Bolsonaro o Macri. Sin embargo, no todo queda allí. Previamente se nombraba el uso de las redes sociales, y eso decanta en otro factor a analizar. Nayib Bukele generó un personaje de un político joven, animoso, desafiante y sin pelos en la lengua. Esas cualidades le sirven para utilizar la metacomunicación a su servicio, e inclusive caerle simpático a parte de su población. Es la razón por la cual se congratuló como el “dictador de El Salvador” en Twitter, hace algunos meses. A esta suerte de premisa tecnologicista se le suma su fascinación por las criptomonedas, a tal punto que convirtió a su país en el primero en tener al Bitcoin como moneda de curso legal.
A lo simbólico de la figura de Nayib Bukele hay que sumarle su discurso. El mismo es agresivo, directo y sin tapujos. Busca el convencimiento de las masas, más allá de lo práctico que pueda resultar o no su promesa. Su diálogo, desafiante con sus opositores, genera controversia y divide las aguas. Aunque ese es el juego de la política que entendió el presidente salvadoreño, tan viejo como el poder. Divide y reinarás.
Sin embargo, gran parte de la seducción a su población gira en torno a su practicidad. De acuerdo a una encuesta realizada por CID Gallup, un 85% de los salvadoreños califica como positiva a sus medidas sobre seguridad, y un 91% aprueba las medidas tomadas contra las pandillas. Estos datos, indudablemente, le dan el aval para gobernar con una espalda enorme. Justamente, esa aprobación viene de su conocida “guerra contra las pandillas”. Esto se transformó en política de Estado de Bukele, buscando apresar a la gran mayoría de los pandilleros de su país, cercando ciudades enteras para atraparlos e inaugurando una mega cárcel que tiene capacidad para albergar a 40 mil personas, transformándose en la prisión más grande de América Latina. Esta situación de enfrentamiento Estado – Pandillas, según el presidente, fue el causante de que las tasas de homicidio bajaran un 29% en su mandato. Aunque la contraparte dice que, desde mayo del año pasado, se detectaron violaciones constantes a los derechos humanos, con un total de 34 mil detenciones, según Human Right Watch. A esto hay que sumarle el hermetismo y la falta de transparencia en su gestión a través de la reforma al Instituto de Acceso a la Información Pública, eso decanta en su ríspida relación con el periodismo, a quién constantemente lo trata de golpista y de difamar a su persona y su gestión.
Ahora bien, todas las acciones que lleva adelante Nayib Bukele cuentan con un fuerte aval del establishment, quien brinda gran parte del apoyo económico para que realice semejantes movidas políticas. De hecho, Bukele es un personaje perfecto para los intereses del capitalismo global. Es un dirigente que no cuestiona ni por asomo este modelo de producción y donde la redistribución de la riqueza no es parte de su lenguaje. Es el líder marioneta con el que sueña el Tío Sam: procapitalista, popular en redes sociales y amante de la seguridad. Aunque sus relaciones internacionales no sean de las mejores desde 2021, en donde Washington pausó su “amistad” con El Salvador por las actitudes anti – democráticas del Ejecutivo.
El caso de Bukele es paradigmático, porque pareciera ser que, en la disyuntiva de héroe o villano, podría ser un héroe dentro de su país y un villano en el extranjero. Aunque estas categorías tan dispares no explican si remotamente el fenómeno del presidente salvadoreño. Es un producto de la masificación de las derechas que se propalan constantemente por las redes sociales, con poder no solo político, sino económico. Este modelo de político y de hacer política, más allá de la aceptación de su población, puede poner en riesgo a la institucionalidad. Esto se da, básicamente, porque se deposita gran parte del poder y las decisiones en una persona, que mientras tenga el apoyo popular, no parecería generar problemas. La verdadera cuestión es cuando la pierda, podría retirarse pacíficamente del poder por vías democráticas o se aferraría al discurso absurdo del fraude electoral como Trump y Bolsonaro, incluso proponiendo y defendiendo acciones de desestabilización estatal.
¿Un país puede gobernarse solamente con la premisa de la seguridad? Esta situación parece ser de vox populi. Pero cuando derrote, virtualmente, a las pandillas, se quedará sin ese enemigo público número 1. Su discurso deberá cambiar, pero más allá de eso, la desigualdad social y económica que es uno de los causantes de la alta tasa de criminalidad en América Latina seguirá existiendo. Ese bucle pareciera ser un sitio ignorado por Bukele, el político que se transformó en un fenómeno difícil de comprender en nuestro continente.