Casi deja la profesión, pero armó un happy hour entre tijeras y secadores

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Por la pandemia, las peluquerías debieron esperar cuatro largos meses para volver a atender al público con el consabido perjuicio que significó el cierre para la actividad. Muchas de ellas se vieron obligadas a cerrar sus puertas para siempre al no poder sostener los gastos fijos que seguían corriendo. Pero como curtidos sobrevivientes de sucesivas crisis, los  profesionales han sabido desarrollar la capacidad de reinvención. Ese es el caso de Diego Suárez, un peluquero que supo reconvertir su negocio y aportarle valor agregado a la profesión que heredó de su padre. En esta nota, cuenta cómo es el nuevo “happy hour” entre secadores y cepillos.    

“Con Leticia, mi mujer y coequiper, entendimos que la peluquería debía ser un espacio de reencuentro. Entonces armamos un patio en el cual la espera entre tratamiento y tratamiento se transformara en una charla familiar con café, gaseosas y distanciamiento”, describe Diego Suárez desde su espacio en la ciudad de Caballito, en Buenos Aires.

“Por suerte, está resultando. Nos gusta poder ser testigos de esos reencuentros entre madres e hijas, que durante meses sólo mantuvieron un contacto virtual. Por ejemplo, hace poco, una de nuestras primeras clientas que atendemos desde hace más de dos décadas, vino con una amiga a la que no veía desde marzo. Lloraron como dos adolescentes mientras se hacían el color y recordaban anécdotas. Juro que no le tiré del pelo, eran lágrimas genuinas de emoción”, bromea. 

El estilista de 49 años señala que tiene “un montón de historias de ese tipo” y resalta que “es una satisfacción mas personal que profesional ver que la peluquería también puede ser terapéutica y contribuir a levantar el alicaído ánimo de la gente”. 

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“Nos organizamos súper bien. Diagramamos un esquema de trabajo que incluye un modesto pero completo servicio de cafetería que ameniza la espera. Los clientes circulan, pasan de las piletas otro ambiente a cielo abierto que hemos decorado para que todos puedan  sentirse como en el jardín de su propia casa. Ir a la peluquería ahora es una experiencia integral que incluye charla, relax y el disfrute de algo rico. Hubo también quien se trajo su hmburguesa con papas para compartir”, precisa.  

Y añade: “Mi consejo para todos los profesionales es que hay que aggionarse, darle una vuelta de tuerca a lo que sabemos hacer. Observar qué tiene para decirnos esta nueva realidad. Me siento con la fuerza suficiente para recuperar de a poco lo que perdí con la pandemia”.

“Claro que es un proceso lento. Hay que armarse de paciencia porque con los nuevos protocolos, la rentabilidad es escasa, pero estamos satisfechos con lo que estamos generado”, concluye Suárez. 

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