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¿Son acaso los presidentes cada vez más estúpidos? Es una de las tantas preguntas que gran parte de la población se hace continuamente. Hechos bochornosos y poco lúcidos hacen que líderes mundiales se vean como monigotes que improvisan con el poder en las manos. Claro está, los principales casos se llevan todos los flashes.

Joe Biden es, quizás, el ejemplo más grande de alguien con una inoperancia in crescendo al mando de una potencia mundial. Furcios, errores públicos y hasta caídas. Sin embargo, no es el único ejemplo, y es, hasta posiblemente, un síntoma de la época.

“Cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece”, soslayó, en plena Edad Moderna, el pensador Joseph de Maistre. A esta frase, André Malraux , le agregó “…los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”. Si bien, lo último ya fue escrito en el siglo XX, parece lo más acertado. Para completar aún más: cada gobernante sale del mismo pueblo que gobierna. Ni se lo merecen ni se le parecen, sino que son. Casi rozando la filosofía barata de sucuchos vanguardistas. 

El político del siglo XXI

Salvando distancias y algunas acepciones, el dirigente occidental ha sido redirigido por un progresismo de cartón y por la sobre mediatización a un abismo de estupidez casi innata. La sociedad hiperconectada en la que vivimos, en la masa anestesiada, solo que gira hacia la banalidad como la forma de comunicación compleja. Una exacerbación de lo material por sobre lo humano, espiritual e intelectual, devienen en gobernantes que funcionen según la lógica de las personas que pretenden gobernar. Es decir, no es casualidad que Donald Trump haya hecho gran parte de su campaña por Twitter en su momento, o Mauricio Macri por Facebook. Allí se encuentra el núcleo duro de la opinión pública. 

Al ser algo al alcance de todos, los recortes son cada vez más evidentes en cuanto a la complejidad de la acción humana en sociedad. Hoy en día, los debates presidenciales no guardan relación en cuanto al beneficio o no de un sector, sino a quien “ganó” dicha discusión. Esa razón llevó a un Jair Bolsonaro al poder, por ejemplo, diciendo y haciendo comentarios negacionistas a plena luz del día, sin remordimiento alguno. 

Hay que hacer mea culpa, crecen por los micrófonos que la prensa les pone enfrente. 

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Biden, hoy en día, es la representación viva de la inoperancia a cargo de un país. Quizás por su edad o por alguna cuestión relacionada a la salud, pero, ejemplos de esto sobran. Maduro cada vez que puede, avergüenza a los venezolanos. Alberto Fernández en su momento dijo cuanta estupidez posible con tintes que rozaron la xenofobia. ¿Y qué decir de Javier Milei? Es una persona que desconoce, prácticamente, la funcionalidad del Estado que pretende destruir, al menos en su discurso. 

La “involución” de la política

La historia nos puede mostrar grandes ejemplos de la diferencia entre pensadores y funcionarios del pasado, en comparación a la actualidad. Desde líderes determinantes como Napoleón Bonaparte, hasta hitos que se hicieron bandera como Ghandi. Más allá de que también cometieron errores políticos, como en el caso del francés, quien decidió invadir Rusia en invierno, algo completamente ineficaz, existía un clima de época que exigía mayor compromiso total. Sociedades de cambio, de revoluciones, de protestas y de desarrollo constante fueron las que impulsaron a que líderes de distinta orden pero con ambición monumental crezcan en el seno del pueblo. Es cierto que las sociedades también se equivocan, lastimosamente parieron a Hitler y Stalin, cada uno con sus particularidades, pero como grandes exponentes de la cara más horrible de la sociedad.

La generación que estamos atravesando en occidente, difícilmente logre parir un Carlomagno, un George Washington o un Simón Bolívar, por la simple premisa de que no les interesa o no los necesitan. 

Hoy en día, prima tener la foto más linda para ostentar más en redes sociales. Ese materialismo tan primitivo que solo busca evocar un falso status lleva a que la clase política responda con monigotes del panic show. Al espectáculo del social media solo le sirve un frontman más que un líder, un streamer más que un dirigente, una estrella más que un ordenador. Eso explica la razón de desopilantes hechos de presidentes mundiales occidentales que, difícilmente, tengan explicación en otras partes del mundo.

Oriente, la otra cara del show 

Mientras Trump y Biden se pelean por trivialidades, líderes como Xi Jinping o Putin son los que crecen en cuanto al dominio interno y a la extrapolación del poder en el extranjero. La influencia de estos mandatarios, en comparación a la de sus pares de occidente son cada vez más distantes. Cierto es que sus modelos políticos dictatoriales al 100% en algunos casos y en otros de manera parcial, son los que le dan soltura para poder moverse en el amplio campo de la política. Sin embargo, hoy al menos, es difícil que se vea a algunos de ellos involucrados en un show similar al que se tiene en el otro lado del meridiano de Greenwich. 

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No todas son pálidas, al menos en EEUU, al respecto de esto. Hay un encontronazo directo del gran país del norte con TikTok. Principalmente son acusados de servir para el espionaje chino, aunque otra parte de la sociedad y funcionarios culpan a la plataforma de inundar a sus jóvenes de contenido basura, lo cual los aleja cada vez más de la política real, es decir, de la vida en sociedad y todo lo que le corresponde. De hecho, en China está prohibido crear contenido en contra de los valores chinos, siempre teniendo una perspectiva histórica e idónea, a la hora de generar discursos. Algo están sabiendo los chinos. 

En síntesis, si un pueblo es tranquilo, su gobernante será tranquilo o se lo sacará pronto, si un pueblo está agitado, su gobernante será un agitador o se lo sacará pronto. Los representantes, electos por el pueblo son el fiel reflejo de la idiosincrasia puesto a disposición de los mandatos. 

La culpa ajena es barata y regalarla no nos cuesta, diría Ricardo Iorio. Por eso es fácil insultar a un presidente por cual motivo exista, muchos válidos, otros no tantos. Sin embargo, no hay otra forma de ver esto como un simple espejo de lo que somos con un pueblo. Cuando un pueblo insulta a su presidente o se burla, como en el caso de Biden, simplemente se están riendo de sí mismos, porque fueron los que permitieron que llegue al poder y que se lo mantenga ahí. Más allá de todas las excepciones y tópicos a tener en cuenta para debatir de esto, lo que es mucho más extenso, los presidentes no son alienígenas que vienen de otro planeta, son nuestros vecinos y nacieron allí, si llegaron al poder es porque todos se lo permitimos, hasta el que no lo votó. Lo más tragicómico es que la verdadera élite, la económica, sabe a la perfección esto y lo usa a su favor. 

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